Mis librerías favoritas, I

Martes, 2 de junio de 2020. 

Iniciamos una serie sobre librerías para la sección el CENTÓN con las participaciones de los miembros de la lista de distribución de ACE Traductores.

Portada de The New Yorker, junio de 2008

Carmen Francí:

La ilustración de The New Yorker ya lo dice todo…

Pero ahí va la pregunta del CENTÓN, ¿dónde compras los libros? ¿Cuáles son tus librerías favoritas?

Marta Sánchez-Nieves:

Hace ya unos años decidí concentrar la compra de libros en la Feria del Libro de Madrid. O en los viajes de vuelta a los sitios donde he vivido (Cálamo en Zaragoza y la Librería de las Mujeres en Tenerife). Cada vez tiro más de bibliotecas, qué le voy a hacer. Cuando no puedo esperar, porque quiero tenerlo ya o porque es un libro de consulta, recurro a la librería «familiar», la librería Diógenes de Alcalá de Henares, que ya están acostumbrados a las peticiones tan sui generis que les hago. Y fijaos la coincidencia: abrió sus puertas el 20 de abril del 90.

Núria Molines:

En Valencia suelo comprar en la que está al ladito de mi casa, en la Tirant y a veces en la Bartleby, que me pilla un poquito más lejos, pero tiene un fondo estupendo, sobre todo de cómic; además, tiene una programación buenísima, siempre hay algún sarao montado. Por otros lares, tenemos a las estupendas libreras de la Ochenta mundos de Alicante (ahora tienen esta campaña de micromecenazgo para apoyar la continuidad de la librería, por si os interesa). En Pamplona, la Ménades, que tiene una selección de aúpa y pocas novedades impuestas por la distribuidora (por no decir ninguna). Siempre que voy a Madrid paso por Nakama, que es como volver a casa. Y, la más singular de todas y que os recomiendo que la visitéis si tenéis ocasión, es la librería Primera Página de Urueña, Villa del Libro, un pueblecito medieval amurallado donde casi hay más librerías que habitantes; he tenido la suerte de dormir en la librería (por una presentación de un libro) y fue una experiencia preciosa. En todas estas librerías (por si os pillan lejos) se puede hacer el pedido por la web y te lo mandan a casa. También han sacado la iniciativa Para seguir leyendo (en la que participan varias, como Nakama y Primera Página), donde se pueden comprar vales para cuando todo esto pase.

Jaime Valero:

Por mi parte, llevo unos años viviendo en Fuenlabrada y lamentablemente no tengo cerca ninguna librería que valga la pena destacar. Con la honrosa excepción de Generación X, una estupenda tienda de cómics regentada por un grandísimo lector con el que puedes tirarte las horas muertas charlando de tebeos. Al igual que comentaba Marta en su mensaje, cada vez tiro más de bibliotecas, ya que en Fuenla hay muchas y muy buenas, y así de paso subsano un poco el acuciante problema de espacio en casa, donde entre tantos cómics, libros y discos ya es casi imposible que entre nada más.

Pasé parte de mi infancia y primera juventud en un pueblo de la sierra madrileña llamado Collado-Mediano. Allí aún sobrevive una pequeña librería llamada HG, con un librero de pura cepa que durante años me recomendó muchos libros e incluso me prestó algunos cuando no tenía dinero para comprarlos. Hace años, Antonio Muñoz Molina le dedicó un artículo en El País, que podéis leer aquí por si os interesa.

El Bibliotecario, de Giuseppe Arcimboldo, 1566

Alicia Martorell:

Yo en Granada suelo comprar en Ubú Libros, libro nuevo y antiguo, encantadora, me llevo fenomenal con las dos libreras y hacen presentaciones, talleres o lo que se nos ocurra, porque ahí opina todo el mundo. Es mi librería favorita de todos los tiempos.

También me gusta mucho Bakakai (Tendillas de Santa Paula, 11), especializada en libro político, sobre todo anarquista. También mucho libro de viejo. Mención especial para El tiempo perdido, librería y antigüedades, con querencia por el libro francés. Muchas postales, mapas, cosas raras, casi siempre artesanales (Puentezuelas, 49). Su gran clásico son las tazas, marionetas y demás objetos de escritores.

Pero mi amor más grande son las librerías de museos. Cuanto más especializada, mejor. En Granada frecuento las de la Alhambra (hay varias), mucho libro de arte y cultura andalusí, y la del Parque de las Ciencias, el paraíso de los frikis, pero vaya por donde vaya, no puedo pasar por un museo sin reservar un rato largo en la librería. Recuerdo con mucho cariño, entre las últimas que he visitado, la del Museo Ruso de Málaga, la del Institut du Monde Arabe en París y las increíbles del Reina Sofía y CaixaForum de Madrid, que son las que más frecuento, aunque no vaya a ninguna exposición. Cuando, al entrar en un museo, veo al fondo los cristales de la librería me entra un ramalazo de felicidad verdadera.

