Del amigo el consejo: Palmira Feixas

Lunes, 3 de noviembre de 2025.

Palmira Feixas, © Eva Guillamet

Palmira Feixas (Barcelona, 1981) es traductora literaria y profesora en el Máster en Edición de la Universitat Autònoma de Barcelona y en la Universitat Oberta de Catalunya. Ha traducido más de un centenar de libros del francés, principalmente, tanto de clásicos —Diderot, Jean Giono, André Gide o Antoine de Saint-Exupéry— como de escritores contemporáneos —Daniel Pennac, Lola Lafon, Marie NDiaye, Constance Debré o Émilienne Malfatto—, así como numerosos ensayos y libros prácticos, infantiles y juveniles. Vive en Berlín.

 

Un libro sobre traducción

Debo reconocer que soy bastante profana en teoría de la traducción, en parte, supongo, porque no estudié traducción, sino humanidades. De los pocos ensayos que he leído al respecto, destacaría Después de Babel, de George Steiner, y Decir (casi) lo mismo, de Umberto Eco, que al principio de mi carrera me parecieron reveladores. Sin embargo, quisiera reivindicar otro género aparentemente menor que me fascina: los diarios de traductores que reflejan su cotidianidad entremezclada con apuntes sobre los libros que tienen entre manos. Un ejemplo magnífico de esa «etnografía de la traducción», en palabras de Salvador Peña, es Se vive y se traduce, de Laura Wittner, que descubrí gracias a Alexandra Rybalko Tokarenko, que me lo recomendó de manera muy entusiasta. Y, gracias a Se vive y se traduce y a Alexandra, también descubrí Bocetos de natación, un libro fantástico aunque bastante inclasificable de Leanne Shapton, cuyo proceso de traducción consigna Laura Wittner, en paralelo a versiones de poemas y reflexiones propias y ajenas sobre «el arte de traducir», su grandeza intelectual, su reverberación vital y su miseria material.

Una traducción favorita

 La primera traducción que me admiró, de niña, sin ser consciente de ello, fue la de Miguel Sáenz de Momo, de Michael Ende, precisamente porque al principio no me di cuenta de que se trataba de una traducción. Años más tarde, en la universidad, reconocí su nombre en la cubierta de una vieja edición de Alfaguara de Casandra, una novela deslumbrante de Christa Wolf que narra de forma visceral la guerra de Troya desde la perspectiva de una mujer del bando perdedor y, además, de fin a principio. Entonces sí que pensé en lo extraordinario que era leer un libro magistralmente escrito en castellano que, en realidad, era una versión de otro libro de una autora alemana que, para acabar de rizar el rizo, daba voz a una princesa troyana de la Grecia homérica, cuya historia era una metáfora de sus vivencias bajo la RDA. Cuestiones históricas aparte, recuerdo especialmente cómo me hechizó la prosa de Miguel Saénz. Pese a que por aquel entonces yo apenas sabía alemán, intuí perfectamente la brillantez y el oficio del traductor, cuya labor se me antojó fascinante y complejísima a la vez.

Un diccionario

 Me declaro una enamorada del diccionario de la lengua española de María Moliner, que nunca deja de maravillarme. Me encanta que las definiciones incluyan la etimología de las palabras y ejemplos de uso. También consulto a menudo el CORDE y el «Refranero multilingüe» del Centro Virtual Cervantes. En francés, uso constantemente una página del Centre National de Ressources Textuelles et Lexicales que reúne un gran corpus de diccionarios, como el Trésor de la Langue Française, que es muy exhaustivo.

La búsqueda más rara que he hecho en mi vida

Creo que he perdido la cuenta de las búsquedas raras que exige casi cualquier traducción, porque son el pan de cada día. La verdad es que ahora mismo no recuerdo ninguna historia jugosa. De todas formas, debo confesar que la «documentación» me despierta sentimientos encontrados: por una parte, es una fuente maravillosa de aprendizaje y de hallazgos, pero, por otra, a veces se convierte en un lastre que eterniza el proceso de traducción de manera desquiciante. Una palabra o un concepto peliagudo puede suponer una mañana entera indagando, cosa bastante ruinosa si vives de traducir.

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