Viernes, 24 de diciembre de 2021.
El pasado jueves 16 de diciembre, en la sede del Instituto Cervantes de Madrid, tuvo lugar la entrega del XVI Premio Esther Benítez, que concede el conjunto de socios de ACE Traductores, y que este año ha recaído en Carlos Fortea por su traducción del alemán al español de Todo en vano, de Walter Kempowski, publicada por la editorial Libros del Asteroide.
Además de numerosos socios, asistieron María José Gálvez, directora general del Libro y Fomento de la Lectura; Elvira Marco, comisaria de España Invitado de Honor en la Feria del Libro de Frankfurt 2022; Daniel Fernández, presidente de CEDRO; Pedro Sánchez Álvarez, jefe del departamento de socios de CEDRO; Jorge Corrales, director general de CEDRO; Álvaro Martín, presidente de UniCo; María Isabel Molina Llorente, presidenta del Consejo General del Libro Infantil y Juvenil; Ainhoa Sánchez Mateo, de AC/E – Acción Cultural Española. Asimismo, estuvieron presentes Luis Solano, editor de Libros del Asteroide, y Manuel Rico, presidente de ACE, que participó mediante un vídeo. En representación del Instituto Cervantes, Ernesto Pérez Zúñiga, subdirector del área de cultura del Instituto Cervantes, y Lola Montero, del Departamento de Contenidos Digitales del Instituto Cervantes y responsable, junto con VASOS COMUNICANTES, de El Trujamán.
Elia Maqueda y Marta Sánchez-Nieves:
El premio de traducción Esther Benítez nos encanta porque es una ocasión única de ponernos nuestras mejores galas, de salir de casa y de perder de vista la pantalla del ordenador. Pero también porque es un premio de las socias para las socias. Y, sobre todo, porque lleva el nombre de Esther Benítez, incansable luchadora de nuestros derechos y fundadora de nuestra asociación.
Además, es importante nombrar (y, por qué no, premiar) las cosas para que nunca se olviden, y la traducción, en estos tiempos que corren, es una forma muy valiosa de cuidar la lengua y de dejar más huellas y más diversas en la historia de la literatura y en la cultura.
Pero mejor hablemos del galardonado: Carlos Fortea es muchas cosas, no solo para mí, sino para el mundo en general. Podríamos decir eso tan manido de que es «un hombre del Renacimiento», pero hoy se lleva más decir que es un «artista multidisciplinar». Yo siempre he querido saber cuál es su secreto para llegar a todo, hacer tantas cosas y hacerlas todas tan bien. Un día me chivó que aprovechaba sus largos viajes en tren para escribir, por ejemplo, pero ahora que vive en Madrid estoy convencida de que tiene una máquina del tiempo o algo por el estilo. Haciendo un ejercicio de síntesis, Carlos es traductor, escritor y profesor, exdecano de la Facultad de Salamanca, actual coordinador del Grado de Traducción e Interpretación de la Universidad Complutense y expresidente de ACE Traductores; es también un gran marido, padre y abuelo. Pero, además, tengo la suerte de poder decir que Carlos es un grandísimo compañero y amigo. Para mí ha sido y es un mentor en muchos sentidos.
Pero aquí estamos para hablar de Todo en vano y de la andadura de Carlos como traductor, que es granada y prolífica. Carlos ha traducido de todo, desde libros del horóscopo hasta a Günter Grass o E.T.A. Hoffmann. Cuando llevas tantos años trabajando los galardones son algo muy merecido y que seguro que hace mucha ilusión siempre. Sin embargo, me consta que, aunque ha recibido otros premios de traducción, como el Ángel Crespo, para él es muy importante recibir este año el Esther Benítez. Conoce bien el premio, conocía a Esther, y él también ha trabajado mucho para defender los derechos de los traductores, por eso es especial y simbólico que se lo pueda llevar a casa hoy.
«El premio Esther Benítez nos encanta (…) porque es un premio de las socias para las socias. Y, sobre todo, porque lleva el nombre de Esther Benítez, incansable luchadora por nuestros derechos» (Elia Maqueda)
Vicente Fernández González, presidente de ACE Traductores:
El sábado pasado, Babelia, el conocido suplemento del diario El País, publicó, como suele hacer todos los años por estas fechas, una lista de los mejores cincuenta libros del año. Entre esos cincuenta libros se incluían veintinueve libros traducidos. Veintinueve traducciones; dos de ellas obra precisamente de las últimas ganadoras del Premio Esther Benítez, Eugenia Vázquez Nacarino y Teresa Lanero, ganadora el año pasado, que está aquí esta noche.
Otros suplementos, otros medios, publicarán otras listas, que no coincidirán necesariamente; pero, en todo caso, la lista de Babelia ilustra muy bien la relevante presencia de la literatura traducida en nuestro espacio literario, en nuestra industria editorial.
