La relación entre el traductor y el autor, I

Viernes, 13 de agosto de 2021. 

A finales de junio, María Alonso Seisdedos envió a la lista de distribución de ACE Traductores un artículo de Benjamín Rosado, publicado en El Mundo, titulado «Las correcciones de Las correcciones: El despecho del traductor de Franzen», en el que se cuenta la complicada relación de Ramón Buenaventura con el autor. Dice Rosado:

Si no se puso en contacto con Franzen para aclarar las dudas que le iban surgiendo fue por decoro profesional. «Jamás he preguntado nada a ningún autor, ni siquiera a Anthony Burgess, con quien llegué a tener confianza y cuyos textos me plantearon, a veces, dificultades enloquecedoras».

Recuerda Buenaventura que, a falta de cien páginas para terminar el trabajo, la editora española le envió copia de las respuestas que Franzen había ido dando a las consultas de los traductores del libro en otros idiomas. «Eran cerca de seiscientas dudas, que el autor resolvía con una paciencia y una prolijidad verdaderamente asombrosas». El momento crítico llegó cuando Seix-Barral mandó a Franzen las primeras ciento y pico páginas traducidas al castellano. «La respuesta del autor superó con creces las peores predicciones que cualquier Casandra habría podido hacer» cuenta Buenaventura. «Hubo que perder el tiempo en necedades como convencer al autor de que en español no es error sintáctico colocar un adjetivo delante del nombre».

Este, y otros párrafos, dieron pie a un animado debate que reproducimos a continuación:

Rosa Pérez: Muy interesante el artículo. Me he sentido identificada en bastantes cosas, aunque yo jamás he tenido acceso al autor cuando he traducido novela. Recuerdo haberlo pedido expresamente para El mar de coral, un compendio de poemas de Patti Smith que, al menos para mí, eran incomprensibles. La editorial me dio largas y, aunque intenté ponerme en contacto con ella directamente, no hubo manera. Tuve que apañármelas sola y no estoy nada satisfecha del resultado.

¿Alguno de vosotros tiene acceso a los autores que traduce?

Carmen Francí: Algunas veces me he puesto en contacto con el autor. Si es poco conocido, todavía tendrá su correo electrónico visible en algún sitio: su página web, por ejemplo. En un par de casos me han contestado a vuelta de correo (lo que en el mundo digital quiere decir que fue inmediato).

Si ya es un poco más célebre, lo normal es utilizar la editorial como paso intermedio: ellos sí suelen tener contacto (aunque sea por agente interpuesto). Envías un texto que tras pasar por muchas manos, algunas veces te llega devuelto con respuestas. Ni el editor español ni los demás intermediarios parecen tener nunca ganas de favorecer el contacto directo.

Pero si es Patti Smith… entiendo que no esté muy disponible. Para mi generación fue (es) todo un mito. Ahí la cadena de intermediarios igual es infinita.

Laura Bailo: Yo la verdad es que sí suelo tener acceso a los autores, pero porque traduzco para editoriales independientes y chiquititas que me proporcionan los contactos o porque son los autores quienes me contactan directamente. De hecho, durante una de mis últimas traducciones (Somos imposibles de Matthew J. Metzger), tenía al autor directamente a mí lado, porque vivo con él. No se libró de un par de collejas con frases imposibles de trasladar al castellano debido al género de une de les personajes. Creo que lo comenté en la ficha que envié para las NOVEDADES TRADUCIDAS de VASOS COMUNICANTES.

Jesús Cuéllar: Yo sí me he puesto en contacto varias veces con autores. En ocasiones he buscado directamente la dirección por internet y en Twitter y normalmente la respuesta ha sido positiva y han respondido a mis dudas. Incluso alguna «vaca sagrada» del hispanismo. Otras, el contacto ha sido a través de la editorial. En estos casos, como dice Carmen, ha sido más trabajoso, o bien porque a la editorial no le gusta hacer estas labores de intermediación o porque el autor no está muy dispuesto a colaborar…

Huy, traducir a Patti Smith… qué interesante y qué arduo, porque tiene tendencia a irse por los cerros de Úbeda…

Irene Oliva Luque: En mi caso, las pocas veces que he querido contactar con alguna autora, he tenido la doble suerte de que la editorial me lo ha puesto muy fácil y de que las autoras han sido unos soletes y han estado encantadas de que les escribiera para preguntarles mis dudas.

