Traducir a cuatro manos: entrevista a María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego

María Teresa Gallego y Amaya García Gallego

Lunes 9 de diciembre 2019.

Según dice la Wikipedia en una de las escasas entradas dedicadas a un traductor, María Teresa Gallego ha recibido numerosos premios en Francia y España y ha traducido más de 200 obras de los principales escritores franceses y francófonos, una treintena de ellas a medias con su hija Amaya García Gallego. Esta, por su parte, ha desarrollado una sólida carrera como traductora, también del inglés, de todo tipo de textos.

Carmen Francí: Sumáis entre las dos casi trescientas traducciones editoriales. Y, conjuntamente, habéis traducido varias decenas de obras. Vamos a hablar hoy de esa experiencia, de lo que significa traducir a medias y de las diferencias de enfoque, si las hay, en vuestro trabajo.

Amaya G. G.: Lo primero que tradujimos juntas un poco en serio fue una canción que yo quería llevar a clase, a la Universidad. Estábamos estudiando la Comuna de París y yo quería llevar Le temps des cerises, que me gusta mucho, pero la quería traducida porque muchos compañeros no sabían francés. Empecé sola y Maite me ayudó, esa fue la primera traducción que hicimos juntas.

María Teresa G. U.: La primera traducción conjunta de una obra fue más tarde, cuando ya vivías por tu cuenta. Luis Magrinyà, editor de Alba, se materializó en el cuarto de estar –por correo electrónico o por teléfono, no me acuerdo– y me ofreció la traducción de Au bonheur des dames, de Zola. Amaya estaba ese día en casa. Siempre le ha gustado muchísimo Zola y puso carita de pena

Amaya G. G.: En realidad, yo lo recuerdo como un ataque de envidia: por qué no podía yo traducir a Zola.

María Teresa G. U.: Y le propuse a Amaya que lo tradujéramos juntas.

Carmen Francí: Pero tú, Amaya, entonces no te dedicabas todavía a la traducción literaria.

Amaya G. G.: Trabajaba en una oficina haciendo traducciones técnicas, comerciales. Había hecho una traducción literaria para unas becas que daba entonces el Ministerio de Cultura, unos cuentos de George Sand.

María Teresa G.U.: Sí, fueron unas becas que creó Solana cuando fue ministro de Cultura.

Amaya G. G.: A raíz de esa beca, algunos miembros del jurado, como Catalina Martínez Muñoz, empezaron a ofrecerme traducciones editoriales. (Por cierto, que fue entonces cuando me planteé la traducción como una alternativa profesional realista. Me apunté a un curso de traducción económica y jurídica cuya profesora me animó a presentarme a una prueba para un puesto de traductora en plantilla en la empresa donde acabé trabajando 17 años.)

María Teresa G.U.: Volviendo a Zola, Luis Magrinyà dio el visto bueno a la traducción conjunta. Y como el libro alterna capítulos de historia en la que se cuenta la transformación del París de la época y otros en los que cuenta las historias de los protagonistas, cada una hizo un aspecto distinto de la obra.

Amaya G. G.: Yo hice la parte de personajes y tú la histórica, más documental.

María Teresa G.U.: Y luego intercambiamos lo de cada una para corregirlo.

Carmen Francí: Entonces, traducíais por separado, cada una en su casa. Pero ¿quién tenía la última palabra en caso de conflicto?

María Teresa G.U.: Lo hablábamos, no se llevaba nadie el gato al agua.

Amaya G. G.: Bueno, en aquella época yo era muy joven, muy inexperta y muy soberbia –eso nos ha pasado a todos–, pero desde que tuve un poco de madurez tuve claro que en caso de desacuerdo, era Maite quien decidía en ese tipo textos.

Carmen Francí: Lo que yo veo es que ese método, cuando lo he empleado, da mejores resultados, pero multiplica el tiempo invertido.

María Teresa G.U.: Sí, sí, claro, tiempo no se ahorra.

Arturo Peral: Pero el resultado es mejor: hay varias personas trabajando en común, las decisiones que contentan a dos personas suelen ser mejores.

