Viernes, 30 de agosto de 2024.
El pasado 24 de abril, Claudia Cabrera fue una de las tres premiadas con la Goethe-Medaille, que desde 1955 se concede anualmente como distinción oficial de la República Federal de Alemania «a personalidades de nacionalidad extranjera por sus grandes aportaciones al arte, la ciencia y la cultura». La ceremonia de entrega tuvo lugar este miércoles, 28 de agosto, en Weimar: día de nacimiento y lugar de defunción de Johann Wolfgang von Goethe. En esta conversación con Mateo Pierre Avit Ferrero, la traductora mexicana repasa su carrera profesional y asociativa.
Te han concedido la Medalla Goethe, la mayor distinción de la política cultural exterior de Alemania, por tus treinta años de trayectoria como traductora: en primer lugar, enhorabuena. ¿Qué es lo que más destacarías de estas tres décadas?
La evolución, tanto por mi parte como en las condiciones laborales. Al principio trabajaba sola, no sabía ni siquiera que había la posibilidad de trabajar con alguien más. Me dedicaba a trabajar en mi oficinita, que siempre estaba en mi casa. Cuando tenía preguntas, dependiendo del tema con el que estaba trabajando, me buscaba a gente que me pudiera ayudar a resolverlas y listo. Esto fue así durante una buena parte de mi trabajo, quizá quince años. En 2009 me invitaron a un taller de traducción teatral en Mülheim (Alemania) en el marco de su festival de teatro y ahí me enteré por primera vez de que había talleres para traductores, que había traductores trabajando en cosas similares a las que yo hacía y que se podía uno constituir en redes. Ahí conocí a Thomas Brovot, que es un traductor del alemán al español estupendo. Él dirigía el taller. Entonces le pregunté si podría ir a México a dar un taller y me dijo que lo organizase e iría. Le pregunté cómo organizar algo así porque no tenía ni idea. Averigüé y, efectivamente, dos años después organizamos un taller, el cual codirigí. Obviamente, quería que él diera un taller en México para tomarlo, pero me tocó dirigirlo porque no conseguí a nadie que lo quisiera codirigir con él. A partir de ahí hemos organizado seis o siete talleres de esos en Looren en Suiza, Ciudad de México, Berlín… En la argumentación del premio justamente mencionan estos talleres que fundé con Thomas, los ViceVersa.
Después me enteré de que hay casas de traductores, diferentes foros en internet de traductores. Esa fue una revelación, una epifanía: cambió mi manera de trabajar porque a partir de entonces siento que ya no trabajo sola, trabajo realmente con mis pares, nos apoyamos, nos consultamos mutuamente, nos vemos, nos citamos en estas casas de traductores. Parte de eso fue también lo que empezó a llevar a la idea de que necesitábamos una asociación de traductores literarios en México. Conocí la de Alemania, que es gigantesca, además existe desde hace setenta años, son una cantidad brutal, tiene más de mil socios. En México estamos a años luz de eso. Me influyó en mi competencia, en mis habilidades como traductora porque me permitió trabajar en red, y por otro lado, al mismo tiempo, en mi conciencia gremial porque ahí empecé a buscar la manera de fundar una asociación. Afortunadamente conocí gracias a una colega a Arturo Vázquez Barrón, que tenía la misma idea de fundar una asociación y de ahí empezamos a trabajar para fundar Ametli (Asociación Mexicana de Traductores Literarios) en 2016, pero creo que todo surgió realmente de este primer taller que hice en 2009. A partir de ahí soy otra traductora. Al ver cómo trabajan otros colegas, te vas profesionalizando tú también, concientizando de la calidad de tu propio trabajo. Creo que eso me llevó a ser mejor traductora. Los primeros quince años fueron más solitarios, quizás un poco más improvisados incluso, y del 2009 para acá todo ha sido mucho más profesional y en gremio, en red.
Por empezar desde el principio: he leído que eres de formación autodidacta. ¿Cómo llegas al alemán y, más tarde, a la traducción editorial?
