Correcciones borjianas y II, Pilar Comín Sebastián

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Lunes, 5 de diciembre de 2022.

[Véase la primera parte del artículo aquí]

Badil, sí, plancha, no

Veamos algunos ejemplos; empezaré por mí: yo siempre intento entender las necesidades del texto y a veces consigo darle variedad léxica, pero puede que repita siempre los mismos verbos. Pues bien, si corrijo cualquier tipo de texto de un autor argentino o si en un texto narrativo hay un personaje argentino, tendré buen cuidado de que trate de, y logre o alcance a; y así capaz que suene genuino. Es decir, no corrijo con mi lengua, sino con la del texto. Pero, para no hacer una corrección borjiana, tengo que saber otros españoles además del mío: burgués del XIX, médico de las Américas, astronómico, musical, artístico medieval, sostenible y marquetiniano son los que manejo en el momento de redactar este artículo; ¡ah! y los que hablo cotidianamente.

La variedad temporal es un escollo (ni un reto ni un desafío) nada fácil de salvar para una persona joven, ya que ampliar el vocabulario pasa por leer textos de otras épocas y eso requiere tiempo (sí, la veteranía es un grado). Verán: cada vez es más frecuente el falso amigo honesto (en inglés, honest) donde debería leerse sincero (y otras expresiones). En el mejor de los casos, se percibe la diferencia entre la sinceridad y la ética, y se reserva la cualidad de honesto para aludir a «rectitud de ánimo, integridad en el obrar». Pero con eso va a ser difícil entender algunos pasajes de Los pazos de Ulloa (Emilia Pardo Bazán, 1886):[1]

  • Y don Pedro figuraba entre los que no juzgan limpia ya a Ia que tuvo amorosos tratos, aún [sic] en Ia más honesta y Iícita forma, con otro que con su marido.
  • Su honesta tertulia nocturna de canónigos y personas formales que venían a hacerle la partida de tresillo.
  • Desnudóse honestamente, colocando la ropa en una silla a medida que se la quitaba, y apagó el velón antes de echarse.

Por lo visto, en 1886, honesto no significaba ‘recto, probo, cabal, honrado…’ ni, mucho menos, ‘sincero’. Eso será un inconveniente (ni un reto ni un desafío) para el traductor y el corrector que trabajen con textos de esa época o que presenten personajes de ella. Una visita al DLE pone sobre la pista, pero es difícil que el profesional que no sea consciente de que debe trabajar con la lengua del texto, no con la suya, vaya a buscar pistas. Tampoco es un detalle baladí ese «desnudóse», que refleja una sintaxis y una ortografía distintas de las que manejan los hablantes actuales.

En muchas ocasiones, cuando el corrector trabaja un texto traducido, es probable que encuentre términos que no le parezcan naturales o apropiados, o quizá considere que hay otro que encaja mejor. Para llegar a esa conclusión y acertar, habrá tenido que reconocer qué estrategia de traducción ha seguido el traductor para los culturemas (préstamo, adaptación, equivalente, traducción comunicativa). Por ejemplo, supongamos que al corrector le encargan la corrección de estilo de una novela traducida del árabe cuya acción se ubica en Damasco y se encuentra esta frase con su cursiva:

El jalifa tenía que enfrentarse a los seguidores de su hermano.

Daremos por supuesto que la mínima profesionalidad exigible en un corrector le ha evitado pensar que hay una errata y ha ido al diccionario. Es lógico que lo primero que se le ocurra sea que la cursiva es innecesaria porque la palabra jalifa está registrada. Y, como, además, el texto tiene un tono general muy popular, cambia jalifa por califa porque se acuerda del califa de Córdoba de cuando estudiaba historia y le parece que, si le suena más natural, a los lectores también. Solo que la estrategia del traductor era exotizante a más no poder.[2] O sea, al corrector no le serviría para hacer una buena corrección de ese texto ni su propia lengua ni lo que les suene mejor a algunos compañeros porque una buena corrección será la que respete la estrategia del traductor, que a su vez ha debido ser leal al autor.

El vocabulario es uno de los ámbitos en los que quien trabaja con la lengua como materia prima profesional más tiene que dejar de lado su habla, lo que le resulta natural y la tentación de razonar que «de toda la vida eso se ha llamado así» o «eso no lo dice nadie».[3] Por ejemplo, actualmente el verbo escuchar casi ha desplazado a oír, cierto, pero eso no implica que en todos los textos sea aceptable olvidar el segundo y usar solo el primero. Así, hay que cuidarse de hacerle decir a un personaje de ficción argentino o gaditano que oye algo; ambos tienen que escuchar para resultar verosímiles. Y a un labrador aragonés casi le cuadraría mejor el verbo sentir; el mismo que podría usar un personaje catalán, por cierto, tanto si es un trasunto de los Rius como si se trata de un Pijoaparte transportado al siglo XXI. En cualquiera de esos casos, el texto tiene su lengua y, probablemente, en ninguno coincide con la del traductor ni con la del corrector.

