La traducción de dialectos, III

Tercera entrega del Centón elaborado con las respuestas de los socios de ACE Traductores a la pregunta ¿Cómo abordáis la traducción de los usos dialectales o alejados de la lengua estándar?

Carmen Francí: Gracias a todos por vuestras intervenciones (véanse la primera y la segunda parte de este Centón). Y para volver a centrar el tema, haré una pregunta más concreta:  ¿Os parece admisible la traducción de dialecto por dialecto? ¿Traducir las variantes locales del italiano, alemán o chino a variantes concretísimas del español? ¿Por supuesto, jamás o depende?


«El resultado de las estrategias empleadas por el traductor debe juzgarse en su conjunto, ver si el lector suspende la incredulidad, entra en el mundo de la historia y capta que en el cuento que le cuentan hay un idioma y otra cosa llamada dialecto», Celia Filipetto


María Alonso Seisdedos: A mí un nunca jamás no me saldrá nunca jamás del cuerpo, pero me parece muuuuuy arriesgado. Cada obra es cada obra y habría que ver cómo suena sobre el papel. Si se puede, preferiría jugar con los registros. Si no, me lo pensaré cuando toque, si toca.

María Teresa Gallego: Cosas sueltas de higos a brevas y con pies de plomo, pero jamás en bloque.

Celia Filipetto: El lector merece conocer la realidad lingüística del texto de partida. ¿En el texto de partida hay frases en dialecto? La traducción debería reflejarlas de algún modo y, en la medida de lo posible, si no en todos los casos, al menos en algunos. ¿Convertir el dialecto napolitano en castellano rioplatense? ¿Por qué en castellano rioplatense y no en la variante peruana, chilena, mexicana? Considerando en frío, imparcialmente, diría que no es buena solución.

En las novelas de Maurizio de Giovanni, por ejemplo, opté por dejar en cursiva y en napolitano los hipocorísticos, las comidas, las fiestas tradicionales, seguidas de una brevísima explicación para ayudar al lector la primera vez que aparecen, o bien sin explicación alguna cuando el propio texto en italiano las traía.

En cualquier caso, el resultado de las estrategias empleadas por el traductor debe juzgarse en su conjunto, ver si el lector suspende la incredulidad, entra en el mundo de la historia y capta que en el cuento que le cuentan hay un idioma y otra cosa llamada dialecto.

Patricia Antón: Jamás, en principio, con algún rarísimo depende (como en el caso de Joaquín Garrigós).

María Ramos Salgado: Me animo a participar en el centón por dos motivos: porque quiero agradecer que hayáis propuesto el tema, que me parece de las cuestiones más difíciles de abordar en una traducción (maravillosa la cita de Miguel Sáenz, gracias) y por lo tanto celebro poder leer todas vuestras posturas y decisiones; y porque he caído en que yo misma me tuve que enfrentar a esto.

Los designios del Señor son inescrutables y resulta que traduje Cumbres borrascosas (al castellano). Uno de los personajes es Joseph, un anciano sirviente de Yorkshire, y Emily Brontë reflejó su ¿dialecto? en sus intervenciones. La primera y enormísima dificultad fue comprender lo que decía (si lo logré no fue por mis propios méritos, sino por las notas de una edición de Oxford que trasladaban todos sus diálogos al inglés normativo). Os dejo un fragmento de uno de los ejemplos más llamativos, para que os hagáis a la idea:

‘Nelly,’ he said, ‘we’s hae a crowner’s ’quest enow, at ahr folks’. One on ’em ’s a’mostgetten his finger cut off wi’ hauding t’ other fro’ stickin’ hisselnloike a cawlf. That’s maister, yeah knaw, ’at ’s soa up o’ going tuh t’ grand ’sizes. He’s noan feared o’ t’ bench o’  udges, norther Paul, nur Peter, nur John, nur Matthew, nor noan on ’em, not he! He fair likes—he langs to set his brazened face agean ’em!

