In Ketten tanzen: Übersetzen als interpretierende Kunst, edición de Gabriele Leupold y Katharina Raabe

Viernes, 31 de marzo de 2023.

In Ketten tanzen: Übersetzen als interpretierende Kunst, edición de Gabriele Leupold y Katharina Raabe, Wallstein Verlag, 2008. 294 páginas.

Isabel Romero

En septiembre de 2006, el Literarisches Colloquium de Berlín acogía el encuentro entre un nutrido grupo de músicos, actores, traductores, filósofos, así como algunos especialistas en humanidades, con objeto de iluminar posibles espacios de intersección y explorar hasta dónde podía conducir la idea de la traducción literaria como interpretación o representación. El experimento resultó tan fructífero que dos años más tarde la eslavista Gabriele Leupold y la editora Katharina Raabe reunían una serie de contribuciones en torno a este planteamiento en un libro que no ha perdido ni un ápice de lustre desde su publicación y que aporta interesantes enfoques sobre los paralelismos que se muestran cuando se buscan procesos de traducción en el trabajo de músicos, actores, historiadores o críticos literarios. En el título, la frase inicial de un aforismo que Nietzsche escribió en Humano demasiado humano –evocando a su admirado Voltaire– para referirse a los grilletes de las fórmulas heredadas y de la métrica que los poetas griegos se imponían en sus creaciones: «Bailar con cadenas. Hacérselo difícil y luego extender por encima la ilusión de la facilidad, esa es la pieza artística que quieren mostrar». Una imagen que nos recuerda a lo que estamos atados. Pero ¿qué sucede durante el largo camino que va desde el desciframiento del texto hasta que este adquiere la forma de una traducción, de una interpretación musical o de una representación escénica? ¿Qué ve, oye, siente y piensa quien lo recorre mientras no se vislumbra el final? ¿Qué hacemos cuando no entendemos una frase y por tanto ignoramos cómo traducirla, tocarla con un instrumento o interpretarla en el escenario? Todas estas preguntas y otras muchas relacionadas con la transmisión de una obra original y con un abordaje pertinente por parte de sus respectivos mediadores encuentran aquí respuestas que se reflejan entre sí, creando un juego de espejos entre las artes de lo transitorio.

En primer lugar, la traductora Olga Radetzkaja alude a los legados teóricos del checo Jiři Levý y del ruso Efim Étkind –ambos centrados en la reflexión de la traducción teatral y su crítica– , al tiempo que analiza la actividad traductiva, traslativa como arte reproductivo. Seguidamente, a partir de los ejemplos de Salieri con su «traducción» de Mozart, del músico experimental John Cage e incluso del vanguardista Frank Zappa, la compositora Dörte Schmidt aborda el concepto de desplazamiento de sustancia –acuñado por Eco– en el contexto musical. Por su parte, Gabriele Leupold revisa la brillante Petersburgo de Andréi Biely, novela a la que atribuye una estructura sinfónica con motivos wagnerianos, antes de aproximarse a su traducción de Los relatos de Kolymá de Varlam Shalámov desde la perspectiva del intérprete musical que se apoya en la técnica –el autocontrol y la exactitud aquí– para identificar estructuras que el lector es capaz de reconocer y que actúan además como un desencadenante de emociones. En su contribución, el pianista Stefan Litwin indaga luego en la necesidad de «sumergirse en el tiempo» cuando se trata de sustentar la interpretación de una pieza en concordancia con los parámetros de una época determinada y, por otro lado, llama la atención sobre los huecos creativos que brindan algunos términos: la ligereza de un giocoso no está determinada en el pentagrama. El traductor Klaus Reichert se refiere después al tono y al ritmo en el Ulises de Joyce, a la métrica del verso en Shakespeare y detalla de qué manera Mendelssohn logra moldear rítmicamente los dos primeros versículos del «Salmo 38» en su composición con el fin de mostrar qué significa saber leer con el oído. A su vez, el escritor y también traductor Reinhart Kaiser recupera el «método» del maestro de actores Lee Strasberg, quien recomendaba bucear en la propia memoria sensorial y ejercitarse en la concentración que conduce a la precisión y la concreción. Relacionada con esta, se presenta la aportación del dramaturgo D∂evad Karahasan, quien anima a movilizar las energías performativas (recordemos cómo tocaba el violonchelo la inolvidable Jacqueline du Près) para encarar las «zonas de inseguridad» en un texto que va a ser representado, interpretado musicalmente o vertido a una lengua meta. A renglón seguido, el artículo del germanista Reinhart Meyer-Kalkus –quien se adentra en el arte de recitar y en los aspectos fundamentales de la voz– supone un nexo de unión entre la representación escénica, la interpretación musical y la traducción literaria de la que resulta además un análisis sobre las poscreaciones como productos que requieren ser actualizados continuamente. En la novena aportación, el pianista Reinhard Kapp profundiza en la partitura, observada como texto dotado de sentido, y cuestiona también el papel que tradicionalmente han desarrollado categorías como el sentimiento, el gusto o el temperamento en la tarea del intérprete para reproducir de forma genuina el potencial de la notación musical. Más adelante, el profesor Matthias Vogel esboza un modelo de comprensión que apuntaría a explorar las relaciones conceptuales entre la actividad traslativa y la presentación musical, siendo apreciada la primera como la interpretación concreta de una pieza en un momento dado. Por último, el teólogo Markus Barth plantea que la Biblia va de interpretaciones y se centra en su lectura existencial: cuando una manera determinada de entender, de traducir o de interpretar supone un riesgo para la vida.

