Lunes, 15 de agosto de 2022.
La conferencia de Vicente Fernández González «Ocho apuntes sobre el traducir y un esbozo (prestado) de poética»[1] tuvo lugar (con motivo del Premio Nacional de Traducción 2003 por la obra Verbos para la rosa, del poeta griego Zanasis Jatsópulos) en las Jornadas en torno a la Traducción Literaria en Tarazona y se publicaron en VASOS COMUNICANTES 30, invierno de 2004-2005.
Apuntes
1. «»La poesía es indispensable, pero me gustaría saber para qué». Con esta encantadora paradoja Jean Cocteau resumió la necesidad del arte y, a la vez, su dudosa función en el mundo burgués contemporáneo». De este modo tan sugerente comienza un libro —La necesidad del arte, de Ernst Fischer— que cuarenta años después de su publicación sigue ofreciendo una provechosa lectura. Para muestra el siguiente fragmento:
Es evidente que el hombre quiere ser algo más que él mismo. Quiere ser un hombre total. No le satisface ser un individuo separado; parte del carácter fragmentario de su vida individual para elevarse hacia una “plenitud” que siente y exige, hacia una plenitud de vida que no puede conocer por las limitaciones de su individualidad, hacia un mundo más comprensible y más justo, hacia un mundo con sentido. Se rebela contra el hecho de tener que consumirse dentro de los límites transitorios y casuales de su propia personalidad. Quiere referirse a algo superior al “yo”, algo situado fuera de él pero, al mismo tiempo, esencial para él. Quiere absorber el mundo circundante, incorporarlo a su personalidad, extender su “yo” inquisitivo y hambriento de mundo hasta alcanzar las más remotas constelaciones y penetrar en los más profundos secretos del átomo; quiere, con el arte, unir su “yo” limitado a una existencia comunitaria; quiere convertir en social su individualidad.[2]
Fischer habla de arte, pero podría hablar de traducción. Si sobre traducción versara su obra, podría, mutatis mutandis, empezar del mismo modo —“La traducción es indispensable…”—, aunque seguramente la segunda parte de la sentencia de Cocteau no sería procedente. La traducción es indispensable, es necesaria, y a la luz de esta consideración el debate sobre la (in)traducibilidad sólo cobra sentido como eventual recurso heurístico.
2. El resultado del proceso creativo de la traducción en modo alguno está predeterminado. El concepto de texto equivalente ideal sin tomar en consideración la personalidad del traductor no es más que una ilusión. Sólo los textos franceses de Samuel Beckett traducidos del inglés por Samuel Beckett pueden aproximarse a semejante equivalencia ideal. Y en todo caso es preferible el término análogo entendido en cuanto a la relación del texto original con el texto de la traducción, puesto que el término equivalente en el modo en que suele utilizarse hace referencia a las relaciones intertextuales y extratextuales de los textos en sus lenguas respectivas y dichas relaciones pueden ser absolutamente diferentes, especialmente en el caso de dos sociedades alejadas lingüística y culturalmente; piénsese, por ejemplo, en la traducción castellana de un haikú; el funcionamiento de la versión en el ámbito —cultural, social, literario— de la lengua de salida, en la que constituye un texto, en el buen sentido de la palabra, exótico para el lector, no puede ser el mismo que el del original japonés, que se inserta en una tradición centenaria y en una multitud de textos del mismo género. Ni siquiera la identidad verbal implica equivalencia textual, recordemos los comentarios de Borges a los Quijotes de Cervantes y Pierre Menard:
El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi infinitamente más rico. (Más ambiguo, dirán sus detractores; pero la ambigüedad es una riqueza.)
Es una revelación cotejar el Don Quijote de Menard con el de Cervantes. Éste, por ejemplo, escribió (Don Quijote, primera parte, noveno capítulo):
…la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
Redactada en el siglo xvii, redactada por el ingenio lego Cervantes, esa enumeración es un mero elogio retórico de la historia. Menard, en cambio, escribe:
…la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.
La historia, madre de la verdad; la idea es asombrosa. Menard, contemporáneo de William James, no define la historia como una indagación de la realidad sino como su origen. La verdad histórica, para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláusulas finales —”ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”— son descaradamente pragmáticas.
