Traducción en vena, Juan Gabriel López Guix

Miércoles, 8 de abril de 2020.

El martes 31 de marzo, después de una clase online de un curso avanzado de traducción, recibí el encargo del periódico La Vanguardia de traducir un texto del historiador Yuval Noah Harari publicado unos días antes por el Financial Times. Casi al mismo tiempo me escribió una alumna preguntando por algún detalle de la traducción que teníamos entre manos. Como justamente durante la clase había comentado la posibilidad futura, en algún momento de lo que quedaba de curso, de usar las nuevas modalidades de docencia no presencial para compartir mi experiencia profesional realizando una traducción en tiempo real, me animé a utilizarla de cobaya y hacer con ella el experimento. La «invité» a mi traducción, ella aceptó; y de ese modo me sumergí en ese curioso y fascinante viaje que es traducir y descubrir paisajes nuevos, pero con la novedad de que alguien, desde algún lugar, veía mi pantalla. Se trataba de un texto algo más extenso que los artículos habituales del periódico y me lo habían pedido para el jueves, dos días después. Tenía unas tres mil palabras y trataba sobre el modo en que la pandemia del coronavirus podría cambiar nuestro mundo, en particular, en lo relativo a la vigilancia estatal sobre los ciudadanos.

En el caso de los artículos para el periódico, suelo abordar la traducción de modo directo, sin lectura previa, escribiendo sobre el original a medida que avanzo y dejando para la fase posterior el cotejo con el original, yuxtapuesto en la pantalla en otro archivo abierto. Fue lo que hice entonces, salvo que en esa ocasión iba viajando con alguien «sentado» a mi lado, a mi lado en el tiempo pero no en el espacio. Traduje en esa curiosa modalidad acompañada el principio del texto, comentándolo en voz alta, verbalizando y justificando algunas decisiones, y con mi «copiloto» que a su vez también intervenía haciendo observaciones sobre lo que veía. Pensándolo a posteriori, no deja de ser paradójica esa experiencia en un texto que hacía referencia precisamente a la vigilancia omnímoda.

El «trayecto» duró unos tres cuartos de hora y recorrimos juntos unos pocos cientos de palabras. Cuando cerré nuestra sesión conjunta, tuve que dedicarme a otras cuestiones y decidí proseguir con la tarea a lo largo del día siguiente. Pasada la medianoche recibí un correo en el que se me decía que sería fantástico que la traducción pudiera estar lista al día siguiente, el miércoles; de modo que unas horas después, retomé el texto y me lancé a acabarlo.

Como ya había visto, la prosa no presentaba ninguna dificultad especial, era clara y fluida. El día anterior, me había quedado en un apartado que tenía como título «Under-the-skin surveillance», una vigilancia bajo la piel, y que me había servido para comentar las características de la catáfora y cómo un título encierra un contenido que aún debe desplegarse. Había dejado el epígrafe sin traducir, a la espera de tener más información. Fue con lo primero que me encontré al día siguiente cuando me senté de nuevo ante el ordenador. Todavía no había amanecido y había abierto la ventana para oír mejor el trino silvestre de los mirlos, que en estos días tienen menos competencia del tráfico urbano.

El texto me reveló entonces el significado del misterioso «bajo la piel», puesto que establecía una diferencia entre vigilancia «under the skin» y vigilancia «over the skin»: esta última, la tradicional, la realizada por el Estado que quiere saber dónde se posa la piel de nuestro dedo cuando clica en un enlace; y la nueva, la que permite, como se ha puesto en práctica con motivo de la pandemia en algunos países, saber lo que ocurre bajo la piel, midiendo la temperatura corporal o el ritmo cardíaco.

La facilidad del inglés para la maleabilidad léxica es envidiable y sirve de acicate para que el traductor se esfuerce y trate de encontrar formas de emular ese desparpajo morfológico. Busqué mantener la adjetivación de un modo que no resultara anquilosado en castellano y que, al mismo tiempo, permitiera una oposición binaria lo más perfecta posible, como ocurría con el inglés over/under. La idea básica era oponer algo superficial a algo estructural, incrustado en el sistema. La derivación a partir del sustantivo skin me llevó de modo natural al adjetivo epidérmico y a partir de ahí a su pareja hipodérmico. («Subcutánea» podía funcionar bien como segundo término, pero me dio la impresión de que «cutánea» no transmitía con tanta inmediatez la idea de superficialidad.) El recurso a las lenguas clásicas es muchas veces muy útil para sortear algunas dificultades de traducción.

