¡DADLES UNA OPORTUNIDAD! Cómo usé la TAO y la TA para traducir mi último libro y no morí en el intento (y II), Isabel Hurtado de Mendoza

Viernes, 16 de diciembre de 2022.

Aunque en mi artículo anterior intenté convenceros de las glorias de la traducción asistida por ordenador, no me cabe duda de que aún no habré alegrado los rostros fúnebres de algunos lectores de esta revista, en particular, los de quienes creen a pies juntillas que las herramientas de traducción asistida por ordenador (TAO) y la traducción automática (TA) no sirven para traducir literatura.

Por eso, ahora hablaré de mi traducción de A Tomb with a View, de Peter Ross, un texto de 368 páginas «evocador y edificante», según The Guardian, sobre cementerios, osarios y otros lugares de enterramiento. Huelga decir que, dada la temática mortuoria, dudé si debía aceptar el proyecto: ¡qué tonta habría sido si hubiera dejado pasar la oportunidad de traducir este libro repleto de historias conmovedoras, datos interesantes y un humor de lo más británico!

Fuente: Alamy

 

Seguro que, ante otra duda —la de si usar la TAO y la TA o no—, muchos habríais pensado: «¡ni muerto uso herramientas para esto!», pero también habría sido una lástima si yo hubiera decidido no usar esas herramientas para mi traducción. Aproveché muchas de sus ventajas y creo que fui capaz de suplir las limitaciones que podrían haber tenido para este tipo de texto. Me muero de ganas por contar a todos los que seguís sin decidiros el proceso que seguí:

  1. Primero, convertí el PDF recibido de la editorial a un Word.
  2. Capítulo a capítulo, fui «limpiando» el archivo en esos ratos en los que la mente no estaba lo suficientemente productiva o creativa. Se trataba de borrar pies de página, caracteres extraños, saltos y otros errores que hubieran surgido de la conversión o fueran innecesarios antes de poner ese texto en la plantilla de 2 100 caracteres compartida en su día en la lista de ACE Traductores por Juan de Sola (Thanks, Juan!). Así, mi traducción luciría ya con el formato final y no tendría que preocuparme por esas cuestiones en las postrimerías del encargo.
  3. Creé el proyecto en memoQ, lo que supone poner el nombre del cliente y el libro; seleccionar las lenguas, las bases terminológicas (TB, por sus siglas en inglés) y memorias de traducción (TM, por sus siglas en inglés) que pudieran ser útiles, así como mi musa (el recurso de entrada predictiva de texto); y configurar mi extensión de traducción automática (TA), que es DeepL Pro.
  4. Cargué en memoQ el primer capítulo, que ya tenía limpio, y empecé a traducir. Mi configuración preestablecida y mi forma de trabajar en memoQ fueron así:
    • Al seleccionar el primer segmento, la TA me daba lo que yo consideraba una propuesta de traducción. En función del tipo de texto, la ortotipografía en español, mis preferencias personales y las del editor, etc., unas frases las cambiaba por completo, otras eran adecuadas para mi primera versión y otras eran perfectas. En el caso de las dos últimas, el ahorro de esfuerzo mecanográfico era evidente.
    • Si en el segmento había algún término que sospechaba que se iba a repetir a menudo (como «grave») lo guardaba fácilmente junto con su traducción («tumba») en la TB para garantizar la coherencia y para ahorrarme escribirlo la próxima vez. Lo mismo hacía con palabras con caracteres especiales («Père Lachaise»), expresiones en lengua extranjera («in sha Allah»), nombres largos o complicados («Bridgitt»), etc., en los que era probable que metiera erratas si los escribía manualmente cada vez. Estar habituada a realizar esta acción también me ayudó a detectar repeticiones (estilísticas, de expresiones, de puntuación, etc.) del autor, que luego yo decidía si reproduciría o no (en función de si las consideraba intencionadas o un mero «tic»).

 

Todo lo guardado en la TB se autocompleta rápidamente

 

 