También es vívido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante de Menard —extranjero al fin— adolece de alguna afectación. No así el del precursor, que maneja con desenfado el español corriente de su época.[3]
3. Para la historia de Occidente ha quedado, independientemente de otros documentos anteriores, como traducción fundacional la versión del Antiguo Testamento elaborada por un grupo de judíos helenizados de Alejandría, la conocida como de los Setenta. La leyenda cristiana creada en torno a esta traducción cuenta que los setenta traductores fueron encerrados en celdas separadas e incomunicadas y cuando, al final de su labor, se les reunió para que cada cual leyera en voz alta su versión se comprobó que eran todas idénticas punto por punto. El Espíritu Santo había guiado a los intérpretes de la palabra divina conduciéndoles de la materia lingüística esencial a la expresión griega, la lengua de cultura por excelencia de la sociedad humana que había de serlo por ende de la Iglesia. San Agustín consagró la autoridad de esta traducción de inspiración divina recomendando su consulta para la versión latina allí donde el original hebreo resultara oscuro. En las Confesiones (VII, 21) Agustín recuerda la transcendencia que para su conversión tuvo la enseñanza de san Pablo, que en la Segunda Epístola a los Corintios (3, 6) asevera: la letra mata, pero el espíritu da vida. En ningún momento oculta San Agustín su fascinación por el paralelismo entre tres dicotomías: alma, o espíritu, o mente/cuerpo; sentido, o significado/palabra; hombre/mujer. Alma-sentido-hombre, de un lado; cuerpo-palabra-mujer, de otro. Tres dicotomías, o una —si se prefiere—, que informan la tradición occidental y —no podía ser de otro modo— el pensamiento dominante sobre la traducción; la ideología de la traducción, podríamos decir. El sentido, como el alma, es inmortal, esencia, soplo divino; la expresión, como el cuerpo, es perecedera, contingencia, envoltura formal. El sentido es uno, la palabra diversa.
4. Llegada del Espíritu Santo:
Al llegar el día de Pentecostés estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente un ruido del cielo, como de viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban, y vieron aparecer unas lenguas como de fuego que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno les oía hablar en su propio idioma. Todos, desorientados y admirados, preguntaban:
—¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno les oye hablar en su lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas; otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que confina con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes, y cada uno los oye hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua.
(Hechos, 2, traducción de L. Alonso Schökel y J. Mateos[4])
Dios —que había condenado a los hombres a la Babel perpetua, a la confusión de lenguas y a la dispersión— concede a los apóstoles el don arrebatado a la humanidad. Dicho de otro modo se lo reserva para sí, puesto que los apóstoles no son más que eso, apóstoles, es decir, enviados, embajadores, portadores de su palabra. Dios habla por su boca y los pueblos escuchan su palabra en sus lenguas y desde sus culturas. Por ello cuando Dios, a través de sus traductores apóstoles, se dirige a los esquimales les habla de focas y no de corderos.
5. El legado agustiniano consagra la jerarquía de las lenguas humanas en la tradición occidental: por encima de todas, el griego y el latín. Don Quijote en la imprenta de Barcelona, tras felicitar al traductor con el que conversa por su buen conocimiento de la lengua toscana no se resiste a ponderar y le dice así (segunda parte, capítulo 62):
[…] me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés; que aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se veen con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio, ni elocución, como no le arguye el que traslada, ni el que copia un papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir; porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre, y que menos provecho le trujesen. [5]
Tratándose de lenguas fáciles no cabe duda alguna para el bueno de Don Quijote: donde el toscano dice piace el castellano quiere place, donde piú, más, y así sucesivamente como en un juego de sustitución de las piezas de un rompecabezas por las de otro en que imágenes diferentes siguieran por debajo numeraciones correlativas y fueran de este modo perfectamente intercambiables. Don Quijote felicita al traductor no por la belleza o la calidad de su traducción, que por otra parte no ha leído, sino por su buen conocimiento del italiano, que por sí considera garantía de una correcta traslación.[6]
6. Cuando en los años veinte Malinowski trabajaba en la descripción de la cultura melanesia de las islas Tobriand, en el Pacífico occidental, se encontró un mayúsculo problema de traducción: las culturas en cuestión eran estudiadas a través de su manifestación en textos (tradición oral, relatos de expediciones de pesca, etc.) y se trataba de trasladar esos textos al inglés del modo más inteligible posible para sus potenciales lectores occidentales. ¿Cuál era el mejor camino: la traducción libre, la traducción literal o la traducción con comentario? Malinowski optó por una traducción acompañada de comentarios en los que ilustró lo que él llamó contexto de situación, es decir, el conjunto de significados, actitudes, valores y formas simbólicas que conforman un horizonte cultural, una cultura, y en el que se inscriben actos y discursos.