Como bien dices, soy autodidacta. Empecé varias carreras, pero no terminé ninguna. Pero el alemán lo adquirí desde niña porque estuve en el Colegio Alemán. Desde primero de kínder estuve primero en un colegio chiquito, el Colegio Mexicano Alemán, y después me cambiaron al Colegio Alemán Alexander von Humboldt, a partir de preprimaria, que es el Colegio Alemán que hay en México. Ese colegio me marcó la vida, no sería quien soy si no hubiera ido a ese colegio, no sé quién sería porque ni traduciría del alemán ni estaría casada con mi marido alemán ni hablaría ese idioma que se ha convertido en mi segunda lengua. El alemán y toda la cultura alemana me vienen de haber estado en el Colegio Alemán. Hice el Abitur, el bachillerato alemán. Cuando entrabas a preparatoria en el instituto tenías la opción de cursarel bachillerato mexicano o el alemán. Yo, que era muy ambiciosa, quise hacer el bachillerato alemán para ir a estudiar a Alemania. Y creo que en esos tres años de alemán del Abitur fue cuando más se amacizó mi alemán y después de haber ido tres veranos consecutivos a Alemania tenía un nivel de alemán muy bueno. Y aunque no pude ir a estudiar a Alemania, el alemán era mi salida del pequeño mundo clasemediero, conservador, tradicional mexicano en el que me estaba asfixiando. Me agarré del alemán como una cuerda salvavidas.
Empecé a trabajar en el Instituto Goethe en México cuando tenía 20 años, recién salida de la preparatoria. Estuve un año en la recepción y guardando libros en la biblioteca. Después me dieron una beca para estar un año en Alemania, estuve un año en Göttingen, hice el intento de estudiar, empecé, pero no cuajó nada, no me logré integrar, y luego regresé a México. Mi idea había sido irme a Alemania para quedarme, pero me sentía tan rota después de una relación fallida que me regresé. Ya no pude volver a trabajar al Instituto, pero sí hacía suplencias en la recepción y en una de esas suplencias, el que era director del Goethe en ese entonces, Horst Deinwallner, me mandó preguntar si creía que podría traducir un artículo de periódico chiquito. Nunca había traducido en mi vida, pero dije que sí. Toda mi vida había leído, era un ratón de biblioteca, y siempre he tenido muy buena redacción en español. Leí el artículo y poco tiempo después se lo entregué. Lo leyeron: estaba bien. A partir de ahí el director me empezó a pasar cosas para traducir y ya no eran articulitos, empecé a traducir catálogos de exposiciones, de retrospectivas fílmicas. De mi parte fue un acto de ignorancia absoluta. Cuando estás joven crees que te comes el mundo a puños y que todo lo puedes. Si hubiera tenido más años y me hubieran preguntado, no me habría atrevido a hacerlo, pero en ese momento sí. Por un lado, no sé si la inconsciencia o el atrevimiento y, por otro, la generosidad, también el ojo de este hombre: así empezó mi carrera de traductora.
De ahí me envalentoné y en algún momento empecé a mandar mi currículum a diferentes editoriales. En casi todas me rechazaron, pero en una de ellas, Siglo XXI, me dijeron de hacer una prueba. La hice y les gustó y me empezaron a pasar trabajo. Primero corrigiendo, cotejando traducciones mal hechas. Corregir una traducción mal hecha es una pesadilla, a veces es más difícil que traducirla desde el principio, pero supongo que fue la prueba de fuego. Así empecé, fue una coyuntura muy afortunada porque el traductor argentino con el que siempre habían trabajado, que era famoso, legendario de lo bueno que era, estaba enfermo y en ese momento le habían pasado a traducir dos libros y se los dejó porque ya no pudo. Entonces me los pasaron a mí: dos tomos de una historia de cine de cinco tomos. Eran los cien años de la historia del cine y yo traduje dos tomos, el primero y el quinto. Así empecé y tuve muchos años de mucha precariedad porque todavía no tenía nombre, nadie me conocía. Entonces salía un libro y pasaban meses hasta que me llegaba otro. En 2001 entré a trabajar en la editorial Herder, en la filial mexicana, que vino a fundar aquí el que antes había sido gerente en España, Jan-Cornelius Schultz. La editorial éramos él y yo: él era el director y yo era todo lo demás. Yo hacía desde el trabajo secretarial hasta editorial, relaciones públicas, todo. Con él también aprendí mucho, pero llegó un momento en que ya no quise hacer trabajo de oficina, nunca quise. Entonces renuncié y me empezó a pasar cosas para traducir; en algún momento me dieron mi primer libro de literatura, ya en 2005. Había empezado a traducir ya en 1993-1994, pero pasaron diez años antes de que pudiera traducir literatura. En esos años traduje libros de divulgación. Jan se atrevió a darme a traducir Animal triste, de Monika Maron. De ahí me empezaron a pasar más libros y en 2009 tuvo lugar este taller que cambió mi manera de ver la traducción y de trabajar.