Entre las conclusiones de este trabajo multidisciplinar, destacaríamos que, como sucede en la traducción literaria, tanto en música como en dramaturgia los procesos de traslación nunca están cerrados para siempre, ni tampoco pueden ser replicaciones exactas del original porque de algún modo se cuela subrepticiamente en cada ocasión la mirada peculiar de los mediadores durante el traspaso. En este aspecto, mirar implica una forma de entablar contacto con el mundo, de reconocerlo. Sería imposible leer, tocar un instrumento o hacer una representación escénica sin el conocimiento al que acceden nuestros sentidos; con ellos experimentamos, sentimos, presentimos, percibimos la realidad e incluso podemos trascenderla. La escritora y traductora Nuria Barrios termina el capítulo «Oficio» de su espléndido ensayo La impostora así: «Traducir es mirar a través de la ventana cómo el sol ilumina la copa de los olmos del jardín». Y no le falta razón; es más, nos lleva de la mano directamente a esta otra cita extraída de La fenomenología de la percepción de Merleau-Ponty: «La mirada es ese genio perceptivo por debajo del sujeto pensante que sabe dar a las cosas la respuesta justa que esperan para existir ante nosotros».

Aunque para esta reseña hemos utilizado la edición Kindle (la única disponible por el momento), merece la pena señalar que el libro físico va acompañado de un CD de audio con frases de la sonata para piano G-Dur D 894 de Schubert y una amplia recopilación de grabaciones de los poemas «Prometeo» y «El rey de los alisos» de Goethe, donde se aprecian los cambios experimentados por el arte de la declamación, así como los avances de la fonografía a lo largo del siglo XX.

 

 

Isabel Romero traduce del francés y del alemán. Entre los autores que ha vertido al castellano se encuentran Henri Raczymow, Jean-Christophe Rufin, Stephanie Kremser, Michael Hampe, Hugo von Hofmannsthal, Peter Freund y L. G. Tippenhauer. En el año 2006 recibió el Premio de traducción de la Fundación Goethe en la categoría de literatura juvenil. Actualmente imparte asimismo talleres de traducción en el Instituto Cervantes de Berlín.

 

 

 

1 Comentario

  1. Concha

    ¡Oh, dioses todos! Después de leer este magnífico y documentado artículo me veo como menos que una hormiga. ¿Qué hago yo traduciendo, si no tengo ni idea, si no me planteo esas cosas tan profundas?
    Enhorabuena, Isabel. Este artículo abre puertas y ventanas a la reflexión (al menos a mí) y está impecablemente articulado, en mi humildísima opinión.