Progresando hacia el feudalismo (2). Por si valiera... (I)
Por María Teresa Gallego Urrutia
24/04/2024
El capitalismo está muerto.
El nuevo orden es una economía tecno-feudal.
(Yanis Varoufakis)
Desde la primera entrega (☛) de esta serie de trujamanes que inicié hace meses ha pasado bastante tiempo. No porque haya estado desentendida del tema, antes bien, sino porque los acontecimientos, las informaciones, el debate se han ido acelerando y lo que iba escribiendo dejaba de parecerme válido. Por lo demás, la abundancia de información, dado que mi ignorancia en muchos aspectos es mucha, más me desconcierta que me ayuda. He decidido, pues —y pido de antemano disculpas, porque hay ciertos asuntos en los que el exceso de verbos en primera persona del singular es inoportuno e incluso improcedente—, recurrir a un símil tomado de mi experiencia exclusivamente personal (por más que algo de colectivo haya también en ella, algo que afectó a toda mi generación). Mi generación, nacida a principios de la década de 1940, creció en plena dictadura, y parte de ella se rebeló al llegar a la universidad. Y, por supuesto, no derribó la dictadura. Pero se fue haciendo adulta sin dejar de rebelarse y quiero pensar que algunas baldosas puso en el camino que desembocó en la Transición de 1975. Parte de mi generación, por lo demás, era hija de otra generación que tampoco se rindió y siguió, como pudo, en la brecha. Tengo en una estantería un libro de poemas manuscrito, porque nunca pudo publicarse, escrito en el penal de Burgos, fechado en 1957, en que el poeta se pregunta si la decisión de tomar el camino que lo llevó a la cárcel y en ella lo tiene desde hace catorce años merecía la pena, si estaba valiendo para algo. El último verso del último poema es: «Que no quede por mí. Por si valiera». Creo que ese verso es una buena pauta de vida.
Todo lo dicho viene a cuento, llegando por fin al terreno en que se mueve El Trujamán, de las implicaciones que estamos viendo que tendrá la IA, o sea, el tecno-feudalismo, en nuestro gremio: el de la traducción literaria. Pero no quiero centrarme tanto en las consecuencias laborales, por más que me parezcan de primera magnitud, como es lógico, cuanto en un contexto infinitamente mayor: la literatura (en el sentido más amplio de la palabra), o sea, la condición humana. Y, más concretamente, en la literatura que hacemos los traductores, quienes, como dijo Saramago, somos los autores de la literatura universal.
Creo, pues, que los traductores literarios debemos defender la literatura y no dar nada por sentado, por muy inevitable que parezca. Pelear contra la «traducción no humana» (denominación engañosa, pues traducción, desde luego —lo que hay que entender por ese nombre— no será, pero humana sí, porque es obra y voluntad de una nueva dictadura humana), y no solo por defender nuestro trabajo, nuestra subsistencia, nuestros derechos, sino por mucho más: por la condición humana. Debemos luchar por seguir siendo los eslabones de la literatura universal y por ser los palos en las ruedas del tanque del tecno-feudalismo. Agrupándonos con otros sectores del mundo de la cultura que, aunque obvios, intentaré enumerar en la segunda parte de este trujamán. No resignándonos. Por si valiera.
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