Cuando me planteé escribir esta serie de trujamanes sobre la traducción todoterreno, (☛) hice un guion previo para el tercer y cuarto artículos que, francamente, ahora ni siquiera recuerdo. Porque en estos meses ha pasado y sigue pasando de todo en nuestro entorno profesional. En más de treinta años de carrera nunca había visto tanto movimiento en el sector. Y ojalá no lo estuviera viendo en la mayoría de los casos.
Porque resulta que el mundo de la traducción no es ajeno a los embates del capitalismo salvaje que se está extendiendo sin disimulos por el planeta, ya sea aprovechando el aislamiento, el desconcierto y el individualismo postpandémicos, ya sea de la mano del quinto gepete del Apocalipsis. En estas circunstancias, mis conversaciones más recientes están plagadas de palabras antes (demasiado) ausentes en los encuentros con las compañeras de tecleo: «tarifas», «porcentajes», «conteo»…, y hasta «traducción mercenaria». Estúpida de mí, creía que esta última expresión la había acuñado yo y ya iba a ponerla en todos mis perfiles sociales (repitiendo así el error que cometí cuando en el artículo anterior hablé de los «terrenos escarpados» sin saber que, años antes, mi querido colega Daniel Najmías ya había utilizado la metáfora durante una conferencia, combinada también con lo del todoterrenismo).
Pero no. Cuál fue mi sorpresa al ver que la expresión la utiliza Mariano José de Larra en un artículo en el que precisamente reclama el derecho de propiedad de los autores. Así, refiriéndose a los cambios y recortes azarosos que sufren las obras de teatro sin el permiso de sus autores, dice:
¿Y aun de esta manera mutilada gustó la comedia? Pues en ese caso no habrá farsa mezquina, ni torpe drama, ni traducción mercenaria á la cual no se le ponga el nombre del autor una vez aplaudido.1
El artículo no tiene desperdicio y despierta varias sonrisas y risas. Por su estilo y por demostrar que, una vez más, la historia nos abofetea con su verdad: nada ha cambiado. ¿O sí?
Aventureros editoriales que siguen justificando sus malas prácticas con la bondad de sus intenciones culturales los sigue habiendo. Personas privilegiadas a las que les sigue agobiando que siempre se acabe hablando de dinero, también. El amor al arte y tal. A cambio, han llegado a la traducción personas tan bien preparadas que rabian cuando ven su talento y profesionalidad remunerado por debajo del salario mínimo. Y traducen su rabia en combate y protesta. Porque la otra opción es la que cuenta Larra:
Concluyamos pues que el poeta es el único que no es hijo ni padre tampoco de sus obras. Dedicaos, compañeros, dedicaos á las letras aprisa; ese es el premio que os espera. Y quejaos siquiera, infelices. Luego oiréis la turba de gritadores que á la primera queja os ataja. «¡Qué insolencia! dicen: ¿pues no tiene valor de quejarse? ¿Y esto se permite? ¡Qué escándalo! ¡Un hombre que reclama lo que es suyo; un loco que no quiere guardar consideraciones con los necios; un desvergonzado que dice la verdad en el siglo de la buena educación; un insolente que se atreve á tener razón! Eso no se dice así, sino de modo que nadie lo entienda; encerrad á ese hombre que pretende que el talento sea algo entre nosotros, que no tiene respeto á la injusticia, que... encerradle, y siga todo como está, y calle el hablador».