And yon bonny lad Heathcliff, yah mind, he’s a rare ’un. He can girn a laugh as well ’s onybody at a raight divil’s jest. Does he niver say nowt of his fine living amang us, when he goes to t’ Grange?

Estoy segura de que habrá en la lista gente brillante para quien no suponga mucho esfuerzo leer y comprender a Joseph; no fue mi caso. Pero bueno, con esa edición que os he mencionado en mano, por lo menos el primer escollo lo superé. Ya entendía lo que decía el personaje; ahora tocaba pensar en cómo transportarlo al castellano. Le dí muchísimas vueltas. Al hilo de lo que preguntas, Carmen, pensé en si habría algún dialecto en castellano al que pudiera acercarlo, pero no me gustó nada la idea. Consulté otras ediciones para ver cuál había sido su solución (¿es esto trampa? Prefiero llamarlo documentación y contrastación de traducciones). Vi que ninguna reflejaba que Joseph hablara de manera distinta al resto de personajes, y tampoco me quedaba yo muy contenta, porque si Emily Brontë había querido conferirle ese carácter al señor, pues yo tenía que hacer algo. Tampoco tenía un plazo generoso para la entrega, o sea que las meditaciones sobre qué hacer tenían que ir al grano. Al final, me decanté por algo que bueno, como dijo Sáenz, no satisface a nadie del todo, pero creo que algo sirve: en la primera intervención de Joseph, añadí una morcilla (creo que estoy empleando bien el término, corríjanme) y puse algo así como «dijo Joseph, que tenía un marcado acento de Yorkshire». Y después escribí en castellano normativo todo su diálogo.

Ya me diréis qué os parece, es lo que se me ocurrió en el momento; a pesar de ello, si hoy tuviera que revisar la obra, tampoco sé si tomaría una decisión muy distinta.

María Teresa Gallego: Pues ya que nos pides opinión, a mí me parece un acierto.

María Alonso Seisdedos: Estaba yo por jurar que fue en Dublineses donde utilicé el recurso al que alude María Ramos. (En cuanto a las erratas, da igual las veces que revise el texto de los mensajes, que solo las veo cuando ya le he dado a enviar.)

Carmen Francí: Ya sé que la muestra de participantes es escasa y poco significativa como estadística, pero diría que predomina la preferencia por estrategias poco arriesgadas.

Patricia Antón: Creo que no es casual y diría que los escritores que se meten a traductores olvidan a veces que traducir no es solo arte sino también oficio, que no basta con escribir bien sino que también se requiere formación específica y mucha práctica. Y me gustaría añadir algo que dijo Anna Casassas en un arranque de genialidad (en mi opinión): el escritor destiñe.

Alicia Martorell: Intervengo como lectora: empecé a leer a Camilleri en francés. Llegó mucho antes que en español, sobre todo las novelas de Vigata. O al menos yo lo descubrí antes, así que me venía con la maleta cargada de Camilleris.

Los leía en traducciones de Quadruppani, que tiene una habilidad maravillosa para combinar con un escalpelo afiladísimo textos en italiano y textos en siciliano con el francés del grueso el texto, de manera que tú siempre sabes si está hablando en siciliano o en italiano y qué está diciendo sin necesidad de que nadie te lo explique, simplemente leyendo. O en otros dialectos, que hay algunas que manejan varios. Carlos también tiene esa habilidad. Son como micromorcillas que van situando al lector sin que necesite mucho más.

Un día, empecé a leer Le Roi Zosimo (conocida aquí como El rey de Agrigento) y me encontré con un prólogo larguísimo que me explicaba que la traductora iba a usar para sustituir el siciliano un dialecto de los Alpes que conocía bien y que, para que no se perdieran los lectores, añadía un glosario al final del libro. Las treinta o cuarenta primeras páginas me las pasé consultando el glosario porque no entendía nada. Y a la página cincuenta abandoné para siempre.

A ver, yo no leo a Camilleri para viajar a los Alpes, que me parecen un sitio horrendo y lleno de nieve, sino para oler mandarinas. Hacía frío desde la primera página.

