Viernes, 15 de mayo de 2020.
El juego de palabras es algo que al traductor le ocupa largo tiempo mientras traduce y le preocupa aún mucho más cuando ya ha dado la traducción por terminada. Al menos, eso es lo que a mí me ocurre. Ese estado de alerta constante hizo que saltara la alarma cuando vi el título de la sección publicada en el nº 2 de VASOS COMUNICANTES, «Juego de palabras», dedicada a distintas versiones del soneto XV, de William Shakespeare. Si bien es cierto que se trata de un juego o ejercicio para comparar cinco traducciones del mencionado soneto, no por ello ─o precisamente por ello─ pude dejar de fijarme en cómo se han traducido esos términos marcados por la ambigüedad y los dobles sentidos tan característicos del autor y que tan esenciales son a la hora de recrear el poema. Por supuesto, el juego es lo primero y, como los traductores no deberíamos ignorar las versiones anteriores, no me resultó difícil reconocerlas a pesar de haberlas leído y examinado hace ya algunos años y de que la versión de Astrana Marín, además, aparezca en verso.
Son muchas y variadas las traducciones al castellano de los sonetos de William Shakespeare. Creo que lo que el lector espera encontrar es algo que sea equivalente y aceptable en la lengua de llegada. En todo texto literario existe una interdependencia entre los diferentes planos lingüísticos cuya constante interacción confiere un haz de significados perceptibles. Esa unidad indestructible de forma-contenido es lo que constituye el idiolecto estético propio de cada poema. En los sonetos de W. Shakespeare ese haz de significados es extraordinario. En esa riqueza reside, en mi opinión, el atractivo de estos sonetos para el lector interesado y para el traductor, por supuesto. Forma y contenido son inseparables porque el contenido está en la forma y la forma es el contenido desplegado. En cuanto a la forma, no debería haber ningún problema para encontrar esa equivalencia: versos de once sílabas, rima consonante; tres serventesios con rima alterna y un pareado final. El juego verbal, las ambigüedades y dobles sentidos deberían ser reproducidos en la traducción si queremos recrear poéticamente estos textos. Creo que ya ningún traductor recurre a la curiosa nota a pie de página que decía «juego de palabras intraducible». Al igual que con la traducción de poesía, se ha insistido en la intraducibilidad del juego verbal, pero también aquí ocurre que siguen publicándose traducciones en que se demuestra todo lo contrario. Dirk Delabastita ha tratado este asunto en profundidad en su interesante obra There’s a Double Tongue,[1] en la que expone sus argumentos contra el prejuicio de la imposibilidad de traducir el juego verbal y deja muy claro el hecho de su traducibilidad señalando nueve categorías en las que encajan las diferentes soluciones que se dan para traducirlo.
La traducción que necesita el receptor será únicamente posible mediante el concurso de la labor filológica y la creadora. A las traducciones anteriores y a los filólogos preocupados por todo ello, debo mis posibles logros en la traducción de los sonetos de Shakespeare. Comentaré algunos casos de juego verbal en el soneto XV.
Recorren este soneto una serie de imágenes en que se compara el mundo vegetal y el de los hombres, su perfección efímera, en un mundo en que los hombres no son más que actores bajo la influencia de los astros, sometidos al efecto devastador del tiempo al igual que lo están las plantas. Y siguiendo con la metáfora vegetal, ya en el pareado final, el poeta contrapone a los efectos destructores del tiempo su acción de injertar en el joven nueva vida que asegure la permanencia de su belleza. Todo ello surge de numerosos términos polisémicos que han de conservarse en la traducción en la medida de lo posible.
