Lunes, 28 de diciembre de 2020.
Como ya sabemos, para aquello que en español expresamos con la preposición «de», al denotar posesión o relación personal del sujeto con el objeto, en los idiomas inglés, alemán y neerlandés –como saben los que saben inglés, alemán y neerlandés (no necesariamente los tres a la vez)– existe lo que se llama «genitivo sajón», que se forma añadiendo en inglés la construcción «‘s» al nombre propio del sujeto de la frase, y en alemán y neerlandés una simple «s».
Recordemos un par de ejemplos: La novela antiesclavista de Harriet Beecher-Stowe Uncle Tom’s Cabin (en español, La cabaña del Tío Tom). La narración autobiográfica de Thomas Bernhard Wittgensteins Neffe (El sobrino de Wittgenstein). Pero esto, que resulta de tanta ayuda para formulaciones de una precisión fulminante, puede dar lugar a disparates del tamaño de la catedral de Colonia. Sin ir más lejos, como diría el impertérrito locutor de Les Luthiers.
[Dicho sea de paso, en castellano también existe un genitivo de una índole muy parecida aunque tan oculto y olvidado que nadie se acuerda de él. Es ése que podemos localizar en todos los apellidos terminados con la desinencia «ez»: Sánchez no significa otra cosa sino «hijo de Sancho», como López es «hijo de Lope», Rodríguez «hijo de Rodrigo», y así sucesivamente. Pero regresemos al caso del genitivo sajón y a los disparates que logra provocar una lectura deficiente: en este caso, justamente de un apellido, y un apellido ilustre, además].
El caso que quiero narrarles sucedió cuando a un crítico literario alemán se le cruzaron los cables y aplicó el genitivo sajón a la lengua castellana al ocuparse de la primera traducción de un libro de Álvaro Mutis al idioma de Goethe. Era a su vez la primera novela de la entonces todavía sólo trilogía de Maqroll el Gaviero, La nieve del Almirante. Al correr de los años el maestro Mutis fue ampliando la saga hasta un total de siete títulos, enriqueciéndola sobre todo con una joya refulgente: La última escala del Tramp Steamer. No dejen de leerlo, es un relato de una perfección comparable a la de El coronel no tiene quien le escriba de García Márquez, El perseguidor de Cortázar o La tregua de Benedetti.
Pues bien: en un diario de Franconia apareció una reseña de la edición alemana de La nieve del Almirante en la que se mencionaba siete veces, siete, al autor, y las siete veces llamándolo, ¡pobrecito mío!, Álvaro Muti. Lo bueno del caso es que el libro le había gustado a ese crítico y lo analizaba con bastante acierto y hasta con cierta osadía, diciendo verbigracia que «Muti escribe de un modo más claro y más plástico que García Márquez».
Lo que me pareció un desafuero es que el buen señor dijera también que «la traducción de Katharina Posada conserva la precisión y la exactitud de las frases originales», y que le hacía justicia al texto. Afirmar semejante cosa es mandarse la parte, como dicen en el Río de la Plata, y no porque no sea cierto lo dicho por el crítico, que sí lo es: la traducción de Katharina Posada (quien asimismo ha lucido sus artes de trujamana con la poesía de León de Greiff) merecía ciertamente la felicitación. Pero ¡por Dios! (como solía Mutis en estos casos), que la hubiese felicitado alguien que supiera español, porque si no cualquier elogio se vuelve un boomerang.
Y es evidente que no sabe español quien insiste machaconamente en que el autor de La nieve del Almirante es Álvaro Muti. No sólo eso: me temo que, de repente, pueda suceder que me encuentre otras reseñas de la misma firma y me enfrente en ellas con La raza cósmica de José Vasconcelo, Doña Bárbara de Rómulo Gallego, La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuente, El Aleph de Jorge Luis Borge, Antes que anochezca de Reinaldo Arena y, desde luego, el inmortal Don Quijote de la Mancha del no menos inmortal don Miguel de Cervante.
Quizás ustedes se rían o se sonrían con este cuento autentiquísimo, pero a mí casi me hizo llorar. Y es que «todo es según del color / del cristal con que se mira», como dijo sabiamente don Ramón Campoamor’s. Perdón: de Campoamor.
Ricardo Bada (Huelva, España, 1939), escritor residente en Alemania desde 1963. Coeditor allí de dos antologías de literatura española contemporánea, y en solitario, de la obra periodística de García Márquez y los libros de viaje de Camilo José Cela. Editor en España de la poeta costarricense Ana Istarú, y en Bolivia de la única antología integral en castellano de Heinrich Böll (Don Enrique).