Lunes 21 de octubre 2019.
Por Paula Zumalacárregui Martínez
Eugenia Vázquez Nacarino (Barcelona, 1974) es la ganadora del XIV Premio de Traducción Esther Benítez por su traducción de Una noche en el paraíso, de Lucia Berlin, publicado por la editorial Alfaguara. Vázquez Nacarino está licenciada en Filología Hispánica y cuenta con un posgrado en Traducción Literaria por la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha traducido al castellano libros de Henry James, Cynthia Ozick, Charles Baxter, Tim Parks, Shani Boianjiu y Alice Munro, galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2013. En 2012, Vázquez Nacarino participó en el programa «Banff International LiteraryTranslation Centre» de Canadá. El primer libro que tradujo fue La lección del maestro, de Henry James, una traducción a diez manos de principio a fin con Pili Mur, Fede Corriente, Íñigo García y en los controles Miguel Martínez-Lage, y que, según asegura, fue una gran escuela. Afirma que los libros le cambian la vida constantemente: el primero que le hizo tomar conciencia del poder de la literatura fue Mecanoscrit del segon origen, de Manuel de Pedrolo, una lectura escolar.
En primer lugar, ¡enhorabuena! El Premio de Traducción Esther Benítez lo conceden con sus votos los socios de ACE Traductores. ¿Qué supone para ti recibir este reconocimiento?
Muchas gracias, Paula. Y muchas gracias a todos los socios, con mención especial a los otros cuatro finalistas de esta edición.
Más allá de la enorme alegría que ha sido y de las muestras de aprecio que siento, me hace tomar conciencia de que estar en primera línea entraña un mayor compromiso para mejorar nuestras condiciones laborales, no ceder terreno en la lucha individual y reivindicarnos como una parte esencial en la difusión de la cultura, porque desde que empecé en este oficio para mí el nombre de Esther Benítez va asociado a la lucha colectiva de los profesionales de la traducción.
Y que se me haya concedido el premio por este libro es una alegría doble, porque Lucia Berlin es una autora a la que tengo un cariño especial y traducirla me proyectó mucho profesionalmente.
Se suele decir, y es verdad, que el traductor es el lector más atento que hay. En tu opinión, como atenta lectora de Lucia Berlin, ¿qué aporta este libro de relatos con respecto a Manual para mujeres de la limpieza, de la misma autora, que tradujiste tú también [y que fue finalista de la decimosegunda edición de este mismo premio]?
Lucia Berlin publicó siete libros en vida, en editoriales independientes y con tiradas pequeñas, y no fue hasta que en 2015 se recopila una colección con 43 de sus relatos en Manual para mujeres de la limpieza (editada por Stephen Emerson y auspiciada por varios escritores de renombre que la admiraban, como Lydia Davis, que firma el prólogo, o Barry Gifford) cuando obtuvo un gran reconocimiento póstumo y se convirtió en un éxito de público y crítica, uno de esos casos de justicia literaria a una escritora rodeada por cierto halo de malditismo. La mayoría de los relatos restantes se incluyeron en 2017 en Una noche en el paraíso, así que vuelven a ser cuentos de distintas épocas y temáticas unidos por el hilo conductor de la ficción autobiográfica y que conforman un mosaico muy vívido de historias que crean una sola imagen, poliédrica y fragmentada, recogida ahora en dos volúmenes.
En Una noche en el paraíso volvemos a visitar la infancia y la adolescencia de las narradoras (casi todas sus protagonistas son mujeres), las peripecias cotidianas de una madre joven que hace frente a los escollos de la vida ante el acecho de adicciones propias y ajenas, y otros cuentos de madurez donde hace balance de una vida plena y turbulenta y nómada. Una pieza muy bonita del libro es el texto a modo de prólogo, que escribió Mark Berlin, el hijo mayor de Lucia, tras la muerte de su madre.
Eugenia Vázquez Nacarino lee un fragmento de la traducción galardonada
Carmen Peire, en su artículo «Otro sorbo de Lucia Berlin», hace la afirmación siguiente: «Cuando salió Una noche en el paraíso, sentí una mezcla de atracción y miedo. Atracción por beber más de la autora, miedo por si me desilusionaba». ¿Cómo te enfrentaste tú a la traducción de este segundo volumen de cuentos de Lucia Berlin?