Malinowski, que sin proponérselo nos dejó con su artículo “El problema del significado en las lenguas primitivas”[7] un texto fundamental para la Traductología, comprendió que los textos son “textos de cultura”, que la culturalidad es un atributo de los discursos y los textos y no sólo de determinadas palabras y, en definitiva, que la comunicación intercultural entraña un problema de traducción, es —si se prefiere— una cuestión de traducción.
7. En su archiconocido Manual de traducción, Newmark distingue el lenguaje “cultural”, de los lenguajes “universal” y “personal” y afirma:
“Morir”, “vivir”, “estrella”, “nadar”, e incluso objetos casi prácticamente ubicuos como “espejo” y “mesa”, son universales… No presentan, por lo general, ningún problema de traducción. “Monzón”, “estepa”, “dacha”, “chador”, son palabras culturales… [8]
Sin embargo, palabras universales como “morir” y “muerte” no tienen el mismo valor en la cultura cristiana occidental, en la árabo-islámica y en la hinduista, por ejemplo. E incluso en el contacto entre culturas próximas, ¿qué ocurre cuando una palabra como “muerte” es de género femenino en español y de género masculino en griego, thanatos? No es, claro está, el accidente gramatical lo que me preocupa, sino el comportamiento cultural de las palabras, incluso en el plano de lo simbólico, que esa diferenciación de género conlleva.
La inocua palabra “mesa” en español, además del conocido mueble, puede designar la presidencia de una asamblea o el órgano rector de una agrupación política o ciudadana, por ejemplo. En griego el mueble en cuestión, trapeza o trapezi, sólo sirve para comer (para escribir se usa el grapheio, nuestro pasado de moda escritorio), pero la misma palabra significa “banco”, es decir “entidad bancaria”, y “altar” (altar de templo cristiano). Trapezi significa también comida o cena, la celebración de la comida o la cena. Además hay palabras derivadas: trapezaria (comedor) y trapezono (invitar a comer)No se trata simplemente de casos de polisemia. La cuestión es que la polisemia se inscribe profundamente en el modo en que las lenguas y culturas organizan la red de referencias y símbolos en la que una comunidad se instala y desde la que produce sus textos y discursos. Y lo relevante para nosotros es esa impregnación cultural de los textos que traducimos.
En 1996 visité en Sevilla una sugerente exposición de un artista malagueño, Rogelio López Cuenca. Se trataba de un conjunto de obras cuya referencia común era la Semana Santa presentadas bajo un título o lema común: Paso de procesiones. “Paso” puede entenderse como sustantivo, traducible al habla de Málaga por “trono”, o bien como primera persona del singular del verbo pasar. Reducir la lectura de este enunciado al plano del juego de palabras no daría cuenta del entramado de implicaciones socioculturales que la mera celebración de semejante exposición en Sevilla, los mismos días de Semana Santa, comporta.
De manera que las llamadas por Newmark “palabras universales”, y en contra de lo que este afirma, sí presentan problemas de traducción, problemas “culturales”, quiero decir. Por otra parte, si admitimos el concepto de “textos de cultura” en el sentido aquí esbozado, las virtualidades del concepto de “palabra cultural” quedan muy desdibujadas, aun aceptando que determinadas palabras y en determinados momentos pueden desempeñar un papel más relevante que otras en la construcción de la identidad propia o ajena.
8. La traducción es una práctica social que pone en contacto, de manera diversa, a los miembros de la colectividad, que no siempre desempeñan el mismo papel en el proceso. La traducción en nuestros días es un fenómeno presente de una u otra forma en la vida de prácticamente todas las personas que habitan el planeta. Los papeles no se agotan en los de autor, traductor (o mediador), cliente y lector; en el encargo, producción y consumo de un texto traducido o de un acto de traducción (o interpretación) pueden intervenir —y de hecho intervienen— muchas personas e instancias.
