Miércoles, 22 de julio de 2020.
Continuamos en esta serie de entrevistas breves originada en el número 43 de VASOS COMUNICANTES, en esta ocasión con David Paradela López (Barcelona, 1981). Estudió Traducción e Interpretación en la Universidad Autónoma de Barcelona y la Universidad de Bolonia, y Teoría de la Literatura en la Universidad de Barcelona. Se dedica a la traducción editorial desde 2004 y desde 2014 es profesor de traducción inglés-castellano en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha traducido varias decenas de libros del inglés y del italiano al castellano, sobre todo narrativa del siglo xx (Curzio Malaparte, John O’Hara, Philip Roth, Leonardo Sciascia) y ensayo (Stanley Cavell, Carlo Ginzburg, Rita Levi-Montalcini, Graham Priest). Ha sido colaborador de la revista El Trujamán del Instituto Cervantes y mantiene, últimamente a medio gas, el blog Malapartiana, dedicado a la literatura y la traducción literaria.
Un libro sobre traducción
Creo que uno de los mejores libros que puede leer quien se dedique a la traducción de literatura es Miss Herbert de Adam Thirlwell (Londres, Jonathan Cape, 2007). Es un ensayo muy erudito, y a la vez muy poco académico, sobre la historia de la novela y, sobre todo, el concepto de estilo y su evolución a través de la traducción. El estilo siempre me ha parecido el gran problema de este oficio: qué es, cómo se detecta, cómo se interpreta, qué hacer con él, cómo cambia de un autor a otro, de un periodo a otro, cómo la manera de traducirlo puede alterar nuestra idea de un autor o de todo un género… Es una obra riquísima llena de planteamientos sugerentes y todo un ejemplo de cómo leer no solo la prosa, sino también sus intersticios. (Existe una traducción al castellano [La novela múltiple, trad. Aleix Montoto, Barcelona, Anagrama, 2014] que, extrañamente, sigue un orden de capítulos y un texto totalmente diferentes, hasta el punto de que casi parecen dos obras distintas: partes del original no aparecen en la traducción y viceversa.)
Una traducción favorita
He disfrutado leyendo muchas traducciones. Recuerdo La montaña mágica de Isabel García Adánez (y Thomas Mann) o Guerra y paz de Lydia Kúper (y Tolstói), donde todo parece fácil y natural. Quizá la que más me fascina es el Joseph Andrews de José Luis López Muñoz (y Henry Fielding). El tono está perfectamente logrado y el texto está escrito en un estado de gracia que no flaquea en una sola de sus casi 500 páginas. Es un ejemplo de lo que a uno (al menos a mí) le gustaría conseguir algún día con sus traducciones. También disfruto mucho con esas versiones algo añejas que, aunque contengan inexactitudes evidentes, están escritas en una prosa de una viveza arrolladora (pienso en Cosecha Roja de Dashiell Hammett, traducida por Fernando Calleja). Creo que sobre todo valoro la convicción de la prosa, el estilo, incluso por encima de la exactitud semántica, si es necesario. Decía Roland Barthes que en Flaubert cada frase «es una cosa»; pues a mí me gustan las traducciones que, además de trasladar sentidos, «hacen cosas».
Un diccionario
Sin duda el Dickson Baseball Dictionary de Paul Dickson (Nueva York, Norton, 2009). Creo que es el mejor diccionario especializado que me he echado a la cara y sin él no habría podido traducir La gran novela americana de Philip Roth (Barcelona, Contra, 2015). Casi 1000 páginas, 10.000 entradas y 18.000 definiciones con todo lo que se quiera saber sobre el vocabulario (riquísimo) del béisbol en inglés. No solo contiene definiciones e ilustraciones, sino también citas con ejemplos reales, notas de uso, información etimológica, fecha del primer uso documentado de tal o cual voz, múltiples referencias cruzadas… En ninguna otra fuente es posible averiguar que moist ball es sinónimo de spitball y que el término se usó por primera vez en el Chicago Record-Herald del 17 de agosto de 1904. Además, el ensayo introductorio sobre el vocabulario del periodismo beisbolístico es brillante.
La búsqueda más rara que he hecho en mi vida
Creo que en este apartado todos tenemos anécdotas para parar un carro. Estoy seguro de que el historial de navegación de cualquier traductor hace sonar continuamente las alarmas de los servicios de inteligencia: fabricación de armas, asesinos en serie, métodos de tortura, elaboración de drogas de diseño… Fuera de internet, recuerdo mis incursiones en Sephora para averiguar los nombres de ciertos artilugios de maquillaje o los domingos viendo partidos de béisbol en el campo del Hércules, con un plato de tequeños y pollo criollo en una mano y la libreta en la otra para apuntar las expresiones del público, muchas de las cuales terminaron en mi traducción de La gran novela americana de Philip Roth.