Cuento corto: Quadrupanni, que es sobre todo escritor, se había retirado momentáneamente de la traducción, yo me retiré momentáneamente de Camilleri y esperé a que las novelas fueran saliendo por aquí. El rey de Agrigento lo leí el año pasado, con gran satisfacción y sin pasar frío. La otra traductora, que solo es traductora, está orgullosísima de su técnica y da clases explicándola (creo que hay otro traductor de Camilleri al español que reivindica otro dialecto sustituto que he olvidado inmediatamente).

Es decir, que alguien sea escritor o traductor no tiene nada que ver, en todas partes se cuecen habas. Y, segunda conclusión (de lectora): no hay milonga que valga, un buen traductor te lleva por donde quiere y te hace entender todo lo que sea necesario entender sin complicaciones. Y si él o ella han seguido un proceso intelectual complicado para hacerlo (que suele ser el caso), tú, lector, ni te enteras ni falta que te hace. Yo me fijo en cómo hace la magia, porque soy traductora, pero no necesito saberlo, está ahí. Y creo que es magia.


«Un buen traductor te lleva por donde quiere y te hace entender todo lo que sea necesario entender sin complicaciones. Y si él o ella han seguido un proceso intelectual complicado para hacerlo (que suele ser el caso), tú, lector, ni te enteras ni falta que te hace. Yo me fijo en cómo hace la magia, porque soy traductora, pero no necesito saberlo, está ahí. Y creo que es magia», Alicia Martorell


Carlos Mayor: Estoy de acuerdo con todo lo que decís, incluso cuando no estáis de acuerdo. Yo me entiendo, como decía Martín Romaña.

En mi opinión, lo más importante es, como casi siempre, leer con atención y entender bien la intención del autor. ¿Por qué hay ahí rasgos dialectales? ¿Por qué habla así de fetén esa señora y, en cambio, el portero dice cosas raras? ¿Cuándo pasa y cuándo no? ¿El autor quiere dar color y punto, marcar la clase social, la falta de educación o solo el origen geográfico del personaje? Conociendo la realidad cultural del lugar donde se desarrolla la acción, ¿es una cuestión de registro? ¿O tiene una finalidad humorística? ¿Qué importancia damos a la música de esas variedades dialectales? Si no lo entendemos bien, si no sabemos por qué pasa, lo mejor es tirar del comodín de la llamada y consultarlo con alguien que sepa más que nosotros. Que ese alguien existe impepinablemente.

Una vez concluida esa lectura a fondo, que además de utilísima es un placer para el cuerpo serrano (porque se aprende lo que no está escrito), ya tenemos prácticamente la mitad del trabajo hecha. La otra mitad, que vendría a ser escribir, depende ya de nuestra habilidad y nuestros recursos. Que los hay. Y muchos.

En ese proceso de escritura básicamente tiene que plasmarse, como decía Celia Filipetto, lo que ha hecho el autor. No podemos meterlo debajo de la alfombra. La clave está en cómo hacerlo. Y no, no hay recetas. A mí me gustan las micromorcillas, como las ha llamado Alicia, cuando permiten explicitar algo que en el original está clarinete y que, de otro modo, nuestro lector se perdería: si lo haces bien, no te estás inventando nada, estás poniendo cosas que aparecen en el original, pero de otro modo. Me gusta también la filosofía que aplicó María en su traducción de La concesión del teléfono de Andrea Camilleri, por lo que ha contado me parece muy acertada (y si no habéis leído esa novela os la recomiendo con la fuerza de los mares, porque es una joya; en castellano o español la tenéis en traducción de Juan Carlos Gentile y en catalán, de Anna Casassas).