María Teresa G.U.: Pero es que, además, a cada traductor se le da mejor una cosa que otra. A mí, por ejemplo, se me da mejor el XIX que el XXI. Para qué nos vamos a engañar: no es que no sea capaz de traducirlo, pero a Amaya se le da mejor. Cuando traducimos libros contemporáneos con lenguaje coloquial los diálogos le quedan más espontáneos a ella. Por supuesto, yo puedo hacerlo, y si no me quedo contenta con el resultado consulto con ella o con colegas jóvenes, pero tengo que pararme a pensar. Y a Amaya le basta con aflojar las riendas y dejarse llevar. El resultado es de una espontaneidad natural, no buscada.

El segundo libro que tradujimos juntas fue un libro que no se publicó ni se publicará nunca porque tiene miles de pegas: las memorias de Malraux. Anaya-Mario Muchnik emprendió la traducción de las obras completas de Malraux y dirigió el proyecto Esther Benítez. Había que sacar al mismo tiempo los dos volúmenes: el primero se llama Antimémoires, el segundo La Corde et les souris, y el conjunto Le Miroir des Limbes. Esther propuso que tradujera cada una un tomo simultáneamente porque como, además, estaban llenos de referencias cruzadas, parecía más fácil que lo tradujéramos consultándonos las dudas y haciendo un glosario unificador para todos los traductores. Yo traduje mi tomo antes que Amaya y le iba pasando dudas y dificultades resueltas.

Amaya G. G.: Estaba todo programado, todas las obras de Malraux asignadas, había más traductores trabajando.

María Teresa G.U.: Pero en 1997 se fue Mario Muchnick y se desbarató todo. Nosotras habíamos entregado ya, pero algunos libros quedaron a medio hacer (y sin que el traductor cobrase el trabajo ya hecho).

Arturo Peral: En sentido estricto, no fue una traducción a medias.

Traducueva de Amaya García Gallego

María Teresa G.U.: Pero resolvíamos las dificultades a medias, hicimos mucho trabajo conjunto. Con glosarios en papel y todo eso.

Amaya G. G.: Trabajamos así para que hubiera una cohesión en todas las obras. Y luego Esther los leyó y los comentó. Para mí fue impresionante trabajar con Esther. Me bajó un poco los humos… Fue muy dulce y cariñosa, tengo muy buen recuerdo, pero me dejó claro que si quería trabajar en esto tenía saber aprovechar y demostrar que me merecía oportunidades como esa. Me ayudó a madurar.

María Teresa G.U.: Estas fueron nuestras primeras colaboraciones.

Amaya G. G.: Yo pude compaginar la traducción técnica en la oficina con la traducción editorial en casa hasta que nacieron los niños, entonces dejé la literaria.

Carmen Francí: Pero luego dejaste la traducción técnica por la literaria.

Amaya G. G.: No, luego me despidieron. El 12 del 12 del 12. Vino la reforma laboral de Rajoy y te podían pagar menos por echarte. Llegó la crisis, no me despidieron solo a mí. Entonces pasé a traducir para agencias con la ayuda de algún antiguo compañero. Y como nada pasa por casualidad, fue entonces cuando encargaron a Maite un catálogo para la exposición sobre Dalí. Era muy largo, tenía unas 60.000 palabras, y te había pillado el toro.

María Teresa G.U.: El catálogo estaba lleno de textos de Dalí, que escribía en francés como le daba la gana.

Carmen Francí: Escribía a su manera también en castellano y catalán.

María Teresa G.U.: Y el francés era incomprensible. Y, al mismo tiempo, yo había empezado Los Miserables. Así que le pedí ayuda a Amaya.

Amaya G. G.: Además, yo estaba acostumbrada a gestionar trabajos, organizar equipos. Me hice un calendario, pedimos ayuda a Alicia Martorell (con permiso del editor) y trabajamos las tres. Nos divertimos mucho, todavía conservo las revisiones que nos hacíamos, con comentarios delirantes.

María Teresa G.U.: A partir de ahí hemos hecho cosas solas y conjuntamente. Por ejemplo, para Alfaguara, y para otros sellos del grupo Penguin, trabajamos siempre juntas. Y como tienen muchos autores contemporáneos, formamos un buen equipo.