Ya en el primer verso se halla el origen de las dos imágenes que se desarrollarán a lo largo del poema. Si está muy claro que grows lo es de la imagen vegetal, consider no lo está tanto ─al menos aparentemente─ de ser el origen de la metáfora teatral, una de las favoritas de Shakespeare: el mundo es un teatro y los hombres no más que actores bajo la influencia de los astros. No lo estará hasta que tomemos en consideración la etimología de este término que proviene del latín [< L. considerare (sidus –eris, a star) orig. to examine the stars]. Está pues formado por el prefijo con- y el sustantivo sidus, sideris, «estrella». En sus orígenes, significó «observar los astros» en busca de agüeros y otros signos del destino, de acuerdo con las creencias astrológicas. El término correspondiente en la traducción al castellano ha de ser necesariamente «considero» (pensar sobre algo analizándolo con atención) y ello a pesar de que sus cuatro sílabas ocupen más de la tercera parte del endecasílabo. Algo de latín debió de haber aprendido Shakespeare a pesar de las acusaciones de su colega Ben Johnson de que sabía poco latín y menos griego.
En cuanto a Holds in perfection (v. 2), tiene una doble lectura fundamentada en las dos funciones diferentes que desempeña la partícula in, pues puede ser al mismo tiempo parte del verbo sintagmático hold in y preposición de perfection. En el primer caso sería «mantiene en sí la perfección» y en el segundo «se halla en un estado de perfección». Así la traducción: «la perfección mantiene un solo instante» tiene esas dos lecturas: 1. (Todo) mantiene (en sí) la perfección y 2. La perfección lo mantiene un solo instante.
En cuanto a cheered and checked (v. 6), son muchos los sentidos que pueden tener (animar, apoyar, aplaudir…/frenar, refrenar, reprender, dificultar, controlar…) y todos se aplican tanto a las imágenes de las plantas y el cielo como a la de las estrellas, que ejercen su influencia en secreto, y también a la del público en un teatro, con lo que el verso entronca con la idea anunciada en el primer cuarteto. Así: «que un mismo cielo da y le quita gloria» (a la planta, al hombre y al dramaturgo).
En cuanto al término sets (v. 10), que generalmente se ha traducido por «te muestra» o algo similar, hay que señalar que set es to place, to put; pero también to plant, es decir, «poner», «mostrar» y, además, «plantar». Este último término reúne los dos sentidos («a mi vista te planta en galanura») y continúa, así, la metáfora vegetal, ya fundida con la teatral, hasta el final del pareado.
He comentado sólo algunos de los numerosos términos polisémicos que han de conservarse en la traducción en la medida de lo posible. Puesto que la ambigüedad y el doble sentido son características fundamentales del estilo de los sonetos y que no son fáciles de trasladar, creo que las nuevas traducciones deberían insistir con especial ahínco en la recreación del juego verbal sin miedo a reflejar en ellas los logros ya conseguidos en anteriores traducciones.
Dejo a continuación otros términos polisémicos del soneto XV con los que futuros traductores de este soneto pueden lidiar: secret, conceit, this inconstant stay, wasteful, debateth y engraft.
[1] Delabastita, Dirk. (1993). There’s a Double Tongue. An investigation into the translation of Shakespeare’s wordplay with special reference to Hamlet. Amsterdam: Rodopi.
[2] Pérez Prieto, Pedro. (2016). Sonetos. William Shakespeare. Madrid: Sial Pigmalión.
Pedro Pérez Prieto (Navaescurial, Ávila, 1953) es licenciado en Filología Moderna (Francés e Inglés) por la Universidad de Salamanca, y en Filología Española por la UNED. Traduce poesía de forma continuada desde el año 2003. Su traducción de los Sonetos de William Shakespeare (Nivola, noviembre de 2008) recibió en 2009 el Premio Esther Benítez que otorga ACE Traductores. Ha traducido Arena y espuma y una selección de Dichos espirituales, de Gibran Kahlil Gibrán bajo el título de Aforismos en la colección A la mínima en la editorial Renacimiento. En noviembre de 2014 se publicó su antología bilingüe Poesía en lengua inglesa. Antología esencial; El Corsario, de Lord Byron, en 2015; una reedición revisada de los Sonetos de William Shakespeare en 2016 e Historia de Cardenio, de Shakespeare y Fletcher en 2017; todas estas en la editorial Sial Pigmalión y en edición bilingüe. En esta misma editorial aparecerán próximamente Poemas sobrenaturales, de Coleridge y otras dos antologías. Acaba de publicarse Poemas, de Christopher Caudwell y no tardará en aparecer Tres poemas, de Hannah Sullivan.