¿Traducimos con música?, II

Lunes, 24 de junio de 2024.

Esta conversación que llamamos «Centón» se desarrolló durante el mes de diciembre de 2023 en la lista de distribución de ACE Traductores, como respuesta a un mensaje de Óscar Tejero interesándose por la relación entre la música y el trabajo del traductor. El resultado deja traslucir una relación particular entre ambos mundos, que hemos querido ilustrar con algunos ejemplos de las músicas que nos acompañan. Es un centón multimedia….

Viene de la primera parte.

Oscar Tejero: Quería daros las gracias por compartir este aspecto de la trastienda de nuestra actividad. Me ayuda a imaginaros en vuestro quehacer cotidiano, lo cual me parece tremendamente interesante y también entrañable, por qué no decirlo.

Pintura en un vaso griego que representa una mección música (510 a.C.).

Pintura en un vaso griego que representa una mección música (510 a.C.). Staatliche Antikensammlungen, Dominio público, via Wikimedia Commons

A juzgar por las respuestas, la música instrumental reina en las casas de muchas traductoras ―al menos en fase posborrador―, y parece q ue la música clásica se lleva la palma. Nada de Stockhausen, claro. Mucha barroca y de cuerda, supongo que porque resulta menos invasiva y favorece la concentración. Probablemente este trabajo tan solitario también necesita de estímulos y motivaciones, ¿será por eso que algunos escuchamos música más marchosa en las fases iniciales del trabajo?

Me pregunto hasta qué punto la música no será imperativa porque muchos vivimos en pisos pequeños donde la simultaneidad de actividades se hace complicada (niños berreando, teletrabajo de la pareja), o en edificios mal aislados (bricohogar, obras a tutiplén, tráfico, etc…). El año pasado trabajaba en una habitación que literalmente temblaba cada vez que pasaba un camión por delante de casa (cada pocos minutos) y ahora vivo en un edificio donde teletrabajan los vecinos de las cuatro plantas al completo (el de abajo es mánager de un grupo homenaje a Bob Marley).

Volviendo al texto de Moore, el escritor identificaba tres clases de interferencias:

1) Las letras de las canciones interfieren con las palabras que uno trata de escribir.

¿Os pasa? ¿Elegís canciones, géneros o artistas seguros para evitar la interferencia? ¿Son artistas que cantan en un idioma que no sabéis o que vuestro cerebro puede procesar como mero galimatías absurdo? El wachiwachi creo que lo llaman.

2) La música interfiere con los ritmos de la escritura.

¿Creéis que influye en el ritmo de nuestra escritura? En mi caso sospecho que hasta cierto punto sí. Si el texto original tiene largas subordinadas creo que tiendo a optar más por música atmosférica e inmersiva con poca sección rítmica, nulos estribillos y crescendos lentos, en el caso de haberlos. Por ejemplo, post-rock, música minimalista o ambient (en especial Brian Eno) o música clásica impresionista (también Ludovico Enaudi). Si en cambio tengo entre manos un texto más coloquial, dialogado o paratáctico, es posible que recurra a música más rítmica y estructurada. ¿Podría pasar que a veces la influencia fuese involuntaria y que la traducción nos saliera más o menos hipotáctica por influjo de la música que oímos? Supongo que podría influir en la sonoridad de las palabras que elegimos o en la formación de rimas y ripios inconscientes (aunque estemos escuchando canciones en otro idioma que no sea el de destino).

3) La música influye en las atmósferas.

No sé si os pasa, pero a veces, hasta que no he llegado a la mitad de un texto, no estoy seguro de cómo cristalizará el equilibrio entre lenguaje literario y coloquial, marcas de época o un estilo más contemporáneo. Sospecho que cuando aún me estoy familiarizando con el texto, soy más influenciable. Al menos en la fase de fluctuación, antes de haber encontrado un tono que se ajuste a una imagen mental de lo narrado y que me convenza. Supongo que si la música afecta a nuestro humor, puede estar influyendo en las claves que a veces manejamos para interpretar nuestras partituras. Algún corrector de manga me comentó que en algunas de mis traducciones los personajes parecían algo quisquillosos-susceptibles. ¿Será que en ese momento estaba escuchando demasiado Los Punsetes y me pasaba en modo irónico el 70 % del tiempo? (Ojo, que no descarto que la quisquillosidad se debiera a las tarifas del encargo de marras). En este caso he puesto un ejemplo de música rock con letra, pero creo que la instrumental puede afectar a nuestros ánimos y claves de interpretación sin que nos demos cuenta. ¿Si solo escuchamos música solemne corremos peligro de solemnizar demasiado para perjuicio del texto a traducir? ¿Se nos pasará por alto el humor soterrado como podemos perdernos la clave paródica con que un instrumento contesta o imita a otro más noble? Pero supongo no hay que sacar las cosas de quicio. Ya imagino que para alguien con muchas tablas este tipo de influencias será mucho menor que para alguien que lleva en la profesión un par de años.

