Otoño de 2018 – Recuperado el 30 de junio de 2020. Publicado en VASOS COMUNICANTES 48-49
La criatura empezó a gestarse en unas tertulias que celebraban una serie de traductores a principios de los noventa, y nació sana y fuerte en el verano de 1993; pesó 165 gramos y sus progenitores, según reza en la portadilla del primer número, fueron Ramón Sánchez Lizarralde, director, Catalina Martínez Muñoz, secretaria de redacción, y los integrantes del consejo de redacción, Carlos Alonso Otero, Mariano Antolín Rato, María Luisa Balseiro, Esther Benítez, Clara Janés, Miguel Martínez-Lage, Miguel Sáenz y Juan Eduardo Zúñiga. A lo largo de estos 25 años, han sido muchos los colaboradores que han contribuido a la supervivencia, en ocasiones de modo casi milagroso, de este empeño colectivo: sirva este artículo de recuerdo y reconocimiento a los numerosos ausentes y de agradecimiento a todos por su participación en un proyecto único y original.
En mi condición de mera nodriza, canguro o madre de acogida de la criatura durante quince años, desde el número 12 hasta el 44, intentaré esbozar un breve relato histórico, pero advierto de entrada que no seré imparcial: con sus defectos y hallazgos, Vasos me ha gustado siempre y, como simple cuidadora de un ser que empecé a atender cuando ya andaba solo, puedo decir sin pudor que era —es y confío en que siga siendo en su nueva etapa exclusivamente digital— un hermoso engendro.
La criatura nació guapa, en gran parte gracias a su diseñador, ilustrador y maquetador, José Luis Sánchez Lizarralde, que se ocupó de estas tareas desde el principio hasta el invierno de 2009, tras el número 41. El diseño de VASOS COMUNICANTES ha sido siempre atractivo y acorde con su contenido: basta un vistazo para advertir que Vasos es una revista un tanto inclasificable que ocupa un espacio difuso entre lo académico y lo profesional.
En el primer número, la presentación deja claros los objetivos como una herramienta fundamental en la tarea política de ACE Traductores: «El aval de los ya largos años de ejercicio, la nada despreciable nómina de traductores literarios que se han ido agrupando en el seno de nuestra asociación, el ejercicio en múltiples terrenos en la promoción y defensa de los traductores y su actividad, convertían casi en exigencia que la Sección Autónoma de Traductores de Libros de la ACE dispusiera de un medio de expresión que trascendiera la dimensión y limitaciones de sus circulares y boletines internos». En este sentido, Vasos ha publicado numerosos artículos sobre tarifas, condiciones laborales, sistemas de cómputo o asociacionismo, y se ha implicado siempre en la reivindicación de unas condiciones laborales dignas para el traductor.
Durante estos 25 años, el panorama de la comunicación escrita ha cambiado radicalmente. La creación de una página web en 1998 (tal como anuncia VASOS COMUNICANTES 10 en la página 99) y de la lista de distribución poco después, supusieron un cambio radical y canalizaron gran parte de la necesidad de información inmediata, de intercambio de consultas y pareceres, lo que hizo que VASOS COMUNICANTES fuera dejando los aspectos ligados a la actualidad a ese tipo de soportes. Se eliminaron secciones como la titulada «Información profesional», y la función de boletín con anuncio de actividades y convocatorias fue desapareciendo a medida que se iba implantando Internet. El papel pasó a tener una vocación de permanencia que no percibíamos antes, cuando era el único soporte empleado.
Dice también el editorial del primer número: «Con sobrada razón nos lamentamos los traductores de las escasas y más que deficientes posibilidades que se nos ofrecen para transmitir a la sociedad, siquiera la literaria, que es en la que aspiramos a movernos, las condiciones y principios en que se funda nuestro trabajo, para romper el muro de silencio de los suplementos y revistas literarias, replicar a tal crítica que consideramos injusta o desmesurada y hasta para encontrar el medio de transmitir nuestra experiencia o nuestra opinión». Cabe recordar que a principio de los años noventa apenas había publicaciones especializadas sobre el tema (de hecho, ni siquiera habían aparecido muchas de las actuales facultades de traducción), con las escasas excepciones de Senez, la revista de EIZIE, la asociación de traductores vascos, que había empezado a publicarse en 1984. Y, dentro del ámbito académico, cabe destacar Sendebar, que editaba la Universidad de Granada desde 1990. La ATLF, la Association des Traducteurs Littéraires de France, ya sacaba semestralmente, desde 1991, su boletín TransLittérature. Un panorama completamente distinto del actual, en el que la veintena de facultades de Traducción españolas publican regularmente una profusión de revistas, artículos científicos y tesis doctorales, para no mencionar los foros, blogs, webs y todo tipo de formas de expresión de los profesionales del ramo que florecen en internet.
Por último, el editorial del primer número insiste en un punto que, en mi opinión, sigue siendo absolutamente necesario: «Otro rasgo nos gustaría que distinguiera esta revista: la pluralidad». Y plural ha sido la revista. En ella han publicado más de doscientas firmas distintas, en gran medida traductores profesionales de todas las especialidades, pero también juristas, editores, críticos, profesores y escritores —desde Alberto Manguel, Eduardo Mendicutti, Eduardo Mendoza, Enrique Vila-Matas o Juan Goytisolo a José Martínez de Sousa, Gregory Rabassa o Lawrence Venuti— en transcripciones de conferencias y mesas redondas, entrevistas desenfadadas o sesudos artículos teóricos. Nada de lo que afecta a la traducción le ha sido ajeno.
