Lo bueno de ser vieja no es que te ataque la artrosis, sino la humildad. Aprendí los entresijos del oficio de traducir cual huerfanita desamparada, ingeniándomelas como podía. Cuando un día me coaccionaron por primera vez a reflexionar sobre qué era traducir para poder hablar delante de un auditorio petado, deduje a partir de mi experiencia que era cuestión de sensibilidad, de oído musical, de mucho cavilar y rebuscar, de colocar y recolocar palabras, de estar atenta a cómo se habla y de leer cuanto de bueno se pueda en cualquiera de los variados castellanos y gallegos que habitan el universo mundo. En esto me fiaba de mi instinto, aunque en otras cuestiones de la vida el instinto me haya arreado mamporros a diestro y siniestro. Bueno, que el instinto, a diferencia del raciocinio, casi nunca acierta, pero está ahí la excepción a la regla y se ve que aquí raciocinio e instinto iban tan enamoraditos de la mano. Menos mal, oiga.
Sin embargo, cuando me hablaban de traductología, yo, que de soberbia1 he tenido carros y carretas, me decía que qué me interesaban a mí esas elucubraciones teóricas (en honor a la verdad, utilizaba una expresión menos fina), si a andar se aprende andando y yo en lo de andar, tropezar, caerme y levantarme sacudiéndome el polvo y hacer como si nada era muy ducha. Solo que, ay, del primer mamporro me curé de la soberbia (no de fiarme del instinto). Como sin querer, pues, he ido leyendo cosillas y cosazas aquí y allá, en gran parte gracias a nuestros Vasos Comunicantes (☛) y también a través de algún que otro artículo que me pasaban los colegas generosos. Así, he ido averiguando (¡sorprendente sorpresa!) que antes que yo algunos han pensado lo mismo y que otros, no, pero, mira tú por dónde, a veces me gusta lo que dicen. O no y no me ha dado un síncope.
Viene este rollo a cuento de que me han invitado al acto de homenaje a un escritor y traductor gallego, Darío Xohán Cabana, cuya obra traductoril2 mucho admiro.3 Claro que para asistir hay que pagar prenda. Me hacen ir a La Coruña, que queda donde da la vuelta el aire, y para más inri me exigen que redacte un textito para cerrar no sé si el acto, pero sí la plaquette que recogerá las breves intervenciones de los poetas que participan y la no poeta arriba firmante. Bueno, que, para variar, en pro de la visibilidad del oficio y para una vez que alguien (gracias, Marilar Aleixandre) se acuerda de que nosotros también somos gente, me enfrasco en su poética traductológica, que está recogida con otros artículos en un volumen que publicó Edicións Xerais de Galicia el año pasado y se titula A música das palabras. De lingua e literatura. No os imagináis la cara de idiota feliz que se me ha quedado. Hasta el punto de que, con lo mucho que me cuesta escribir, en pleno delirio entusiasta me pasé de caracteres y más me habría pasado si no me doy cuenta a tiempo, de manera que con los recortes no se amputó ningún miembro útil. Todo lo que escribe es pura sustancia, no se desperdician palabras y se tira a dar cuando hace falta. Quizá no concuerde con él en la versión última de la traducción del soneto 148 del Cancionero4 de Petrarca, cuyo proceso minucioso explica en «De fidelidades», pero comprendo también que es difícil resistirse a juguetear un poco y colar al río Xallas. Cualquier que lo haya visto resbalar en catarata por el sagrado monte Pindo para desembocar en el Atlántico tiene por fuerza que perdonárselo.
- (1) Para definir lo mío me gusta más el gallego soberbiosa. Me hace imaginar a una individua que lleva la nariz bien alta, como sorbiéndose los mocos, que es lo único que tiene dentro: flema podrida. Perdón si estabais comiendo. volver
- (2) Gracias, trujamana Isabel Llasat. Aquí otra que se apunta a hacer presión de uso. volver
- (3) En otras bellezas, es autor de una excelsa traducción de la Divina comedia del señor don Dante. volver
- (4) Cancioneiro, de Francesco Petrarca (Santiago de Compostela, Xunta de Galicia, 1989; Lugo, Edicións da Curuxa, 2012). volver
Traducir sin decirlo todo (y sus consecuencias)
Por José Francisco Ruiz Casanova
22/03/2023