Viernes, 12 de agosto de 2022.
Cuando Rafael Nadal ganó su último Roland Garros, leí en un periódico que el tenista «es un verbo». El articulista argumentaba que, como los adjetivos y las metáforas épicas son insuficientes, el mejor homenaje que se le podría hacer a Nadal es convertirlo en verbo. Sin embargo, no se atrevía a violentar la gramática y recurría a la expresión «hacer un nadal». Eso es todo lo que permite el español. Tres palabras cuando habría bastado «nadalear», con el mismo significado que proponía el autor del artículo: «dícese de cuando alguien hace gala de una insólita confianza en momentos difíciles». Pero la lengua, que parece admitir «nadalada», por el uso que algunos han hecho de esta palabra, rechaza «nadalear».
Esto me hizo pensar en lo estrictas que son las lenguas peninsulares (dejo aparte el vasco, del que todavía no sé nada), una seriedad que contrasta con la alegre disposición del inglés para hacer toda clase de cabriolas. Por esos días estaba leyendo My Broken Language, autobiografía de la infancia, adolescencia y primera juventud de Quiara Alegría Hudes, donde descubrir a un famoso deportista convertido en verbo habría sido de lo más natural, pues ya me había encontrado en sus páginas con diversos objetos trocados en verbo, entre ellos un detergente. «I taught myself to hand-soap the sheets and ajax the bathroom floor», escribe, y ocho páginas más adelante: «Once I had ajaxed the bathroom floor, now I ajaxed my mouth and I hated myself for it». Lo de lavarse la boca con Ajax y odiarse a sí misma por ello significa que no ha replicado a alguien como debería haberlo hecho.
Quiara, residente en Filadelfia, es de origen puertorriqueño por el lado materno y judeoamericano por el paterno. A su padre no le gustaba que la madre hablara a la niña en español, por lo que sólo lo hacía cuando el padre no podía oírlas. «Era una lengua sólo para el aire libre, un secreto entre mamá y yo.» La madre practicaba la santería caribeña, era de etnia taína, médium que se comunicaba con los espíritus y curandera natural. Sus ritos e invocaciones constituyeron otra especie de lenguaje para la niña, cuya primera lengua era el inglés, la segunda el spanglish, la tercera el español y la cuarta en lukumí de la santería.[1] Tras la separación de sus padres, Quiara vivió con la familia materna, una abuela que se negaba tozudamente a expresarse en inglés y una serie de tíos y primos que hablaban tanto inglés como español. Su relación con todas estas personas y las vicisitudes que sufren, así como el relato de su formación académica hasta que llegó a convertirse en una dramaturga de éxito y ganadora de un premio Pulitzer, constituyen lo esencial de esta autobiografía.
Desde el punto de vista de la traducción[2], es interesante la coexistencia en el texto del inglés y el español con cierta frecuencia. En general, el español es incorrecto: «Recuérdate a Forest Lane. You spent all day in those woods reciting poems to the trees» «Coño, you gotta admire the creativity, meng! Only en el barrio, tontería como así!»
La autora suele trasladar a nuestra lengua usos propios del inglés que le son extraños: «every version of dios-te-bendiga rolled off her tongue», que se mezclan con una ortografía errónea: «Dios te cuide, dios te favoresca…» «Toma, coje el teléfono, it’s the cousins from Puerto Rico!» Comete un genocidio con las tildes, hasta tal punto que las pocas que se salvan de la masacre parecen estar en su sitio por casualidad. También la mayor parte de los signos iniciales de admiración e interrogación han caído en combate. A veces un acento está bien pero un sustantivo y un verbo de la misma frase no: «She had called me to get Padrino Julio y le pidiera la bendición».
El dilema que se le plantea al traductor consiste en si debe dejar las palabras en español tal como están o ha de ponerse a corregir: «el padrino Julio», «y pedirle la bendición». Si unas frases como «She was squatter now, her usual soft shoulders broad and firm. Se montó el espíritu» han de quedarse así o la última transformada en «el espíritu la había poseído». «Ya Negra, quieta!» ¿Debería cambiarlo por «¡Basta ya, negra, ¡estate quieta!».
Puesto que la misma Quiara, cuando visita el Museo de Arte de Filadelfia para ver la fascinante sección de los Duchamps, escribe: «I knew English, halting Spanish, and conversational Duchamp», ¿no debe el traductor atenerse a esta admisión de que el español de la autora es titubeante y, puesto que ella misma no ha querido que se lo corrigieran antes de publicar el libro, no ser más papista que el papa? Tal vez sí. Personalmente, el libro me ha interesado mucho, he disfrutado de la depurada prosa inglesa de Quiara, sus metáforas, la deliciosa y también desgarradora precisión con que pinta el gran fresco de una extensa familia puertorriqueña afincada en Estados Unidos, pero ¿qué haría yo si me ofrecieran traducirlo? Afortunadamente, no voy a encontrarme en esa situación.
Quiara Alegría Hudes, My Broken Language, William Collins, Londres, 2021.
Quiara Alegría Hudes, Mi lenguaje roto. Trad. de Daniel Esparza, Vintage Español, 2022.
[1] El lukumí es un léxico de palabras y frases derivadas de la lengua yoruba originado en Cuba y otras zonas caribeñas.
[2] En el momento de la redacción del artículo, el autor desconocía la existencia de una traducción al español de este libro.
Jordi Fibla Feito nació en Barcelona en 1946. Ha acumulado una obra abundante y muy diversa que él ha calificado alguna vez como «varios archipiélagos de excelencia en un mar de mediocridad». En 2015 le concedieron el Premio Nacional de Traducción por toda su obra.
La poliglosia (bajtiniana) es el hábitat del traductor. Será muy interesante ver cómo juega con ella el valiente traductor