¿Traducimos con música?, I

Esta conversación que llamamos «Centón» se desarrolló durante el mes de diciembre de 2023 en la lista de distribución de ACE Traductores, como respuesta a un mensaje de Óscar Tejero interesándose por la relación entre la música y el trabajo del traductor. El resultado deja traslucir una relación particular entre ambos mundos, que hemos querido ilustrar con algunos ejemplos de las músicas que nos acompañan. Es un centón multimedia… 

Óscar Tejero: Ayer andaba yo leyendo un curso sobre escritura del insigne Alan Moore cuando me topé con un interesante apartado sobre la influencia involuntaria, ya no solo de las composiciones cantadas, sino de la música instrumental en los ritmos literarios. Cuando el autor se dio cuenta de que hasta la música ambient (por ejemplo Brian Eno) influía en sus textos, decidió optar por el silencio. Entonces me acordé de la traducción. Sé que partimos de una actividad mucho más acotada y que no creamos de cero, pero seguramente también nos influirá.

En suma, quería preguntaros si trabajáis con música o no. Y si la respuesta es afirmativa, ¿elegís música lo menos invasiva posible o pensáis que da igual? ¿Habéis percibido algunas de las formas en que la música influye o se filtra en la traducción? Lo pregunto por simple curiosidad, no es que esté haciendo ningún estudio ni nada parecido.

Daniel Najmías: Música clásica el 99 % de mi tiempo.

Ángel Ferrer: Yo las canciones las traduzco escuchando esa misma canción en cuestión. Con la poesía es diferente, prefiero el silencio «por si acá».

Disco de vinilo

Disco de vinilo en tocadiscos. Autor: Marta Nogueira

María Alonso Seisdedos: No puedo trabajar con música. Me distrae. Puede incluso llegar a molestarme.

Patricia Orts: Yo depende, a veces prefiero el silencio. En caso contrario, música clásica sobre todo.

María Teresa Gallego: Por supuesto, Bach (padre e hijos, sobre todo Johann Christian), Beethoven, Scarlatti, Haendel, Mozart, Giuliani, Vivaldi… Indispensable: Variaciones Goldberg en la versión de Glenn Gould de 1982.

Y el violoncello de Pau Casals (de nuevo Bach, claro…). Y el Cant dels ocells que conocí por Carmen Francí.

Concha Cardeñoso: Mi marido es músico. Oigo sus ejercicios diarios de caja y de trombón por la mañana y por la tarde mientras trabajo. Sí los oigo, pero apenas los escucho, ¿eso vale?

Y, como Ángel, si salen obras musicales en la traducción, las busco y me las pongo mientras traduzco. Pero en general prefiero el silencio (bastante ruido me llega de la calle).

Enrique Alda: Desde que vivo en dos casas apartadísimas de la civilización, nunca pongo música para trabajar. Pero al silencio absoluto también hay que acostumbrarse.

Blanca Ortiz Ostalé: A veces silencio, a veces música, por lo general clásica o bandas sonoras. Pero la pongo tan bajita para que no me distraiga que es como si no pusiera 🙂

Algunas veces relaciono un libro con una música, vaya usted a saber por qué, y la pongo una y otra vez, siempre el mismo disco, mientras traduzco ese libro. Me pasó con la banda sonora de Taxi Driver. Igual debería vérmelo un médico 😀

Juan Pascual: Vaya, pues sí que es interesante. Yo me suelo poner bandas sonoras, y según la falta de energías, AC/DC y similares. Ahora tengo curiosidad por saber si vendrá bien según qué música para cada escena…

Isabel Llasat: Música durante el primer borrador y sí que me influye en el ritmo de tecleo o incluso en la inspiración. De fondo, no con auriculares. Barroca por la mañana, jazz o soul por la tarde. De todos los géneros durante la preparación o el reformateo de textos.

Silencio durante la revisión, que ya hablo yo o Helena, la amable lectora de Word. ¡Ay, sí, y me dejaba las bandas sonoras! Lo mejor para cuando me cuesta arrancar o cuando hay que correr.