Hubo una, Janice Galloway, para más señas, a la que en agradecimiento le envié la lista de canciones que aparecían en su libro (eran temazos de los años 50, 60 y 70) y que yo había ido recopilando en Spotify para ponérmelas como banda sonora que me inspirara en la traducción. A la mujer aquello le pareció un detallazo y, por lo visto, hasta se emocionó.

María Teresa Gallego: Como dice Carmen, lo más lógico es pedirle el contacto a la editorial. No lo he hecho muchas veces, pero sí una cuantas. Hace mucho, pude consultar a Marguerite Duras a través de su agente (y contestó enseguida). Le Clézio contestó hace poco a unas dudas a través de Lumen. En los demás casos me pusieron directamente en contacto con el autor (Modiano por correo postal y de puño y letra, no es muy amigo del correo electrónico; Amin Maalouf y Annie Ernaux por correo electrónico, y Jonathan Littell; Pierre Michon por teléfono, Édouard Glissant, cuando vivía, a través de su mujer, también por correo electrónico). Y todos han sido siempre encantadores. Ah, y hace años, Olivier Rolin, con quien primero hablé por teléfono y, cuando vino a Madrid, vino a cenar a casa y le dieron las dos o las tres delante del Ribera del Duero. La verdad es que he tenido siempre mucha suerte.

Alicia Martorell: Yo siempre he dicho que prefiero los autores muertos, porque no dan la tabarra, y el caso de Franzen es la muestra clarísima.

Por suerte, es lo que he traducido casi siempre y, bueno, tienes que interpretar porque es como si se hubiera trazado una raya sartriana al final de la obra y lo que queda es lo que hay, sea como sea, pero eso me gusta, no me siento segura con un autor que venga a decir qué tengo que leer en su texto. Cuando el autor está muerto, consultas quizá a especialistas, si es lo suficientemente importante como para tenerlos, pero tú decides qué estás leyendo, si hay una errata o no, si una cosa debe interpretarse así o asá y es muy enriquecedor para nuestro trabajo.

En cualquier caso, reconozco que sí está bien que puedas consultar posibles errores, que tú ves porque tú lees así, pero que quizá el autor, el revisor, el editor no han visto.

En Francia, donde el editor tiene más peso que el autor de todas todas (algo así como los productores de películas americanas), muchas veces el traductor es el encargado de pastorear al autor, al contrario que aquí, y de resolver posibles conflictos, consultar (o no) cambios y tenerlo contento con la traducción. Recuerdo un caso divertidísimo de una autora muy conocida, que vende (vendía) muy bien, pero tiene muy poco seso, a quien se le morían los personajes varias veces por novela, se teletransportaban de una ciudad a otra por la noche, y la traductora tenía que resolver esas cosas con ella y arreglar el texto, porque en Francia los textos siempre salen arreglados.

Cuando he traducido a autores vivos, algunas veces me he puesto en contacto con ellos, pero solo si era indispensable. Si lo que tengo es una duda, antes me mataré a resolverlo y hablaré con cien personas que hablar con el autor, quiero que mi perspectiva se mantenga fresca y leer lo que leo. La mayor parte de los autores vivos con los que he hablado eran muy amables, pero muchas veces ha sido bastante tenso. Yo traduzco mucho ensayo y las cosas que le tendría que decir a un autor nunca son bonitas así que, si puedo, me abstengo. Son cosas que se resumen en «¿leñe, podrías comprobar, por favor?». Por ejemplo: «Te has equivocado quince veces en el número de página, es imposible que estés manejando la edición que dices que manejas», «Ese autor que citas de tercera mano, ¿tienes alguna referencia de primera mano que yo pueda manejar?» (eso no lo digo nunca, solo me sale humo por la nariz como a los bisontes) o «estos tres libros que tienes en la bibliografía no existen» o «¿Guardas en tus fichas los números de página de tus treinta y cinco citas del Ulises? Es un poco difícil encontrarlas a pelo» (esto tampoco lo digo, me muerdo la lengua. En tiempos del papel, me preciaba de ser capaz de encontrar una cita del Ulises traducida al francés casi al tacto, qué remedio, los autores muertos también citan a Joyce sin número de página).

