Lunes, 3 de abril de 2023.
Empezamos el número 65 de VASOS COMUNICANTES después de un número de invierno en el que hemos publicado textos procedentes de ceremonias de entrega de dos premios de traducción (el discurso de Joaquín Fernández-Valdés, último Premio Esther Benítez, así como el de Carlos Mayor al recibir el Premio Antifaz) y varias entrevistas. El número 64 tiene un carácter muy humano: leemos sobre la satisfacción que reporta el trabajo bien hecho, el reconocimiento de la labor del traductor y la experiencia de nuestros colegas, tanto los galardonados como los entrevistados.
Sin embargo, se diría que el tema estrella de la traducción este año no es tan humano: la inteligencia artificial y su impacto en nuestra actividad profesional parecen abrirse paso a través de los medios y van generando debates cuyo tono oscila entre el optimismo y el pesimismo. Encontramos, por ejemplo, el testimonio de una editorial sueca que presume de haber publicado ya textos traducidos mediante inteligencia artificial. En el extremo opuesto, leemos un manifiesto de la ATLF y la ATLAS que alerta sobre los peligros de la IA, particularmente por el riesgo de que una profesión ya de por sí precaria se vea todavía más castigada.
Hasta hace poco, la traducción editorial se ha sentido fuera del alcance de la IA. De hecho, los resultados a los que llegó el Observatoire de la Traduction Automatique parecían apoyar esta sensación de seguridad: los textos traducidos con estos programas eran de una calidad tan discutible que parecía poco probable su uso en el mercado editorial. No obstante, los avances de la traducción automática (como DeepL) y de los chat conversacionales (como ChatGPT) son tan impresionantes que resulta una ingenuidad pensar que no nos van a afectar. De hecho, en otros ámbitos de la traducción, el uso de la IA ya es una realidad. No hay más que ver el manifiesto de la AVTEurope, en el que, a través de sus sensatas propuestas para el ámbito audiovisual, se entrevé un panorama desalentador de traductores obligados por las prisas de las empresas de contenidos audiovisuales a trabajar en la posedición de textos generados por programas informáticos con resultados que, a pesar de la intervención humana, no alcanzaban a veces los mínimos de calidad exigibles.
En el ámbito de la cultura, hay que tener en cuenta, además, la cuestión de la autoría. ¿Seguiremos siendo autores del texto traducido si nuestra labor se ha limitado a revisar un texto generado por un algoritmo? ¿Podremos exigir respeto a nuestra naturaleza de autores si nuestra tarea se reduce a la posedición?
La IA es una realidad que ni va a desaparecer ni va a mantenerse al margen de los libros. Nos conviene, por tanto, analizar su implantación en otros ámbitos profesionales y sopesar el impacto que su uso puede tener en la calidad de los libros que se van a editar, en el acto de verter un mensaje de una lengua a otra y en la definición misma de nuestra profesión.
Pero dejemos los sueños automáticos y volvamos a los sueños humanos, que algunas veces se hacen realidad: la ACE y la CEGAL han firmado un convenio para que los autores puedan acceder a los datos de difusión de sus obras sin pasar por las editoriales. Esta noticia, que hace años habría parecido imposible, nos recuerda que todavía hay margen para mejorar las cosas. Sigamos, pues, imaginando avances y haciéndolos realidad.
Está mal que yo lo diga, pero este editorial me gusta.