Patricia Antón: Mi hija es violinista y en casa siempre ha sonado música clásica en directo a todas horas porque se traía a sus grupos de cámara a ensayar o grabar aquí (hay piano, los techos son muy altos y el salón tiene muy buena acústica). Cuando ella voló a hacer su máster (y a vivir su vida) fuera, empezamos a acoger a músicos que vienen a completar su carrera en Barcelona, porque echábamos de menos el trasiego. A veces incluso coinciden mi hija y los demás y esto se parece mucho a un conservatorio.[1]

O sea, que sí, trabajo siempre con música clásica, preferiblemente cámara o solistas de cuerda o piano, y cuando no la tengo en vivo me la pongo en los auriculares, bajita. Me relaja y me ayuda a concentrarme.

Noemí Jiménez Furquet: Me acabas de dar muchísima envidia, Patricia. Qué maravilla vivir rodeada de música y músicos.

Yo soy de las que necesita silencio absoluto para concentrarse (a veces uso tapones o los auriculares apagados para aislarme, y eso que vivo en una zona muy tranquilita). Si me pongo música me distraigo y acabo más pendiente de la interpretación que del trabajo. Pero bueno, igual que la música me distrae al traducir, cuando tengo una partitura entre manos, a veces también acabo fijándome más en la letra que en la música y buscándole las vueltas el texto. No hay paz para los malvados.

Portada de la primera edición de las Variaciones Goldberg, publicada en Núremberg en 1742

Portada de la primera edición de las Variaciones Goldberg, publicada en Núremberg en 1742. Vía Wikimedia Commons

Joaquín Garrigós: Yo, normalmente, con música clásica.

Alicia Martorell: Me lo va pidiendo el cuerpo.

Mientras hago el primer borrador, lo normal es una lista de programas de radio, que alterna música clásica, jazz (clásico y swing sobre todo), comedia musical, flamenco, música antigua, según va viniendo. Siempre por sorpresa, porque al ser radio, sabes el tema, pero no lo que te van a poner y eso me gusta. Con el altavoz.

Cuando estoy revisando o cuando necesito más concentración, con auriculares de cancelación de ruido y en general antigua o barroca. Nada de comedias musicales que se me va la cabeza a otra cosa. Para eso en general tengo listas especiales de Spotify. A veces tengo que apagarlo todo porque necesito más concentración todavía, pero en ese caso me quedo con los auriculares de cancelación de ruido, que han sido la compra de mi vida.

Laura Osorio: Yo si escucho música me voy a otro mundo o me pongo a bailar, así que antes o después 😉

Sara Hernández Pozuelo: Si no puedo ni aparcar con la radio puesta, ¿cómo voy a traducir con música? Ja, ja, ja. Nada: imposible por aquí, pero me parece interesantísimo que el ritmo de la música que suena pueda influir en el ritmo literario. Nunca me había parado a pensar en ello. Igual lo pruebo como experimento, a ver qué cadáver exquisito me sale 🙂

Enrique Alda: En la casa de Irlanda también hay trasiego de músicos:[2] ensayos, grabaciones y, de vez en cuando, periodistas o televisiones que vienen a entrevistar o grabar a Leslie… Y luego las sessions que, por suerte, en esta casa se hacen pocas, aunque procuro no perderme ninguna.

Concha Cardeñoso: Y en la mía también. Cuando no son traveseras, arpa y violines son voces y piano o arpa y trombón. Aunque ahora menos, porque las niñas ya son mayores y no viven con nosotros. Pero aun así… algunos ensayos caen de vez en cuando.[3]

[1] Asia Jiménez Antón de Vez, violín, Carolina Bartumeu, violonchelo y Jorge Nava, piano.

[2] Spirit of the Night, Leslie Dowdall.

[3] Irene Figueras al arpa y a la voz, Pep Figueras al trombón, Antolín Cardeñoso «Tolo» a la flauta travesera y Concha Cardeñoso a la flauta dulce.