Lunes, 4 de enero de 2021.
Acabamos de terminar el que, probablemente, habrá sido uno de los años más difíciles de nuestra vida. Y, aunque todo parece indicar que 2021 será también complicado, cabe esperar que los peores días del confinamiento hayan pasado ya. Otra cosa serán las secuelas en forma de crisis económica en el sector editorial y las repercusiones que estas tengan en los traductores.
Durante el nefasto 2020, VASOS COMUNICANTES ha intentado hacerse un hueco en las lecturas semanales de los traductores; hemos compartido experiencias y lecturas confinadas, así como todo tipo de reflexiones sobre la profesión.
Probablemente, los traductores nos encontramos entre los profesionales que mejor se han acostumbrado a trabajar sin salir de casa: con pandemia o sin pandemia, así suele ser nuestra vida laboral. En la prensa han proliferado artículos sobre el teletrabajo y cómo enfrentarse a la autogestión del tiempo: no los hemos leído, no nos hacía falta porque conocíamos ya miles de trucos para mantener un buen ritmo de productividad sin dejarnos las cervicales en el empeño.
VASOS COMUNICANTES se propuso, desde su creación en 1993, no solo hacer más llevadero este trabajo aislado y solitario sino, además, combatir la consabida invisibilidad del traductor. En este sentido, confiamos en conseguir más lectores gracias a nuestra colaboración con el Instituto Cervantes en la recuperación del Trujamán, la revista diaria (ahora quincenal y, en un futuro próximo, semanal) que con tanto acierto dirigió Mari Pepa Palomero.
Una de las muchas manifestaciones de esta invisibilidad es la indiferencia de algunos grandes editores en relación con el papel del traductor. Estos días estamos recibiendo cartas del Grupo Editorial Penguin Random House en las que este manifiesta su intención de reducir drásticamente el número de ejemplares que envía a los traductores tras la publicación de la obra.
Según establece la Ley de Propiedad Intelectual vigente, al autor de la traducción le corresponde un reducido número de ejemplares justificativos (en función de lo que se establezca en el contrato: según el Libro Blanco de la traducción editorial en España, el 29% de los traductores recibió en 2010 entre 2 y 5 ejemplares y el 23% recibió más de 6 ejemplares), que no pueden destinarse a la venta. Paradójicamente, en los contratos que pasan por nuestras manos, es cada vez más alto el porcentaje de ejemplares dedicado a promoción (y exento de liquidaciones para el traductor: dato relevante). Este contraste nos plantea dos dudas, por lo menos: ¿de veras el traductor no tiene un papel en la promoción de la obra con los ejemplares que recibe y, a su vez, suele regalar o intercambiar con los colegas? ¿Cómo casa ese contraste entre la generosidad editorial en la promoción y la tacañería en los ejemplares que se destinan al autor de la traducción?
En un momento en que la publicidad personalizada y dirigida mediante complejos algoritmos parece apoderarse de todas nuestras actividades –no solo como consumidores o internautas– sorprende ese gesto mezquino hacia quienes tienen una evidente capacidad de prescripción literaria.
El prestigio de un editor en relación con su buen hacer profesional no se construye en dos días. Resulta llamativo que a algunos no les preocupe ponerlo en entredicho entre los profesionales del sector.
Carmen Francí
Codirectora de VASOS COMUNICANTES