    • Unos segmentos más tarde, quizá empezara a ver términos repetidos en el original que deseaba evitar en mi traducción (¿Cuántas veces se puede repetir «cementerio» en el mismo párrafo sin que el lector quiera dirigirse a ese mismo destino?). En tal caso, añadía sinónimos en la TB («stone – lápida, losa, estela…»). Así, con una mirada rápida, podía ver varias opciones en lugar de aceptar sin más la que me proponía la TA o la que me sugería por inercia el cerebro, que, en mi caso, suele tender más a la homogenización que a la variación. ¡Imaginad la de alternativas que introduje para «said» en un libro en el que se usaba 247 veces!
    • De igual manera, en la TB añadía términos prohibidos. Por ejemplo, si decidía que me gustaban «muerto», «difunto», «fallecido» y «finado», pero que no me cuadraba «interfecto», lo metía también en la entrada, pero con la indicación correspondiente para no equivocarme si me daba el siroco de la variedad terminológica.
    • Si tenía que investigar algo para traducir ese segmento, abría un comentario y registraba mis decisiones: qué opciones descarté, dónde encontré una solución particularmente difícil, etc. Como mi proceso de traducción es muy iterativo y reviso hasta la muerte, adoptar este enfoque más científico me vino muy bien para no cambiar cinco veces «alargada» por «elongada» y viceversa según soplara el viento. Estos comentarios me resultaron muy útiles también cuando, al avanzar en el texto, entendía mejor algo o lo veía con distintos ojos y necesitaba consultar de nuevo la misma fuente o comprobar si la decisión tomada anteriormente seguía siendo correcta. Es más, si en el futuro mi corrector quería hacer un cambio que a mí no me agradaba, yo tendría lista mi justificación para rebatirlo.

 

En memoQ, es fácil indicar lo que queda pendiente (naranja: alerta) y guardar las fuentes consultadas (azul: información), lo que contribuye a facilitar el rastreo de las decisiones

 

    • Cuando ya no quería darle más vueltas a un segmento y necesitaba pasar al siguiente (por ejemplo, porque ese día el sol brillaba, todo fluía y yo traducía mejor por instinto o porque el párrafo tenía su aquel y prefería acabarlo antes de tomar decisiones en un segmento concreto), dejaba marcas: subrayaba en rojo cosas del original que eran enrevesadas o quería confirmar con un nativo y en naranja partes de mi traducción que debía resolver más adelante (como un juego de palabras que seguramente se me ocurriría mientras me duchaba). En algunas ocasiones, también marcaba en verde una traducción que acababa de decidir que era la ideal y la usaría en adelante para recordar que debía modificarla solo en los segmentos anteriores o en azul algo que ya había comprobado.

 

Mi configuración de memoQ: el original en la columna de la izquierda, mi traducción en la de la derecha y el panel de visualización abajo. En el segmento seleccionado (25) se puede ver un nombre subrayado de azul en el original y una burbuja amarilla a la derecha, que indica que hay un comentario. En los segmentos 28 y 29 hay un rayo gris, que confirma que ya he solucionado los errores que existían en mi traducción. En la columna de resultados (a la derecha del todo), aparecen en granate una concordancia exacta (100 %) de mi memoria de traducción; en azul, términos de mi TB; y, en naranja, la propuesta de la TA

 

Mi configuración de memoQ: el original en la columna de la izquierda, mi traducción en la de la derecha y el panel de visualización abajo. En el segmento seleccionado (25) se puede ver un nombre subrayado de azul en el original y una burbuja amarilla a la derecha, que indica que hay un comentario. En los segmentos 28 y 29 hay un rayo gris, que confirma que ya he solucionado los errores que existían en mi traducción. En la columna de resultados (a la derecha del todo), aparecen en granate una concordancia exacta (100 %) de mi memoria de traducción; en azul, términos de mi TB; y, en naranja, la propuesta de la TA.

    • Hablo mucho de segmentos porque a mí me da paz saber que jamás me olvidaré de traducir una frase, pero merece la pena recordar que el texto puede segmentarse por frases o por párrafos y que los segmentos pueden unirse y separarse a voluntad, algo que yo hacía constantemente, por ejemplo, para formar oraciones subordinadas o cambiar el orden de las frases de un párrafo. No olvidéis, además, que siempre tenemos debajo el panel de visualización para ver y editar rápidamente cualquier frase en contexto (como si la leyéramos en Word).
    • Aquí quiero añadir que durante el proceso no guardé todo en memoQ. También usé una libreta, postits y un Excel con muchas pestañas: aprovechar todas las funcionalidades que nos interesan de una herramienta no significa que debamos dejar de lado las que ya nos funcionan bien, como mis notas para recordar los libros que quería buscar en la biblio, hojas de cálculo con normas que siempre relego al olvido, cuadernos con esos epitafios que traduciría mejor en las horas muertas de un viaje en coche…
    • En fin, que sigo con el primer segmento abierto. A este paso, la diño antes de acabar. Sigamos: tras confirmar el segmento, ¡magia! Automáticamente, tenía una copia de seguridad Además, mi musa aprendía y me completaría algunas de esas palabras según tecleaba si me salían otra vez más adelante. Y, si después me aparecía un segmento parecido, me aparecerían tanto la propuesta de la herramienta de TA, como mi traducción previa. Imaginemos que el original decía «Chapter 1», la TA me había ofrecido «Capítulo 1», pero mi editor prefería «Cap. 1» y así lo había hecho yo en el primer segmento, que soy muy obediente. Al llegar al «Chapter 2», la TA me ofrecería «Capítulo 2», pero mi listísimo memoQ completaría automáticamente el segmento con «Cap. 2» porque no solo recuerda mis preferencias, sino que también sabe contar. En ese segmento, solo tendría que confirmar y luego seguiría adelante, segmento tras segmento.
    • Durante la traducción, me resultaba también muy útil la función de concordancia por la que podía seleccionar una palabra y comprobar cómo la había traducido antes, pero no como una trabajosa búsqueda en múltiples documentos, sino viendo todos los ejemplos en una única ventana, que mostraba el contexto en que aparecía en ambos idiomas. ¿No es para morirse?

