Rita da Costa: La vida, después, de Abdulrazak Gurnah

Jueves, 19 de octubre de 2023.

Rita da Costa ha traducido del inglés la obra de Abdulrazak Gurnah La vida, después, Salamandra, 2022.

Obra ganadora del XVIII Premio de Traducción Esther Benítez.

 Sinopsis

Abdulrazak Gurnah vivió en su Zanzíbar natal hasta que en 1966, con tan sólo 18 años, se marchó a estudiar a Gran Bretaña, país en el que se establecería como profesor de Literatura inglesa y poscolonial en la Universidad de Kent. A esa formación clásica y eurocéntrica se sumó así la perspectiva crítica necesaria para revisar y desmontar los mitos del colonialismo, ese retrato más o menos benévolo que hacemos desde Occidente de una época oscura como pocas, cuyos ecos siguen llegando a diario a nuestras costas, o naufragando en el intento.

Esta novela, la décima de Gurnah, trenza las historias de tres personajes —Ilyas, Afiya y Hamza— en una ciudad costera del África oriental a principios del siglo xx. Como telón de fondo, un amplio período histórico que parte de la brutal colonización alemana de esa franja del continente africano tras la Conferencia de Berlín y llega hasta la Alemania asolada por la Segunda Guerra Mundial. En medio, tres supervivientes que, tras conocer de primera mano el horror, intentan rehacer su existencia en el turbulento mundo que les ha tocado vivir, bajo la sombra de otra guerra que amenaza con engullirlos de nuevo y desbaratar las frágiles fronteras trazadas con escuadra y cartabón sobre el mapa africano.

Lejos de limitarse a narrar los hechos, Gurnah baja a ras de suelo para contarnos las penas y alegrías de tres personajes de carne y hueso que, en última instancia, se salvan porque no renuncian a su humanidad pese a que las circunstancias los empujan a hacerlo. Y lo hace con una prosa limpia, precisa y sumamente evocadora en la que fluyen y confluyen las historias de estos tres protagonistas como arroyos que tarde o temprano vuelven al cauce principal de una narración que avanza sin prisa, con la serena firmeza de un escritor que sabe lo que quiere contar y cómo quiere contarlo.

Comentario de la traductora sobre la traducción

Es en esos afluentes narrativos donde se percibe su maestría, el embrujo de una voz digna de Sherezade que embelesa sin imponerse. De su mano, descubrimos los sabores y aromas de un patio encalado donde la rivalidad y la amistad entre mujeres evoca irremediablemente a Lorca, o el embriagador perfume de las especias que traen los mercaderes en sus frágiles dhous impulsados por los vientos monzónicos. Podría seguir emborronando página tras página sin abarcar cabalmente esta novela-río que conviene navegar sin prisa, pues la narración avanza de un modo casi imperceptible, y en eso reside su magia.

Cuando me disponía a traducir La vida, después, al respeto que siempre infunde la palabra «Nobel» se sumaba por mi parte un profundo desconocimiento del trasfondo histórico del libro —la colonización alemana del África Oriental—, así como las particularidades de la sociedad de la época, crisol de culturas en el que confluyen el islam, la influencia india, el talante africano, el dominio europeo. De modo que la labor de documentación fue ingente. Describir con profusión de detalles cosas como el uniforme de los askaris es la clase de tarea que da al traste con cualquier calendario, pues ya se sabe que una búsqueda lleva a otra en el proceloso mar cibernético y, con la excusa de que me estaba documentando, se me iban las horas descubriendo datos tan fascinantes cuanto, a la postre, inútiles. Para muestra, esta imagen —pura arqueología traductológica— que en su día guardé como un tesoro en la carpeta de la traducción con el título «Askari shoulder bag»:

Otra dificultad intrínseca a la escritura de Gurnah —marca de la casa, por así decirlo— es que va salpicando el texto de palabras y frases en suajili, árabe y —en este caso— alemán, a menudo sin molestarse en proporcionar una traducción para esos términos, confiando en que el contexto se encargue de aclarar su significado y sin recurrir a las cursivas para señalarlos, pues considera que alejan inmediatamente el texto, cuando lo que él se propone es todo lo contrario, integrar esos términos de manera natural en la narración para hacerla más cercana y vívida. Que se dice pronto.

Lograr que el texto fluya con la misma ligereza del original es uno de los retos más difíciles a los que me he enfrentado nunca, y no sólo por los extranjerismos o lo ajena que puede resultar la historia en sí, sino también —y sobre todo— por el ritmo interno de la narración, cercano al de la tradición oral y las Mil y una noches, una forma de contar voluptuosa, que se recrea y demora en las descripciones y es un constante festín para los sentidos. A ratos me venía a la mente García Márquez, cuya escritura debe mucho a la rica tradición oral africana del Caribe colombiano. Se diría que Gurnah ha logrado imprimir a la lengua inglesa el ritmo y el alma de esas leyendas y narraciones que llevó consigo desde Zanzíbar.

Mientras traducía, ese río manso y caudaloso me arrastraba y me llevaba de la mano, haciendo que la tarea resultara no sólo placentera, sino aparentemente fácil… hasta que llegó el momento de la revisión. ¡Ay, la engañosa facilidad de los grandes! Pronto me convencí de que estaba ante un autor que revisa lo escrito de manera casi obsesiva —como tuve ocasión de comprobar la semana pasada, mientras compartíamos un té en un céntrico hotel de Barcelona («English Breakfast, no milk, no sugar»)—, que no descansa hasta dar con el adjetivo certero y el verbo preciso, sin perder jamás esa cadencia de los buenos cuentacuentos. No me quedaba otra que echar mano de todas mis mañas y recursos para intentar igualar la hazaña en una lengua mucho menos dúctil que la inglesa sin que se rompiera el hechizo de ese constante fluir. Si lo logré o no, cabe a los lectores decirlo (sabido es que las traducciones no se acaban, se abandonan), pero a fe que le eché horas, energías y, por descontado, sucesivas revisiones (en pantalla y sobre el papel), entre maldiciones en arameo —sin cursivas— y alguna que otra pataleta de frustración.

Temo y deseo a partes iguales volver a enfrentarme a un libro de Gurnah, siempre y cuando pueda intercalarlo con otros más ligeros y menos ruinosos en lo crematístico, pero tengo muy claro que sus novelas me han obligado a hurgar en los recovecos neuronales y a superarme, a ser mejor traductora, y eso —bien lo sabéis, compañeras— es todo un premio.

Aquí pueden leerse las primeras páginas de La vida, después.

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