Digamos que el ensayo francés es un poco «olé olé» (que dirían ellos mismos) con el sistema de referencias. Les va en el ADN, no citan bien, es lo más suave que se podría decir, así que te haces a ello. Tienen una forma de pensar mucho más personalista que los anglosajones. Yo no soy anglosajona, pero creo en la ciencia y me parece que las citas sin referenciar adecuadamente en determinados contextos entorpecen la evolución del pensamiento, son disolventes. Por eso enseguida entro en un ciclo curioso de amor-odio que va a marcar el tiempo que pase con él y que tiene su punto a la hora de traducir.

Otras veces he tenido autores simpatiquísimos con los que he mantenido una muy buena relación. Y en la vida anterior, iba a las presentaciones, los llamaba cuando iba a Francia, me tomaba cafés y con algunos sigo manteniendo el contacto. Unas veces los he encontrado por la editorial (las menos), otras veces he encontrado su correo (y eso ya te dice que es alguien asequible) y ahora los encuentras por Twitter, es infalible. Por eso yo ahora cuando empiezo un libro una de las primeras tareas es localizar en TW a las personas con las que podría tener que ponerme en contacto (autor, si está vivo, especialistas, autor de la edición, del prólogo).

Solo una vez tuve que trabajar con un fantasma. La viuda de Braudel estaba encima (pero encima) de todos los traductores. Sabía toda la obra de su marido de memoria, leía todo el texto y lo llenaba de comentarios (generalmente muy pertinentes) elegía o aceptaba personalmente a todos los traductores y también los llevaba a comer y a cenar para conocerlos mejor. Luego supe que todos los traductores de Braudel han pasado por la experiencia «Mme. Paule» y parece ser que era capaz de encontrarte todos tus errores escribas en el idioma que escribas. A mí me encontró unos cuantos, eso sí con un tacto y un respeto infinitos. Fue una buena experiencia.

Daniel Najmías: Alicia, me ha recordado de inmediato a Véra Nabokov y un artículo de Miguel Martínez-Lage sobre Nabokov y la traducción publicado en VASOS COMUNICANTES 21: «La traducción chez Vladimir y Véra». Hay también un libro magnífico sobre el papel de Véra en –entre otras cosas– las traducciones de la obra de su marido: Véra, señora de Nabokov (Alianza Literaria), de Stacey Schiff, traducción del mismo MML.

Alicia Martorell: La verdad que Mme. Braudel era todo un personaje. Yo era bastante imberbe y, aunque el texto que estaba traduciendo era muy poco «braudeliano», sí tenía una introducción más técnica y, desde mi soberbia primeriza, me tomé la libertad de volver a traducir esos términos que me parecían tan horrendamente traducidos al español (en la época en que se tradujeron los primeros Braudel, todo era muy literal y muy pegado al original) y me mandó una notita muy amable, diciéndome que hubiera entendido que en una retraducción de un texto clave me plantease refundar la terminología braudeliana en español, pero que un prólogo era cosa de poco y era mejor no crear demasiada confusión, así que volví a poner «larga duración» y «evenemencial» porque tenía razón. Eso da una pista del nivel de control que tenía. No he olvidado esa lección nunca y lo he repetido en clase montones de veces.

Concha Cardeñoso: pues yo también he tenido la suerte de poder ponerme en contacto con mis autores. Trabaja una con más seguridad cuando puede consultar las dudas con ellos, va más sobre seguro y eso es un alivio. Salvo en el caso de Maggie O’Farrell, que al principio fue a través de la editorial y de sus agentes, siempre he podido hablar con ellos en directo, en general por correo electrónico, que me facilita la propia editorial previo requerimiento mío.

Solo he tenido un caso de «tío raro», que no quiso que le escribiera (sus dos libritos me resultaron deliciosos, divertidos, originales y de reto, sobre todo cuando me tocó traducir la «Oda al haggis», de Robert Burns, que el autor reproducía en la obra), y otro de una autora estadounidense que creía saber algo de castellano y además pidió colaboración a una amiga suya sudamericana. Aquello fue un calvario, porque iba leyendo mi traducción por capítulos y mandándomelos (después de verlos su amiga) con montones y montones de puntualizaciones, incluso cuando su amiga le había dicho que todo estaba bien e incluso algunas cosas muy muy bien. Aquella vez trabajé el doble y, además, el libro no era para tanto, ni mucho menos. En fin, cosas veredes…

En otra ocasión, la editorial no quería aceptar mi propuesta de título so pretexto de que la autora quería otro, pero resultó que, hablando con ella, descubrimos que le habían dicho que era yo la que proponía otro (el que había pensado la editorial, por cierto). Así que nos aliamos y al final, después de ardua lucha y montones de argumentación, celebramos con alegría que aceptaran el que proponía yo.