Quizá hubiera una exigencia mayor, con una misma y con quien va a leerte, porque después de un libro de tanto éxito como Manual, las expectativas están muy altas, pero tengo la suerte de que me abstraigo del rumor de fondo y cuento con el apoyo de los demás profesionales en la editorial y la complicidad de la editora Maya Granero, que suele ser la primera que lee mis traducciones en Alfaguara y Lumen.
¿Crees que es importante que sea el mismo traductor quien vierta al castellano todas las obras de un autor?
Es asombroso cómo cambia volver a una autora que has traducido antes: conoces su imaginario, su sentido del humor, los giros y peculiaridades de su escritura, has interiorizado y has hecho tuya su voz y ves el mundo a través de su mirada con absoluta naturalidad. Eso allana mucho el trabajo, y te da desenvoltura y satisfacción. Y disfrutar haciendo lo que haces es la mayor recompensa del día a día.
Felizmente, cuando María Fasce y Lola Martínez pasaron a Lumen y llegaron Pilar Álvarez y José Luis Rodríguez a Alfaguara, siguieron confiando en mí para traducir los siguientes títulos de Berlin. (Pronto se publica Bienvenida a casa, una colección de apuntes autobiográficos y cartas escogidas de la misma autora.) Y diré que en mi caso es lo habitual y me parece un gesto de coherencia por parte de las editoriales.
Me gustaría seguir hablando sobre tu trayectoria profesional. ¿Te dedicas en exclusiva a traducir libros?
Así es, desde hace más de quince años. Empecé compaginándolo con informes de lectura para la Agencia Balcells y traducciones para una agencia de servicios lingüísticos, que no sé muy bien qué significa, pero sí sé que no hacían constar ningún nombre en los créditos. Menos mal que conocí pronto a traductores profesionales que me orientaron, porque no soy traductora de formación, así que iba a ciegas…
¿Qué tal llevas la soledad y el aislamiento inherentes a la labor del traductor?
Creo que soy traductora porque me encanta esa soledad a la hora de trabajar en el día a día, aunque procuro mantener un contacto muy estrecho con quienes participen en la edición y la corrección de cada libro, y crear espacios para el intercambio, consensuar criterios y soluciones a los escollos que siempre aparecen. Y además protejo el tiempo de la vida personal para interactuar con la realidad y la gente fuera de los libros y las pantallas, que tan absorbentes pueden llegar a ser. En ese sentido se me abrió un mundo nuevo al entrar en la asociación: me ayuda a estar al día, charlar con amigas y amigos como Marta Cabanillas, Irene Oliva, Inés Clavero, Carlos Mayor o Ismael Attrache, con Gemma Rovira, Dolors Udina, Jaime Zulaika y demás colegas a los que he conocido en Barcelona, además de tantos con quienes he coincidido en encuentros diversos, y que no nombraré uno por uno porque sois muchos. Me incluyo en la categoría de HUMAN TRANSLATOR de Ana Flecha.
¿Qué te llevó a querer dedicarte a la traducción editorial?
Siempre me han interesado las lenguas y el lenguaje, y siempre me ha gustado leer, así que encontré en la traducción literaria un camino para vehicular esos intereses, y con el tiempo y trabajo duro me fui haciendo un lugar. Hice un curso de traducción literaria, donde había dos profesores que me permitieron vislumbrar ese mundo fascinante y desconocido: Juan Gabriel López Guix y Joaquim Sala-Sanahuja.
Gracias a Juan Gabriel unos cuantos afortunados fuimos a Tarazona (Maite Solana dirigía la Casa del Traductor) a unos encuentros de jóvenes traductores y jóvenes autores británicos, y de ahí nos invitaron a la escuela de verano de la Universidad de East Anglia en Norwich, donde estaba Peter Bush. En esos talleres confirmé que quería dedicarme a traducir. [Continuará…]
¿Recuerdas cuál fue la primera traducción que despertó tu admiración?
Diría que Posesión, de A. S. Byatt, traducido por María Luisa Balseiro, fue un libro que me hizo desear ser traductora (ganó el Premio Nacional de ese año, por cierto), pero tengo infinidad de modelos y libros que me asombran y me fascinan.