De nuevo me ha parecido muy interesante el hecho de que hay quien solo puede traducir en silencio, y ese apunte de Enrique, de que al silencio también hay que acostumbrarse.

María Teresa Gallego: La verdad, tras leerte me siento muy simple. La música que oigo y he oído en mis sucesivas casas (bastante silenciosas todas ellas en lo tocante al emplazamiento urbano) no influye en absoluto ni en mi ritmo de escritura ni en el ritmo del libro que esté traduciendo. Sencillamente es la música que me gusta y me hace sentirme a gusto, trabajando en paz. Es una música de fondo. Y tengo tendencia a oír con más frecuencia determinadas obras en determinadas épocas del año. En este momento El Mesías o el Oratorio de Navidad de Bach, en semana santa las Pasiones y las Leçons de Ténèbres (Couperin, por ejemplo). En primavera la Música acuática de Haendel. En verano, la Sexta de Beethoven. Y, con la llegada de cada estación, véase qué vulgaridad, la correspondiente estación de Vivaldi. Porque son obras que se corresponden más, o así me lo parece, con los ruidos o rumores de cada estación, con su luz, con eso que los franceses llaman la couleur du temps.

Música de fondo, sí. Que oigo con los oídos, valga la redundancia, que me acompaña, que me arropa. Y, al mismo tiempo, lo que escucho, con otra facultad sensorial, es esto. Dicho todo lo cual, por si a alguien le pudiere interesar, creo que es hora de aparcar el trabajo hasta mañana y darle unas horas de descanso al pobre ordenador. Buenas noches.

Tana Oshima: ¡Me encanta esta conversación! Como dice Óscar, me gusta imaginaros cómo trabajáis.

Foto de teclado de piano en sepia.

Teclado de madera en tonos sepia. Licencia CCO

Yo no puedo traducir ni escribir escuchando música, sobre todo si es música que me gusta; es como si me hablaran. Pero debo decir que durante el confinamiento me acostumbré a traducir con los niños correteando por la casa en un piso enano, así que creo que ahora podría traducir hasta en una discoteca. Dicho esto, prefiero evitar cualquier ruido si es posible.

Ángel Ferrer: En mi caso particular, (pues no me he extendido mucho antes) diría que no me afecta ni el sonido (la música), ni el silencio. Quiero decir para mal. Suelo encontrar rápido el tono y el estilo particular del autor. El motivo es que traduzco por experiencia y de las dos formas puedo escuchar a mi corazón, que a pesar de tener más memoria que el intelecto, es a la vez tonto y olvidadizo de lo que no le interesa.

Seguramente andará diciendo siempre, «ya está el pesao este reviviendo su historia», pero hay que darle caña, hay que darle caña. Estoy muy acostumbrado a oír música porque también trabajo en una revista digital en la que tengo que descubrir los mejores discos cada año. Esto me ha hecho escuchar en este tiempo unos 80.000 minutos de melodías, descubrir más de 900 bandas nuevas y también navegar por 82 géneros distintos. Todo esto datos que me ha generado mi Spotify. Por lo que suelo trabajar con música de fondo la mayoría del tiempo.

Lo que me aporta la música es más disfrute al disfrute de traducir de por sí. Y puedo oír de todo, desde música clásica, hasta rock o incluso metal. Pero el silencio también me aporta, sobre todo en la poesía, el disfrute de descubrir esas maravillosas cadencias que han resonado a través de los autores más consagrados; porque esa música no les pertenece, es mágica, si acaso ellos son los instrumentos que la interpretan. Y encontrar esa verdadera savia azul que circula desde la nada al papel es un goce máximo para mí.

Celia Filipetto: Como María y Noemí, necesito silencio absoluto para traducir. Si en los libros que traduzco salen canciones, las busco y paro para escucharlas. No sabría decir si me ayudan a mejorar la versión, pero desde luego que me sirven para saciar la curiosidad.

