Los ojos del lector siguen vendados, Puri Meseguer

Viernes, 14 de enero de 2022.

(Sub)versiones se presenta como una serie de artículos de divulgación sobre literatura, traducción y deber de memoria. Tiene como hilo conductor el rastreo de la censura franquista en novelas que siguen circulando en su versión tergiversada por la dictadura. Con este proyecto se pretende allanar el camino a la llegada de nuevas versiones, depuradas, libres de cualquier estigma de censura, con el cometido de devolver las palabras disidentes, contrarias a los valores dominantes de antaño, en definitiva, subversivas, que fueron neutralizadas por el franquismo y que, hasta ahora, habían quedado en el olvido.

 

(Sub)versiones I: Los ojos de Ezequiel están abiertos, de Raymond Abellio

Apenas acababa de dar por concluido el análisis de esta novela, que incluiría en mi tesis doctoral, cuando supe que una nueva edición estaba a punto de ver la luz. Me enteré por casualidad. Recuerdo haber recibido la noticia con cierto asombro y no poca satisfacción. Por fin podría el lector, medio siglo más tarde, disfrutar de la novela íntegra, en una versión fiel al original. Ya iba siendo hora. Escrita en la época convulsa de los años 40 del pasado siglo, Los ojos de Ezequiel están abiertos, del autor francés Raymond Abellio, es una novela nutrida de diálogos impactantes que reflejan el eterno choque entre ideologías, mecánica fatal que llevaría el mundo hacia las barbaries de la Segunda Guerra Mundial. Narra las vicisitudes por las que pasa el joven Pierre Dupastre, escritor y excombatiente de las Brigadas Internacionales, en cuyas manos caen unos documentos comprometedores que desentrañan confabulaciones entre altos cargos comunistas soviéticos y europeos. Y todo esto, con la Guerra Civil española como telón de fondo.

Pese a que la trama dejaba entrever el posible interés del régimen en publicar esta novela de Abellio ‒autores como él, desencantados con el comunismo y conocedores de la guerra que se libró en nuestro país, despertaban un interés especial en la España franquista[1]‒, un análisis textual reveló que se trataría del caso de censura más flagrante de mi corpus: la traducción, publicada en 1955 por Escelicer, escondía más de ciento ochenta marcas de censura, que iban desde simples omisiones hasta modificaciones y reescrituras de todo tipo. También era uno de los pocos ejemplos en los que la Administración había contado con la connivencia del traductor para depurar los pasajes más problemáticos. Un verdadero ensañamiento. Desconozco si Abellio tuvo alguna vez constancia de que su texto había quedado acribillado de esa manera. Pero una cosa era cierta: la versión publicada bajo el franquismo en nada guardaba parecido con la novela original. Lo que se había concebido como «un relato sobre el poder, la guerra, la guerrilla, el infierno y el amor, el dolor del conocimiento y el misterio del mundo» (Castañón, 2011: 7) había quedado reducido, tal y como lo puso el propio traductor de la versión franquista, a una «novela católica» (Vila Selma, 1955: 9). Nada que ver. De hecho, esta afirmación de Vila Selma parecía delatar la intención del régimen de adueñarse de este libro e instrumentalizarlo en función de sus intereses.

[España] Ministerio de Cultura y Deporte. Archivo General de la Administración, [CULTURA. 21/11204. Exp.4586/55, Raymond Abellio]

El caso es que para tratar de averiguar por qué esta novela había necesitado una adaptación tan exhaustiva antes de que la censura por fin diera luz verde a su publicación, tenía que poner el rumbo a Alcalá de Henares y sumergirme en el Archivo General de la Administración. El AGA recoge en su catálogo casi medio millón de expedientes de censura de libros, desde 1939 hasta 1983, un filón documental inagotable para quien quiera indagar en las turbias relaciones que literatura y ortodoxia franquista mantuvieron durante casi medio siglo. Y solo cuando por fin tuve en mis manos el expediente de censura de Los ojos de Ezequiel están abiertos, el 4586/55, comprendí que el proceso de publicación no debía de haber sido fácil, pues ante mí se abría un dédalo administrativo de varias semanas. El primer lector encargado de evaluar la obra había apuntado desde un primer momento a los peligros de lo que consideraba toda una arenga anarquista, protagonizada, para más inri, por unos «finos ejemplares de la Brigada Internacional». Por si fuera poco, señalaba el censor que los diálogos de la novela podían atentar contra el ambiente español desde un «punto de vista ideológico, moral y político». Así y todo, ofrecía en su valoración una propuesta muy sorprendente: aprobar su publicación. ¿Las razones? Si se suprimían determinados paisajes comprometedores, el discurso pernicioso de Abellio podría revertirse en cierto modo, dando incluso lugar a una «moraleja muy positiva» para los intereses del régimen: frente al peligro rojo, la fe católica siempre salía triunfante. Unos cuantos retoques oportunos bastarían. El sistema censor era un aparato muy jerarquizado y, dependiendo de la naturaleza de la obra a analizar, se podía requerir la opinión de diferentes lectores. Eso fue lo que sucedió con la novela que nos ocupa, que fue examinada pocos días después por un segundo lector, esta vez, un asesor religioso. Su valoración venía a reforzar la de su predecesor y se centraba concretamente en cuatro pasajes de contenido religioso que debían ser eliminados «por su extrema peligrosidad». Otro lector, con criterio político esta vez, tendría que llevar a cabo una última lectura, de la que nada más se supo, pues no hay informe en el expediente que la recoja. Por último, eso sí, algo inadvertido en el expediente, un documento cuanto menos esclarecedor, remitido desde la editorial, venía a revelar un dato sumamente interesante para mi investigación: la novela ya había sido «convenientemente modelada» por el traductor antes de llegar a las dependencias de la censura. De modo que lo que tenemos aquí es un caso curioso en el que, al parecer, todos los que intervinieron en el proceso de publicación de esta novela, el traductor, el editor, así como toda una cuadrilla de censores, conspiraron contra la integridad del texto de origen. La impresión que nos queda es, en suma, la siguiente: no solo se encuentra Ezequiel con los ojos cerrados, sino que además se levanta frente a todo un pelotón de fusilamiento.