¿Sueles proponer autores a las editoriales para las que trabajas o traduces exclusivamente por encargo?
Afortunadamente hoy en día nunca me faltan propuestas de las editoriales con que trabajo, pero de vez en cuando he propuesto un título y el proyecto ha salido adelante, como el diario de sueños de Graham Greene, Un mundo propio, que editaron los amigos de La uÑa RoTa.
¿Qué tipo de literatura te gusta?
Tiendo más a la narrativa contemporánea, y soy amante del relato breve. No discrimino ningún género, de hecho me interesan los libros que rompen barreras y categorías. Me gusta cualquier obra que arriesgue.
¿Qué libro te gustaría haber traducido o poder traducir?
Matadero 5, de Kurt Vonnegut, y El tercer policía de Flann O’Brien son libros que adoro. Acabo de ver cumplido el sueño de traducir La campana de cristal de Sylvia Plath, que es una lectura que me marcó y por la que siento especial debilidad. Y muchos libros más, también en idiomas que no conozco, y que han tenido la suerte de caer en manos de colegas como Teresa Lanero —pienso en sus traducciones de Annie Dillard—, Malika Embarek, Carmen Montes, Regina López Muñoz o Paula Aguiriano, por citar lecturas recientes que me han encantado.
Has traducido sobre todo literatura contemporánea, pero también a algunos autores del siglo XIX, como Washington Irving, Henry James o Richard Carlile. ¿Cómo abordas la traducción de un libro de otra época?
Añoro los clásicos, las frases laboriosas encadenando subordinadas… Pensándolo ahora, diría que ese tipo de autores demandan más en el plano estilístico, porque la sintaxis del inglés a partir del posmodernismo se aparta más de la raigambre latina, pero formalmente basta con seguir el surco. Es una generalización, por supuesto, hay autores contemporáneos que cultivan el virtuosismo con ese tipo de prosa. Pienso en Cynthia Ozick, por citar a otra autora clave para mí, y que esculpe cada frase a conciencia.
¿Qué tipo de registro o de lenguaje disfrutas más traduciendo? ¿Sientes preferencia por los diálogos, las descripciones…? ¿Te sientes más cómoda con el lenguaje elevado o con el coloquial?
Precisamente me gusta variar y sentir que tengo capacidad de adaptarme a lo que me encuentre, y creo que cultivar la versatilidad por la versatilidad misma elaborando el lenguaje es una de las recompensas del día a día. En relación con la pregunta de antes, sin embargo, disfruto mucho cuando siento que la prosa tiene una respiración propia, y que supongo que podríamos llamar estilo, y traducir te obliga a encontrarla y recrearla con creatividad.
Cuéntanos cómo es tu método de trabajo. ¿Lees el libro o te lanzas a directamente a traducir? ¿Trabajas el primer borrador a conciencia o haces una primera versión rápida que después revisas en profundidad?
Hoy en día suelo leer antes el libro, sobre todo para calcular el tiempo (real) que me va a requerir, pactar un plazo asequible y no acabar agobiada. Ahora, también, procuro ir releyendo mientras traduzco, porque a veces vas con un ojo en el cuentakilómetros y te queda una falsa impresión de rapidez, y luego en la revisión se descuadran todas las estimaciones. Voy aprendiendo a golpes, pero dedicarse a la traducción literaria exige orden y eficacia para que salgan medianamente las cuentas.
¿En qué medida ha cambiado tu manera de traducir con el paso de los años? ¿Qué cosas has aprendido sobre el oficio?
He ido buscando mi camino, aprendiendo a encontrar estrategias personales para tomar decisiones y a guiarme por mis propios instintos. Supongo que igual que en cualquier oficio, eso te lo da la experiencia. He aprendido a calcular mejor, en general, o eso quiero creer.
Este año se celebra la segunda edición del programa de mentorías de ACE Traductores. ¿A quién consideras como tu mentor en el campo de la traducción editorial y por qué?
