Viernes, 9 de diciembre de 2022.
¿Traducción literal o libre? ¿Doblaje o subtitulación? ¿Domesticación o extranjerización? ¿Neutralización de la lengua o representación de la variación lingüística? Muchos son los debates que rodean a nuestra profesión. Y debemos de ser muy indecisos, porque todos los calificamos de eternos. ¡Qué hartazgo, de verdad! Y ahora desde los medios nos machacan, día tras día, a piñón fijo, con el que gustan de llamar «el eterno debate de la traducción automática frente a la humana» —aun sin tener ni idea de lo que hablan—, me gustaría añadir: ¿Es solo porque el término «inteligencia artificial» les granjea lectores, televidentes o seguidores con toda seguridad? ¿Realmente creen que nuestro trabajo lo desempeñará algún día un robot? Aunque quizá la cuestión más importante sea: ¿por qué les tenemos tanto miedo a las máquinas?
Ya, ya, no hace falta que me lo digáis. Soy consciente de que en el párrafo anterior hay chorrocientas preguntas. Pero es que el objetivo de este artículo es precisamente ese: lograr que hoy mismo, nada más acabar de leerme o, mejor aún, de dejarme vuestras impresiones más abajo, dediquéis un ratito a plantearos si usar la ayuda que nos ofrece la tecnología os vendría bien en vuestro caso particular. Que para cerrazón ya tenemos la de quienes nos dan por perdidos, vencidos por los dígitos de los traductores automáticos.
Un coach —ese profesional (ejem) tan de moda, cuya tarea poco se diferencia de la que han hecho nuestras progenitoras toda la vida, esto es, saber mejor que nosotros lo que es mejor para nosotros—, os diría: «No seas cabezota, mira el lado positivo, busca soluciones…». Vale, sí, esas son las palabras que usaría mi madre, yo qué sé qué anglicismos innecesarios usaría un gurú de esos para decir exactamente lo mismo. Pero ya me leéis con otro ánimo, ¿no? ¡Pues al lío!
Empezaré desnudándome y contándoos por qué uso yo la traducción asistida por ordenador (TAO) y la traducción automática (TA). Por un lado, está el hecho de que conozco la TAO desde que hice mi Máster de Traducción e Interpretación de Conferencias en el año 2000 y he comprobado sus ventajas en los trabajos que vengo haciendo desde entonces. Por otro lado, está mi cuerpecito serrano: tengo toda la espalda fijada por una prótesis y sufro de una enfermedad neurológica que me obliga, entre otras cosas, a teclear con solo seis dedos y muchos dolores, así que toda mejora ergonómica y eficiencia adicional son bienvenidas.
Me diréis que mi perfil no es precisamente extrapolable, pero muchísimos otros traductores usan las mismas herramientas que yo para su trabajo. Ya se han escrito muy buenos artículos (y se ha discutido largamente en la lista de ACE Traductores) sobre los beneficios de las memorias de traducción. Os incluyo un par de referencias más abajo, por si habéis intentado ignorarlas hasta ahora. Yo no voy a decir nada nuevo, pero me he propuesto describiros los beneficios que he vivido en mi propias carnes hasta ahora (aunque no siempre traduciendo libros) por si consigo que os pique el gusanillo. En mi próximo artículo, os mostraré su aplicación a un caso concreto de traducción editorial.
He decidido agrupar los beneficios que tienen para mí los programas de TAO y TA en las siguientes categorías: eliminación de errores, eficiencia, coherencia, conveniencia, trazabilidad y comodidad. Cabe mencionar que algunos beneficios podrían incluirse en varias categorías, pero no los he repetido, y que el orden no supone que dé más prioridad a unos que a otros.
Eliminación de errores (o cómo no meter la pata hasta el fondo)
Mis inseguridades al traducir disminuyen si uso memoQ por dos motivos: primero, porque la disposición de original y traducción en dos columnas y su sistema de segmentación (por frases o párrafos) hacen imposible que se me olvide traducir parte del texto y, segundo, que su control de calidad (tanto en tiempo real, segmento por segmento, como cuando yo decido, por ejemplo, al acabar un documento) es potentísimo y muy personalizable (con lo que nunca escribiré mal un nombre complicado ni me bailarán las cifras de un número, por ejemplo). Esta última función y la posibilidad de dejarme a mí misma comentarios de diferentes categorías también me permiten hacer traducciones provisionales y modificarlas más adelante tantas veces como quiera sin dejarme nada en el tintero.
