Mis librerías favoritas, II

Lunes, 8 de junio de 2020.

Segunda entrega del CENTÓN dedicado a nuestras librerías favoritas (véase aquí la primera):

 

Carmen Francí: 

En Madrid, en mi barrio (Retiro-Pacífico) hay poquísimas librerías. La mejor, sin lugar a dudas, es La lumbre, en la calle Granada, 48, que tiene también un pequeño café. Es también un punto de encuentro muy agradable y ACE Traductores ha organizado allí algún acto. Es bastante reciente y me parece admirable el valor y el entusiasmo que supone abrir una librería en tiempos como estos.

 

Paula Aguiriano Aizpurua:

En Donosti siempre suelo ir a Tobacco Days, la librería que abrió hace un par de años Inés, que precisamente trabajaba en Garoa. Está en el centro cultural de Tabakalera, tiene una selección pequeña pero muy cuidada de narrativa, ensayo e infantil, además de fanzines y libros de arte. Y, si no tiene lo que buscas, te lo pide encantada. Organiza un club de lectura, presentaciones de libros, y actividades interesantes que se salen un poco de lo habitual.

De pequeña también iba mucho a Hontza con mis padres, aunque ahora la tengo un poco abandonada. Pero sí sigo yendo a Zubieta, otra librería de toda la vida donde comprábamos los libros de texto, que hace poco se trasladó a otro local y pasó a formar parte del grupo Troa. Su dueño, Alfonso, es muy agradable y buen recomendador.

De mis años en Barcelona recuerdo con mucho cariño Taifa, en Gràcia, y La Impossible, donde la asociación organizó varias actividades. Aunque podría seguir y seguir…

Ojalá todas aguanten.

 

Arrate Hidalgo:

¡Maravillosa Tobacco Days! Y de carácter similar, Anti, en Bilbao, montada en su día por Natalia, que abrió hace muy poco en el Casco Viejo una librería de segunda mano, con libros raros y de artista, llamada Magnolia. Así que sí: ojalá aguanten todas.

Jesús Cuéllar:

Compro muchos libros de segunda mano, sobre todo los que están en inglés, así que recurro mucho a Iberlibro y, si puedo, más a Uniliber, que no depende de Amazon (ese vicio nefando en el que todos caemos alguna vez). Al comprar libros usados por internet me topo mucho con la librería Alcaná, un establecimiento perdido en las profundidades del barrio de Tetuán, que está muy bien surtida. También frecuento mucho las casetas de la cuesta de Claudio Moyano, que me pillan cerca. Cuando voy a pasear al Retiro, algo muy habitual, casi siempre vuelvo con algo (por ejemplo, algún ejemplar de la colección de narrativa de Alfaguara antigua, diseñada por Satué, que es como un fetiche para mí, o alguna peli en DVD, que también hay). Cuando viajo a países anglosajones, las librerías de segunda mano son siempre visita obligada. En los demás países me da una pena horrible no entender nada o no lo suficiente como para poder comprarme libros.

Librería La Central de Callao, Madrid

Intento frecuentar las librerías pequeñas del barrio, aunque tengo cerca la FNAC, la Central de Callao y del Reina, o la Casa del Libro, que también son una tentación. Hoy he hecho mi primera compra desde el inicio del confinamiento, en la Librería del Mercado (de San Fernando), que es muy pequeña, pero muy apañada y la regenta con mucha profesionalidad Cristina, que te consigue lo que pidas con rapidez. También compro a veces en Bajo el volcán, donde las novedades librescas conviven con los vinilos; y en Sin Tarima, de la calle Magdalena, y en su hermana de segunda mano de Santa Isabel, La Fugitiva, ahora café-librería, donde hace años se entregó el Esther Benítez, ex aequo, a Maite Gallego y Carmen Francí e Ismael Attrache.

PD: me han emocionado dos menciones añejas de Alicia Martorell: primera, la librería Los 4 caminos, que frecuentaba cuando era adolescente junto a unos amigos que vivían al lado, y que en aquellos tiempos me parecía un templo inconmensurable del saber (y de mi ignorancia), atendido por sesudos barbudos de pantalón de campana; segundo, el Crisol de Juan Bravo, que estaba muy cerca de donde yo fungí de bibliotecario años ha y donde, además de comprar libros, me atiborré de vinilos de folk cuando comenzaron a saldarlos.

