Lunes, 25 de julio de 2022.
Cuando yo era niño, solía venir por casa, de visita, una amiga de mi madre muy marisabidilla, bastante melindrosa, un tanto pizpireta y revisalsas, con su qué de relamida y su mucho de repipi, de redicha y de quisquillosa. Siempre iba muy pimpante, muy atildada, empingorotada y emperejilada, con mucho ringorrango y muchas ínfulas, siempre dándose postín. Era tiquismiquis y muy propensa a organizar guirigáis y a soltar sofiones con retintín, a decir vituperios: que si este era un lechuguino y un paniaguado, que si aquel un pisaverde, el de más allá un desabrido y aquel otro un panoli y un pavisoso. Cuando alguien le caía bien, todo eran ditirambos y sus defectos no era sino menudencias. Siempre con sus quisicosas, siempre segura de dar en el busilis, en el intríngulis de la cosa, siempre con requilorios, porque ella tenía mucho pesquis. Todo la mortificaba, le producía reconcomios, todo le parecían paripés, todo eran tropelías. Siempre se quejaba de estar cansada de tanto trajín, pero siempre estaba dispuesta a organizar una tremolina. Si algo le gustaba, decía que le hacía tilín, si se le proponía algo que no le gustaba, lo rechazaba con un «ni hablar del peluquín». Como era muy pudibunda, decía pis, pompis y palomino. Y a mí, que era un niño, compasiva, me llamaba «cuitado» si algo me salía mal, trapisondista o malandrín si hacía alguna trastada, niño pitongo o niño gótico si presumía de algo, pillín si hacía el avispado, vivales y frescales si me pasaba de espabilado, saltimbanqui si me movía demasiado y, zangolotino si hacía pucheros de niño pequeño, si me hacía el distraído para escaquearme de algo, enseguida me decía que no me hiciese el longuis. Cuando quería halagarme me decía que estaba hecho un pimpollo o que ya era talludito. Según ella, mi habitación era una leonera donde lo tenía todo a la remanguillé. A mi hermana mayor le preguntaba si había andado de pindongueo o si ya flirteaba, y le decía que estaba hecha una sílfide. A mí, que era un pipiolo, me encandilaba aquel vocabulario lleno de íes, que usaba a tutiplén, que a ella le venía pintiparado y que pronunciaba levantando su nariz respingona. Y es que la i es así, quisquillosa y un tanto refitolera, y va de perillas para expresar lo sofisticado y la cursilería. Tal vez la actual tendencia dominante de la lengua sea prescindir de lo rebuscado, lo sofisticado, lo cursi y eso conlleve que muchas de las palabras que acabamos de citar se oigan cada vez menos.
EMPLEADAS 69
Atildado, Busilis, Cuitado, De perillas, Desabrido, Ditirambo, Intríngulis, Lechuguino, Emperejilado, Empingorotado, Finolis, Flirtear, Frescales, Guirigay, Ínfulas, Longuis, Malandrín, Marisabidilla, Melindrosa, Menudencia, Niño pitongo, Niño gótico, Palomino, Paniaguado, Panoli, Paripé, Pavisoso, Peluquín, Pesquis, Pillín, Pimpante, Pimpollo, Pindongueo, Pintiparado, Pipiolo, Pis, Pisaverde, Pizpireta, Pompis, Postín, Quisicosa, Reconcomio, Redicho, Refitolero, Relamido, Remanguillé, Repipi, Requilorio, Resabido, Retintín, Revisalsas, Ringorrango, Saltimbanqui, Sandunga, Sílfide, Sofión, Talludito, Tilín, Tiquismiquis, Trajín, Trapisonda, Tremolina, Tropelía, Tutiplén, Vituperio, Vivales.
NOTA:
En negrita ya empleadas en el Trujamán Salvar especies en extinción.
Gabriel Hormaechea ha traducido, entre otros autores, a Elisabeth Van Gogh, Fernande Olivier, Vincent Van Gogh, Paul Gauguin, François Olivier Rousseau, Mireille Calmel, Jean-Paul Sartre, Anatole France, Colette, Flora Tristán, Anne Gédéon Lafitte, Édiht Piaf, François Rabelais, Patrick Modiano. Ha sido durante años vicepresidente de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña ACEC.