Viernes, 30 de diciembre de 2022.
María E. Roces González ha traducido del albanés Las hijas de la niebla, de Namik Dokle, editorial 2Sicilias Reino Editorial en coedición con la casa editorial albanesa Botimet Toena.
Sinopsis
En el lado albanés de una comarca desmembrada a hachazos por las grandes potencias, la comarca de Gora, se sitúa la legendaria aldea de Bukojna, un asentamiento fruto del éxodo medieval de los heréticos torbesh y de tres linajes: valaco, judío y montañés, donde el sol nace dos veces cada día y la luna declina dos veces cada noche. A los seres nacidos en Bukojna los paren las brañas de Kallabak, los arropan con pañales de niebla cuando salen del vientre de su madre y los envuelven en sudarios de niebla camino al cementerio; criaturas encanecidas desde niños, ven mejor de noche que de día y, torbesh como son, deambularán y migrarán la vida entera, empujados por la niebla y arrastrados por los vientos de otoño, con la torbë o morral que los caracteriza al hombro.
En esa misma aldea, donde se expresan en gorançe o nashke, que en su habla significa «nuestra lengua», un niño, ávido de escolarización, hurga en los arcanos de su comunidad y hace del desamparo una balada. Del desamparo y desolación de los bogomilos o torbesh, con su Dios para el bien y su Dios para el mal, despellejados vivos, por herejes, y condenados a la hoguera. Del desamparo y desolación de los goranos de acá y de allá cuando llegan unos hombres de Rusia, Francia e Inglaterra con el curioso nombre de Comisión de Determinación de Fronteras y los descuartizan, primero en dos y hoy en tres Estados, condenándolos a habitar la «tierra de nadie» perennemente fronteriza, lo que no impedirá, sin embargo, que se perpetúe el doliente plañido: «Tito aquí, Enver allí y la niebla en medio». Del desamparo y desolación del microcosmos tradicional de la Gora albanesa, donde se imponen, con inmisericorde violencia y rudeza, nuevos firmanes, ahora de los comités del partido con balcón y sin balcón, que ejecutará el sótano, y forzosas cargas y obligaciones del todo ajenas a los usos y costumbres locales y al mágico fluir de la vida en la olvidada aldea del confín.
La implacable desmemoria de los tiempos de amor a Stalin arremete contra la siega y la propiedad de los palmos de tierra, el deslinde de pastizales en las brañas, la sagrada, para los lugareños, fiesta de San Jorge y su ritual del cortejo y consiguientes nupcias; embiste contra los ensalmos de Majka (la anciana maga de trescientos años olvidada de la muerte) y las canciones que las muchachas idean y entonan al atardecer en las siete puertas de la aldea; arrasa con el discernimiento, la compasión y solidaridad encarnados en el maestro y horada incluso el irrenunciable derecho a preservar la propia dignidad que condensa la sentencia: «O eres o no eres hombre». Se estigmatizan los ritos y leyendas ancestrales, también la maldición —¡Maldito seas, Sinan Baja!— y hasta el inalienable derecho de maldecir… y se pasa por las armas, con extrema impiedad, a la osa ignorante de líneas fronterizas, al perrito Dudan que muerde a una importancia, y, por fin, al maestro poeta.
En estos «nuevos» y aciagos tiempos, la adversidad, como certeramente detalla y data el tío paterno en la crónica del Intermedio, vuelve a presentarse, en su eterno retorno, ante las siete puertas de Bokojna, y pasa sin llamar. No solo se lleva a las mozas a la acción, quebrantando las ceremonias y el ritual de San Jorge, tampoco se conforma con gravar a la hambrienta y menesterosa aldea con desmedidas contribuciones a cambio de paupérrimas cartillas de racionamiento, sino que, tonante, descarga sobre la desvalida y desesperanzada Bukojna la tempestad.
No llaman a las puertas ahora los hermosos valacos, los sagaces judíos ni los montañeses de gran corazón, ni siquiera el bandolero de Kolloshtrez sin derecho inicial a humo del hogar; los que acaban de irrumpir a patadas son los guardafronteras, el tenebroso sótano de la organización con su metomentodo secretario Salko, el infame y colérico sargento Hatja, futuro juez de instrucción, los delegados o importancias de los comités del partido con y sin balcón, los policías blancos, los policías negros (sigurimis) y como guinda… la delación, el espionaje y denuncia del vecino «por su propio bien».
Sin embargo, bajo la escrutadora y perpleja mirada del niño narrador se despliega, una vez más frente a la imposición y la calamidad, la ancestral y contumaz resistencia pasiva de una aldea que se mantiene fiel a su lengua, su folclore, sus vivencias y tradiciones, que atesora el derecho a continuar siendo lo que son: goranos, a amar, a recordar, e incluso a maldecir. Y es así como hasta se atreverán a alzar la voz los paladines (kreshnikët) de aquellas brañas (bjeshkët): la anciana Majka, por supuesto, pero también Olloman Amerika, el tío, y sobre todo el maestro:
«Përpara, përpara marshojmë!»
E shpirti na vyshket përdite. Ra morti, por ne nuk u pamë, Valle, kush m’i grabiti dhe sytë? E qorrazi honeve ramë, Të bijtë s një mjegulle t’hirtë. |
«¡Adelante, adelante marchamos!»
día a día con el alma marchita. Cae la muerte, pero no la vemos, ¿quién mis ojos pudo saquear? Ciegamente al abismo caemos, las hijas de una niebla ceniza. |
No estamos, pues, únicamente, ante la historia de una aldea, de una comunidad, de una minoría avasallada, sino ante una historia de supervivencia y resistencia con tonalidad y colorido de balada, que convierte una aparente y conmovedora crónica familiar en la saga de Gora y los goranos, fiel reflejo, además, de la potente tradición oral balcánica, plagada de mitos, leyendas y canciones de gesta que han logrado pervivir con suma tenacidad.
Del gorançe o nashke:
Del origen y pertenencia de los goranos y del gorançe (variante dialectal del eslavo trufada de palabras del albanés y el turco) se quieren apropiar serbios, albaneses, macedonios y hasta búlgaros, pese a que los naturales afirmen ser goranos y espontáneamente digan «somos nuestros». Y pese a que el gorançe sea una lengua oral, testimonio de singularidad, y no cuente históricamente con documentos escritos, Las hijas de la niebla acabarán por disipar la espesa bruma que los hacía invisibles, heréticos e ignorados, salir al mundo y reafirmarse al modo torbesh: «Y el nashke se hizo carne y habitó entre nosotros». Amén.
Enlace a las primeras páginas.