Eficiencia (o cómo irse antes a la playa o a tomar unas cañas)
La gran ventaja de las memorias de traducción es que nunca tengo que traducir la misma frase dos veces (a no ser que desee hacerlo). Y tampoco tengo que traducir algo que ya han traducido otros porque la herramienta me permite cargar parejas de documentos (texto original y traducido) para reutilizar en mi traducción. Esto es algo muy práctico al traducir distintas versiones de un mismo documento (como un libro de texto y su reedición años más tarde) y textos de la misma temática o con repeticiones (como las muletillas de un personaje o las referencias a un libro previo de una saga). Del mismo modo, la base terminológica aumenta mucho mi productividad, ya que puedo incluir glosarios antiguos o con las preferencias de mi cliente, además de crear un glosario de la traducción en curso, todo lo cual usa el programa para sugerirme autotexto fácil de añadir con una pulsación.
Coherencia (o como no llamar a Pepe «Pepa» ni alguna otra palabra indebida)
Las mismas funciones que mejoran la eficiencia también garantizan la coherencia tanto interna en un mismo documento como con otros documentos, ya que en la memoria puedo meter documentos monolingües y corpus de referencia para garantizar que mi traducción concuerde con ellos. Por otro lado, la base de términos (con glosarios propios o externos) es muy útil no solo para comprobar la coherencia, sino también para fomentar la diversidad lingüística (por ejemplo, para un mismo término, puedo indicar cuál es mi traducción preferida, pero también otras alternativas e incluso añadir términos prohibidos o notas aclaratorias). La herramienta de concordancia de memoQ, además, es muy completa y práctica: me permite visualizar en una misma ventana todas las veces que he usado una palabra o expresión en uno o varios documentos y me muestra información textual (y de otra índole) tanto del original como de mi traducción sin tener que hacer laboriosas búsquedas en múltiples archivos.
Conveniencia (o cómo ahorrarse disgustos y engorros)
Son varias las funciones de memoQ que me resultan muy prácticas, entre ellas: que, cada vez que confirmo un segmento, se hace una copia de seguridad automáticamente (una vez que mi PC falleció sin previo aviso, con solo pulsar Pretranslate, logré recuperar una traducción completa); que, al cargar un documento, puedo olvidarme del formato y centrarme en el proceso de traducción porque todo seguirá exactamente igual al exportar el documento traducido; que en todo momento puedo saber exactamente mi progreso (en porcentaje, segmentos, palabras o caracteres), algo que a veces uso como ayuda a la productividad, al modo de una herramienta pomodoro; que me quita tareas molestas de las que no quiero estar pendiente al revisar (como la comprobación de números, la supresión de dobles espacios o la eliminación de palabras repetidas); y que, al terminar cada documento, he creado automáticamente un glosario y un corpus para el futuro (la base de datos y la memoria bilingüe).
Trazabilidad (o cómo ir dejando garbanzos por el camino)
Hace poco, nos hablaba Alicia Martorell en El Trujamán de la importancia de documentar nuestras decisiones traductoriles a efectos de traductología y autorreflexión. La facilidad de añadir comentarios inconspicuos en memoQ (y filtrarlos) es de gran ayuda en este sentido. Y yo les veo otra función: evitar que mi indecisión me lleve a rescatar ad infinitum opciones previamente descartadas.
Comodidad (o cómo gastarme un poco menos en fisioterapia)
Al trabajar en memoQ, veo en una misma pantalla el original y mi traducción, los recursos que he creado (mi memoria y mi glosario) y el texto con el formato definitivo; puedo adaptar a mi gusto la forma de visualizar todo eso y mi vista agradece no tener que ir y venir entre varios documentos, pantallas o soportes. Lo mismo ocurre con el cuello, que solo tengo que mover cuando hago búsquedas en fuentes de consulta externas (navegador, diccionarios, etc.), las cuales abro en mi segundo monitor. Mis muñecas y hombros sufren mucho, pero empeorarían sobremanera sin funciones como el autotexto (de términos que he metido en el glosario o la memoria y de las sugerencias que me da el programa en tiempo real en función de lo que va aprendiendo de mi forma de traducir a medida que escribo) o los elementos que no se traducen (como las fechas o URL, que el programa transfiere automáticamente). Cuando al programa de memoria de traducción le añado también la traducción automática, el proceso es aún más cómodo; aunque los resultados que arroja la TA en literaria suelen dejar mucho que desear, en textos institucionales, por ejemplo, me ahorro una barbaridad de pulsaciones… y quizá hasta de luxaciones.
Mi herramienta de TAO tiene utilidades que no aprovecho plenamente y muchas funciones que no uso (estadísticas, consulta de versiones, control de cambios, extensiones de terminología, modo zen, búsquedas en línea, etc.), pero para mí solo lo anterior ya justifica con creces su uso.
Una vez expuestas las ventajas, es de rigor decir que usar memorias de traducción (con o sin traducción automática) puede no ser un plato para todos los gustos, pero, como veréis en mi próximo artículo, eso nada tiene que ver con que los textos que traduzcáis sean literarios o no. Además, no hay duda de que aprender a usar estas herramientas lleva su tiempo. Sin embargo, animo a quienes estéis dudosos a que hagáis la prueba. Es probable que veáis que no coartan vuestra forma de traducir y que podéis adaptarlas a vuestro flujo de trabajo. Entonces, comprobaréis que pueden ser buenas aliadas.