En cuanto a lo que se ha dicho sobre la sustitución de un dialecto de la lengua de partida por otro de la lengua de llegada, yo no conozco ningún caso en el que funcione (aunque puede haberlos, claro). Quizá porque leo con ojitos de traductor, me parece siempre que se ven las costuras. Y no me lo acabo de creer. Por no hablar de que, normalmente, el autor ha hecho un trabajo de investigación muy concienzudo para reflejar que tal personaje habla así y tal otro asá, mientras que el traductor lo que está haciendo es un invento del TBO. Que quizá se ha dejado las pestañas y ha escrito un prólogo y tres artículos sobre el tema, vale, pero si eso no estaba ahí, si se lo ha inventado para lucirse o porque no ha entendido bien el original o porque no sabía qué hacer, me huele a cosa del profesor Franz de Copenhague. En muchos de esos casos creo que, por querer ser fiel, se acaba cometiendo la peor de las traiciones: porque eso no está ahí. No está. A mí me gusta pensar que, cuando hay dificultades, la fidelidad a menudo se esconde en la lontananza: muchas veces hay que alejarse para no traicionar.

Naturalmente, en el caso del español entra también en juego otro factor: la falta relativa de tradición y de recursos para plasmar por escrito las variedades dialectales, en comparación con otras lenguas. Eso es una realidad. Y es fundamental, creo. Extasiémonos en la distancia ante el fragmento de Cumbres borrascosas que ha citado María Ramos.

Eso no quiere decir que crea que todos los experimentos tengan que ser con gaseosa. Hay muchos fantásticos, de colegas virtuosos de la tecla que hacen virguerías. Uno que me viene a la cabeza es un cuento de Camilleri traducido por David Paradela en Gotas de Sicilia que recomiendo con el ímpetu del viento.

Por otro lado, la traducción evoluciona. Hay que buscar la naturalidad y no la naturalización, de que la que, como dice María Teresa Gallego, hay que huir como de la peste bubónica. Ya no se puede naturalizar como en la noche de los tiempos: no cuela, no funciona, el lector no se cree que los esclavos de Kansas hablen en andaluz o los tunecinos de París en caló. Hay que confiar en la inteligencia del lector, que cada vez está más viajado, más leído y más serializado; ya no se le pueden dar las cosas tan masticaditas. Es importante que aprecie que el libro se escribió en otra lengua, que refleja otra cultura. Y no, no es fácil.

Y, bueno, ese cambio de mentalidad en la traducción se ve con claridad en los últimos tiempos en el caso de la literatura infantil; pero ahí hay otro debate.


«Hay que confiar en la inteligencia del lector, que cada vez está más viajado, más leído y más serializado; ya no se le pueden dar las cosas tan masticaditas. Es importante que aprecie que el libro se escribió en otra lengua, que refleja otra cultura», Carlos Mayor


María Teresa Gallego Has dicho algo fundamental, Carlos: la música. La música de cada época, y la de cada escritor dentro de su época, y la de cada personaje, los que usen un dialecto, desde luego, y los demás también. (Y a nadie con sentido común se le puede ocurrir ni puede pretender justificar, por volver al caso del que hemos arranado, que la música de un dialecto irlandés pueda tener nada que ver con la música del calo.)

Daniel Sancosmed Masià: Recuerdo que hace unos años hubo un debate parecido entre traductores de danés de todo el mundo. Aunque poco más puedo aportar a lo dicho por todos vosotros, simplemente quería sumarme a lo dicho por la mayoría. No sé en qué momento a Nuria Barrios le pareció buena idea recurrir a esa solución ni cómo nadie le propuso ninguna otra.

Hay casos (pocos) como el que habéis expuesto de Joaquín en el que esa afinidad cultural no solo no rechaza, sino que requiere ese método, pero en general creo que no es buena idea. ¿Qué dialecto del español usar y en base a qué?

Por aportar otro punto de vista desde un idioma no muy extendido, como lector me resultaría ya no raro, sino absurdo, leer que un personaje de la Dinamarca rural está esperando la guagua o que se dirige a un niño como guaje. O que se usan frases en, por ejemplo, euskera porque en Jutlandia el artículo definido es distinto al danés estándar.