No sé cómo, pero me empezaron a entrevistar en el periódico para anunciar ciertos eventos que hacía con el Goethe, para hablar de mi trabajo. Entonces tengo ya muchos años también estando un poco presente en la cuestión mediática, cosa que no es tan frecuente en un traductor literario, donde normalmente se es totalmente anónimo. Empezó a darse todo al mismo tiempo, esta cuestión mediática, luego Ametli, que supuso más entrevistas, más trabajo. En 2020 me dieron el Premio Bellas Artes de Traducción Literaria Margarita Michelena, el único premio estatal de traducción en México. Gracias a mis estancias en varias casas de traductores me empecé a mover mucho en esferas internacionales, con Ametli igual, y, como parte de Ametli, también con alitral (Alianza Iberoamericana para la promoción de la Traducción Literaria), y empecé a conocer a muchos traductores de muchas partes del mundo y todo eso de alguna manera potenció mucho mi propia trayectoria de traductora. Este año con la Medalla Goethe fue el acabose. Una cosa fue llevando a la otra de una manera para mí muy sorprendente. Todo se fue dando de manera muy orgánica, nunca forcé nada para que pasara algo, todo fue sucediendo solito: la misma Ametli fue todo un logro, los premios… De pronto, no acabo de creerme todo lo que ha pasado en estos treinta años desde que empecé a traducir un articulito de periódico en el Goethe.
Llevas traducidas alrededor de setenta novelas, obras de teatro y libros de no ficción. ¿Hay alguna traducción que recuerdes con especial cariño? Y, al contrario, ¿algún encargo que preferirías no haber aceptado?
Le tengo mucho, mucho cariño a dos obras, que son las dos de prosa poética y las dos curiosamente por autores suizos: una se llama La orquesta de lluvia, de Hansjörg Schertenleib, y la otra es Tamangur de Leta Semadeni, de quien por cierto ahora voy a traducir la segunda parte, que se llama Amur. Son obras muy entrañables, muy bellas, que tienen un lenguaje poético, unas imágenes que son muy humanas. Tamangur habla de los duelos de una abuela y su nieta y de la relación entre ellas y es un libro que te rompe el corazón y al mismo tiempo te lo vuelve a recomponer porque todo lo trata con mucho cariño, sutileza: es realmente una joyita.
Las obras que no me ha gustado traducir, lo digo francamente, son las de divulgación. No porque las menosprecie, sino porque yo siento que mi registro, el que mejor manejo realmente, es el literario. He tenido que traducir varios libros de filosofía, psicología o sociología, pero lo sufro enormemente porque no son mi área. No es que les meta menos empeño que a los otros, por supuesto que no, los traduzco con la misma obsesión que los otros porque sí soy obsesiva compulsiva y soy superperfeccionista: procuro que quede bien sea lo que sea que traduzca. Pero los libros que son de materias de humanidades a mí me parecen muy áridos, aunque sean interesantes, y los padezco muchísimo. Pero no puedo darme el lujo de rechazar esos libros porque si no, ¿de qué como? De traducir literatura tampoco se vive, por lo menos en México. Tengo que traducir lo que me pidan.
Como traductora profesional que eres, te has enfrentado a gran variedad de géneros. Me llama en especial la atención tus traducciones para el teatro.