Intelecto y herramienta. Humano y máquina. Dejemos que se den la mano, que hasta el protagonista de Terminator al final vino para ayudarnos: de máquina a humano, de villano a héroe.
Como dijo Diego Merino allá por junio en el mensaje en la lista de ACE Traductores que originó este artículo: «Lo dicho, que yo estoy más que encantado con el programa y creo que cumple perfectísimamente bien para las necesidades de traducción literaria. ¡Dadle una oportunidad!». Nada más que añadir, Señoría. ¿O necesitáis que os lo diga un coach?
Lecturas recomendadas
http://lalinternadeltraductor.org/n12/memorias-traduccion-literaria.html
Isabel Hurtado de Mendoza Azaola (Bilbao, 1978) estudió Filología Inglesa en la Universidad de Deusto. Durante su año de Erasmus en la Universidad de Mánchester, conoció a quien se convertiría en su primer cliente de traducción: un activista de la German Initiative to Ban Landmines. Este encuentro fortuito no solo trajo consigo su primer encargo de traducción, sino que también la impulsó a matricularse en el Máster de Traducción e Interpretación de la Heriot-Watt University (Edimburgo) meses después. Isabel se enamoró de la ciudad apodada «la Atenas del norte» y desarrolló una amplia carrera lingüística, como traductora autónoma y del Ayuntamiento de Edimburgo y como directora de español del centro IALS de la Universidad de Edimburgo. Muchos años después, Isabel es mentora de traductores noveles del Institute of Translation and Interpreting, examinadora de español y traductora de la International Baccalaureate Organization y, cómo no, traductora autónoma de inglés-español. El grueso de sus clientes está compuesto por ONG, organismos internacionales, organizaciones educativas, artísticas y culturales, y editoriales. En 2021, le otorgaron la beca Edwin Morgan Translation Fellowship (Scottish Universities’ International Summer School), centrada en la traducción de literatura británica, en particular la escocesa.
¡Enhorabuena por el artículo, Isabel!
Es comprensible que a quien está acostumbrado a hacer las traducciones «a pelo» (directamente en un editor de textos) le cueste cogerle el tranganillo a una TAO. Pero es que en cuanto le empiezas a ver las ventajas ya no hay vuelta atrás:
• Posibilidad de pretraducir todo el texto con alguna herramienta de traducción automática. Depende del tipo de texto, pero en ocasiones esto nos quita bastantes pulsaciones. La mayor ventaja es que ya de primeras nos permite hacer cambios globales a todo el texto para homogeneizarlo (por ejemplo, comillas simples por latinas, «sólo» por «solo» o mil cosas más).
• Posibilidad de usar glosarios. Esto es una maravilla, pues no solo sirve para ir creando nuestros propios «diccionarios» (para cada trabajo o generales) y ver rápidamente la terminología que estamos usando, sino que nos permite escribir las entradas con un par de pulsaciones, ¡y a la larga los dedos lo agradecen mucho! En cuanto uno tiene un glosario un poco gordito, con varios cientos o miles de expresiones frecuentes y cosas así, el flujo de trabajo es muchísimo más rápido y eficiente.
• También podemos usar memorias de traducción. Para literaria no son tan útiles, pero ocasionalmente vienen bien. Son una forma muy rápida de buscar cómo tradujimos algo en el pasado, en algún otro trabajo.
• Y, por supuesto, también cuentan con los «grandes clásicos», como opciones de búsqueda/reemplazo, herramientas de corrección, etc.
Dicho todo eso, os recomiendo efusivamente usar OMEGAT (https://omegat.org/), una TAO de código abierto que funciona a las mil maravillas. Es el programa al que hago referencia en la cita final del artículo. (¡Qué ilusión, por Dios! Todo el santo día traduciendo citas de otros… ¡Y por fin alguien me cita a mí!, je je).
¡Y en el título, Diego! 😉 Gracias por tu comentario.
Hice un curso de memoQ hace años y me pareció interesantísimo, sobre todo para utilizar en series audiovisuales, que es lo que hacía entonces, o en series literarias. Estaba muy decida a experimentar. Pero de repente empezó a caerme trabajo y lo dejé, porque al principio, mientras no se domina mínimamente la herramienta, se pierde más tiempo del que se gana. Ojalá tuviera una temporadita de descanso para volver a probar. En todo caso, gracias, Isabel, porque has hecho que me pique el gusanillo otra vez.
Y a ti, Diego, gracias por esa recomendación.
Genial, María. ¡Ojalá alguien más se anime! Y, mientras, este viernes podréis ver mi ejemplo (árido, pero muy detallado) del uso de memoQ para editorial.