Lunes, 2 de septiembre de 2024.
Núria Molines Galarza ha traducido del inglés la obra de Catherine Lacey Biografía de X, Alfaguara, 2024.
Sinopsis de la obra
Estamos en un Estados Unidos distópico, en el que, tras una nueva guerra de secesión, el Territorio del Sur se ha aislado tras un muro y ha instalado una dictadura fascista y teocrática. C. M. Lucca, viuda de una influyente y controvertida figura cultural que se hacía llamar X, emprende la tarea de escribir una biografía de su difunta mujer. Al iniciar sus investigaciones, comienza un viaje fatídico por el oscuro y misterioso pasado de X ―que ha sido artista de performance, cantante, productora, editora, escritora, iconoclasta―; un recorrido que la llevará a adentrarse en el Territorio del Sur, a desenmascarar todos los nombres e identidades que adoptó su mujer, a deconstruir y reconstruir el rompecabezas imposible de la identidad.
Una biografía entendida como caja de Pandora. Una novela que juega con los límites de la ficción desde el primer momento, con Emma Goldman como gobernadora, X como autora del «Heroes» de Bowie o compañera de escenario de Kathy Acker en un espectáculo erótico en Times Square, con un Estados Unidos paralelo que Lucca va recomponiendo a medida que va descubriendo quién era en realidad su mujer y va desentrañando lo que ha sido su matrimonio. Una novela sobre la ceguera que impone a veces el amor y sobre las ficciones de la identidad.
Comentario de la traductora
Antes de entrar en lo concreto de la traducción, un par de notas sobre lo que propone Catherine Lacey para entender lo que he intentado hacer con la versión española. Tras la portadilla y créditos de rigor, aparecen unas páginas que van del negro al gris, un degradado cromático que nos hace entrar en el reino de la ficción: se abre el telón. Aparece entonces otra portadilla y otros créditos, que siguen la misma maqueta, pero con los datos bibliográficos de la obra Biografía de X, escrita por C. M. Lucca, primera edición de 2005 en Farrar, Straus y Giroux. En todo lo que sigue, el cuerpo de la biografía, Lucca llena la obra de notas con referencias a los archivos de X, artículos de prensa, libros, materiales de consulta, fotografías de hemeroteca y archivos personales. Al final del libro llegaremos a encontrar la nota biográfica de Lucca, su fotografía y, si buceamos por internet, hasta podremos leer una entrevista que ha concedido.
Ante tal aparataje metaliterario, creí conveniente seguir/traducir con total seriedad el juego de Lacey y dar entidad real tanto al sujeto de la biografía, X, como a Lucca, su autora, además de a todos los materiales bibliográficos y paratextuales. Diseñada la estrategia (en mi cabeza, al menos), le expliqué a Lacey lo que tenía en mente, le gustó, me dijo que avanti y me lancé a ello.
Así, la pregunta del millón de dólares era, ¿cómo traducir la estrategia metanarrativa? ¿Por qué no creer, como traductora, durante cuatrocientas y algo páginas, que X había existido y que mi autora era C. M. Lucca y no Catherine Lacey? ¿Por qué no creer que Estados Unidos había estado separado en tres territorios tras una guerra? Para eso, claro, yo no podía ser yo ni la cultura meta podía ser del todo la cultura meta. Así que de mi nombre saqué un anagrama, Marion Saralegui Lanz, y me inventé una semblanza para ella. Si Lucca había ganado un Pulitzer y en el Territorio del Norte de Estados Unidos la atención psicológica era gratuita, por qué no iba Saralegui a ganar un Nacional de Traducción por haber traducido al poeta Fred Astaire y a las filósofas de la generación beat. Si X había escrito un libro con el pseudónimo de Clyde Hill y aparecían fotografías de ese libro ―que había existido como objeto―, por qué no se habría traducido al castellano ese título y por qué no en Alfaguara ―claro, tendría sentido― y por qué no lo habría traducido India Pellisa, y por qué no meter una imagen en la versión castellana, para seguir la estrategia del original:[1]
Si en cualquier ensayo o biografía, cuando hay versión castellana para las referencias que nos da la autora, las incluimos, ¿por qué no hacer lo mismo? Pero, para hacerlo, había que afinar el cómo, no valía con dejar caer nombres al azar, ya que la propia Lacey no había diseñado al tuntún el aparataje bibliográfico de la ficción (con más de 200 notas al pie): las autoras y autores que aparecen, en la mayoría de los casos, son reales, pero quizá escribieron otras obras; en otros casos, el título es real, pero la autora tiene el nombre algo cambiado. Así, Lacey tuerce y retuerce el polisistema literario y mediático estadounidense y diseña uno alternativo, pero creíble y factible, que a veces nos hace caer del todo en la trampa y otras nos saca una sonrisa. Para trasladarlo de la mejor manera posible, tuve que diseñar un polisistema literario español alternativo, que mezclase nombres reales con falsos, con referencias más o menos claras a compañeras traductoras y a editoriales. En todo momento, la brújula fue: ¿dónde se habría publicado esto en España y quién podría haberlo traducido?
