Miércoles, 5 de agosto de 2020.
Continuamos en esta serie de entrevistas breves originada en el número 43 de VASOS COMUNICANTES, en esta ocasión con Ana Flecha Marco, traductora del noruego, del inglés y del francés al castellano. También es intérprete de enlace y de conferencias y escribe e ilustra libros y artículos en prensa. Ha traducido, entre otros, a Anna Fiske, Jenny Jordahl, Kenneth Moe, bell hooks y Rosalind E. Krauss. Junto a Neila García Salgado, habla de libros, cultura y curiosidades de los países nórdicos en sydvaest. Los días de asueto, canta jotas con la letra cambiada.
Un libro sobre traducción
En mi último viaje a París (lo digo así a propósito, que una tiene una reputación de persona viajada y cosmopolita que mantener) me saltó a las manos un libro que estoy leyendo a ratitos en estos días de encierro. Lo de que me saltó a las manos es literal: se me cayó de una estantería de Le Monte-en-l’air, una librería que recomiendo y que os queda de camino de la que volvéis de estampar un beso en la lápida de Oscar Wilde. El libro en cuestión se titula Entre les rives y lo firma Diane Meur, traductora y escritora belga cuyas lenguas de trabajo son el alemán, el inglés y el francés. Leer las reflexiones de compañeros mucho más experimentados y sabios que yo me ayuda a entender mejor este oficio nuestro. Me he permitido traducir un fragmento que me gusta especialmente:
La traducción no es solo mi trabajo alimenticio. Es mi oficio y siento apego por esa palabra y por todo lo que transmite en cuanto a cuidado, destreza, trabajo minucioso sobre la trama de lo escrito. La traducción es mi oficio y ha forjado mi personalidad también como autora: sin duda, escribiría otras cosas y de otra manera si no pasara parte de mi tiempo traduciendo de dos lenguas extranjeras, si estuviera anclada en un solo idioma, en una sola cultura, en un solo territorio. Dejar de traducir sería renunciar a aquello que me ha hecho ser como soy.
Una traducción favorita
En estos días de tanto pensar, pienso mucho en los traductores que me enseñaron a leer y que me presentaron a quienes aún hoy son algunos de mis autores preferidos. Gracias a Esther Benítez conocí y adoré las aventuras del pequeño Nicolás (el de Goscinny, ilustrado por Sempé); Maribel de Juan me presentó a Roald Dahl, y me gustó tanto que lo empecé a leer en inglés con doce años porque me daba vergüenza seguir leyendo libros infantiles y así tenía excusa (¡si hubiera sabido entonces que los seguiría leyendo siempre!); con su traducción de La historia interminable, de Michael Ende, Miguel Sáenz me demostró que es cierto eso de que casi siempre es mejor el libro que la película.
Un diccionario
Entre 2011 y 2015, hice tres mudanzas internacionales. Entonces me prometí no volver a comprar ni un diccionario. Como era de esperar, no he cumplido la promesa, aunque ahora sí que me abstendría de pasear kilos y kilos de diccionarios de una punta a otra de Europa, que bastante castigadas tengo ya las cervicales. Los que sí me llevaría sin duda, porque me encanta mirarlos hasta cuando no me lo pide un texto, son mis dos diccionarios visuales: uno de inglés, alemán, francés, italiano y español y otro chiquitito de noruego y castellano. Son dos, lo sé, es trampa, pero en realidad son el mismo diccionario.
La búsqueda más rara que he hecho en mi vida
Cuando traduzco novela negra, ese pan nuestro de cada día (y bendito sea) de los traductores de lenguas escandinavas, sueño que me meten en la cárcel por mi historial de búsquedas. Ahora, las búsquedas, raras, lo que se dice raras, no son. Y peor sería que me supiera todas esas cosas sin buscarlas, señoría.