La traducción de teatro se dio también gracias a este mismo director del Goethe, porque en algún momento después de que ya les había traducido un par de catálogos me dijo que necesitaban que les tradujera una obra de teatro. Ahí sí que me dio mucho miedo, pero me animé. Una obra de Oliver Bukowski para niños, curiosamente. Me gustó muchísimo traducir teatro. Yo siempre quise estudiar teatro, quería ser actriz. Por diversas razones no lo fui, pero me quedó ese amor por el teatro. Traducir teatro para mí fue como la manera de seguir cercana a él aunque no fuera actriz. En el Goethe hay una cosa que creo que todavía existe, la Biblioteca de Teatro Alemán en línea, que es un repositorio de dramaturgia contemporánea en alemán. Antes, en los años de las vacas gordas, cada Instituto Goethe en el mundo traducía al idioma local tres obras de teatro de dramaturgos germanoparlantes contemporáneos: ese acervo iba creciendo de manera exponencial año con año y en todos los idiomas. Allí empecé a traducir cada vez más para el Goethe porque empecé con una de esas tres obras y después acabé encargándome de las tres obras que traducía el Instituto Goethe cada año. Hay como veinte obras de teatro traducidas por mí al español de México. Porque, eso sí, además soy militante: los traductores traducen a su variante lingüística, no hay de otra. Y si además es teatro, que es absolutamente oral, coloquial: ¿cómo vas a traducir una obra de teatro en un supuesto español neutro, que no existe? ¿En qué vas a poner a hablar a tu personaje? Por eso siempre me divirtió muchísimo traducir teatro porque es una cosa viva, dinámica, tienes que usar el lenguaje de la calle o de los niños, tienes que informarte cómo habla la gente y es muy divertido. A veces también esas obras de teatro se montaban aquí en México y me tocaba estar cerca del proyecto del proceso de montaje: es una forma de traducción muy dinámica, muy viva. En algún momento volví a trabajar en el Instituto Goethe, entre 2006 y 2008, en la programación cultural, como encargada de teatro y música. Fue fantástico porque suponía estar cerca de la comunidad teatral y traer obras alemanas a México y, al mismo tiempo, traducirlas. Me ofrecía la posibilidad de estar muy metida en ese mundo teatral que a mí me parece tan rico y estimulante.
Este año se conmemora el centenario de la muerte de Kafka y no me resisto a preguntarte por él: tradujiste sus Aforismos de Zürau para Sexto Piso (2005). ¿Qué me puedes decir de este libro y, en general, del autor de Praga?
De Kafka en general no puedo decir gran cosa porque no soy experta en él y últimamente han salido además tantos análisis sobre él, sobre todos los aspectos de su obra, precisamente por el aniversario, que creo que lo que yo pueda aportar es absolutamente irrelevante. Sí, traduje ese libro hace casi veinte años. Fue de los primeros libros que traduje, creo que el segundo. No sé si fue un atrevimiento inaudito. Acabo de releerlo porque con la celebración del centenario se organizó en México un evento en el que me invitaron a participar y, dado que lo único que conozco bien de Kafka son los aforismos que traduje, quise hablar de ese libro. Lo estuve releyendo y hubo unas cosas que están bien y otras que me hicieron dudar de cómo están en alemán. Estaba todavía muy verde cuando traduje los aforismos.
Recuerdo que hubo una reseña donde me mencionaron para mal, diciendo «la traducción artificialmente oscurecida de Claudia Cabrera…». Me quedé muy sorprendida porque Kafka es oscuro de suyo, no tengo que oscurecerle artificialmente nada. Según yo, lo traduje como está en alemán. Se me hizo una crítica muy curiosa. Tendría que cotejarlo ahora, desde mi edad y mi experiencia actual para ver qué hice y si realmente oscurecí artificialmente algo o si fue solo una percepción subjetiva y aleatoria de este crítico literario. Pero, ciertamente, los aforismos son oscuros, muy enigmáticos, misteriosos. Tiene frases que te hacen dudar, te hacen interrogarte y luego no te resuelven. A veces algunos son narrativos, son pequeñas historias, diminutas, pero finalmente historias que sí tienen un principio y un final, que tienen una cierta trama, hay unas que se continúan, pero son frases muy enigmáticas. Creo que no es un libro fácil de leer. Para disfrutar los aforismos a cabalidad creo que se tiene que ser un muy buen conocedor de Kafka. Si la gente, engañada por lo delgadito del libro, piensa que es un libro fácil se va a llevar una gran decepción. Es un libro muy complejo. Nunca he traducido nada más de Kafka, tampoco se traduce tanto en México; se ha hecho muy poco, lo cual es una lástima. Ahora, con el aniversario, se han retraducido muchas cosas, sobre todo en España. Está bien que se puedan volver a leer cosas en traducciones nuevas porque algunas envejecen bien, otras no tanto. Es bueno que haya retraducciones.
Además de los encargos de traducción que te llegan, ¿tienes algún proyecto personal? He leído que actualmente trabajas en un proyecto de rescate y traducción de varias escritoras germanoparlantes exiliadas en México durante el nazismo.