Por lo que a mi investigación respecta, los resultados ya eran de por sí interesantes, pero pese a la riqueza del material del que disponía (un análisis contrastivo con numerosas marcas de manipulación así como un informe de censura muy revelador), me encontraba en un callejón sin salida: sabía que todos habían participado en la distorsión de esta historia, pero resultaba imposible dar un paso más y conocer quién había hecho qué. Y justo en aquel momento apareció la nueva edición; una que, según anunciaban, rescataba «pasajes censurados en sus primeras tiradas». De modo que a aquella sensación de justicia universal que sentí al conocer la noticia, se añadía la emoción y las expectativas de encontrar respuesta a las preguntas que habían quedado en el aire. Entré a la librería con una sensación que me devolvió años atrás, a mi infancia, a aquella primera vez que compré un libro con mi propio dinero, después de haber ayudado a mis tías en la tintorería. También recuerdo lo bonita que me pareció la portada de esa nueva edición, con un diseño que derrochaba creatividad y simbología: el título asomaba entre un sedoso tapiz verde y azul oscuro de ocelos de pavo real, cual miríada de ojos que se abría ante el asomo de la verdad. Y sí, recuerdo también lo poco que me duró todo este halo de ensueño infantiloide. Qué resquemor, qué decepción más grande me llevé cuando quise saber quién iba a tener el privilegio de abrirnos los ojos también a los lectores. En los créditos figuraba el nombre del traductor encargado antaño de «modelar convenientemente» la novela. ¿Por qué hablaban entonces de una edición que rescataba pasajes censurados?

La censura interna, la que se producía antes de enviar el manuscrito a la Administración, era, según me comentaba el traductor Manuel Serrat Crespo, cuando le pregunté al respecto, una práctica muy extendida en aquella época: «Tuvimos que lanzarnos a especular con los límites de lo “permisible”. Y en esta batalla, los editores solían mostrarse siempre –en mi recuerdo– más timoratos porque no solo se jugaban el dinero de la posible “san­ción administrativa” sino también todo lo invertido en la publicación “secuestrada”». Ante esta situación de cautela editorial, es el traductor quien paga el pato: aunque no haya pruebas definitorias de su grado de responsabilidad, en los estudios de censura y traducción existe una tendencia sistemática e injusta a achacar al traductor todo el desfase que pueda existir entre un texto origen y un texto meta y que no pueda atribuirse a la censura de Estado, de asimilar la censura interna exclusivamente a la autocensura del traductor. La teoría parece distar mucho de la realidad. Es lo que pude intuir al preguntar a María Teresa Gallego, que ejerció su labor en la época, sobre este asunto: «Sí creo que las editoriales censurasen la traducción entregada por temor a que retirasen la edición, e incluso que se lo comentasen a veces al traductor, aunque por entonces podían no hacerlo porque el traductor no tenía propiedad intelectual y no cedía su traducción, sino que ésta pasaba a ser propiedad de la editorial que podía hacer lo que quisiera con ella. O cambiaba lo conflictivo por su cuenta o le decía al traductor lo que tenía que cambiar. Y no podemos saber en esos casos si la versión publicada y censurada era cosa del traductor o de la editorial. Pero estoy muy convencida de que era cosa de la editorial y, por lo tanto, no se puede hablar de autocensura del traductor».