La madriguera de María Teresa Gallego

Carmen Francí: El resultado es mejor, ¿pero es más rápido? ¿La tarifa es más alta?

María Teresa G.U.: No, no es más rápido, pero la tarifa está bien. Y no hace falta que sea más rápido, no se trata de aspirar a la rapidez, lo que hace falta es organizarse para cumplir con la fecha de entrega

Carmen Francí: Lo digo porque como dais textos ya revisados, estáis ahorrando costes.

María Teresa G.U.: Los textos se revisan igual. En el caso de Alfaguara, por ejemplo, nos leen los textos unas correctoras excelentes.

Carmen Francí: Otra cuestión que me preocupa un poco en relación con las traducciones en equipo: defendemos constantemente la figura del traductor como autor, pero ¿no os parece que la traducción conjunta diluye un poco esa idea?

María Teresa G.U.: No, no lo creo. Una hace el borrador, otra lo revisa y nos juntamos para hacer la versión definitiva. En esa versión definitiva emerge la espontaneidad.

Carmen Francí: ¿En la tercera versión emerge lo espontáneo? Si es justo la que está más elaborada…

María Teresa G.U.: Pero es cuando te das cuenta de si una expresión pega o no.

Carmen Francí: Ah, sí, es cuando empiezas a despegarte del original.

Amaya G. G.: Eso mismo.

María Teresa G.U.: Leyendo en voz alta, tras dejar descansar el texto, es cuando uno da con la expresión adecuada. La sensación es que la palabra, la expresión, el giro de repente suben desde el fondo, donde habían estado latentes en las anteriores versiones y se colocan en la superficie. Eso pasa también cuando traduces solo. Pero entre dos se multiplican las burbujas que suben a la superficie.

Amaya G. G.: Estoy de acuerdo en que el hecho de que haya una compenetración muy grande también difumina un poco las fronteras de la autoría. Pero sucede una cosa: yo antes no leía los libros enteros antes de traducirlos y ahora sí. Voy evolucionando en mi forma de trabajo. Cuando leo un capítulo, lo redacto mentalmente, tomo notas al margen o en el pdf, y me entra luego la risa al ver que mis soluciones coinciden exactamente con las de Maite.

María Teresa G.U.: Esto puede pasar con cualquier equipo que esté bien compenetrado. Pero es que, en este caso, a Amaya le enseñé a hablar yo (bueno, no sólo yo, claro, pero como soy muy charlatana, me cundió más). Hablamos la misma lengua, aunque haya una generación de diferencia. Y también una lengua generacional diferente en algunos terrenos. Así que tenemos la suerte de contar con todas las bazas.

Carmen Francí: Amaya, tú estudiaste Geografía e Historia, no traducción. ¿Huías de la profesión de tu madre?

Amaya G. G.: No, no, pero es que me parecía que lo primero era situarse en el espacio y en el tiempo, luego ya veríamos si estudiaba otra cosa. No tenía intención de ser historiadora o geógrafa. De hecho, a mí me gustaba la traducción. Oía cómo trabajaban Maite e Isabel Reverte y me gustaba. Aunque yo me había orientado hacia la biblioteconomía y la documentación. Hice un curso y unas prácticas que me vinieron muy bien luego para traducir. Podría pasarme horas mirando un tesauro.

María Teresa G.U.: Y consulta obsesivamente el CORDE.

Arturo Peral: ¿Qué otras diferencias veis en vuestros métodos de trabajo? Vemos que a Amaya le gusta más la documentación, dice que lee la obra antes de empezar a traducir…

María Teresa G.U.: Yo no. Claro que muchos clásicos ya los he leído antes.

Traduciendo con la pantalla dividida

Arturo Peral: ¿Y qué otras diferencias hay?

María Teresa G.U.: Amaya es más lenta.

Amaya G. G.: No es que sea más lenta, es que trabajo mejor bajo presión. Es un vicio muy malo, pero sé por otros colegas que no soy la única. Empiezo despacio y luego, cuando se agota el plazo, lo hago todo de un tirón, me concentro mejor y lo tengo todo en la cabeza.