A veces, al empezar o terminar la jornada, según el humor, escucho alguna pieza musical de blues, swing o de intérpretes de jazz, sobre todo mujeres. Los clásicos de salsa me ayudan a animarme. También pongo a veces las Variaciones Goldberg o arias de ópera famosas.

Alicia Martorell: Todo esto es muy interesante. En un intento de profundizar un poco más, sigo los tres puntos de Moore.

1) A mí las letras no me interfieren, pero solo escucho cosas con letra en el primer borrador. Si es ópera o comedia musical, acabo cantando a gritos y siempre doy botes en la silla, pero es que necesito marcha para ponerme las pilas.

2) Con los ritmos sí que interfiere. Por eso decía más arriba que necesito marcha para pillar el trance. Cuando reviso se supone que el hilo está pillado ya (más me vale, porque hay cosas que no puedo arreglar en la revisión si no he encontrado el tono en el primer borrador), así que ahí escucho otras cosas.

3) La música influye en las atmósferas, claro. Por eso busco una atmósfera calentita y segura, lo que en general incluye música. Para la dopamina en el primer borrador, para la serotonina en la revisión. Pero soy muy consciente de que eso soy yo, no la música. Ahora estoy escuchando La Pasión según san Mateo y también doy botes en la silla y dirijo la orquesta. Aunque hay compatibilidades e incompatibilidades, la música se va subordinando a la atmósfera que creo yo y la amplifica o no.

Enrique Alda: El silencio nunca es absoluto, pero en las viviendas aisladas no se oye el ruido que normalmente se produce en las ciudades. Aquí últimamente se oye berrear a los ciervos que viven en los bosques que rodean la casa. Por desgracia, o no, de vez en cuando también se oyen los disparos de los cazadores. Hay tantísimos ciervos, sobre todo hembras, que tienen que organizar batidas.

Óscar Tejero: Gracias por abrirnos una mirilla acústica a vuestros escritorios. Cómo me he reído al imaginar los botes de Alicia dirigiendo su orquesta imaginaria. María Teresa, de simple nada. Yo ya era consciente, cuando escribí el primer mensaje, que el tema es peliagudo porque estamos hablando de procesos inconscientes. Por otro lado, la veteranía y la profesionalidad tienen que contar mucho para sustraerse a influjos de este tipo. Además, como bien apunta Alicia, tendemos a seleccionar aquellas músicas que no chirrían con nuestro quehacer. Eso sí, resulta tan interesante que haya músicas que nos resultan más idóneas para las diferentes fases de la traducción y otras que no… Vuelvo a retomar las palabras de Alicia: fase dopamínica, fase serotonínica. Probablemente la experiencia ayuda a entender mejor este tipo de procesos de fondo, y, sin embargo, me interesa mucho el fenómeno de que a veces tengamos que cortar abruptamente un disco porque interfiere con nuestros procesos mentales y cambiar a otro… ¿Qué está pasando ahí? ¿Por qué esa música y no otra?

En cuanto a indagar en la influencia inconsciente o involuntaria, me temo que será como intentar pescar en un mar soñado, pero no puedo evitar hacerme preguntas que están más allá de mis capacidades.

Un breve apunte sobre la fluctuación del tono. Cuando traduces una serie de veintipico tomos, la fluctuación del tono puede durar varios volúmenes. ¿Cómo saber si dos personajes bromean de modo faltón, pero de buen rollo, o si se lanzan indirectas cuando estamos en el primero y la obra se desarrollará durante años con un reparto coral notable?

Sara Hernández Pozuelo: Yo os cuento una curiosidad que no tiene que ver con la traducción, pero sí con el poder de la música. Me lo ha recordado Alicia cuando ha mencionado la dopamina y la serotonina: me llevé al parto de mi hijo Lope una lista de Spotify creada específicamente para la ocasión que había titulado «Oxitocina», precisamente para contribuir a la liberación de esta hormona, que es la que permite que un parto progrese, además de ser un potente analgésico. Añadí tres horas de canciones de lo más variado que me hacían sentir bien (desde La violetera de la Montiel hasta Alright de Supergrass). Pues ocurrió la maravilla de que, estando sin epidural (no la quería), dejé de sentir el dolor intenso de las contracciones el tiempo que duró la lista (y las tuve cada 5 minutos, según me informaron después). Entré en un trance absoluto que terminó en el momento en que empezaron a sonar unas canciones que había metido mi marido en la lista con toda su buena voluntad, pero que me hicieron dejar de sentirme bien. Así que me parece interesantísimo el método de Alicia para acelerar o relajar la atmósfera.

