Julia Osuna: Pequeñas desgracias sin importancia, de Miriam Toews

Viernes, 20 de octubre de 2023. 

Julia Osuna Aguilar ha traducido del inglés Pequeñas desgracias sin importancia, de Miriam Toews, Sexto Piso, 2022. 

Obra ganadora del XVIII Premio de Traducción Esther Benítez.

Pequeñas desgracias sin importancia (2014 en su edición original) es uno de los libros con los que Miriam Toews lleva décadas construyendo una atípica historia familiar en la que los mismos personajes tienen nombres distintos y los lugares cambian de sitio. Pero sin duda este, en el que cuenta la historia de los meses que preceden al suicidio de su hermana, es el que más repercusión ha tenido en todo el mundo y el que vertebra la saga. Yolandi y Elfrieda, dos hermanas muy distintas, dos hermanas muy hermanas.

Me acabo de poner la lista de reproducción que encontré cuando estaba traduciendo All My Puny Sorrows. No sé por qué me dio por poner el título tal cual en el buscador de Spotify, pero ahí estaba, una lista inspirada en el libro, ¡por la cara! Mucho piano contemporáneo, porque Elfrieda es pianista, pero también canciones de subidón, canciones de llorar, canciones de bailar y desfogar. Todo esto me acompañaba mientras traducía y tenía un efecto pavloviano en mí: de meterme rápidamente en el mood del libro, que es uno y varios a la vez. A veces la clave de un libro no está en un estilo o un concepto que se quiere explorar, sino en reflejar un estado de ánimo. Me vienen a la cabeza palabras como «tragicómico» o «jocoserio», pero se me siguen quedando cortas y manidas para lo que hace Miriam Toews, para su manera de reflejar la vida a través de sus personajes, sus voces y sus acciones. Lejos de la ñoñería, hija del punk, pero tierna como ella sola. Y ahora la cuestión: ¿cómo se traduce la intimidad que genera esa ternura punki? Si analizamos cómo se escribe la intimidad, vemos, con nuestras gafas de rayos X, que hay un tejido como de telaraña que atraviesa todo el texto y que es muy sutil, casi invisible, pero sin el cual no se sostendrían ni la trama ni los personajes (diez elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña… ¿Cuántas muertes puede soportar una familia sin que los supervivientes se vuelvan locos?). La traductora tiene que conectar esos puntos no numerados y la clave está en la atención al detalle: un pequeño objeto de un personaje que vuelve a salir cien páginas después, una expresión de la abuela que se repite en el libro siguiente, un diálogo entre las hermanas repartido por el libro en escenas y con una tensión in crescendo, unas cartas que quieren hacer reír a una hermana ahíta de melancolía… De esos libros que quizá no te exijan buscar muchas palabras en el diccionario, pero sí desde luego cuidar mucho la acepción que eliges o trabajar la naturalidad de los diálogos y la corriente de pensamiento una y otra vez… Atención al detalle o cuidado… En un libro precisamente sobre cuidados, sobre cuidadoras, cuidadoras invisibles… ¿De qué me suena eso? Las traductoras cuidamos de los libros contra viento y marea, satisfechas con la vocación y la gestación del libro-criatura, cuidándolo en nuestras barrigas cerebrales, pese a los reveses, lo ingrato de la tarea, las tarifas venidas a menos… Ay, la resistencia de las cuidadoras, pero ¿quién las cuida a ellas? Cuidados, aguante, resistencia tiene todo un eco demasiado femenino… No, no se me ha ido la olla como siempre: es que este es otro de los rasgos principales del libro, esto que estoy queriendo reproducir, la corriente de neurosis que lo atraviesa y que refleja el estado de esa hermana, Yolandi, a la que se le está escapando otra de las personas más importantes de su vida, mientras tiene que seguir adelante con su propia existencia, sus hijos, su trabajo como escritora, sin dejar de luchar al mismo tiempo con el fantasma de que, si su padre y su hermana se suicidan, ¿no irá ella detrás también? En este punto, la traductora se reconoce, empatiza y presta sus vivencias al texto: el oficio artesano y de resistencia nos provoca también una neurosis permanente, por llegar (a la entrega, a fin de mes), por estar a la altura (de la autora), por ser autónomas (maldita palabra con miles de trampas)…

En los últimos años he traducido muchos libros sobre salud mental y sobre suicidios, hasta el punto de que ya me río cuando me los proponen: «¿Trastorno esquizoafectivo? Ostras, ese no lo tengo», como si fueran cromos. Pero, fuera de bromas, si hay algo que hace satisfactoria la resistencia del oficio es contribuir a escribir estos libros en español que tanto ayudan a quienes, como yo by proxy, hemos traspasado la puerta de la planta de Psiquiatría de un hospital y ya no hemos vuelto a salir de ella en nuestra cabeza.

Pero, por favor, terminemos con una dosis de autocuidado (que se note que hemos aprendido algo), el regalo de una amiga también «cuidadora», que me dijo sobre el libro: «Los diálogos sonaban tan reales que hasta me daba pudor leerlos, con eso te lo digo todo». Bien, bien, por ahí vamos bien…, pensé yo.