Carmen Francí: A lo mejor no rendís lo mismo porque no trabajáis el mismo número de horas. ¿Cuánto tiempo dedicáis a la traducción?

María Teresa G.U.: Siempre he hecho muchas otras cosas: enseñar francés en el instituto, donde además era jefe de departamento y fui directora varios años y luego estuve siempre de los consejos escolares, formar parte de varias juntas de ACE TRADUCTORES, mi parte del trabajo de la casa… pero siempre he dedicado, por lo menos, 6 horas diarias a traducir. Incluidos sábados, domingos y vacaciones. Cuando me jubilé viajé bastante para dar conferencias en distintos sitios y participar en congresos, pero pasé a traducir unas 10 horas diarias. Y ahora que no viajo hago jornadas que terminan a las 2 o a las 3 de la madrugada (por lo menos).

Amaya G. G.: Yo, en cambio, algunos días no traduzco en absoluto. Lo que me gusta es hacer un esfuerzo continuado. En la recta final antes de una entrega puedo estar 14 horas sin levantarme y me gusta. Si ese esfuerzo lo hubiera repartido en varios días, habría rendido menos. Aunque para evitar esas palizas he empezado a leer antes los libros. Voy anotando en el papel o en el pdf las ideas que se me ocurren. El premio  de 2018, que en España se publicó el mes pasado, estaba lleno de anotaciones y se lo regalé al autor cuando vino a presentarlo, para que viera cómo se iba trasformando su libro en castellano. Estaba lleno de preguntas, notas, soluciones espontáneas. El hecho de anotar, además, hace que me acuerde mejor. Esto lo hago desde hace poco.

Carmen Francí: Pero es que esa lectura toma tanto tiempo como un borrador.

Amaya G. G.: Pero luego en el borrador voy muy deprisa.

Carmen Francí: Entonces tu borrador ya no es un borrador…

Arturo Peral: …porque es directamente una segunda versión.

Amaya G. G.: Es que yo siempre he hecho unos borradores muy elaborados. Lo aprendí en la oficina, donde muchas veces no teníamos tiempo de releer. Había que dejar la primera versión muy bien hecha. Si podía pulirla, mejor, pero la primera versión era ya muy correcta.

Carmen Francí: La verdad es que a mí me parece un tema delicado. Me da siempre mucho miedo oír a traductores expertos decir que no leen el libro antes de empezar a traducir. A los alumnos les decimos que antes de lanzarse a traducir hay que conocer al autor, su obra, hacer una lectura profunda del texto y resolver las dudas.

Arturo Peral: Es una cuestión de horas de vuelo. Cuando llevas muchas páginas traducidas puedes empezar a traducir sin lectura previa.

María Teresa G.U.: Pero eso que dices tú que hay que hacer, Carmen, es lo que hago yo durante el borrador.

Carmen Francí: Claro, esa es mi conclusión: no leo antes el libro entero porque mi primer borrador equivale a la lectura profunda. La lectura previa de un tirón y sin notas, en mi caso, es tan superficial que estoy perdiendo el tiempo. La lectura de la Carmen lectora no le sirve de nada a la Carmen traductora. Un traductor lee de otra manera, como Amaya: tomando notas, pensando en soluciones.

María Teresa G.U.: Además, es que yo quiero que en mi primera versión palpite esa  inseguridad con la que algunas veces avanza el autor.

Carmen Francí: Esa es una coartada que nos hemos inventado los traductores que no leemos antes la obra.

Amaya G.G. y María Teresa G.U.: No, no, no.

Carmen Francí: Precisamente, en VASOS COMUNICANTES hemos publicado un artículo de Concha Cardeñoso en el que dice que ella no lee el libro antes de traducirlo. Muchos colegas sostienen que no lo leen para reproducir así la ingenuidad de la mirada del lector (una inocencia que, después de tanto repaso, no sé si se puede conservar). En cambio, Carlos Mayor en otro artículo dice justo lo contrario: que de todas las fuentes de documentación posibles, la mejor y más cercana es, precisamente, el propio texto que traducimos.