Este es el trabajo que me ha ocupado los últimos cinco años o más. Yo ya tenía mucho tiempo con la idea en la cabeza de traducir literatura del exilio y quería traducir específicamente a mujeres, pero el primer autor exiliado que traduje fue un hombre y tampoco estuvo exiliado en México. Fue Arnold Zweig, que se fue a exiliar a Palestina. De él traduje El hacha de Wandsbek para la editorial Herder de México. Es un libro sumamente complejo, lo escribió estando ya en Palestina. No conocía Hamburgo y hace una descripción impresionante porque conoció en Palestina a exiliados hamburgueses que le describían la ciudad, las formas de ser de la gente, le enseñaban mapas. Basándose en eso, sitúa la obra en Hamburgo, obra que además está basada en un hecho real horrible, en el que un carnicero se ofrece a ejercer de verdugo y a decapitar a un prisionero comunista. En la narración de Zweig se complejiza mucho más el asunto. Nos presenta una radiografía, un corte transversal de la sociedad alemana: el nazismo, todavía antes de la guerra, pero ya en pleno auge. Vemos cómo desde las clases más bajas hasta las más altas reaccionan a los acontecimientos políticos y sociales que implica el nazismo. Es una obra que tiene el foco puesto más bien sobre los perpetradores, no sobre las víctimas. Es un libro descarnado, terrible, y al mismo tiempo prodigioso, es de una gran profundidad psicológica, profético: ve lo que va a pasar con los nazis, incluso antes de que termine la guerra. En esa obra hay mucho de filosofía, psicoanálisis, historia… me tuve que documentar muchísimo para traducirla. Y al hacerlo me apasioné por ese periodo de la historia y me reafirmó en mis ganas de querer seguir traduciendo obras de ese periodo.
Entonces empecé a investigar acerca de mujeres; obviamente la primera que te topas es Anna Seghers, que es la escritora del exilio alemán, incluso más conocida que sus colegas hombres. Pero hay varias escritoras alemanas que no son ni remotamente tan conocidas como ella y algunas fueron a recalar a México. Están dos checas de la minoría germanoparlante, Lenka Reinerova y Alice Rühle-Gerstel. Y dos actrices: Stefie Spira, que regresó a Alemania, a Berlín Oriental cuando terminó la guerra, y otra que se quedó en México, Brigitte Alexander, que se cambió el nombre a Brígida Alexander y se integró totalmente al panorama teatral mexicano, incluso fundó una dinastía de actrices mexicanas. Pues resulta que estas mujeres en México son absolutamente desconocidas, incluso Anna Seghers. Vivió seis años de su vida exiliada en México y nunca se ha publicado aquí. Lo que se tradujo y retradujo siempre fue en España: Tránsito, La séptima cruz y La excursión de las niñas muertas. Y luego en Argentina se tradujo Crisanta, pero El verdadero azul, que junto con Crisanta conforma los relatos mexicanos, nunca se había traducido. A mí me parecía una cosa inaudita que no estuvieran traducidos en México. Por un lado, me pareció una barbaridad y, por otro, una enorme oportunidad de traducirla. Empecé a preguntar por los derechos a la editorial alemana. Me dijeron que estaban vendidos. Pero, de pronto, me mandaron un correo para decir que se acababan de liberar los derechos de Seghers.
En ese momento se me ocurrió pedir una beca al Gobierno mexicano, que es supergenerosa (el Sistema Nacional de Creadores de Arte, del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes), de tres años, que se da en todas las disciplinas artísticas y desde hace diez años también a la traducción como parte de las letras. Me postulé con las tres obras capitales de Seghers sobre y desde el exilio y con un librito de relatos sobre el exilio de Lenka Reinerova. Y me la dieron. Ya después de eso me puse a buscar editorial. Finalmente La Cifra, con la que ya había publicado otras obras, se entusiasmó con el proyecto, y ya salieron los primeros dos libros: Tránsito y La séptima cruz. Este año saldrá La excursión de las niñas muertas. Y habrá que ver si también pueden publicar a Lenka Reinerova. He vuelto a postularme para esa beca, en octubre sabré si me la dieron. En ese caso, habrá más posibilidades de traducir y publicar este pequeño tabique, Der Umbruch oder Hanna und die Freiheit, de Alice Rühle-Gerstel. Es una obra semiautobiográfica que escribió en México y versa sobre su primer exilio en Praga. Resulta extraordinaria en el sentido de que no solo es un libro antifascista sino también antiestalinista. La mayoría de los exiliados comunistas que llegaron a México eran estalinistas. Rühle-Gerstel y su marido, Otto Rühle, no lo eran, eso los llevó a vivir totalmente aislados en México, perdieron incluso trabajos por los tejemanejes y maniobras de sus coexiliados estalinistas que los ponían en mal con quienes les habían dado trabajo. Fue una vida muy difícil y de muchas carencias económicas. Rühle-Gerstel, además, nunca se sintió bien en México, siempre le resultó ajeno. Cuando su marido, Otto, que era veinte años mayor que ella, tuvo un infarto y murió, ese mismo día se tiró del tercer piso de su departamento. Esta obra se publicó de manera póstuma, en Alemania, cuarenta años después, en los ochenta. Se reeditó en los 2000. La conseguí, la leí y me pareció fascinante; espero que se publique porque realmente es una obra de una gran calidad literaria, a la par de las obras de Seghers.