La dimensión ética de la actividad de la traducción (pre)ocupa cada vez más a los estudiosos. La observancia de criterios deontológicos, la adopción de un código deontológico que regule el ejercicio profesional es una necesidad sentida y expresada por muchos traductores, y, sin duda, una necesidad social. La “ética”, sin embargo, es una dimensión de lo privado; susceptible de ser tratada en términos de fidelidades personales; conviene, pues, situar también la cuestión en la esfera de lo público, es decir, en el ámbito de los derechos de los (ciudadanos) lectores y los derechos y los deberes —objeto de la deontología— de los (ciudadanos) profesionales. En el ámbito del “contrato social”, en el ámbito, en definitiva, de la “política”.
Esbozo
¿La palabra montaña de qué materiales está hecha? En todo caso, no de las siete letras que la hacer sonar. Tierra y agua la habitan, pizarrales, rocas marmóreas, piedra porosa; tomillo y almácigo, orégano, acebuches; piedras y más piedras. Al menos en Grecia. Porque en otros sitios la misma palabra, con sus propias letras que la hacen sonar de otro modo —a veces prolongada, a veces monosílaba, con acordes diferentes, en cualquier caso—, está llena de altísimas coníferas y es verde, más verde que la de los montes griegos, gris y, al caer la tarde, malva. Así, la montaña suena con diferente combinación de letras según su altitud. En el cuerpo de la palabra a veces nieva; a veces está cubierta por espesas nubes o por niebla. Y además la palabra está hecha de diferentes materiales en cada estación. Su composición mineral, sin embargo, que varía de montaña a montaña, permanece tercamente invariable para la misma montaña, tal y como fue definida por la era geológica de su formación. ¿De que material está hecha la palabra poesía? [9]
[1] Los fragmentos 2, 3 y 5 proceden de Vicente Fernández González, “Traducir a Cavafis: sobre el concepto de equivalencia en la traducción literaria”, Erytheia 17, (1996), 287-311.
[2] E. Fischer, La necesidad del arte (trad. de J. Solé-Tura), Barcelona, Península, [1959] (31973), 6-7.
[3] Jorge Luis Borges, “Pierre Menard, autor del Quijote”, en Ficciones (Obras Completas II), Barcelona, Círculo de Lectores, [1941] (1992), 37-38.
[4] L. Alonso Schökel y J. Mateos, Primera lectura de la Biblia, Madrid, Cristiandad, 425.
[5] “Hay por desgracia, mucha gente que tiene una idea exagerada de las lenguas bíblicas. Considera el hebreo como una lengua esotérica para uso de teólogos y el griego como un ‘misterio’, ‘el más fino instrumento del pensamiento humano que jamás ha existido’”. En realidad, el griego y el hebreo son simplemente lenguas con todas las cualidades y limitaciones propias de toda lengua. No son lenguas celestiales ni idiomas del Espíritu Santo.” (Eugene Nida y Charles Taber, La traducción: teoría y práctica (trad. de A. de la Fuente Adánez) Madrid, Cristiandad, 1986, 22)
[6] No obstante parece que el pensamiento al respecto del hidalgo es un poco más complejo y culmina su discurso con una salvedad:
Fuera de esta cuenta van los dos famosos traductores: el uno, el doctor Cristóbal de Figueroa, en su Pastor Fido, y el otro don Juan de Jáuregui, en su Aminta, donde felizmente ponen en duda cuál es la traducción, o cuál el original.
[7] Bronislaw Malinowski, “El problema del significado en las lenguas primitivas”, en C. K. Orden e I. A. Richards, El significado del significado. Una investigación acerca de la influencia del lenguaje sobre el pensamiento y de la ciencia simbólica, Barcelona, Paidós, 1984, 310-352.
[8] Peter Newmark, Manual de traducción (trad. de V. Moya), Madrid, Cátedra, 1992, 133.
[9] “La palabra poesía”, en Zanasis Jatsópulos, Verbos para la rosa. Esbozo de poética (trad. de V. Fernández González), Málaga, Miguel Gómez Ediciones, 118-119.