Y para responder a la pregunta que hace Carmen sobre si traducir las variantes locales, en mi opinión, en gran parte de los casos, no, y algún «depende» aislado.

Julia Osuna: Buenas, gentes de bien, me cuelo por aquí para seguir con el tema del centón, para no quedarme con las ganas, como dice Carmen Francí.

A mí me gustaría contar un caso a la inversa que puede servir para reflexionar. Me ocurrió en un relato de Lawrence en el que una mujer se iba por ahí con su caballo y acababa en las estribaciones de la frontera con México y se encontraba a unos lugareños. Pues bien, cuando traduje las frases en inglés de estos oriundos, se me hacía imposible hacerlos hablar en mi español y en el mismo español que hablaba mi protagonista gringa (una falacia ya de por sí, como bien sabemos, manejantes como somos del pacto de ficción), de modo que hablé con una amiga mexicana y ella me mexicanizó las intervenciones de estos personajes (y se anotó su participación en nota al pie). Es decir, que introduje yo otra variante del español aunque en el texto no estaba esta diferencia en el inglés.

Por eso creo que a veces son los textos los que piden guerra… Suelo tirar por la calle de inventarme dialectos que no suenen a españoles que puedan ubicarse geográficamente, pero en otras ocasiones sí que he utilizado otras variantes del español para traducir ingleses varios. Recuerdo un caso en el que tenía a un personaje de Barbados en Estados Unidos y que decidí traducir sus intervenciones cuando hablaba con el inglés de su isla (que solo hablaba cuando se enfadaba) por un español antillano porque me pareció que, puesto a hablar en español (¡ficción, ficción!), bien podía hablar el español que se hablaba en la isla de enfrente. Ya cada caso puede funcionar mejor o peor, está claro, pero creo que cuantos más experimentos hagamos más cerca estaremos de dar con soluciones que no nos dejen con el mal sabor de boca del que hablaba Miguel Sáenz. Y después, también es cierto que muchas veces los lectores lo llevan mucho mejor que nosotras las traductoras, que estamos siempre con el moscardón detrás de la oreja y eso nos impide leer más libremente. Hace unos años leí una novela traducida de Zora Neale Hurston en la que los afroamericanos hablaban un español tirando a caribeño (no os sé precisar ahora) y, después de unas páginas y de mandar a la traductora que llevaba dentro a la esquina a pensar, pues lo leí tan a gusto y acabó gustándome. Si ya partimos de que en una traducción unos personajes ingleses ya hablan en español, tampoco me parece para echarse las manos a la cabeza que hablen distintos españoles. En los doblajes de los ochenta y de los noventa, no nos importaba nada (aunque es otra historia, I know, primo Larrry).

Y por poner un último caso de ejemplo, después de hacer Niña, mujer, otras de Bernandine Evaristo (el festival de los mil ingleses), donde el cuerpo me pidió por otras razones bien distintas (y más políticas) traducir varios de los ingleses que salían de distintas formas (con mayor o menor fortuna), me tocó traducir una novela en la que los personajes negros (de la época de la esclavitud) hablaban en una variante afroamericana. Después de probar muchas cosas, decidí que no tenía sentido traducirlo con un acento especial, pero se me ocurrió que para que los lectores no estuviesen in albis se podía hacer como muchas veces se hace en las ediciones francesas, dejar claro desde el principio que se está traduciendo de tal o cual variante del inglés y por eso pusimos en la edición «Traducido del inglés (estadounidense y afroestadounidense) por Julia Osuna».

Celia Filipetto: La traducción es una negociación constante. Con el texto de partida, con la lengua de llegada, con los correctores y editores de mesa. El depende conduce a eso, a negociar y a encontrar equilibrios en todas las fases del encargo editorial y del trabajo que hacemos a diario hasta completar nuestra versión, una de las muchas posibles.

(Y ponemos aquí punto final a un debate que, por supuesto, sigue abierto.)

Imagen procedente de la Enciclopedia Universal Espasa, Barcelona, 1924