 

María Teresa Gallego Urrutia:

Ah, sí, la librería Alcaná es estupenda y manda unos paquetes primorosos. He comprado varias veces en ella a través de Iberlibro (¿Iberlibro depende de Amazon? Pestes, no tenía ni idea).

Mi juventud son veinte años en la Cuesta de Moyano, que diría Machado. En donde vosotros, de edad media, veis Crisol, en la calle Juan Bravo, yo veo el edificio de la Editorial Aguilar, donde iba en Navidad, a las fiestas que hacía Manuel Aguilar para los hijos de los empleados con regalos incluidos. Las librerías Aguilar a la sazón estaban en Goya esquina a Velázquez y en Serrano. Y en la de Goya leí durante los veranos de la infancia cientos de libros infantiles y no tan infantiles sentada debajo del mostrador cuando mi madre no tenía con quien dejarme en casa durante las vacaciones y me tenía que llevar con ella al trabajo.

 

Alicia Martorell:

Es que tampoco me quería enrollar, pero ya que lo mencionas: la felicidad dominguera solo era completa cuando, entre el desayuno y el atracón de libros, podías meter la visita a la exposición de la Fundación Juan March.

Respecto a Los 4 caminos, doy fe de lo de los barbudos, pero recuerdo sobre todo a la mujer, que era como una madre. Allí compré, me acuerdo como si fuera ayer, los tres tomos del Hauser, que todavía tengo, muy sobados, pero en perfecto estado de revista. Estaba en sexto (le dije a mi madre, que levantó una ceja, que me lo habían mandado comprar en el colegio), creo que fue mi primer ensayo y una explosión tremenda dentro de mi cabeza. Esa librería me cambió la vida.

 

Joaquín Garrigós:

En Alicante, prácticamente desde que vivo aquí, compro exclusivamente en la librería 80 mundos. Son muy amables y te traen los libros que no tengan. Es una librería con buen surtido en los estantes y siempre hay libros interesantes.

Cuando estoy en Madrid, suelo comprar sobre todo en Tipos Infames, de la calle San Joaquín. También en La Fugitiva y Sin Tarima. Como me gusta mucho el cine, compraba en la librería de la Filmoteca, pero lamentablemente lleva años cerrada y si quiero libros de cine me toca ir a La Casa del Libro, pero ahí el surtido es muy inferior al que tenía la librería de la Filmoteca (que si no recuerdo mal era de la librería La Buena Vida). Para el libro de segunda mano, acudo desde hace años a la librería San Ginés y, solo en caso de necesidad vital, recurro a Uniliber o Iberlibro.

 

Concha Cardeñoso:

Me acuerdo mucho y muy gratamente de Foyles, en Charing Cross Road (Londres).

Nunca en mis diecisiete tiernos añitos había pisado una librería tan enorme. Me perdía en la inmensidad de los pasillos llenos de libros a ambos lados. Y me encantaba. Londres no me «rechazó» nunca, ahora que lo pienso. No me había dado cuenta hasta ahora. Entre otras curiosidades me compré El conde Lucanor, una selección de artículos de Larra y Knots, de R. D. Laing. Este último, uno de los principales culpables de mi incipiente e imparable afición a la traducción.

En León, las librerías de los libros de texto. Largas colas a principios de curso: Leopoldo y Maisa, las dos al lado de casa, en Ramón y Cajal, una enfrente y la otra saliendo, todo recto, en la acera de la izquierda. Luego, las de libros de Losada, que había al menos dos pero no recuerdo el nombre. Una estaba justo enfrente del insti y me pasaba ratos pegada a las lunas del escaparate. La otra, un poquito más allá, diminuta, casi invisible, casi tétrica. Más tarde vinieron los libros de filosofía y conciencia politicoeconomicosocial (Zix principalmente) que vendían en mesitas volanderas algunos amigos revolucionarios.