 

La potente herramienta de concordancia de memoQ

 

  1. Una vez traducidos todos los segmentos, hacía un control de calidad. Esta función puede personalizarse mucho en memoQ, pero es muy útil incluso con las opciones por defecto. Muestra en una lista y deja editar fácilmente todo lo que considera problemático. En poco tiempo, yo podía editar palabras duplicadas, dobles espacios, números que faltaban o tenían el formato erróneo, términos que había indicado como prohibidos, nombres que no concordaban con lo que había metido en la TB, etc.: una «limpieza» que prefería hacer después de cada capítulo, en lugar de dejar que me distrajera durante la revisión.

 

 

La resolución de errores por segmentos en memoQ

 

  1. Al acabar el documento (al igual que al acabar cada sesión de trabajo), lo exportaba en dos formatos: el Word traducido y un RTF con una tabla de tres columnas (original, traducción y comentarios que había dejado en memoQ) y tantas filas como segmentos hubiera acabado teniendo el texto. Guardaba ambos en la carpeta correspondiente de mi PC y hacía copias de seguridad. Estos documentos exportados me servirían más adelante para hacer la revisión (o las tropecientas revisiones: en mi caso siempre primero una bilingüe y luego tantas monolingües como exigiera mi mente obsesivo-compulsiva y me permitiera la fecha del juicio final).

 

 

Documento bilingüe exportado

 

  1. Para este libro, la revisión bilingüe de cada capítulo la hice directamente en memoQ, a diferencia de en traducciones más cortas, para las que prefiero revisar en papel. También fui leyendo el texto monolingüe en el panel de revisión y volvía sobre los distintos segmentos una y otra vez, por ejemplo, haciendo cambios de sintaxis, mejorando la puntuación, etc., con lo que solo usé los RTF bilingües para hacer consultas rápidas.
  2. De un segmento a otro y de un documento a otro, memoQ fue aprendiendo de mí y facilitándome el trabajo, pero no lo utilicé en todo momento ni para todas las tareas. ¡Ni falta que hace! Como el proyecto era muy largo y los capítulos, bastante independientes, fui combinando varias tareas cada día, organizándolas según el momento de la jornada en que el intelecto se veía capaz de hacer cada una: por ejemplo, a primera hora, traducir de manera más mecánica e investigar a fondo cada detalle en memoQ; después del café, hacer la revisión bilingüe de un capítulo para comprobar que la traducción era precisa; en los momentos más lúcidos, leer el monolingüe en Word de otro capítulo que llevaba más avanzado para comprobar sonoridad, orden de elementos, fluidez, etc.; a última hora, preparar el texto de un capítulo nuevo en la plantilla de 2 100 caracteres y subirlo a memoQ para más adelante.
  3. En realidad, esas tareas no se solaparon a lo largo de todo el proceso. Con proyectos largos, me resulta imprescindible sentir que avanzo, así que la traducción e investigación más detenidas y concienzudas y las revisiones bilingües (que odio a muerte) las hice durante los primeros meses. Aplacada mi ansia de ser una traductora fiel, después, di rienda suelta a mi faceta de autora y edité repetidamente los Word monolingües en castellano, tanto en pantalla como en papel.
  4. Durante esa etapa de revisión, hice buen uso del Excel que he comentado antes. Durante la traducción «en bruto», había ido anotando ahí puntos que debería resolver en el Word final: notas de la traductora para añadir, cuestiones ortotipográficas (como pasar números romanos a versalitas), estilos que tendría que homogeneizar (el formato de las citas extensas, por ejemplo), decisiones pendientes (notas de traducción que quizá pudieran quitarse porque el contexto las hacía innecesarias), etc. Desde aquí, mando un fuerte abrazo a Laura Carasusán por pasarme su plantilla de hoja de cálculo. Si bien al acabar mi libro el archivo es muy diferente del que me ella me pasó, me fue de gran ayuda.
  5. Por último, uní todos los capítulos en un solo documento y le puse la guinda al pastel haciendo la revisión final del texto (incluida una lectura con la función de Leer en voz alta de Word) y los últimos retoques: comprobar los saltos de página, revisar el índice, añadir comentarios para el editor o el corrector, hacer una revisión ortográfica final… Para entonces, mi pobrecito memoQ se creía con un pie en la tumba: solo lo había usado para búsquedas en distintos documentos, comprobación de decisiones, etc. Pero le habría hecho el boca a boca si hubiera previsto que mi traducción me serviría en el futuro. Imaginemos que trabajaba en la primera parte de una saga. En tal caso, lo más práctico habría sido guardar la versión final en memoQ y así, al traducir las siguientes partes, podría haberme ahorrado mucho trabajo y haber mantenido la coherencia con poco esfuerzo. Para ello, habría ido subiendo los Word ya revisados a memoQ y asegurándome de que la memoria de traducción guardara la versión definitiva para el futuro, una tarea que no consideré útil para el encargo que tenía entre manos.
  6. Este era el primer proyecto que hacía de esta envergadura y tomar notas exhaustivas y seguir un método similar al que utilizaba con mis traducciones ajenas al mundo editorial me dio mucha confianza. Sin embargo, soy plenamente consciente de que no fui muy eficiente en mi proceso y me propongo analizar cómo optimizarlo para mi siguiente libro. ¡Seguiré atenta a vuestros consejos!