María Teresa G.U.: Claro, pero es que al final lo que entregas no es la mirada del lector, es la del escritor.

Carmen Francí: Pero hay escritores que lo tienen todo planificado, la ingenuidad de la mirada es un artificio.

María Teresa G.U.: Pero otros no. Y, aunque lo tengan planificado, muchas veces explican que los personajes se rebelan y empiezan a actuar por su cuenta.

Amaya G. G.: Por ejemplo, en el libro de Le Clézio que tradujimos hay un personaje que no es lo que parece de entrada y el lector tarda en descubrirlo. En mi traducción quiero conservar el desconcierto del lector a medida que avanza.

Arturo Peral: Pero cuando tú repasas el texto ya sabes lo que es en realidad…

Amaya G. G.: Por eso tomo nota de las ideas que se me ocurren en la primera lectura, para conservar algo de esa mirada fresca.

María Teresa G.U.: En realidad, cada cual tiene una forma de ser y aborda su trabajo de un modo u otro en función de su carácter. Las dos maneras son igualmente válidas. Son formas de vivir la vida.

Carmen Francí: Ahí también influye la capacidad que tenga cada uno de autocorregirse. Hay gente que, una vez toma una decisión, la que sea, no es capaz de apearse del burro. O ni siquiera de ver su error. Quizá cada uno debe elegir un método de trabajo en función de su carácter.

Amaya G. G.: Maite es muy capaz de cambiar de opinión, no cuesta mucho convencerla argumentado bien.

Carmen Francí: Resumiendo: tenéis distintos métodos de trabajo como producto de vuestro carácter y de vuestra formación. ¿Hay también alguna diferencia generacional?

María Teresa G.U.: No, creo que no. Excepto que cada una domina más la lengua de su generación.

Carmen Francí: Maite, tú llevas 57 años traduciendo, has visto transformarse el mundo, la industria editorial, ¿ha cambiado tu idea de lo que es traducir?

María Teresa G.U.: No, creo que no. Cuando a los 16 años decidí que quería ser traductora, concebía la traducción exactamente igual que ahora. Eso sí, he aprendido a traducir día a día. He ganado en capacidad y en conocimientos. Pero el concepto de la traducción sigue siendo el mismo. Y también he aprendido a ser una trabajadora de la traducción y una traductora solidaria con mis colegas de profesión y con la profesión misma. De muy joven era un individuo. Pero desde hace mucho me siento parte de un todo. Parte activa y comprometida de un todo Por lo demás, el mundo editorial no es diferente de entonces. Sigue siendo el mismo: una editorial sigue siendo una empresa que funda un señor que quiere vender un producto. El meollo del asunto es idéntico, una editorial es una empresa capitalista. Pero antes estábamos indefensos y ahora ya no tanto. Sabemos que podemos y debemos negociar;  nos respalda una Ley de Propiedad Intelectual… Tenemos asideros. Ahora sé que puedo exigir que se respete lo que yo pongo, por ejemplo. E Internet nos ha sacado del aislamiento, cada cual en su casa sin saber exactamente qué les pasa a los demás. Eso empezó ya con las asociaciones, primero APETI, que fundaron Cosuelo Berges y Marcela de Juan. Luego ACE Traductores y otras que han ido surgiendo. Pero durante años sólo nos podíamos coordinar presencialmente. Ahora estamos todo el día en contacto si queremos en una sala virtual común.

Pero desde la primera prueba que, a los 18 años me dio Joan Petit hasta el día de hoy, mi relación con el texto y el autor sigue siendo la misma. Lo que quería hacer entonces es lo mismo que quiero hacer ahora.

Carmen Francí: ¿No naturalizabas más antes?

María Teresa G.U.: Cuando he naturalizado en exceso ha sido por torpeza, no como resultado de una manera de entender la traducción. Estoy de acuerdo con esa frase que tanto te gusta que dice que es el lector el que tiene que ir hasta la obra y no al revés.