Las décadas de 1930 y 1940 son una época histórica absolutamente relevante y sobre todo ahora, con lo que está pasando. Es muy importante, puesto que ya la mayoría de los testigos presenciales murieron por edad, por lo menos mantener vivos estos testimonios, lo que dejaron escrito para que no se olviden del todo las experiencias atroces, todo lo que pasó durante el reinado del terror fascista, no solo de los nazis, sino también de los estalinistas y de cuanto régimen totalitario hay por ahí. Es importante mantener la memoria viva y seguir publicando a autores que no solo escribieron de épocas históricas importantes, sino que además lo hicieron con una gran calidad literaria. Por eso espero seguir dedicándole muchos años de mi vida a este proyecto. Cuando se me acaben las escritoras que estuvieron exiliadas en México, seguiré con las que estuvieron en otros países, pero espero continuar porque da para muchísimo. Hay muchas obras que están perdidas y que a mí me encantaría recuperar.
Tras veintiuna Medallas Goethe a traductores, si no me equivoco, eres la primera mujer a la que se le concede. ¿Qué opinión te merece este hecho? ¿Crees que, al menos hasta ahora, las traductoras habéis sufrido una doble invisibilización?
Es una cosa tremenda. No había caído en cuenta que no había otra traductora entre los traductores premiados. Me dio tanto gusto ver que había tantos traductores que no noté que no había mujeres entre ellos, y eso que normalmente estoy muy despierta a este tipo de temas por obvias razones. Vi que había muchísimas mujeres premiadas en general y me quedé con eso. Y hay que decir que la mayoría de quienes se dedican a la traducción y la interpretación son mujeres. Me imagino que eso tiene que ver con que, justamente porque es una profesión muy anónima, las mujeres se dedicaban a esto. Los hombres escribían y aparecían con sus nombres; las mujeres traducían y ni siquiera se les daba el crédito en muchas ocasiones. Siento que no es casual que en los consejos directivos de las asociaciones de traductores haya tantas mujeres: primero, porque somos más mujeres que hombres y, segundo, porque estamos en la lucha de darnos a notar. Seguido hablo con las colegas sobre el tema, somos la mayoría y no se nos da el lugar que deberíamos tener. A pesar de que ha habido tantas luchas y tantos avances, no acaba de resolverse la invisibilización de las mujeres en general y, hablando del gremio, de las mujeres que traducen.
Eres miembra fundadora de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (Ametli), de la que has sido vicepresidenta y cuya presidencia acabas de dejar. ¿Cómo está la situación del oficio en tu país? ¿Ha habido algún avance desde que fundasteis la asociación en 2016?