Espero que esta descripción tan detallada del proceso que seguí yo para mi última traducción os haya aclarado dudas y haya disipado al menos algunos de vuestros miedos. Animaos a probar parte o la totalidad del proceso, ¡que usar herramientas para facilitarnos el trabajo no supone vender nuestra alma al diablo!

* Aunque no está relacionado con la TAO ni con la TA, aprovecho este espacio para mencionar a otros miembros de ACE Traductores que me han prestado una valiosa ayuda con cuestiones varias de este proyecto: Mamen, Paula, Clara, Diego, Daniel, Salvador y todos los que os ocupáis de los contratos tipo, dais consejos, compartís recursos, resolvéis dudas en la lista y un etcétera larguísimo. Mi más profundo pésame, digo, agradecimiento.

 

Isabel Hurtado de Mendoza Azaola (Bilbao, 1978) estudió Filología Inglesa en la Universidad de Deusto. Durante su año de Erasmus en la Universidad de Mánchester, conoció a quien se convertiría en su primer cliente de traducción: un activista de la German Initiative to Ban Landmines. Este encuentro fortuito no solo trajo consigo su primer encargo de traducción, sino que también la impulsó a matricularse en el Máster de Traducción e Interpretación de la Heriot-Watt University (Edimburgo) meses después. Isabel se enamoró de la ciudad apodada «la Atenas del norte» y desarrolló una amplia carrera lingüística, como traductora autónoma y del Ayuntamiento de Edimburgo y como directora de español del centro IALS de la Universidad de Edimburgo. Muchos años después, Isabel es mentora de traductores noveles del Institute of Translation and Interpreting, examinadora de español y traductora de la International Baccalaureate Organization y, cómo no, traductora autónoma de inglés-español. El grueso de sus clientes está compuesto por ONG, organismos internacionales, organizaciones educativas, artísticas y culturales, y editoriales. En 2021, le otorgaron la beca Edwin Morgan Translation Fellowship (Scottish Universities’ International Summer School), centrada en la traducción de literatura británica, en particular la escocesa.

 

2 Comentarios

  1. Personalmente no puedo evitar que, al leerlo, me parezca que hay que dar demasiados pasos (y farragosos) para una especialidad que, por su carácter eminentemente creativo, se lleva mal con las automatizaciones.

    Una novela no es un manual o una enumeración de puntos que se puedan segmentar fácilmente, sino que dependen bastante del todo al que pertenecen. Tener que dar chorrotocientos pasos previos y posteriores para ahorrarse unas cuantas pulsaciones de tecla me parece contraintuitivo, la verdad.

    Dicho lo cual, cada maestrillo tiene su librillo, claro (pero…).

  2. Isabel HM Responder

    ¡Qué interesante, Javier! En mi caso, todo lo que las herramientas aumentan mi productividad y mi confianza en el proceso y resultado es precisamente lo que me deja espacio para la creatividad.

    En Twitter se está comentando mucho el artículo y varias personas usan las mismas herramientas para editorial. Incluso añadiendo Dragon. Creo que precisamente a ti te gustaría este artículo que me han pasado allí (Javier Rebollo @Javishuela) sobre la «traducción aumentada»: https://avteurope.eu/wp-content/uploads/2021/09/Machine-Translation-Manifesto_ENG.pdf

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