A medida que aumenta la oferta electrónica, la verdad es que cada vez compro menos narrativa o ensayo en papel, lo que quiere decir que el presupuesto «librerías» se va casi siempre en libros de cocina, fotografía, arte, novela gráfica, esos libros tan bonitos de Pepitas de Calabaza o de Nórdica, hasta tal punto que he reorganizado bastante mis estanterías y voy haciendo exposiciones de libros, por el placer de verlos de frente y no de lomo. Y los cambio, según me da el día. Quiero dedicar también un recuerdo emocionado a la librería Los 4 caminos, que estaba en Reina Victoria abajo, por el antiguo estadio Metropolitano, que fue mi primera librería «de verdad», en los primeros setenta. Otro recuerdo emocionado irá para los domingos de Crisol de Juan Bravo donde, a la una, pasaban bandejas con cava. No íbamos a comprar (pero comprábamos…), íbamos a echar una mañana de domingo en el paraíso hasta que nos ponían de patitas en la calle. Al salir, te tomabas un vermú mientas leías el periódico. También quiero recordar las librerías-papelerías de playa de mi infancia, con un olor a tinta de crucigramas y crema solar que todavía reconozco cuando me llega a la nariz. Incluso lo puedo reproducir a voluntad en mi cabeza. Y siempre me dan ganas de llorar de felicidad, en una reacción pavloviana instantánea de pensar en lo que seguramente me comprarían aquel día para leer en las larguísimas siestas de verano.

Arrate Hidalgo:

Aquí otra fanática de las librerías de museos. En cuanto a las demás, como hasta la cuarentena hacía mucha vida entre Bilbao y Gipuzkoa, tengo unas cuantas por las que me suelo pasar. En Bilbao no vivo lejos de Louise Michel liburuak: una librería asociativa feminista que abrió hace unos años y desde entonces allí me encuentro con amigas, a veces hasta trabajo y, sobre todo, me paso a charlar con las libreras, que son amabilísimas y siempre tienen curiosidad por descubrir y traer libros interesantes. A la gente maja de librería Cámara también puedes encargarles casi lo que se te ocurra y quedarte a comentarlo.

En Donosti siempre cae Kaxilda, que además de librería es restaurante, y tiene una selección de ensayo fantástica; también Hontza, una librería independiente de referencia en la ciudad que pone la literatura en euskera especialmente a mano. Y cuando termine el confinamiento me gustaría volver más a Garoa, en Zarautz, donde la red LGTB+ local organizó un ciclo de charlas de literatura cuir que han tenido que interrumpirse. Tengo muchas ganas de poder dejarme el dinero en todas ellas de nuevo.

Rocío Gómez de los Riscos:

A mí también me gusta visitar las tiendas de los museos, pero en general, la verdad, no solo por los libros. Creo que ya lo he comentado alguna vez por aquí, pero corrijo tanto que leo poco por placer, por lo que se me acumulan libros desde hace años y apenas compro. No obstante, sueño con recuperar el gusto, pero necesito algo que realmente me enganche. En el fondo echo de menos sentarme a leer de corrido sin pensar en nada más. Pero en mi barrio actual (Vallecas, Madrid) hay varias librerías y algunas con bastante solera, como Muga. Estuve una vez buscando un regalo y es bastante grande; además, hacen actividades. Otras dos míticas son La esquina del Zorro, que tengo pendiente visitar, y La Verde. Además, me consta que los libreros del barrio tienen un grupo de WA donde se preguntan por material que una no tenga para derivar clientes a otra; una iniciativa interesante. Por último, el año pasado abrió una librería de segunda mano con muy buena pinta, La Subterránea. ¡Espero que todas logren sobrevivir!

Bodegón con libros de Jan Davidsz de Heem 1628

Marta Cabanillas:

Yo, cuando vivía en Madrid, también iba mucho a Pasajes, pero, sobre todo, a Ábaco, una librería de segunda mano que regenta una familia de libreros de toda la vida, y que luego abrió una sucursal en la calle Raimundo Fernández Villaverde. Para mí es un sitio ineludible cuando paso por Madrid.

Por cierto, hablando de librerías en Fuenlabrada y periferia madrileña en general, en Leganés os recomiendo La Libre de Barrio, que es además cafetería y asociación cultural (organizan conciertos, talleres, cuentacuentos…). Además, uno de los socios es el Robe, mi primo segundo. La abrieron cuando ya me vine a Cataluña, pero estoy deseando hacerles una visita la próxima vez que visite a la familia pepinera.

Y ahora, en mi comarca, porque a Barcelona no bajo mucho, voy a la librería Sant Jordi, que está en Tona, un pueblecito al lado del mío, y no pongo web porque no tiene (los pedidos se hacen por teléfono). La lleva una señora a punto de jubilarse y siempre fantaseo con que me toca la lotería y me la traspasa.

Y, cuando quiero tomarme un cafetín y tener a la nena entretenida, voy a El Guixarot, en Taradell (otro pueblo vecino), que no tiene nada que ver con la Sant Jordi: esta la lleva Mimi, una chica majísima que se tiró a la piscina y decidió montar el proyecto con el que siempre había soñado, se nota que está hecho con mucho cariño y es un sitio muy chulo: tiene una parte de cafetería muy acogedora y una zona de juegos infantil donde los nenes se entretienen tan ricamente mientras tú miras los libros o cafeteas. Y un patio con arenero, casita de juguete y todo, un lujo. Ojalá supere este bache, porque apenas llevaba un año abierta. De hecho, estaba hablando con ella para montar unas charlas sobre traducción editorial, a ver si lo podemos hacer este invierno.