Concha Cardeñoso ganó el premio de traducción Esther Benítez en su última edición con la traducción de My Cousin Rachel, de Daphne du Maurier, motivo por el cual VASOS COMUNICANTES le pidió estas líneas
Introducción (o «precuela»)
Un día, después de la feria del libro de Frankfurt de 2016, si no yerro, hablando con Luis Magrinyà, editor de Alba, por teléfono, me dijo que tenía para mí algo mucho mejor que Dorothy Emily Stevenson, de la que había traducido últimamente varias novelas. Casi me dio rabia porque esta autora me encantaba y creo que le tenía pillado el punto o, al menos, un punto pasable.
Por otra parte, cuando me dijo el nombre de «mi» nueva autora, no me sonaba de nada. Sin embargo la conocía, aunque indirectamente, por las películas que habían hecho Hitchcock y otros cineastas de algunas de sus novelas. Unos cuantos amigos míos tenían sus libros en casa o los habían leído de jóvenes.
Y así empecé a reconciliarme con la idea de traducir a esta prolífica autora del siglo anterior que, no obstante, ambientaba sus novelas en pasados más o menos recientes o remotos, igual que mi querida D. E. Stevenson.
El caso es que en la primavera de 2017 empecé la traducción de My Cousin Rachel. (No leí la novela antes de iniciar el trabajo, porque, en contra de lo que se aconseja –y muy bien aconsejado, por cierto–, yo prefiero mantener la incógnita y meterme en la historia al ritmo de la traducción para no perder el interés por la trama en ningún momento. Además, en este caso, no se puede decir que no la leyera de antemano por falta de tiempo, por apremio en la fecha de entrega; tampoco la leí porque sencillamente me pagan por emplear tiempo en traducir, no en leer… ¡Ay, bueno! Ahora no te me os echéis encima, como diría Aránzazu Usandizaga, mi profe de literatura medieval inglesa de la UAB).
Allá vamos (o «cuela», of course!)
¡Albricias! El título no presenta complicación alguna: Mi prima Rachel. Ni me planteo cambiar el nombre a la heroína, por supuesto; ya no se lleva a estas alturas del siglo XXI, al menos en literatura para adultos. Abre el libro una voz masculina, que nos va a contar toda la historia según su delirante punto de vista, siendo, además, parte muy interesada en toda la aventura. Él le roba el protagonismo a la heroína que da título al libro, esa es la verdad, porque muy pocas veces la vemos actuar directamente. Casi todo viene filtrado por las interpretaciones, manías, obsesiones y peligrosas chifladuras de Philip Ashley. Pero no, no te desvíes, Concha, que no vas a hablar de la novela, sino de la traducción de la novela.
Primera parada: They used to hang men at Four Turnings in the old days. ¿Four Turnings? No, nada que ver con The Fourth Turning, menos mal. ¿Lo traduzco? No, parece que es un nombre propio, va con mayúsculas, así que de momento se queda en inglés (no se lleva, etc.), ya veremos más adelante. Y, en efecto, unas líneas más abajo descubro que es el nombre propio de un cruce de caminos, poco original, pero muy descriptivo, sin duda. Se queda en inglés y con mayúsculas.
Segunda parada: Now, when a murderer pays the penalty for his crime, he does so up at Bodmin, after fair trial at the Assizes. ¡Hala, a comprobar si son toponímicos auténticos, o sea, reales, y a situar la acción geográficamente! Pero ¡ay! Creo que solo busqué Bodmin, porque ahora, mientras escribo esta crónica, he buscado los dos y veo que Assizes no es un lugar, sino una clase de tribunal de justicia vigente hasta 1971. ¡Porras! Se lo tengo que decir a Luis, para mi gran deshonra. Pero, en fin, ahora mismo no lo puedo corregir. Bueno, Bodmin existe y está en Cornualles.
Tercera parada: as though we were on a jaunt to Bodmin fair, and the corpse was old Sally to be hit for coconuts. ¿Old Sally? ¿Coconuts en Cornualles? ¡Hala, a tirar del hilo en internet! Después de una búsqueda no excesivamente larga en tres o cuatro páginas de la Wikipedia y otras hierbas, averiguo que sí, que una modalidad de tiro al blanco consistía en derribar cocos, que eran el premio, y que Aunt Sally u Old Sally es otra modalidad más antigua del mismo juego en la que se lanzan palos a una cabeza de mujer hecha de arcilla, con una pipa en la boca, y el juego consiste en romper la pipa; está supuestamente inspirado en un personaje humilde llamado Black Sal. La cuestión es que llego a la conclusión de que tengo que meter una morcillica para aclarar este concepto cultural: la tía Sally, el muñeco de tiro al blanco de las casetas de la feria. No es gran cosa, pero da una idea.