En los estudios de censura y traducción existe una tendencia sistemática e injusta a achacar al traductor todo el desfase que pueda existir entre un texto origen y un texto meta y que no pueda atribuirse a la censura de Estado, de asimilar la censura interna exclusivamente a la autocensura del traductor


Pero en esta ocasión había sido la propia Administración quien a través del expediente me animaba a tirar del hilo y desentrañar el alcance de la intervención del traductor. De modo que, en lugar de mandarla a la basura, y con no poco espíritu vengativo, decidí reconciliarme con la nueva edición y utilizarla para franquear ese muro con el que me había topado. Un nuevo análisis me llevó por fin a determinar que esta edición se correspondía con las galeradas que, en su momento, se habían enviado a examen y a identificar, ahora sí, aquellas marcas que podía atribuir a la censura interna: de las 184 marcas detectadas en un primer análisis, solo 60 se mantenían en esta edición. Este fue el manuscrito que llegó a las dependencias de censura y sobre el que volvieron a hacerse más y más modificaciones, a cuál más elaborada e intrincada, hasta completar los datos del análisis preliminar. Motivados por consideraciones ideológicas, los censores oficiales demostrarían en esta fase de remodelación una creatividad sin límites, destinada a crear un nuevo discurso político, tal y como se desprende de algunos ejemplos, como los que siguen. En un momento de la novela, el Padre Carranza —figura alrededor de la cual se construyen las reflexiones más corrosivas de la novela— discute con Pierre Dupastre sobre el marxismo. Los censores aprovecharían este discurso para crear otro nuevo, favorable esta vez a los intereses del régimen, añadiendo elementos que no estaban presentes en el texto original. Así, después de otorgar al marxismo la cualidad de «Evangelio del Anticristo», una reflexión un tanto virulenta que no aparece en la versión original pero que resulta acertada para aprovechar las disquisi­ciones filosóficas e ideológicas de los personajes, la intervención del Padre Carranza «si on obtenait d’eux un petit effort supplémentaire, ils deviendraient des monstres encore plus monstrueux, dit-il. Il faut les y aider», queda transformada en «si se pudiera conseguir de ellos un pequeño esfuerzo más, se harían todavía más monstruosos. Es necesario conseguir que hagan ese pequeño esfuerzo como la mejor táctica para colaborar a la destrucción de la persona que entraña el comunismo. Son criaturas que intentan bastarse por sí mismos». No parece la forma más exacta de verter el «hay que ayudarlos» del misericordioso sacerdote. Es más, cualquier oportunidad era buena para potenciar el mensaje ideológico del régimen, como en esta otra reflexión de Carranza donde la Iglesia deja de matar a los hombres para transformarlos: «les Etats ne sont arrivés qu’à tuer les hommes, mais en les dégradant. Les Eglises arrivent aussi à les tuer, bien entendu, mais en leur donnant l’enthousiasme, ce qui sauve tout, homme et Eglises», queda volcado en un «Los Estados sólo han conseguido matar a los hombres, degradándolos. Las iglesias los transforman, pero les dan un entusiasmo que es capaz de salvarlo todo, a los hombres y a la misma iglesia».

Por fin tenía respuesta a muchas de las preguntas que había ido formulándome en el transcurso de mi investigación. Pero no podía quitarme el mal sabor de boca. No entendía aún por qué la editorial no había querido rescatar esta magnífica novela y aprovechar la oportunidad para abrir los ojos sobre la manera en la que se llegó a instrumentalizar la literatura en nuestro país. No había ninguna mención a esto en la nueva edición. Me puse en contacto con la editorial. Me atendieron con cortesía. Les expliqué que se trataba de la misma versión censurada que publicó el franquismo en el 55. Muy interesante, gracias. Nunca más se supo. El catálogo de la Biblioteca Nacional recoge dos únicas ediciones de esta novela: la publicada entonces, la publicada ahora. Ningún intento por restituir lo que a la sazón se llevó la censura.

 

 

Abellio, Raymond. 1949. Les Yeux d’Ezéchiel sont ouverts. París: Gallimard.

Abellio, Raymond. 1955. Los ojos de Ezequiel están abiertos. Madrid: Esceli­cer. [Traducción de José Vila Selma]

Abellio, Raymond. 2011. Los ojos de Ezequiel están abiertos. Madrid: Duomo Ediciones. [Traducción de José Vila Selma]

Gallego Urrutia, María Teresa. 2018. Entrevista personal.

Meseguer Cutillas, Purificación. 2015. Sobre la traducción de libros al servicio del franquismo: sexo, política y religión. Berna: Peter Lang.

Serrat Crespo, Manuel. 2014. Entrevista personal.

[1] Como George Orwell, cuya novela 1984, un alegato contra los estados totalitarios, fue sometida a un ejercicio de censura destinado a construir un discurso anticomunista (Meseguer Cutillas, 2015).

 

 

Puri Meseguer es profesora del Departamento de Traducción e Interpretación de la Universidad de Murcia. Como traductora profesional ha vertido al castellano medio centenar de obras del inglés y del francés, de autores como Hubert Haddad (Premio de los Cinco Continentes de la Francofonía en 2008 y Premio Renaudot en 2009), Atiq Rahimi (Premio Goncourt en 2008), André Breton o Julien Gracq. Ha traducido todo tipo de textos desde ensayo y narrativa hasta literatura juvenil y cómic para editoriales como Demipage, Roca Editorial, Random House Mondadori, RBA o Tusquets. Es socia de ACE Traductores y miembro cofundador del Grupo Tibónidas de Granada.