Por cierto, yo también vivo como Enrique, aislada del ruido urbano, en parte porque así es como trabajo mejor. ¡Pero es increíble lo cerca que suena la berrea de los ciervos en septiembre! Mi padre, periodista, se acostumbró a escribir en ruidosas redacciones y aún hoy, «jubilado pero no», sigue escribiendo haya el ruido que haya. Es lo contrario que yo, que no sé si sería capaz de trabajar en una redacción.

Gracias, de nuevo, Óscar, por sacar un tema tan fascinante.

Óscar Tejero: Buenísima la anécdota, Sara. Siento que empezaras a sentir las contracciones de nuevo, aunque la historia es tan buena que daría para un relato, amén de ser un ejemplo impresionante de cómo puede influir en nosotros la música. Muchas gracias por compartirla. Y a quienes habéis contribuido a hablar sobre este interesante tema.

Eva Gallud: Muchas gracias a Óscar por sacar un tema tan interesante. Os leo con curiosidad, aunque a salto de mata.

Yo venía a comentar que, aunque normalmente para traducir escucho algunos estilos pertenecientes a eso que llaman «clásica contemporánea», cuando necesito mucha concentración no me valen ni la música ni el silencio y escucho «ruido marrón». Antes me ponía ruido blanco, pero he descubierto que el marrón, que tiene una frecuencia más baja, parece que me va mejor. Cada cual con sus rarezas 😀

Óscar Tejero: Muy interesante. En este caso te pasa como a mí. Cuando necesito más concentración, escucho algo con menos estructura. Aunque esto tiene pinta de ser la cúspide de la abstracción acústica.

Sabía que recomendaban el ruido blanco para tranquilizar o dormir a los bebés, pero no conocía el marrón. Me he puesto un disco de ruido marrón y me parece que estoy en una peli de David Lynch. De hecho, me ha venido a la mente el ventilador de la casa de Laura Palmer. Espero que no se me aparezca Bob debajo del escritorio… Tomo nota del recurso. Es posible que, tras la conmoción inicial, le esté cogiendo gusto y puede que me venga bien cuando los engranajes no acaban de girar.

María Teresa Gallego: ¿Se hace eso tan raro con los bebés? A mi hija y a mis nietos siempre les he cantado para dormir los romances antiguos (El conde Olinos, por ejemplo) y funcionaba muy bien.

Isabel Vaquero García de Yébenes: Precisamente hoy hablan del «ruido browniano» o marrón en la sección Martes Neológico del CVC.

Carmen Francí: Yo no soy capaz de trabajar con música: si me concentro en el trabajo, me desconecto del mundo por completo. Y si escucho la música, la concentración es menor.

Solo hago una excepción: cuando al ayuntamiento le da por limpiar mi barrio (y digo barrio porque es un ruido atronador que llega de lejos) con dos máquinas sopladoras a la vez. En esos casos, me pongo unos cascos con cancelación de ruido (eso de «cancelación» me suena rarísimo, pero así los llaman). Me los regaló una persona que no los podía soportar porque le provocaban vértigos (lo digo por si alguien se entusiasma con la idea: son carísimos y no le sirven a todo el mundo). Y en esos casos pongo música clásica a volumen muy bajo. Preferiblemente tranquila (prefiero las Variaciones Goldberg o Satie a Beethoven).

Óscar Tejero: Sí, el ruido blanco nos lo recomendó la pediatra, pero no lo usamos porque nos da repelús. Parecía que habíamos puesto el niño en una lavadora industrial. Isabel, gracias por el enlace sobre el ruido marrón o browniano. Muy interesante. Carmen, una lástima que apenas queden barrenderos artesanales. No conocía los auriculares de cancelación de ruido, pero ahora tengo curiosidad. En ciertas fases de la traducción creo que recurro a la música como mal menor. Bach me ayuda a concentrarme cuando hablamos de un solista o un cuarteto de cuerda (si es una orquesta difícil), pero con Beethoven no puedo escribir ni una coma. Tanto chimpún me vuelve tarumba.

Elizabeth Casals: No suelo trabajar con música, ya que me distrae. Sin embargo, luego de leer los comentarios sobre la música browniana, estuve probando y parece que funciona. Ahora voy a intentar con esta posibilidad. Mientras no mire el dibujo con la nieve fuera, puede funcionar .