Encontré otra dificultad en el siguiente epígrafe, titulado «The emergency pudding», el pudin de emergencia. El apartado trataba de cómo las medidas temporales pueden eternizarse y ponía el ejemplo de unas leyes de emergencia establecidas tras la creación del Estado de Israel en 1948 y mantenidas a lo largo de las décadas. En concreto se citaba un «emergency pudding decree» que establecía «special regulations for making pudding». Al buscar algún tipo de información en Google, descubrí que el artículo estaba ya traducido a muchas lenguas, incluso al vietnamita. Recurrí a un amigo que tiene conocimientos de hebreo y que, como otras veces, sabía que no se resistiría a investigar el asunto. Encontró que la norma mencionada procedía de reglamentaciones anteriores y que un decreto de 1950 se refería al tema. Vimos varios enlaces que hablaban, por ejemplo, del control sobre productos básicos y reglas sobre la elaboración de pudines y el precio de los helados. Usé el traductor de Google para traducir del hebreo, pero me aparecía siempre la palabra pudin en las respuestas. Encontré una referencia que hablaba, al parecer, de una «orden de defensa (sobre la producción y venta de pudines)»; dado que tenía algo de prisa, que el texto tenía un comentario entre paréntesis que ayudaba a comprender la referencia y que además los diferentes idiomas consultados usaban también pudin, fue esa palabra la que dejé. Pero lo cierto es que no quedé del todo satisfecho.

El resto del artículo transcurrió sin sobresaltos. Se mencionaba una «policía del jabón» que quedaba satisfactoriamente explicada en el propio texto, y se hacía un llamamiento a la unión y la solidaridad mundiales. En un total de cuatro horas, la traducción estuvo hecha y corregida. La envié ese mismo miércoles, primero de abril, por la mañana. El jueves, en mi siguiente clase virtual, utilicé el original para comentar algunas de sus dificultades y aproveché las diferentes lenguas de trabajo de los participantes para realizar un pequeño ejercicio multilingüístico cotejando versiones a diferentes lenguas. Se publicó en la edición del domingo 5 de abril y a lo largo de ese día y el siguiente me sorprendió recibir, a diferencia de lo ocurrido con otras traducciones sobre el mismo tema, numerosos mensajes de amigos y colegas que habían leído el artículo, lo comentaban o elogiaban (e incluso mencionaban alguna errata). Para haberla hecho confinado, fue una traducción bastante acompañada.

 

Nota del 18 de abril 2020: En este texto menciono mi incomodidad al traducir la palabra inglesa pudding por «pudin» y que en su momento realicé sobre ella una pequeña investigación. Como nos ocurre muchas veces, esa incomodidad no desapareció tras la publicación de la traducción en La Vanguardia, de modo que uno o dos días después de aparecer este texto en VASOS COMUNICANTES, escribí a Ana Bejarano, traductora y profesora de Literatura y Lengua Hebrea en la Universidad de Barcelona, pidiéndole ayuda para aclarar la cuestión. Me respondió enseguida y me confirmó la prolongación tras 1948 de algunas leyes promulgadas durante el mandato británico en Palestina (1917-1948) y, lo más importante, que las restricciones relacionadas con la elaboración del pudin estaban ya contenidas en ellas (para evitar el desabastecimiento de harina y huevos) y que se transpusieron sin más tras la creación del Estado de Israel. Es decir que el «pudding» era efectivamente un «pudin» y no escondía en mi original inglés, por medio de una adaptación cultural, alguna palabra traducida del hebreo.

 

Juan Gabriel López Guix, traductor del inglés y del francés. Se dedica sobre todo a la traducción de narrativa, ensayo y divulgación científica, así como a la traducción para prensa. Entre otros autores, ha traducido libros de Saki, Julian Barnes, Joseph Brodsky, Douglas Coupland, David Leavitt, Lewis Carroll, Michel de Montaigne, George Saunders, Vikram Seth, George Steiner y Tom Wolfe. Es profesor en la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona. Fue miembro de la junta rectora y vicepresidente de ACE Traductores entre 1997 y 2000.

 

Las imágenes que acompañan el texto muestran las calles de Barcelona vacías debido al confinamiento y proceden de webcams municipales, tratadas por el autor.