Lunes, 24 de octubre de 2022.
Julia Osuna ha traducido del inglés Cuentas pendientes. Reflexiones de una lectora reincidente, de Vivian Gornick, Sexto Piso, 2021.
Finalista del XVII Premio de Traducción Esther Benítez.
Comentario de la traductora
En Cuentas pendientes. Reflexiones de una lectora reincidente, Vivian Gornick decide rizar el rizo de sus análisis literarios y explorar el fenómeno de la relectura y de cómo la persona que relee, al haber cambiado con el tiempo, extrae del texto oro nuevo.
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—Pero ¿tan difícil es? —se pregunta el editor cuando le digo que sudo la gota gorda con ella y que haga el favor de subirme la tarifa.
—Es que es muy cabrona escribiendo —respondo con mi habitual llaneza e incapacidad para describir lo literario.
Y ese «cabrona» es desde el cariño, sí, pero también un poco desde el odio: el odio que se tiene a lo que te pone en jaque, a lo que hace que saques las uñas y digas cuidado conmigo, para luego, al punto, guardarlas y decir a lo mejor tengo yo que tener cuidado con ella, y cuidarla, porque esta señora hila muy fino y más me vale ir afilando las agujas. Cura de humildad y todas esas cosas. Y como si fuera novata, darle vueltas a cada frase ocho veces hasta que, por fin, ¡el oro!, el discernimiento que nos está brindando, se aclara para mí y, ahora sí, puedo brindarlo a mi vez.
Con todo, las veces que intento explicar la «cabroneidad» de la Gornick (qué le gusta a ella un sustantivo en -ness), me veo sin palabras. Sí, no hay mayor fracaso para la traductora que no poder explicarse. ¿Será que el texto está hecho de esa materia de la que están hechos los libros sagrados y rehúye la exégesis? ¿Será que tenía que haber ido a Harvard y no haber perdido el tiempo viendo tantas películas? ¿Seré yo, madre? Ah, el eterno retorno del autocuestionamiento de la traductora…
Y ah, el eterno cuestionar de Madame Gornick, que esa sí que es la materia de la que se nutren sus textos. Y ese análisis suyo, intricado y multicapa, hace que, mientras traduces, tu mente se disperse, pero no por lo que suele distraerse una mente traductora (los wasaps, los tuits, los enanos…), sino porque ahora de golpe eres tú la que te estás cuestionando tu vida a la luz de sus revelaciones. Es una autora que te habla tanto que no te deja traducirla, imaginaos… Si a eso le sumamos un estilo perturbador, seguimos para bingo. ¿Perturbador por qué? Perturbador porque parecería que escribe «normal», que te cuenta una anécdota cualquiera o relata lo que pasa en un libro, pero va introduciendo sutilmente una manera muy suya de contar las cosas, que está lejos de la norma pero puede ser a la vez muy decimonónica, que me hace debatir en comentarios de ida y vuelta con revisores y editoras sobre hasta qué punto llega la extrañeza, hasta qué punto pueden soportar los lectores esos giros gornickianos sin querer tirarse por un sexto piso (pun intended!). Y eso, señores y señoras del jurado, perturba porque no te valen los recursos más a mano: tienes que seguir la búsqueda e ir más allá para estar a la altura del lenguaje y el estilo de una mujer que lleva sesenta años haciendo lo que mejor sabe hacer.
Para colmo de males, en el análisis que hace de las obras, en muchas ocasiones no basta con localizar la cita en el original y en la traducción publicada en los casos en los que existe, sino que para seguir sus razonamientos o para poder afinar la traducción de un adjetivo, la profesión de un personaje o la habitación donde sucede la acción necesitas leer parte de esa obra que cita. Son diecinueve las traducciones de compañeros que se citan al final del libro y fue un auténtico Juegos sin Fronteras localizarlas en plena pandemia. Pero una vez localizadas, forman un bonito caso de estudio sobre la forma de traducir de distintas generaciones y añaden una capa más de lectura al libro que quizá la autora no había previsto. Y sí, quizá habría sido más fácil traducir yo esos fragmentos, pero creo que no podría haberme metido en esas obras como se metieron previamente mis compañeros y de algún modo habría privado a los lectores en español de esa panoplia de estilos y de la oportunidad de leer muy buenas traducciones y saber que podían localizarlas fácilmente si se quedaban con la miel en los labios y querían más. Al fin y al cabo, Cuentas pendientes invita a leer —a ser posible con lupa y pipa—, y no seremos nosotros quienes no invitemos a leer traducciones…
Como este es solo un pequeño escaparate de novedades, me reservo el derecho a seguir con mi búsqueda de lo que me atenaza cuando traduzco a esta autora. He de decir que al entregar en junio el tercer libro que he hecho de ella me he quedado más en paz conmigo misma y con ella, y que este invierno me toca un cuarto. Las varias revisiones por las que pasa cada traducción dejan un aparato crítico muy interesante en esos globitos al margen, en una búsqueda permanente del sentido y el matiz*. De uno de esos globitos entresaco lo siguiente, a modo de resumen imperfecto:
—Julia, esta expresión me resulta algo opaca.
—Opaca es el middle name de la Gornick…
*En esa busca del sentido escurridizo, hay que agradecer las valiosas aportaciones de Nuria Vega, David Martín y Cristina Franco en la revisión de Cuentas pendientes.
¡Ah! Los revisores, las revisoras de nuestros textos… Yo también se lo agradezco mucho, tanto que en una ocasión dejé por escrito que el nombre de la revisora debía figurar también en los créditos, como mínimo. Y sí, amor y odio cuando traducir una obra difícil te hace sudar tinta y llorar de impotencia.