Siempre recordaré con una inmensa gratitud a Miguel Martínez-Lage, a quien conocí en aquellos talleres de Norwich [continuación] y me embarcó en esa traducción a diez manos de La lección del maestro, y a partir de ahí me propuso participar en varios proyectos compartidos con los que inicié mi andadura profesional. Y a través de Miguel conocí a grandes amigos que también me han abierto algunas puertas en los comienzos y sobre todo han estado ahí, como Catalina Martínez Muñoz, una traductora con una carrera extraordinaria, Juan de Sola, traductor/editor/sabio, y Carlos Rod, editor pasional de La uÑa RoTa.
«Hay cosas de las que la gente no quiere hablar. No me refiero a las difíciles, como el amor, sino a las incómodas», dice el relato «Polvo al polvo», incluido en Una noche en el paraíso. Hablemos, pues, de cosas incómodas, de las que hay gente que no quiere que hablemos. ¿En qué sentidos dirías que ha mejorado y empeorado la situación de los traductores de libros desde que asumiste tu primer encargo? ¿Qué logros están, en tu opinión, pendientes de alcanzar?
Me da la impresión de que trabajamos de una forma más acelerada, porque nuestra vida es más acelerada, o sea que eso es un signo de los tiempos. Como empecé a traducir en el siglo XXI ya existían la Red y Google, así que tampoco voy a hacer mucho hincapié en eso más allá de que por un lado nos da un acceso a la información impensable hace apenas veinte años, pero por otro también nos somete a unos ritmos que van en contra de la contemplación que pide la literatura.
Otro signo de los tiempos, al hilo de esto, es que hoy en día el sector del libro quizá se rige más por los imperativos comerciales y la mercadotecnia, que supeditan los ideales con los que han nacido muchas de las editoriales y que han fagocitado a muchas más. Es un simple reflejo de la maquinaria del capitalismo, pero que repercute con especial dureza en los eslabones más débiles de la cadena, como somos los trabajadores por cuenta propia en un escenario de crisis que propicia la precarización de nuestras tarifas.
Y a eso quería llegar, para responder a tu pregunta: las tarifas no han aumentado a la par del coste de la vida, así que hemos perdido terreno. Ahí creo que está el principal frente de nuestro sector, y nuestra mayor responsabilidad individual, porque a fin de cuentas y reconociendo que las liquidaciones positivas son una excepción para la mayoría, la tarifa determina nuestro salario. Y si quienes llevamos décadas en el oficio y somos profesionales reconocidos o de prestigio trabajamos para subsistir, sólo podemos esperar que quienes se encuentran en condiciones menos favorables tengan que aceptar tarifas míseras y condiciones leoninas. Y ahí está el pez que se muerde la cola.
Me cuesta entender que por ley no se pueda recomendar públicamente una horquilla de tarifas, menos aún fijarla, y que en cambio sí la tengan las editoriales o se pueda fijar un precio de venta de los libros. Seguro que tiene una explicación muy convincente, pero a mí instintivamente no me cierra.
A nivel asociativo se hacen muchos esfuerzos, y sin duda hablar entre nosotros nos puede concienciar y alentar, pero hoy en día la negociación es una lucha cuerpo a cuerpo y es frustrante que tengamos un techo tan bajo en nuestras expectativas económicas.
¿Qué consejos darías a los jóvenes —y no tan jóvenes— que aspiran a dedicarse a la traducción de libros?
Me parece que, más que dar consejos —y por experiencia sé que mucha gente joven y no tan joven que quiere vivir de la profesión sube muy concienciada— será mejor predicar con el ejemplo en la medida que esté a mi alcance. Obras son amores, etc.
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ACE Traductores convoca anualmente el Premio de Traducción Esther Benítez, que se otorga a la traducción al castellano, catalán, euskera o gallego de una obra literaria de cualquier género escrita originalmente en cualquier lengua y publicada por primera vez durante el año anterior a la edición del premio, y que conceden con sus votos los socios de ACE Traductores. Esther Benítez Eiroa (1937-2001) fue cofundadora y presidenta de ACE Traductores. La especial relevancia de su figura no reside únicamente en la calidad y cantidad de sus traducciones, sino también en su continua lucha por la reivindicación de la profesión. Esther Benítez batalló por el reconocimiento de los derechos de propiedad intelectual del traductor, por la normalización de las tarifas y contratos y por la concienciación pública de la importancia de su trabajo. Muchos de los avances que se han conseguido se deben al esfuerzo realizado por ella y por los colegas que lucharon entonces por unas condiciones mejores.