En Barcelona hay muchas y muy agradables, con libreros y libreras enteradísimos, pero yo me quedo con Documenta, aunque Ramón y Josep ya no están, pero Èric se va defendiendo bien y cede la parte del fondo de la librería con entusiasmo e interés para actos culturales, como por ejemplo, las tertulias que organiza Helena, nuestra vice, de literatura traducida. 

Y acabo de comprarme por internet un libro prometedor de Ana Flecha Marco que espero que me llegue hoy o mañana.

¡Va por las librerías, compremos un libro en cuanto podamos salir en «horario comercial» y ellas abran las puertas, aunque sea con restricciones!

 

Jesús Cuéllar:

¡Ay, las librerías de Charing Cross Road y todas las de segunda mano de casi cualquier pueblito británico! Casi todas ellas desaparecidas por el auge de las charity shops tipo Oxfam, Save the Children y demás. ¡Cuántas horas lluviosas he pasado en ellas! Snif.

 

Carme Camps:

¡Tampoco sabía que Iberlibro era de Amazon! Ya me han fastidiado, porque lo utilizaba para comprar libros descatalogados y ya no podré hacerlo (al menos no con la conciencia tranquila).

Aparte de libros usados, compro siempre en las librerías La Central, de la que tengo tarjeta de cliente veterano (está tan usada que se está despellejando) y en las tiendas de los museos, sobre todo cuando voy a ver alguna exposición. Comprar en los museos no es pecado, porque detrás de los libros hay una librería (en Barcelona, La Central o Laie, que también me gusta pero me pilla en la otra punta de donde vivo cuando estoy en la ciudad). En donde vivo sólo hay una librería-papelería-quiosco-objetosderegalo en la que tienen pocos libros.

Librería Laie, Barcelona

Y también tiro cada vez más de biblioteca, por cuestión de presupuesto y de espacio. Con el confinamiento me he acostumbrado al préstamo de libro electrónico, que me está resultando el sucedáneo más parecido a ir de librerías: no puedes hojear el libro, pero sí puedes ojearlo (superad esto, colegas). Pero como el papel no hay nada, que digan lo que quieran.

 

Librería El Ateneo Grand Splendid, Buenos Aires

María Teresa Gallego:

Pues si vamos a hablar del extranjero, El Ateneo, en Buenos Aires. En un antiguo teatro, cuya estructura conserva. El bar en el escenario y en los palcos sillones para sentarse a leer.

 

Carme Camps:

Recuerdo con añoranza la Librería Francesa de Barcelona –un establecimiento enorme en el Paseo de Gracia y otro más pequeño en el chaflán de Muntaner-Diagonal. Y cerca de esta, la Áncora y Delfín, que tenía un encargado de toda la vida que te lo resolvía todo, por raro que fuera lo que le pidieras. Y si querías te hacían una especie de crédito que iba muy bien, sobre todo a los estudiantes: pagabas cada mes el diez por ciento del crédito que tuvieras y podías llevarte los libros que quisieras. Estas eran las librerías de mi juventud, porque me pillaban cerca de casa. También han desaparecido el Hogar del Libro y la Casa del Libro, que no es la actual. Y los puestos de libros de segunda mano de la calle Diputación, detrás de la Universidad. La primera vez que en Madrid descubrí la Cuesta de Moyano casi me desmayo como en la Foyles.

 

Enrique Alda:

En Dublín tenemos Books Upstairs, que amplió el local durante la última crisis, tiene un café pequeño en el último piso y organiza infinidad de actividades.

Hodges Figgis, que también organiza lecturas y presentaciones.

Hay muchas librerías de segunda mano, a las que cada vez voy menos, porque no consigo resistir la tentación y ya no me caben los libros en ningún sitio. Alguna vez he comprado en Chapters, Connolly Books y The Secret Book and Record Store.

En Wicklow (a unos veinte km de casa): Bridge Street Books

Y en Zaragoza, Cálamo, Antígona y la desaparecida Contratiempo, en la que, mientras compraba El que no ve, de Leopoldo María Panero, me enteré por la radio de que Tejero había entrado en el Congreso.

Librería Books Upstairs, Dublin