Martes, 21 de abril de 2020.
Hay algo que esta traductora teme más que no detectar una referencia cultural oculta o estar segura cuando debería haber dudado siempre por sistema. Es la procrastinación, esa palabrota. Yo la llamo Procrastina. En estos tiempos de SARS-CoV-2, suena a nombre de mutación genética, proteína, enzima.
Haya o no estado de alarma, el confinamiento es inherente al oficio de traducir. Estar encerrados a solas frente a la pantalla del ordenador, equipados con Internet, Google y un arsenal de diccionarios en papel es el estado natural de los traductores. También forma parte de nuestra jornada laboral el distanciamiento social que remediamos gracias al contacto virtual con otros colegas a través de listas de distribución, el correo electrónico, WhatsApp, Facebook, Instagram y demás redes sociales. Todas estas herramientas, accesibles a través de nuestros teclados, nos permiten resolver dudas e informarnos sobre el estado del mundo, en general, y del sector editorial, en particular. Pero también son una fuente infinita de motivos para entregarnos a Procrastina, esa diosa mitológica que, como hicieron las sirenas con Ulises, nos hechiza con su canto y nos desvía de nuestro objetivo: producir tantas páginas de traducción al día para cumplir con la fecha de entrega.
Procrastina, esa diosa mitológica que, como hicieron las sirenas con Ulises, nos hechiza con su canto y nos desvía de nuestro objetivo: producir tantas páginas de traducción al día para cumplir con la fecha de entrega
En estos tiempos en que al confinamiento traductor se suma el de quienes tienen otros trabajos, Procrastina cuenta con dos aliadas, la dispersión y la desconcentración. Confieso que me cuesta concentrarme y que me disperso más que antes. Antes, cuando conseguía acotar el radio de acción de Procrastina a la geografía de los recreos útiles como la lectura de artículos sobre traducción, archivo de papeles, repaso de las últimas páginas traducidas. En las circunstancias actuales, durante estas continuas incursiones en otros campos y otros temas que me apartan del texto que tengo entre manos, con frecuencia, me da por plantearme preguntas. ¿Serán las versiones nacidas en este confinamiento traductor dentro del confinamiento general peores que las anteriores al estado de alarma? ¿Serán mejores? ¿Serán iguales? ¿El olfato traductor se aguza o se aletarga? ¿Cómo saldremos del confinamiento general los traductores? ¿Más dependientes de Procrastina? ¿Menos? ¿Cuáles serán los efectos secundarios del coronavirus en nuestras traducciones? ¿No sería un buen tema para un estudio académico? Ahí lo dejo, Procrastina. Ahora sí, será mejor que me ponga a traducir.
¿Serán las versiones nacidas en este confinamiento traductor dentro del confinamiento general peores que las anteriores al estado de alarma? ¿Serán mejores? ¿Serán iguales? (…) ¿Cuáles serán los efectos secundarios del coronavirus en nuestras traducciones?
Celia Filipetto ha vertido al castellano, entre otros autores, a Colin Barrett, Gilbert K. Chesterton, Elena Ferrante, Natalia Ginzburg, Ring Lardner, Jhumpa Lahiri, Nicolás Maquiavelo, Flannery O’Connor, Seumas O’Kelly, Dorothy Parker, Luigi Pirandello, Donal Ryan, Domenico Starnone, Robert L. Stevenson, James Thurber y Mark Twain. ACE Traductores le concedió el X Premio Esther Benítez de Traducción 2015 por Las deudas del cuerpo de Elena Ferrante. En 2016 su versión de La niña perdida de la misma autora obtuvo el XIX Premio Ángel Crespo de Traducción otorgado por ACEC. Su traducción de La canción del cuco de Frances Hardinge recibió el XX Premi Llibreter 2019.