Así, en este polisistema paralelo, Julia Lobuna traduce para Quinto Piso; Santiago Cea se encargó de Mi padre, el destilador, de Offut; Gabriel López Tiza se especializó en ensayo histórico; Eva Gala suele hacer poesía para Kriller72; Alberto Esmerado, ya jubilado, nos dejó grandes traducciones sobre el Territorio del Sur; Mario Enguix, siempre con textos políticos a cuestas, es habitual de Capitán Blues y se ha encargado de las completas de la gobernadora Emma Goldman; Laura Aguilano consolidó su carrera en Consonnante, microeditorial bilbaína; Carlos Menor, especialista en arte, hizo, como no podía ser de otra manera, las traducciones de los catálogos y las exposiciones de X, que llegaron al Reina Sofía y editó Taschen. Rita de Prado, gran traductora de biografías, se encargó de la primera que hubo de X, obra de Theodore Smith, que salió en Tusquets allá por 1998; Pelayo de Lidia hizo la versión española de la crítica que formuló Hito Steyerl a la obra de X, aquí en Beta Decae. También tuvimos la suerte de ver la filmografía de X en el festival de cine independiente y de autor Punto de Vista.
Por si todo esto no fuese suficiente rompecabezas, buena parte de las palabras de X ―que leemos a través de las entrevistas, cartas, textos de sus obras, conversaciones recordadas, grabaciones― y de la propia narradora no son del todo suyas, son un gran conglomerado intertextual, que la autora acredita debidamente una vez salimos de la ficción ―páginas degradadas de gris a negro mediante, se cierra el telón―. Así, en todo el crisol de voces de X ―que también se llama Clyde Hill, Cassandra Edwards, Cindy O., Martina Riggio, Věra―, y también de la narradora, está la Sontag de los diarios, está la Susan Howe ensayista, está Kathy Acker, está Fleur Jaeggy, está Chris Kraus, Jean Rhys, está David Bowie, está Tom Waits, está Lou Reed, está Dorothy Parker… En ocasiones encajó mejor traducir directamente las citas camufladas, en otras, seguir la traducción publicada; todo aparece consignado en las notas del final. La documentación fue ingente, pero esas notas finales en las que Lacey desnuda el dispositivo referencial son también una ventana a la mesa de trabajo y a las herramientas con las que construye las voces de la obra. En algunos casos, no solo hice referencia a las citas explícitas de las traducciones empleadas, sino a obras originales en castellano cuya formulación encajaba con el original inglés. Véase, por ejemplo, cuando Lacey usa a Jaeggy para decir «One realizes everything later» y yo escribo «Una lo empieza a comprender más tarde»; ahí, claro, no pienso en Jaeggy, pienso en Gil de Biedma y su «No volveré a ser joven».
X/Lucca son un caleidoscopio de voces que van de la alta cultura a la cultura pop a la contracultura setentera estadounidense. Todos esos cambios tonales de los mil personajes de X requirieron también mucho trabajo de filigrana lingüística para encontrarle el estilo ―a veces más faltón, a veces más punki, a veces más de señoritinga, a veces más pedante, a veces activista, a veces más esnob―. A su vez, la cuestión del género lingüístico me trajo no pocos quebraderos de cabeza, pues, en ese Estados Unidos distópico, la norma es lo femenino ―dominan el mundo del arte, de la música, de la cultura, cuesta mucho hacerse un hueco siendo hombre―, de ahí que haya feminizado en buena medida los referentes y los neutros.
Lo más difícil (y hermoso) de este viaje con Biografía de X ha sido confiar a ciegas en la verdad de la ficción para que el juego metaliterario no se detuviese con la traducción, que esta no fuese un freno para el texto, del mismo modo que tampoco nos gusta planchar el estilo. Por tanto, ha sido importante llevar bien la cuenta de ficciones aumentadas, no fuera que alguna no fuese coherente ―fechas de publicación, nombres de lxs traductorxs, editoriales en las que se publicaban los libros― y nos rompiese un poco el espejismo. Se llegó a plantear incluir una foto de la traductora falsa junto a la biografía ―a la autora le encantaba la idea―, pero, claro, la ficción tiene sus límites.
[1] Gracias a José Luis Rodríguez, mi editor de mesa, que ha dicho que sí a todo lo que se me iba ocurriendo y lo ha hecho posible. También tuvo el maravilloso ojo de pedir que la maqueta de la cubierta del libro fuese noventera, como los Alfaguara de la época en la que se «publicó» la obra.
La sección de NOVEDADES TRADUCIDAS ofrece a los traductores un espacio donde analizar las dificultades a las que han tenido que enfrentarse al traducir una obra concreta. Animamos a todos los traductores a colaborar: véase la plantilla en este enlace.