Por lo demás, siempre han sido muy amables y se han dejado acribillar a preguntas sin protestar, tanto los de inglés como los de catalán. E incluso tengo que agradecer enormemente a Jaume Cabré que en una ocasión dijera en público: «¡Qué bien escribo en castellano!».

Palmira Feixas: Yo también soy afortunada en el trato con los autores. Como suelo traducir para editoriales independientes, siempre me proporcionan el correo del autor para que le plantee mis dudas. En el caso de grandes grupos, la cosa se complica un poco, pero lo intento de todas formas.

Joaquín Garrigós: Yo sí he tenido bastante contacto con mis autores vivos. Hay que tener en cuenta que a la mayoría los propuse yo, no fueron encargos editoriales.

Mi experiencia es variada. La mayoría me atendieron bien y me resolvieron las dudas que les había planteado. Con uno de ellos incluso hice un recorrido por una zona donde se desarrollaba parte de la acción del libro.

Otros, los menos, no me resolvieron nada. No es que no respondieran, sino que lo hacían con vaguedades que no aclaraban nada.

Rita da Costa: Lo que cuentas de Penguin Random House no es que me extrañe, pero llevo unos cuantos años traduciendo para ellos y, aunque no me lo ponen tan fácil como las editoriales pequeñas e independientes, que se desviven por el libro, siempre han acabado pasándome los datos de contacto del autor (por lo general, la dirección de email). A menudo con profusión de intermediarios (sobre todo si anda el Chacal de por medio) y largos vericuetos, eso sí. Pero siempre he podido plantear mis dudas a los autores vivos (para los muertos uso la ouija con gran provecho). Es cuestión de insistir, supongo, de hacer hincapié en que los textos no son unívocos y que resolver dudas de interpretación redunda en beneficio de todos.

Debo decir que siempre he tenido mucha suerte y nunca me he visto privada de ese canal de comunicación que me parece esencial, porque soy muy preguntona. En algún caso (pienso en Ngugi Wa Thiong’o, publicado por Rayo verde) la traductora al catalán, Josefina Caball, y yo nos pusimos de acuerdo para unificar nuestras dudas en un solo documento y no abrumar al autor, y eso estuvo muy bien porque además descubrí dudas que no me había planteado y mi traducción mejoró gracias a ese intercambio.

Creo que, en general, los autores agradecen poder aclarar cuestiones de sentido y contexto, y nunca he tenido una mala experiencia. Bueno, salvo por la vez que me llamó un autor directamente a casa para preguntarme con malos modos por qué le había cambiado el texto… y, presa de sudores fríos, sospechando una demencia precoz, abrí mi documento de Word y descubrí que no había sido yo quien le había cambiado el texto (más tarde supe que el corrector de turno había decidido enmendarle la plana porque, y cito textualmente «no me gusta el estilo de este autor»; nunca sabré si el autor agraviado me creyó cuando le juré y perjuré que yo le había sido fiel, snif). Pero vaya, en ese caso no fui yo quien acudió al autor, sino al revés.

Así que, sea cual sea la editorial, creo que es importante insistir en que nos faciliten los datos de contacto del autor, salvo que éste haya indicado expresamente que no se haga (como le pasó a Víctor Canicio, traductor de Handke, al que contestaron, cuando quiso ponerse en contacto con el insigne austríaco: «Al señor Handke le angustia la posibilidad de que lo traduzcan» y «no le importan las traducciones»). Genio y figura. La respuesta de Canicio, en una célebre y finísima nota del traductor (que hoy sería impensable publicar), también tiene su miga. Sólo diré que acaba así: «De manera, lieber Peter, que todo lo que te suceda en otras voces te lo tienes hasta merecido».

María Teresa Gallego: Debo decir que con Penguin no tengo ningún problema en ese aspecto (ni en los demás tampoco, por cierto).

Rita da Costa: Yo tampoco, conste. Pero veintipico años dan para muchas anécdotas y vicisitudes. Y Penguin hace mucho que dejó de ser una editorial para convertirse en una editorial de editoriales, y cada sello tiene sus peculiaridades.

(Relación traductor-autor, segunda parte)

Ilustraciones: serie de acuarelas de Joan Rieradevall, «Torres de Babel», para VASOS COMUNICANTES