Carmen Francí: Lo que dijo Schleiermacher mucho antes y mucho mejor que yo…

Amaya GG: En mi caso, no creo que haya cambiado de criterio. Es verdad que cuando leo una traducción antigua –por ejemplo, la mencionada de Malraux, que sigue inédita—pienso que podría poner otra cosa, pero no es por un cambio de planteamiento. Ya sabéis cómo es esto de traducir: uno abandona el texto cuando tiene que entregarlo, si no, seguiría cambiando cosas indefinidamente.

Carmen Francí: Leí una vez no sé dónde que un crítico decía que los libros que García Márquez había escrito con ordenador estaban excesivamente trabajados, la posibilidad técnica de retocar una y otra vez lo hacía caer en un manierismo que era una exageración de su estilo. ¿Creéis que al traductor le puede pasar lo mismo?

Amaya G. G.: Pues sí: si tuviéramos más tiempo, no terminaríamos nunca.

Arturo Peral: ¿Y tú, Amaya? ¿Ves alguna diferencia generacional en vuestra manera de entender la profesión?

Amaya G. G.: No es tanto una cuestión generacional como de otro tipo: a mí lo que más me ha marcado ha sido trabajar en una empresa, la necesidad de presentar un buen trabajo directamente al cliente en un plazo muy breve, de tener una visión más de equipo y de conjunto. Por ejemplo, a mí me preocupa el formato, facilitar el trabajo a quien va a trabajar con el texto después que yo. Maite odia que le compliquen la vida con un pdf o con el control de cambios.

Carmen Francí: Lo que enlaza con la siguiente pregunta: ¿qué es lo que menos os gusta de traducir?

María Teresa G.U.: Las revisiones editoriales en algunos casos. A ver, yo creo en el trabajo en equipo. En mi instituto trabajé siempre en equipo. He traducido bastante a medias con otras personas y he trabajado estupendamente con muchos correctores, como el de Las Benévolas (Francisco Valero), que fue un colaborador valiosísimo Pude mantener el rumbo y la velocidad gracias a él, que iba leyendo por bloques, en vez de esperar al final. Pero hay correctores, por desgracia, capaces de cargarse una traducción. Ayer mismo me enviaron una traducción que hice hace 35 años, La condesa sangrienta, para que la repasara porque se vuelve a editar, y me he encontrado con que la mitad de los nombres se españolizaron y la otra mitad no. Se intervino mal y a medias. Como entonces no me enviaban galeradas, ni me di cuenta de lo que habían hecho. Aún no existía la LPI, la traducción ya no era «tuya» en cuanto la entregabas y algunas editoriales no mandaban galeradas. Pero no quiero dejar de decir que las intervenciones excesivas de algunos correctores (o revisores o primeros lectores, como prefiero llamarlos) en muchas ocasiones no se les pueden imputar a ellos: sigue habiendo editoriales que les piden que «planchen» algunos textos porque piensan que los lectores son simples y hay que darles textos simples. Afortunadamente va habiendo menos.

Las entrevistadas trabajando

Amaya G.G.: Volviendo a la idea de la corrección excesiva, algunas obras han de conservar cierta «tosquedad» del original. Por ejemplo, en la traducción de la correspondencia entre Marie Curie y sus hijas, intentamos conservar hasta las faltas de ortografía. No eran textos destinados a la posteridad, eran cartas entre familiares: decidimos dejar de retocar para no perder la espontaneidad.

Arturo Peral: Ahí sí lo repartisteis por voces.

María Teresa G.U.: Allí yo fui la madre y Amaya, las hijas, como es lógico. Aunque el repaso de la obra fuera conjunto.

En realidad, para traducir con alguien necesitas tener muchas cosas en común. Por supuesto, lecturas y planteamientos, pero, sobre todo, la lengua. Y en el caso de Amaya es obvio que la compartimos. A mí me enseñó mi abuela a hablar, quizá por eso me cuesta poco traducir textos del XIX. Y Amaya, sin saberlo, utiliza expresiones de mi abuela, incluso las veo en mis nietos. La lengua es una cadena y necesitamos los eslabones antiguos y los nuevos. Todo el mundo, pero muy particularmente los traductores.