Lunes, 1 de junio de 2020.
Les amistats traïdes, de David Nel·lo, publicada en febrero de 2020 por Enciclopèdia Catalana, Premi Sant Jordi 2019, es una de las aportaciones más recientes a la lista de novelas con traductores que va elaborando VASOS COMUNICANTES con ayuda de los lectores. La lista es llamativamente extensa, especialmente si tenemos en cuenta la tradicional invisibilidad del traductor. Aunque, bien pensado, no se nos ha ocurrido hacer listas de novelas con médicos, astronautas o mujeres de la limpieza y comparar si estas son más o menos extensas que la nuestra. En cualquier caso, y precisamente por la susodicha invisibilidad, se diría que los traductores tenemos cierto empeño en saber cómo nos ven los demás y qué imagen pinta de nosotros la literatura. Tal vez por ese motivo, tantos escritores que son a su vez traductores, como el propio David Nel·lo, incluyen algún personaje traductor que, en algún momento, habla sobre el oficio. No vamos a contar aquí el argumento de la novela, complejo y divertido por méritos ajenos al tema que nos ocupa, sino que nos centraremos en lo nuestro: qué retrato va componiendo nuestra lista, qué descripción de nuestro oficio transmite la literatura.
En Les amistats traïdes tenemos a un personaje traductor que, si bien no es protagonista, sí es oyente y narrador de gran parte de la historia. Encaja así con la descripción de Lorena Paz López a partir de Corazón tan blanco y El viajero del siglo: persona viajera, de vasta cultura, leal y de confianza, receptor de la historia que se convierte en eje de la novela.
El personaje, Sebastià Togores, pasa una breve temporada en una residencia para traductores en ejercicio situada en Suiza: de hecho, el propio Nel·lo incluye en los agradecimientos al equipo del colegio de traductores Looren y su invitación a pasar varias temporadas en Wernetshausen.
Y yo, en mi refugio de traductores, rodeado de la niebla suiza, traduzco las palabras del músico italiano al catalán mientras escucho el sonido de las piedras del Camerún; todo un cóctel de líneas narrativas con voces diferentes que se me mezclan en el cerebro (p. 47).
Allí convive con otros traductores:
Ha sido agradable, hemos hablado del oficio, pero cuando lo hacemos surgen también inevitablemente anécdotas de los países, las costumbres y las maneras que tenemos de hacer las cosas. A mí eso siempre me interesa y, mientras escucho a mis compañeros de estancia, intento imaginarme cómo debe de ser la vida de un traductor en Israel, en Grecia o en Alemania. La conversación nos abre ventanas y, cuantas más ventanas tengamos en la cabeza, mejor podremos traducir. Porque, al fin y al cabo, lo que queremos –o lo que yo quiero— no son solo ventanas para traducir sino para entender el mundo y la gente que vive en él (p. 65).
La conversación nos abre ventanas y, cuantas más ventanas tengamos en la cabeza, mejor podremos traducir. Porque, al fin y al cabo, lo que queremos –o lo que yo quiero— no son solo ventanas para traducir sino para entender el mundo y la gente que vive en él
No sabemos si físicamente Sebastià Togores da el tipo de traductor (sea ese el que sea), pero sí que uno de sus colegas no parece encajar en lo que tiene que ser un traductor literario:
La primera vez que lo vi, su físico y su aspecto me sorprendieron. Emmanuel es armenio y parece cualquier cosa menos un traductor literario. Tendrá cincuenta años largos, es bajito y, cuando sonríe, descubre unos cuantos dientes de oro (p. 28).
La narración avanza y Nel·lo pone en boca de Sebastià Togores reflexiones que solo puede hacer un traductor:
Hay alguna cosa mágica en el arte de la traducción: lees el texto original, intentas aprehender todo su significado e inmediatamente registras los cajones y cajoncitos que tienes en la cabeza para encontrar el equivalente de aquellas frases en tu lengua. Pero no solo es eso; está también el placer de decidir cuáles son las palabras más adecuadas, más exactas, las que satisfacen tu oído de traductor. Todo el ejercicio es casi una práctica de meditación en la que recibes y das, y donde has de mantener los sentidos aguzados y despiertos. Así, el agua que corre por un río de lengua pasa a otro, un afluente, y la corriente sigue su curso al mismo tiempo que cambia de color, de tono, de gusto (p. 38).
Así, el agua que corre por un río de lengua pasa a otro, un afluente, y la corriente sigue su curso al mismo tiempo que cambia de color, de tono, de gusto
En la residencia del traductor de Suiza, aparece un viejo amigo del padre de Sebastià Togores. Este le cuenta lo que ha sido de su vida a partir del momento en que se fue rompiendo aquella antigua amistad: gracias a una serie de circunstancias un tanto insólitas, el escritor, llamado Markus Bachtel, ha conocido la fama mundial. Nel·lo aprovecha para hablar de la traducción, pero ahora desde el punto de vista del escritor:
Me reunía con mis traductores extranjeros y definía las líneas que tenían que aplicar para traducir mi novela a sus lenguas respectivas. Recuerdo que en esto Günter Grass me ayudó mucho un día que comimos juntos en París. Me dijo, con su mirada siempre un poco triste, su bigote de morsa y su inseparable pipa: «Querido Bachtel, tienes que ser tú el coordinador de las traducciones porque, si no, se te comerán vivo y los distintos Inviernos de terciopelo acabarán siendo Inviernos de lana o Inviernos de seda, o lo que se le ocurra al traductor de turno en aquel momento, demasiado listillo o convencido de que tiene que dejar su huella personal en la traducción». Y tenía toda la razón del mundo. Gracias a este consejo pude revisar la versión islandesa, hecha por una encantadora (pero dudosa) traductora y, con la ayuda de la escritora Ragney Rafnkelsdóttir, la retradujimos con mayor fidelidad al original (p. 140).
El escritor prosigue:
–¿Has pensado alguna vez en escribir? Me refiero a escribir cosas propias, no de otros. Ya sé que me dirás que un traductor también es escritor, que hay una parte enorme de creación en tu oficio, que tienes una voz personal, que si eso o aquello. Todos estos argumentos los he oído cientos de veces en boca de mis traductores cuando he hablado con ellos de estas cuestiones. Pero Markus sabe que escribir es otra cosa: es una bomba que te estalla en el interior y que después emerge convertida, según el caso, en fragmentos dulces o rabiosos de metralla (p. 200).
Sirvan estos breves extractos como teselas para el mosaico que va componiendo nuestra lista de obras literarias con traductores. Y a quienes se hayan quedado con ganas de leer el libro, cabe recordarles que todavía no está traducido al castellano.
Traducción de los textos citados de Carmen Francí.
Entrevista en La Vanguardia a David Nel·lo.