Cuarta parada: That’s my boy! ¡No! Me niego a poner «este es mi chico», por mucho que ahora se oiga a todas horas, y no solo en las pelis o series traducidas. Es un calco que ha tenido mucho éxito y me revienta los oídos. ¿Qué pongo? Bueno, teniendo en cuenta el contexto, en estas circunstancias mi padre diría algo como: «¡Así se habla!»,
Todo esto en las dos primeras páginas, sin contar con el vocabulario que tengo que consultar, unas veces porque no había visto nunca tal palabra (y si la he visto no me acuerdo), como gibbet, jaunt o worsted, y otras, porque siempre hay palabras que se me resisten aunque las conozca de sobra y, dependiendo del contexto, no me libro de buscarlas una vez más. Es el caso de scold en la expresión his wife was a scold, por poner un ejemplo.
Esta fue la tónica de todo libro, hasta el final. No me resultó especialmente difícil, pero tuve que trabajar un tono y un lenguaje que, sin ser decimonónicos, resultaran «de época», porque el ambiente de la novela, aunque en ningún momento se dan pistas temporales específicas, es sin duda «de otra época».
Y, aunque habíamos venido a hablar de la traducción, y sin llegar a ser destripacuentos, no me resisto a decir que, al final queda en el aire la duda de si Rachel es culpable o inocente, aunque yo tengo mi propia teoría, basada en la intuición y en algún detalle de la propia narración. Y no os la cuento para que leáis la novela con vuestros propios ojos.
La secuela
El 30 de junio de 2016 entregué la traducción con bastante adelanto sobre la fecha estipulada en el contrato. El plazo había sido amplio y no me habían salido más encargos en el camino. Algunos conocidos, colegas, amigos o familiares, me felicitaron sinceramente por esta traducción, cosa que me honra mucho.
Dos años y unas cuantas traducciones después tuve el honor, la sorpresa y el placer de recibir por este libro el Premio Esther Benítez de traducción en su decimotercera edición. Y os aseguro que, aunque no soy supersticiosa, el número trece me es ahora especialmente caro.
Nací en León el 8 de diciembre de 1956 y, entre otros motivos, siguiendo la costumbre de aquellos tiempos, por ser tan fausta fecha me pusieron el larguísmo nombre que llevo: María de la Concepción (abreviado familiarmente a Conchita, Conchi, Con, Conce, Concepto, Concertina, Concepeción la examinada y alguna otra deformación más que no recuerdo. Nadie tuvo la ocurrencia de llamarme simplemente María).
A partir de los diecisiete años pasé algunas temporadas en Londres, donde llegué a ser Miss Conception, nombre que daba mucha risa, pero qué le vamos a hacer, los idiomas tienen estas gracias…
En cambio ahora me conocen por el también largo nombre de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera. Me lo cambié un poquito porque, cuando aspiraba a ser actriz de teatro, lo de Conchita y demás derivados me resultaba un tanto folclórico y, como no quería yo dar esa imagen pública, elegí el diminutivo más serio de los posibles.
Con ese nombre empecé a firmar mis traducciones allá por los años noventa, ya casada, con una hija pequeñita y habiendo renunciado sin pensarlo mucho al hermoso arte dramático (o hermosa arte dramática, que me gusta más en femenino). Debido a la afición que tenía a traducir libros que me parecían interesantes para leérselos a mis amigos que no sabían inglés, una de estas amigas, que era correctora de estilo y de galeradas, me animó a meterme en este mundo literario.
Y resulta que me apasionó, y aquí estoy desde entonces, con otra hija más y sin haber parado de traducir libros, salvo en épocas de vacas flacas, claro, como sucede siempre alguna vez al año en este oficio tan absorbente y mal pagado. Y además, con un flamante premio de traducción, que me otorgaron mis colegas: el Premio Esther Benítez, en su decimotercera edición, por Mi prima Rachel, de Daphne du Maurier, Alba Editorial, 2017.