Si más de la mitad de los mejores títulos que llegan, en el formato que sea, a las librerías y las bibliotecas son traducciones, ¿cabe dudar de la aportación de las traductoras, de los traductores, a la dinámica literaria y cultural? Seguramente nadie se opondrá a reconocerla. Aunque en este país algunos solo se hayan empezado a tomar en serio la demanda de que el nombre del traductor figure en la cubierta del libro cuando alguien se lo ha empezado a tomar en serio en el Reino Unido.
¿Pero qué hay del reconocimiento de la aportación de los traductores a la industria editorial, a la economía del libro? La sustancial presencia de traducciones entre los libros más destacados del año tiene su correlato económico, y esa es también una tendencia que se consolida, como ya puso de manifiesto el Informe sobre el valor económico de la traducción editorial (2017), encargado por ACE Traductores a la consultora AFI con el patrocinio de CEDRO y del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Y no parece razonable, no es propio de una sociedad avanzada, que las personas que ofrecen a la colectividad semejante aportación económica y cultural no obtengan por su trabajo una remuneración justa y proporcionada.
«La sustancial presencia de traducciones entre los libros más destacados del año tiene su correlato económico, y esa es también una tendencia que se consolida» (V. Fernández González)
Esperamos que la incorporación al derecho español de la Directiva europea sobre los derechos de autor en el mercado único digital contribuya, entre otras cosas, a fomentar la transparencia y las buenas prácticas en la relación entre editoriales y traductores, a facilitar la negociación colectiva, a favorecer la percepción efectiva de derechos de autor por las traducciones.
Con el Premio de Traducción Esther Benítez, cuyo jurado está compuesto por el conjunto de los miembros de ACE traductores, nuestra asociación reconoce el esfuerzo de las personas que traducen libros, las personas que, como ha dicho Ernesto Pérez Zuñiga en su saludo de bienvenida, recrean con sus palabras libros que fueron escritos en otras lenguas, en otros lugares.
Marta Sánchez-Nieves y Elia Maqueda han mencionado, al hacer la semblanza del ganador de este año, nuestro querido compañero Carlos Fortea, algunos de sus méritos profesionales relacionados con la traducción. Pero Carlos Fortea no recibe este galardón por esos méritos, que son muchos, sino porque, entre las siete traducciones finalistas, el jurado del premio, los miembros de ACE Traductores que han participado en la votación, han elegido su traducción de Todo en vano de Walter Kempowski, publicada por Libros del Asteroide. Finalistas fueron Rita Da Costa, Ana Flecha Marco, Luisa Fernanda Garrido Ramos, Tihomir Pištelek, Julia Osuna Aguilar, Magdalena Palmer y Claudia Toda Castán. Sus nombres son el mejor testimonio de los méritos del ganador del Premio Esther Benítez en su decimosexta edición.
Carlos Fortea:
Me he preguntado mucho lo que diría: es lo que los autores de obra propia llaman el temor a la página en blanco, pero yo soy traductor, y sé por tanto con mayor claridad que escribir es también una cuestión de técnica, y por eso recurro a la técnica, recuerdo que es preciso empezar por centrar el objeto, buscar la estructura, acudir a los propios recursos. Me hace falta de forma especial porque, esta tarde, me enfrento a una tarea para la que no sé si estoy bien preparado como traductor: tengo que traducir mis sentimientos a palabras. Me digo que, a la hora de elegir mis herramientas, creo que voy a darles forma de evocaciones, porque una tarde de galardones tiene que ser también una tarde de memoria y de balance: y evoco la mañana de 1991 en que conocí a Esther Benítez, el día que me entregó personalmente aquel carnet amarillo indeciso que acreditaba mi pertenencia a ACE Traductores. Aquella mañana en que ella estaba lejos de imaginar que un día habría un premio de traducción que llevaría su nombre, y yo aún más lejos de soñar que un día lo recibiría.
Me dejo llevar por la evocación, y evoco, convoco a mi lado, amigos fundamentales, Jaime, Jos, para que me acompañen esta noche de invierno. Evoco a maestros e inspiradores como Miguel Sáenz, del que aprendí, allá en el siglo XX, que todos los textos merecen nuestro amor y nuestro esfuerzo, con independencia del aura de prestigio que los rodee o que no los rodee. Y, por supuesto, evoco y convoco a mi matriarcado, parte del cual está aquí esta tarde, encabezado, qué adecuado para hoy, por otra Esther, mujer de vida, seguida muy de cerca por Patricia, por Celia, por Leticia, por Olivia, que aún no puede saber lo que para mí significa pronunciar su nombre. Por ellas me levanto cada mañana.