Así pues, VASOS COMUNICANTES echó a andar con el entusiasmo de los colegas y la ayuda financiera del Ministerio de Cultura y, a partir del número 6, de CEDRO. Y, si bien durante los primeros tiempos tuvo precio de portada y se vendió por suscripción, ese hecho no fue más allá de lo meramente simbólico. Menciono estos aspectos prosaicos porque hay que tener presente que proyectos como estos necesitan de la generosidad de colaboradores entusiastas, pero también de políticas culturales que los fomenten y financien.
Cuando Ramón Sánchez Lizarralde y Catalina Martínez Muñoz, en uno de esos épicos regresos en coche de las Jornadas de Tarazona, mezcla de resaca y ronquera, me propusieron que participara en la revista, yo ya había leído y subrayado con entusiasmo e interés los 11 números existentes. Acepté encantada el ofrecimiento y me puse como meta ayudar a que la criatura siguiera avanzando sin cambiar en esencia su carácter. El primer objetivo fue seguir aunando el rigor de una revista «gremial» con el tono ameno propio de medios de comunicación más creativos. En terrenos ya más prosaicos, nos propusimos eliminar por completo las erratas, para lo que redactamos unas normas de estilo para los colaboradores e insistimos en reducir al mínimo las transcripciones de los actos asociativos. Otro objetivo fue el de remunerar con cierta justicia las colaboraciones, transcripciones y, como es lógico, las traducciones. Otro más fue la ampliación de la difusión, para lo que creamos una base de datos de editores, periodistas, escritores, traductores, críticos, universidades españolas y extranjeras (¡llegó a pedirnos una suscripción la biblioteca de la universidad de Yale!) a los que se les enviaban puntualmente todos los números, y ampliamos la tirada a casi 1 000 ejemplares. Insistimos también en aumentar la calidad y originalidad de las ilustraciones; establecimos ciertos criterios para juzgar los artículos que merecían ser publicados y, al mismo tiempo, fijamos pautas de corrección e intercambio de sugerencias con los autores. Y, por último, y tal vez la más complicada de las empresas, nos propusimos conseguir que —¡oh, milagro!— los tres números anuales salieran en su fecha. No tardé en darme cuenta de que editar una revista consistía también en cargar cajas, ir a correos, crear bases de datos y, ¡horror!, pasar al otro lado de la frontera para convertirme en correctora quisquillosa y editora regañona.
El primer objetivo fue seguir aunando el rigor de una revista «gremial» con el tono ameno propio de medios de comunicación más creativos
Con la llegada de Mario Merlino a la dirección en 2001, en el número 19, en sustitución del prematuramente fallecido Ramón Sánchez Lizarralde, cambió de manera visible el tono de la presentación de la revista, que pasó a ser más personal y creativo, pero no se alteró en esencia el contenido, que siguió nutriéndose de los actos asociativos y de las colaboraciones de profesionales de la traducción. Creamos la sección el CENTÓN, que a los pocos números pasó a reproducir conversaciones de la lista de distribución de Internet a propósito de un tema concreto, en un intento de dejar constancia de la brillantez de muchas de las participaciones de los socios que no siempre se animaban a escribir artículos extensos. Al mismo tiempo, fuimos eliminando las reseñas de libros sobre traducción, cada vez menos necesarias a medida que otras publicaciones podían hacerse eco de modo más inmediato.
En 2009 empezaron los tiempos convulsos: al golpe del fallecimiento de Mario se sumó la tremenda crisis de financiación por parte de CEDRO, de modo que la revista pasó a un único número anual, lo que obligó, en gran medida, a fijar nuevos criterios para elegir los textos procedentes de los actos asociativos, reducidos en parte por la desaparición de las Jornadas en torno a la traducción literaria de Tarazona, si bien sustituidas en cierto modo por el encuentro que dimos en llamar El Ojo de Polisemo. El número 42 supuso ya un punto de inflexión: solo pudo publicarse en soporte digital y ahí nos planteamos muy en serio la supervivencia de la revista en papel, aunque un último esfuerzo hizo que salieran en este formato unos pocos números más.
El 43, publicado en 2012, diseñado por David Escanilla, implica una notable renovación estética; yo dejo la dirección en el número 44, y en el 45 pasa a dirigir la revista un equipo de editoras que son, al mismo tiempo, miembros de la junta rectora de la asociación: ellas deberán seguir enfrentándose a la difícil tarea de sacar adelante una revista en tiempos más que turbulentos para la edición en papel. Tienen ante sí la tremenda tarea de adaptar Vasos Comunicantes a otro soporte y a otras circunstancias, pero también se les ofrecen enormes horizontes: una difusión mundial inmediata, mayor rapidez en la publicación, posibilidad de otra forma de lectura mediante hipervínculos… Como ellas mismas —Paula Aguiriano, Teresa Lanero, Elia Maqueda, Claudia Toda— dicen en el número 46, «reconozcámonos como receptoras de un testigo que acabaremos entregando a los que vendrán después y aprendamos a aprovechar con ilusión y responsabilidad lo que nos ofrecen estos tiempos de cambio que nos ha tocado vivir». En sus manos queda seguir guiando esta revista —original, atípica y necesaria— como herramienta de visibilidad y comunicación, pero también de transformación y mejora de las condiciones materiales en las que desempeñan su trabajo los traductores.