Virginia Maza Castán: La casa herida, de Horst Krüger

Lunes, 19 de julio de 2021.

Virginia Maza ha traducido del alemán la obra de Horst Krüger La casa herida (Das zerbrochene Haus: Eine Jugend in Deutschland), Siruela, 2021.

Sobre la obra

Horst Krüger (1919-1999) estudió Literatura y Filosofía en Berlín y Friburgo. Entre 1939 y 1940 estuvo en prisión y, al terminar la guerra, trabajó como periodista y redactor de un programa nocturno de la emisora Südwestfunk de Baden-Baden.

En 1965, asistió a los Juicios de Auschwitz en Fráncfort, donde se juzgó a veintidós personas por los crímenes perpetrados por iniciativa personal en el campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau durante la Segunda Guerra Mundial. Hombres grises que habían sido capaces de cometer los actos de la mayor crueldad para después, una vez «desnazificados», retomar donde la dejaron su vida de buenos ciudadanos y mantener incluso amplias cuotas de poder profesional, político e intelectual.

Al advertir que no era capaz de distinguir a acusados de fiscales, se sintió impelido a abordar una tarea eludida hasta ese momento a nivel individual, pero también colectivo. Así, tras veinte años de represión de la memoria del Holocausto en Alemania, Krüger se distancia del nazismo para hacer frente a las preguntas que se dejaron escapar y tratar de entender qué sucedió.

Emprende así una búsqueda de la niñez que, veinte años después de 1945, lo lleva a Eichkamp y hasta «la casa herida», las ruinas del hogar familiar metáfora de la estrechez de miras opresiva y decadente de la pequeña burguesía alemana que miró entre la sorpresa, la indignación y la fascinación el ascenso del nacionalsocialismo. Reconstruye el mundo de los perpetradores o de los que dejaron pasar, una sociedad que se entregó a la comodidad del delirio nacionalsocialista.

Sobre la traducción

Estas memorias de 1966, entre las más conmovedoras del género, son una pregunta dirigida a la historia personal y una confrontación directa con el pasado nacionalsocialista de la sociedad alemana. El autor hace declaración de su particular estilo, una escritura «ingrávida», desde la primera frase de la novela:

Berlín es un mar infinito de edificios en el que desemboca sin cesar un torrente de aviones. Es un desierto de piedra vasto y gris que me conmueve cada vez que vuelo a su encuentro: Magdeburgo, Dessau, Brandeburgo, Potsdam, Zoo.

El narrador abre el relato rumbo al Berlín Este de los años sesenta, una ciudad que mira con optimismo al futuro y a la modernidad, aunque su viaje tiene en realidad otro destino: un cementerio y la parcela vacía de lo que fue la casa de sus padres. Eichkamp, el distrito residencial donde se crio, fue construido para la pequeña burguesía berlinesa después de la Primera Guerra Mundial, un mundo de pequeñas casas adosadas apartadas del mundo obrero, una isla de decoro y orden, de alemanes de bien alejados de las emociones, «una casa igual que la otra, una existencia burocratizada y yerma».

Krüger tenía trece años cuando Hitler llegó al poder y las familias de Eichkamp se adaptaron al nuevo régimen a través de indefinidos sentimientos de grandeza, solemnidad y trascendencia. Aunque se educó en el nacionalismo, el joven no se convirtió en nazi, sino que participó en grupos de la resistencia a través del caos seductor simbolizado en su amigo Wanja, cuyo encuentro en Berlín Este más de veinte años después también se recoge en las memorias. Tras narrar la muerte de su hermana y mostrar un mundo insoportable del que no era posible escapar; tras reconocer que nunca fue héroe y preguntarse qué habría hecho él si en el ejército le hubieran ordenado participar en el trabajo del genocidio, el libro termina con los juicios de Auschwitz y un llamativo vacío: 1945 y la muerte de sus padres.

El relato nos desliza en una sociedad desaparecida, un mundo perdido y silenciado durante décadas, con una melancolía que no destila de lo sucedido, sino de las pocas (¿nulas?) opciones que da la vida para elegir, un sentimiento de fatalidad gris que lo ahoga todo. Escrito en primera persona, el alemán de Krüger parece en algunos puntos empapado de cierta tosquedad para servir un yo destrozado que se aleja de la definición de héroe y se muestra como el «hijo típico de aquellos alemanes mansos que nunca fueron nazis, pero sin quienes los nazis no podrían haber realizado su obra», y explorar los paisajes de la culpa individual y colectiva desde el trabajo de la memoria.

Trasladar todo esto, este particular «yo», fue el principal reto de la traducción.