Pero un traductor tiene obligaciones, debe servir al texto original, y el guion de un premio dice que es necesario dar las gracias al jurado, y a quien lo merezca, además, y al pensarlo me doy cuenta, cómo no darme cuenta, de que no, todos los premios no son iguales. Es muy raro que alguien, al recibir un premio, levante la cabeza y vea todos los asientos de una sala ocupados por el jurado que lo decidió, y sepa que aún hay más jurados fuera de la sala, y pueda dar las gracias en persona a quienes le votaron por votarle, y a quienes no lo hicieron por votar a colegas tan fabulosas como las que quedaron finalistas. Cualquiera de ellas podría estar hoy aquí, y sin duda alguna lo estará en el futuro. Gracias. Gracias a las amigas y a los amigos que lo han celebrado en todas partes, y destaco especialmente a ese grupo querido, queridísimo, que lo ha celebrado en Roma porque siente que este premio también es suyo, y lo es.
Gracias muy especiales a Walter Kempowski. En esa simbiosis tan especial que se da en nuestro oficio, un autor no existe fuera de su lengua hasta que un traductor le da voz, pero de igual manera el traductor no tiene voz alguna hasta que el autor, como un dios pequeñito, le regala su aliento. Durante unos meses de profundo disfrute, Walter Kempowski me habló al oído y me tomó la mano, y de su mano escribí este libro que me ha dado tantas satisfacciones.
Empezando por las puramente literarias. Hablamos poco de literatura. Ya lo he dicho en alguna ocasión, hablamos poco de la belleza. No nos dedicaríamos a este oficio si no nos produjera un placer tan intenso desentrañar palabras, vivir acontecimientos, sentirse poseído por el deseo infantil de saber más, de no poder dejar, en nuestro caso, de escribir para leer, y para que otros lean.
Durante la escritura de Todo en vano, es decir, durante la traducción de Alles umsonst, me entregué a la belleza de las palabras de un autor ya desaparecido procedente de un mundo ya desaparecido, consciente de la enorme responsabilidad de devolverles brevemente la vida, de otorgarles lo que Thomas Mann llamaba «la modesta posteridad de la traducción». Escribí, investigué, traté de situarme en la fortuna y en la desgracia de los personajes, eché de menos a Katharina von Globig, con la que tanto había simpatizado, y sentí abandonar Georgenhof, y sentí ese vacío que se siente cuando se acaba un libro. Entiendo la esperanza que llenó de emoción a Bastian Baltasar Bux cuando encontró, en una librería de viejo, un texto que anunciaba que su historia sería interminable. Las nuestras también lo son. Los traductores tenemos el privilegio de escribir una y otra vez la misma historia, esa que el autor solo escribe una vez, y en cada ocasión la resucitamos, y la multiplicamos al devolvérsela a los lectores.
Está claro que no lo hacemos solos, sino como parte de una larga cadena. Quiero dar las gracias a Ediciones del Asteroide, aquí representada por su director, Luis Solano, por haberse atrevido con esta novela. En el mundo del que vengo, que convive, no dudo en decirlo, con otro mucho peor, editar es atreverse a descubrir, y el equipo de Asteroide se ha atrevido a traer al castellano, por primera vez, a un autor esencial de la literatura alemana del siglo XX. Ha llenado un vacío, ha cumplido su papel. Quiero dar las gracias también a mi correctora, Inés Marcos, seguramente no estaría aquí sin ella. Los correctores son otro eslabón de esa larga cadena: si el eslabón se rompe, la cadena tal vez aguante el peso, pero lo aguanta mal.
Hablando de corregir, mis alumnas me dirían que las repeticiones son indicio de un estilo mediocre, y yo he repetido ya seis veces la palabra gracias. Es un momento ideal para explicarles la diferencia entre la repetición torpe y la intencionada. No somos nada sin los demás, y eso es un motivo de gratitud. Me dedico a un oficio solidario, y la compañía de los colegas, la ilusión de ser uno de ellos y uno entre ellas, el pasajero honor de encabezarlos, han dado sentido a mi vida. Trazar un hilo desde la fundación de ACE Traductores, que acaba de cumplir 38 años, hasta esta tarde de continuidad, es recordar a quienes dedicaron su esfuerzo y su pasión a las palabras, en todas las lenguas imaginables, a los libros, que han llenado los huecos que dejaba eso tan imperfecto e insustituible que llamamos vida.
«Hablamos poco de literatura, (…) hablamos poco de la belleza. No nos dedicaríamos a este oficio si no nos produjera un placer tan intenso desentrañar palabras, vivir acontecimientos, sentirse poseído por el deseo infantil de saber más, de no poder dejar, en nuestro caso, de escribir para leer, y para que otros lean» (Carlos Fortea)
Me rodeo, esta tarde de alegría, de los libros que he traducido. Convoco a mis autores, desde los más imbuidos de su papel hasta los que se reclaman meros contadores de historias. Todos ellos me han dado su voz para que yo se la devolviera convertida en mensaje dentro de una botella de papel. Para los que, como decía un personaje de Las mil y una noches, saben reflexionar adecuadamente, todos ellos contienen el mapa de un tesoro inabarcable. El de las palabras que nos mantienen vivos. Muchas gracias.
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