Viernes, 23 de mayo de 2025.
María E. Roces González ha traducido del albanés Increible, pero cierto, de Piro Milkani, editado por La Tortuga Búlgara en febrero de 2025.
Sinopsis
El hado —o más bien una insospechada carambola— conduce en el curso académico 1955-1956, y con tan solo dieciséis años, a un brillante estudiante de Korça (República Popular de Albania) a la prestigiosa y quinta escuela de cine más antigua del mundo, la FAMU de Praga, cuna de la Nueva Ola Checoslovaca y matrona de cineastas como Jiří Menzel, Jaromír Šofr o Miloš Forman. Mas serán las fracturas habidas poco después en el «bloque socialista» las que cercenen, en julio de 1961, la aventura checoslovaca de Piro Milkani y le hagan regresar al redil de Enver Hoxha para convertirse, pese a todo, en prolífico y aclamado cineasta (en calidad de camarógrafo, guionista y, sobre todo, director) de treinta y seis largometrajes. A este inesperado sueño cumplido se ciñe, en su espléndida narración vital, el cineasta albanés Piro Milkani, porque, en su bienhadada travesía, lo increíble acabó, en su caso, por resultar cierto.
La fascinación que la Dorada Praga, capital de la Checoslovaquia de entonces, ejerce sobre el joven korçar se despliega en los capítulos referidos a sus andanzas y aventuras estudiantiles, que si bien no aparentan resultar excepcionales en el ambiente universitario checo, y menos en los círculos artísticos praguenses, habrían sido objeto de censura si no de severo escarmiento y castigo en la mojigata Albania oficial. No hay comparación posible entre metrópolis como la Praga o el Moscú «socialistas» de entonces y la provinciana e insulsa Tirana, donde como narra Kadaré en Las mañanas del café Rostand:
[…]la noticia de que las mujeres y chicas jóvenes de la capital no solo se sentaban sin temor en los cafés de Tirana, sino que hasta se atrevían a pedir un coñac, posiblemente hubiera alarmado al dictador tanto como un desembarco de tropas de la OTAN. Así, la crónica de la disminución de los cafés a partir del año 1945 había formado parte de un drama más profundo.
En ese drama —tanto vital como amoroso— inciden cuantos estudiantes universitarios fueron obligados a regresar a Albania en el verano de 1961. Mas al bienaventurado Piro Milkani lo destinan a los Estudios Cinematográficos «Albania nueva», donde, a pesar de las sucesivas «supervisiones», es decir, de los tres filtros, digamos, técnicos, que cada cinta ha de pasar en los propios estudios cinematográficos, más los otros tres de carácter ideológico-propagandístico a cargo del Ministerio de Cultura, del comité regional del partido y del mismísimo buró político del Partido del Trabajo de Albania… acabará convirtiéndose en un reputado cineasta y en merecedor de la distinción Artista del Pueblo.
¿Artista del pueblo… y qué? ¿Significará que el régimen de Enver Hoxha le otorga, con la distinción, la libertad creativa, la posibilidad de soslayar los mudables preceptos de lo que el régimen considera, según en qué momento y circunstancias, reglas inmutables del realismo socialista?
El enigma, de haberlo sido, se desvela en el capítulo «Un vulgar cliente», donde la camarera del café de Vlora lo pone —como los seis filtros que han de pasar sus cintas— en su sitio: «¡Un poco de paciencia, camarada! Como el resto de clientes, has de esperar la vez». Cierto, pues la clientela de Enver Hoxha se muestra inagotable, y los creadores rebeldes o son acusados de propaganda subversiva y acaban en la cárcel o son sustituidos y condenados al ostracismo sin más.
«¡Un poco de paciencia, Milkani!», algo más de un cuarto de siglo, exactamente. Y es que nuestro intrépido cineasta viene, en ese capítulo, de rodar nada más y nada menos que ¡unas maniobras navales conjuntas soviético-albanesas! con submarinos, dragaminas, cargas de profundidad, torpedos, reactores y cazas de verdad, asistido por oficiales de los estados mayores de la armada y del aire, que el régimen puso a disposición de los codirectores Milkani y Çashku para que rodaran, en 1979, Frente a frente (Ballë për ballë), con guion de I. Kadaré, basado en su novela El invierno de la gran soledad, sobre el drama de la ruptura albano-soviética.
Piro llegará, tras el rodaje, al café de Vlora —ciudad de la proclamación de la independencia de Albania en 1912— exultante, sintiéndose un epígono de Napoleón, pero se da de bruces con la cruda realidad: «¡Un poco de paciencia, camarada!»; la misma clase de paciencia de la que hubo también de hacer gala el guionista y autor de la novela, Ismaíl Kadaré: sometida la primera edición, de 1973, a un escrutinio inmisericorde, estuvo a punto de costarle muy cara su rebeldía creativa, de modo que, hasta 1977, no salió de imprenta la segunda edición, encabezada por una advertencia del propio autor en la que aseguraba que, la ahora titulada más brevemente El gran invierno, había sido ripunuar (rehecha) atendiendo a las sugerencias de los lectores (y no a la censura del régimen y del mismísimo buró político).
Serán un sinnúmero de suplicios de este tipo los que oculten los más reconocidos creadores albaneses entre bastidores, pero, sin embargo, Piro Milkani, en lugar de unirse al coro de creadores que hoy se confiesan furibundos opositores al régimen enverista, cuando su hipotética disidencia nunca existió, prefiere mostrarse agradecido a su buena fortuna, a su pasión de cineasta y a sus propias vivencias, cuyo epicentro gira tanto a la ida (escuela de cine) como a la vuelta (embajador de Albania) en torno a la Dorada Praga.
Comentarios de la traductora sobre la traducción
En esta ocasión, la traductora afronta un hecho paradigmático, pues la dificultad no se encuentra en lo que dice el texto albanés (la traductora mantiene que, normalmente, el albanés entra bien en castellano) ya que, como se afirma en la introducción, el talento narrativo de Milkani facilita el vertido; la verdadera dificultad está en lo que no dice el texto albanés, en lo que hay detrás de cada andanza, en esas claves tan fáciles de desentrañar por el lector albanés y, seguramente, por el de los países del extinto «campo socialista», e invisibles para el mundo occidental, debido a las diferentes formas represivas adoptadas por «nuestras» dictaduras, si bien el propósito y el resultado acabarán siendo el mismo. Tan ciegamente invisibles (la redundancia es adrede) como para no ver que, por ejemplo, montones de películas norteamericanas (del oeste, de la guerra mundial, de juicios o de reivindicaciones de ciudadanos) se adaptan como un guante a los cánones del realismo socialista.
Por lo tanto, la traductora, en este caso (no en vano vivió dos dictaduras, la franquista y la enverista) ve más allá del texto (lo ilustra, brevemente, lo dicho sobre El gran invierno de Kadaré), ve en prapaskena («tras la escena, entre bastidores») y asiste al visionado de una narración fílmica imposible de rodar por los Estudios Cinematográficos «Albania nueva».
De modo que, no le queda más remedio que mantenerse fiel al texto de Milkani, a la espera, como quiere también el propio autor, de que los lectores «no se aburran con la narración».
Enlace a los primeros capítulos.
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