Para el corrector hay algunas trampas añadidas. La primera es seguir la doctrina de que lo que no está mal no se toca, que exige reconocer lo que está mal y ser insensible a lo que, sin ser incorrecto, es poco genuino ―cuando no un buldócer en forma de calco― o no es propio del texto en el que está. La segunda trampa es caer en la doctrina que preconiza que, cuanto más simple, mejor, pues suele llevar a eso de lo que tanto se quejan los traductores y algunos autores: textos planchados. No es infrecuente que el texto simple coincida, en la concepción del corrector, con el texto que él entiende o que emplearía. A ver, entonces, qué pasaría con esta muy sencilla frase:

Recogería, no obstante, la rata con el badil para juntarla con los desperdicios.[4]

Si no se atiende a la lengua del texto, que, tal vez, ni siquiera sea la del autor, sino la que este ha querido que hable el narrador de esa novela, es posible que tras la corrección de estilo acabara así:

Pero, de todos modos, iba a quitar la rata con el recogedor para tirarla a la basura.

Una vez más, es poco probable que la lengua de esa novela coincida con la del corrector; por el contrario, es probable que muchos correctores no hayan oído jamás la palabra badil ni construyan sus oraciones concesivas con la locución adverbial tras el verbo principal. Es más, quizá el corrector no suela hablar ni escribir con subordinadas concesivas y, por eso, convierta una de ellas en una adversativa. Eso pone de manifiesto que tampoco se debe trabajar con la sintaxis propia. Para un traductor literario puede ser bastante obvio aunque, quizá, la lealtad sintáctica al texto sea menos valorada que la léxica. Saldremos de la literatura para verlo:

Las vacunas para la covid-19 son seguras y eficaces y las reacciones graves después de la vacunación son poco frecuentes.

No parece que haya nada raro en esa oración; solo que no se sabe muy bien qué quiere decir. O sea, si una persona alérgica a los cacahuetes (¡qué mala suerte!) los come tras vacunarse, ¿ya no sufrirá una reacción grave? El equívoco deriva de transformar un complemento circunstancial de causa en uno de tiempo.[5] Lo que quería decir es esto:

Las vacunas para la covid-19 son seguras y eficaces y las reacciones graves a causa de la vacunación son poco frecuentes.

Resulta que el original era este:

COVID-19 vaccines are safe and effective and severe reactions after vaccination are rare.

Y, claro, si hay un after y soy un traductor perezoso, no voy a buscar nada que no sea un después. Y, si soy un corrector que trabajo con mi lengua de hablante y ya me he acostumbrado a esos después calcados, no habré detectado que tengo que hacer algo. El error es más clamoroso cuando no solo se trastoca el tipo de complemento circunstancial, sino que se plancha la sintaxis. Así:

―Oí que su padre había muerto tras producirse el tiroteo en el vecindario.
―Sí, la policía vino tras recibir informes de que un hombre había sido disparado.

Aquí los originales:

I hear his father had died after shooting in the neighborhood.
—Police came after receiving reports that man had been shot.

Así que, por arte de birlibirloque, dos oraciones causales se han transformado en sendas adverbiales y un complemento se ha transformado en directo de un verbo del que no puede serlo; y hay alguna desgracia sintáctica más. Lo que el autor quería decir era esto:

―Oí que había muerto su padre en/por el tiroteo que hubo en el barrio.
―Sí, la policía vino porque la informaron de que le habían disparado a un hombre.

El hombre estaba igual de muerto y la policía lo investigó, pero el mensaje transmitido no es el mismo ni tiene el mismo efecto en el lector. Nos ocupamos de la sintaxis tanto o más que del léxico; pero de la sintaxis del texto, desde luego, y en la vida cotidiana, por muy traductor o corrector que seamos, nada nos impide hablar como Tarzán.

No hay que olvidar que el cliente es quien nos paga, pero trabajamos para el lector, que se merece la sintaxis más adecuada en cada caso. Veamos otro ejemplo:

Una vez hemos establecido que tal vez estemos ante un caso con variables desajustadas, y que posiblemente pueda evolucionar hacia algún tipo de trastorno, podremos poner en marcha las diferentes actuaciones de prevención, incluso sin tener certeza de estar ante un problema, podremos implementar siempre la solución prevista para ir creando unas bases generales que nos pueden ayudar con todo el grupo, con o sin dificultades.