Creo que el avance más importante que hemos logrado es que se ha hecho conciencia. Incluso entre los miembros traductores, porque los mismos colegas muchas veces no saben ni de contratos ni de sus derechos ni de la Ley Federal del Derecho de Autor. El primer paso para lograr que algo cambie es saber que se tienen derechos. Hemos logrado cierta visibilidad y empezar a crear conciencia entre el gremio y quiero pensar que también entre algunos editores. En México la Ley Federal del Derecho de Autor nos reconoce como autores de obra derivada y, por lo tanto, que tenemos los mismos derechos que los autores de obra primigenia. Ese simple hecho ha permitido que por lo menos algunos colegas obtengan mejores contratos, mejores condiciones laborales, que se respeten por lo menos sus derechos morales, aunque todavía no los patrimoniales, porque en México, en general, no se pagan regalías. Tiene apenas un par de años que el FCE empezó a pagar regalías del 1 %. Hasta donde sé, es la única editorial que lo hace. O una de las pocas. Debería ser una práctica generalizada, como lo es en otros países. Pero todavía eso no lo hemos logrado. Las editoriales se oponen. Algunas, las más grandes, porque va en contra de sus intereses comerciales; y las más pequeñas, porque a duras penas pueden mantenerse a flote, y después de la pandemia, peor. Es una situación muy adversa para nosotros. Y sin embargo pienso que si tenemos conciencia de que es un derecho avalado por la ley, y si no dejamos de insistir, quizá llegará el momento en el que se logre que nos paguen regalías, igual que logramos, después de mucho insistir, que casi siempre el crédito de traducción aparezca en la portada. Un logro importante es el Diplomado Ametli en Traducción Literaria y Humanística del inglés y francés, que no se aboca solamente a la teoría, sino a la práctica laboral: cómo negociar con una editorial, cómo hacer un contrato, cómo presentar una carpeta… Es el único diplomado que existe en México que tiene estas características pragmáticas, de modo que cuando se concluya la formación, se tengan mejores herramientas para entrar en el mercado editorial.
El jurado destaca también tu compromiso «para aumentar la visibilidad, la profesionalización y la creación de redes de su profesión en Latinoamérica». De hecho, nos conocemos porque coincidimos en la Alianza Iberoamericana para la Promoción de la Traducción Literaria (alitral), primero en tu etapa de vicepresidenta y luego como presidenta. Además, coimpartiste el taller de alemán en la primera Cantera de Colombia. ¿Qué importancia le das al proyecto de alitral? ¿Cuáles son los desafíos más acuciantes para el gremio en América Latina?
Una iniciativa como la de alitral es muy necesaria porque, aunque cada país tiene sus particularidades, tenemos los mismos problemas: las bajas tarifas, los malos contratos, las malas condiciones laborales, las fechas de entrega cortitas, la falta de reconocimiento… Entre más nos unamos, más fuertes somos. Además, creo que es muy útil que nos mantengamos informados de lo que sucede en cada país, ya sea para apoyar en situaciones difíciles, como ha sido a veces el caso en Argentina, o para aprender unos de otros. Es muy importante que nos espejemos en lo bueno y en lo malo para que tengamos un mayor campo de acción… y también para que no nos vean la cara. Entre más informado estás, más fundamento tienes para reclamar lo que te corresponde, para no dejarte cuando quieren pasarte por encima y no te quieren conceder lo que es tu derecho. Hemos hecho varios firmando a favor o en contra de algo. Da más fuerza decir que somos cuatro asociaciones que una sola. La unión hace la fuerza: es un cliché, pero tiene fundamento. Espero que la alianza siga trabajando. Es una iniciativa internacional valiosa porque permite que se articulen redes entre los países, ya no solo entre los traductores dentro de un país. Siempre te abrirá un panorama mucho más grande saber lo que pasa en otros países más allá de tus propias fronteras. Los centros editoriales de peso y donde, por lo mismo, más se traduce están en nuestros cuatro países [Argentina, Colombia, España y México]. Pero también hay asociaciones de traductores e industrias editoriales en otros países latinoamericanos, aunque sean más pequeñas. Quizá en un momento dado sería deseable ir integrando a más colegas de Ecuador, Perú, Guatemala… porque finalmente todos estamos subidos en el mismo barco, nos demos cuenta o no. Aunque pensamos que el camarote de al lado está vacío, no lo está. No tenemos conocimiento porque estamos separados en casillas nacionales que no nos permiten el acceso a este intercambio internacional. Esta parte internacional de alitral constituye su gran valor porque permite que las fronteras se expandan y que trabajemos y luchemos juntos.
Mateo Pierre Avit Ferrero cursó en la Universidad de Salamanca el grado en Traducción e Interpretación, y la maestría en Gestión Cultural. Le concedieron el I Premio Complutense de Traducción Universitaria «Valentín García Yebra» (publicado en VASOS COMUNICANTES). Participó en el segundo programa de mentorías de la asociación. Se dedica a la traducción editorial del francés y alemán. Es socio de ACE Traductores y ha sido vocal de la junta rectora y su representante en alitral.
Extraordinaria persona, Claudia Cabrera. Entusiasma leer esta entrevista y conocerla.
Y gracias, entrevistador.
Muchas gracias a ti, querida mentora.