Claro, sin más, Jordi Fibla

Lunes, 8 de septiembre de 2025.

La editorial francesa Flammarion se ha propuesto retraducir la obra de Graham Greene. No una ni dos ni tres novelas, sino las veintiséis que escribió el autor. Yo diría que es una apuesta bastante arriesgada, pues no creo que, en la Francia actual, como sucede entre nosotros, haya un extenso público ávido de descubrir o, en los más veteranos, de releer, a este novelista británico que floreció en los años centrales del siglo pasado. Sin duda los cinéfilos siguen viendo las películas inspiradas en algunos de sus libros, como la célebre El tercer hombre, de Orson Welles. Pero conseguirle a Greene un sustancioso cuerpo de nuevos lectores como reparación de la injusticia que se ha cometido con él al tenerlo olvidado, así como reparar otra injusticia, que en alguna medida explicaría la anterior, a saber, la deficiente calidad de las traducciones existentes… Lamento ser más bien escéptico. Sí, la apuesta es tan arriesgada que cabría hacer una apuesta adicional: ¿cuántas de esas veintiséis novelas se publicarán realmente en los próximos años?

Las primeras traducciones son The Man Within y The Ministry of Fear. En la portada aparecen el nombre del autor, el título, el nombre del traductor y el de la editorial. Ojo al dato: un vistazo al catálogo de narrativa extranjera de Flammarion, con obras de Amor Towles, Doris Lessing, Alberto Moravia o Robert Littell, revela que no figura el nombre de ningún otro traductor en lugar tan preminente. ¿Quién es Claro, el autor de las nuevas traducciones de Greene, y por qué tiene esa prerrogativa que a sus colegas les está vedada?

En su Dictionnaire amoureux de la traduction Josée Kamoun menciona a varios traductores franceses de obras difíciles y prestigiosas, que han hablado y escrito sobre su actividad y que también son autores de obras propias en las que suelen reivindicar su traición, su turbiedad, su impostura, una autoflagelación que no tiene consecuencias porque ellos son la crème de la crème del oficio y pueden permitirse las excentricidades que les apetezca, obras cuyos títulos probablemente nunca utilizaría una traductora. Claro está ausente del diccionario de Kamoun, pero muy bien podría figurar en él. ¿Qué traductora titularía su obra Le clavier cannibale, libro en el que Claro hace crítica literaria de libros que ha traducido, aborda diversos aspectos del lenguaje y expone sus ideas sobre la traducción?

Christophe Claro prescinde de su nombre de pila y firma tanto sus traducciones como su obra propia con el apellido. Claro, sin más. En una reseña sobre su traducción de El ministerio del miedo, un crítico de Le Monde dice que es «una resurrección. ¡Graham Greene vuelve! Y su brillante renacimiento, gracias a Claro, traducteur en chef (…) es una noticia de las más estimulantes». Está claro que Claro es un profesional especialmente importante en el mundo de la traducción gala, y de ahí que, de una manera excepcional, su apellido aparezca en la portada de sus traducciones. Dado que es conocido como uno de los principales promotores de la narrativa norteamericana en Francia, imagino que la editorial debe de confiar en que su nombre en la portada ayude a vender la obra. A esto se suma el hecho de que es autor de una extensa obra propia.

Claro tiene algo de enfant terrible literario. Algunos pasajes de sus ensayos sobre traducción son notablemente escatológicos, lo cual, entre nosotros, parecería fuera de lugar. Entre los que componen Le clavier cannibale (), se encuentra «De la traducción considerada como un desastre», un texto en el que no ahorra las definiciones jocosas, sarcásticas o cáusticas de quienes practican la profesión que es la suya. He aquí un par de ejemplos[1]:

El eterno menospreciado, el remunerado por el signo (¡no por el significante ni el significado, sobre todo, sino por el signo, por el zurullo, que digo yo, por la huella del zurullo tipográfico, por el byte silbador!), el actor de doblaje, el subtitulador, el amargado ventrílocuo cuyo nombre escrito en tinta simpática se borra cual huella en la arena de todas las portadas de todos los libros que cubre la marea editorial.

 Claro que él es una excepción, por lo menos en las traducciones de las novelas de Graham Greene.

Este Narciso de andar tambaleante, este Virgilio charlatán, este Caronte provisto de las cartas de recomendación más dudosas, este taxilingüista al que casi nunca se le ve, al que se le oye en raras ocasiones, pero cuya queeeeeeeeja siempre surge entre las tumbas de los condenados expoliados, esta «víctima de la literatura», este incomprendido por los grandes premios, este paria de los medios de comunicación, este mal pagado, este lumpen-escritor, no es, vamos, digámoslo, a pesar de su inminente santificación y posible martirio, un sutil pasador subestimado (precisamente eso es por lo que querría hacerse «pasar») sino, con mucha frecuencia, y con más frecuencia que nunca, un FUCKING falsario, ¡sí!, un puto timador, un alegre holgazán (aunque a menudo siniestro), un energúmeno escamoteador.

Supongo que escribir de esta manera es muy útil para exudar el estrés, y si, además, te lo publican, miel sobre hojuelas. Eso sí, difícilmente Le clavier cannibale encontrará editor en España. Lo publicó hace quince años Éditions Inculte y, como el resto de los libros de Claro, incluida la novela Chair électrique, traducida al inglés, no ha merecido ninguna atención en nuestro país, así que quien desee leer este ensayo, así como otros tanto más como menos sulfurosos, deberá hacerlo en francés. No es un autor para todos los gustos, pero sí original y objetivamente interesante.

Como muestra de lo que considero original e interesante propongo este fragmento del ensayo «Traduire: du drame au pari»:

Curiosamente, los editores parecen avergonzarse del proceso de la traducción, una vergüenza que a menudo les hace omitir la mención «traducido del… en… por…» en la portada de los libros que publican, como si temieran pasar por burdos contrabandistas. De que niegan al traductor la condición de escritor, no hay ninguna duda. Pero lo más inquietante es que les resulte un tanto difícil enorgullecerse del proceso de traducción. ¿Querrá esto decir que tienen una visión «edípica» de la literatura, considerando al autor como la mamá, el texto como el bebé y ellos mismos como el papá? ¿Y, como resultado, el traductor, ya sea a guisa de comadrona que no merece ninguna mención, ya sea, lo que todavía es peor, a guisa de amante libidinoso? Las causas de este bloqueo psicológico siguen sin determinar… y la economía del mercado está ahí para cubrirlas con su divertido salitre. Que los editores se tranquilicen, los traductores no tienen ninguna aspiración al visirato, y el velo les va muy bien, gracias.

 

[1] Traducciones de J. F.

Jordi Fibla Feito nació en Barcelona en 1946. Entre 1964 y 1974 trabajó en dos editoriales barcelonesas y cursó estudios de Filosofía y Letras e idiomas. Ama por igual las lenguas inglesa y francesa, aunque como traductor se ha especializado en la primera, y sigue manteniendo viva la profunda curiosidad por el japonés que se inició medio siglo atrás. Traductor de Philip Roth, John Updike, Toni Morrison, Thomas Pynchon, Susan Sonrag, Colin McCann y Richard Power, así como varios autores franceses y japoneses, entre otros muchos, ha acumulado una obra abundante y muy diversa que él mismo ha calificado alguna vez como «archipiélagos de excelencia en un mar de mediocridad», aunque suele añadir que la mediocridad, pagadora de sus facturas, es lo que le ha permitido probar suerte en la traducción, tan sublime como poco rentable, de la excelencia. En 2015 le concedieron el Premio Nacional de Traducción por el conjunto de su obra.

 

 

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