Ese párrafo-frase responde, casi seguro, a una corriente de pensamiento que ya querría Joyce. Es decir, el autor ha plasmado en un texto técnico las ideas tal como se le ocurrían en vez de redactarlas; eso sí, sin ningún error lingüístico, por lo que, el corrector, si sigue la escuela de no tocar nada que no sea incorrecto, lo dejará como está. Sin embargo, un buen corrector de estilo acudirá en ayuda del autor y del editor y, sobre todo, será misericorde con el lector y sacará del zurrón todo lo que sabe en vez de dejar un texto escrito con lengua de hablante:

Si hemos establecido que tal vez estemos ante un caso con variables desajustadas y que puede evolucionar y convertirse en un trastorno, pondremos en marcha las actuaciones de prevención. Incluso sin tener la certeza de estar ante un problema, podremos implementar la solución prevista para crear unas bases generales, que nos ayudarán con todas las personas del grupo, tengan o no dificultades.

Con una intervención mínima (si la tarifa y el cliente lo permiten se puede mejorar aún más ese fragmento), la sintaxis responde a un texto expositivo técnico, ya que evita perífrasis y subordinadas para hacerlo más claro y directo. Además, el punto y seguido incorporado divide la exposición en dos partes que se reconocen en el original. Cierto que esa intervención supera la corrección y se parece mucho a la edición de mesa del texto, pero, en el panorama actual, para no ser un corrector borjiano hay que saber llegar ahí.

Otro asunto es si quedan clientes que quieran, reconozcan y exijan correcciones no borjianas y que estén dispuestos a pagar por ellas. Los hay, sí, pero no abundan y, por el precio de unos maníes, es fácil que quien acepte el trabajo sepa español nivel usuario y no distinga un eccehomo de un pantocrátor. Eso sí, buscará palabras actuales y expresiones sencillas para que los lectores lo entiendan bien; los que hablen su lengua, por supuesto, que es que hay textos que se empeñan en no estar escritos en la lengua que habla cada quien con sus conocidos.


Al corrector no le serviría para hacer una buena corrección de ese texto ni su propia lengua ni lo que les suene mejor a algunos compañeros porque una buena corrección será la que respete la estrategia del traductor, que a su vez ha debido ser leal al autor


 

[1] ¡Venga!, que está en todas las bibliotecas y hasta se lee gratis aquí: Los pazos de Ulloa.

[2] El uso de arabismos en la traducción literaria del árabe al español: estudio de tres casos de narrativa contemporánea.

[3] Salvar especies en extinción.

[4] Jesús Carrasco. La tierra que pisamos (2016). Seix Barral.

[5] Uso la nomenclatura tradicional; ahora serían adjuntos.

 

La corrección de este artículo ha corrido a cargo de Fran Sánchez Mazo.

Pilar Comín Sebastián es licenciada en Biología y en Filología Árabe y, sin embargo, hace más de veinte años que sus oficios son correctora, sobre todo, editora de mesa, redactora y traductora. No está especializada en un solo tema ni en un género, sino que corrige textos variados. Mantiene el blog Atutía para textos, es autora del libro Ortografía y gramática para dummies y ha redactado varios libros de estilo. En ese empeño por difundir un uso más preciso de la lengua, imparte clases y talleres sobre las incorrecciones más frecuentes en castellano y su solución. Es profesora en el Posgrado de Corrección y Asesoramiento Lingüístico de la URV.

5 Comentarios

  1. Concha

    Espléndido, Pilar. Eres un hacha de la corrección. Quiero que corrijas mis textos tú.

  2. Pilar Comín Sebastián

    Gracias, Concha,, con tus magníficas traducciones, sería un placer. Solo nos falta un cliente que quiera que ocurra.

  3. María Alonso Seisdedos

    ¡Los tiempos que hacía que no oía/leía «badil»! Aunque solo fuera (y solo no ha sido) por esa madalena, me ha valido la pena desayunarme este articulazo.

  4. Pilar Comín Sebastián

    María, gracias. Cuando leí esa novela me comí la misma madalena. Yo ahora lo llamo «recogedor», pero hasta que en casa de mis padres se llamaba «badil» y no sé cuándo ni cómo hice esa sustitución.

  5. Isabel HM

    El tema de los maníes es una constante tanto en corrección como en traducción. Hay clientes que no quieren pagar más que eso y cosechan lo que siembran: un texto con «español nivel usuario». No podemos dejar de buscar a los otros, los que valoran el trabajo no borjiano y ofrecen una remuneración acorde con él. Gracias, Pilar.