Se vive y se traduce, de Laura Wittner

 Viernes, 15 de julio de 2022.

Se vive y se traduce, Laura Wittner, Buenos Aires, Entropía, 2021, 90 páginas.

Eva Gallud

Este breve libro comienza con la autora asistiendo a una revelación o lo que a ella le parece que lo es en aquel momento: un profesor escribe sobre la pizarra la versión original y su traducción al castellano del poema In a Station of the Metro de Ezra Pound. «Lo observo: tengo la impresión de que está haciendo algo sagrado». No nos cuenta más; no sabemos si aquel momento fue el detonante de su posterior carrera como traductora, pero intuimos que así fue.

 

Laura Wittner, traductora bonaerense de figuras como Leonard Cohen, Anne Tyler, Katherine Mansfield o Gianni Rodari, entre muchos otros, y también autora de varios libros, se pregunta muchas veces desde la primera de estas noventa páginas por el misterio que rodea al fenómeno de la traducción: «¿Qué es traducir?». Y un poco más abajo, «Y en las épocas que no traduzco, ¿en qué empleo ese mecanismo tan específico de traspaso?».

Asomarse a este libro es como husmear en el cerebro de alguien, pero de alguien que se dedica a traducir, además. Una delicia para los curiosos y golosos. Está lleno de saltos temporales y temáticos, conexiones y asociaciones de ideas, y quienes compartan oficio con la autora se encontrarán más de una vez reflejados en el texto.

Este diario fragmentado recopilado durante varios años, entre ellos los primeros años de la pandemia, contiene reflexiones, preguntas, sorpresas, sobre lo que es traducir y la vida de una traductora. Salpicadas por todo el libro encontramos diversas definiciones de traducción que tienen un regusto a aforismo:

«Traducir es ir pegada a la espalda de alguien».

«Traducir es adivinar. Al otro».

«Traducir es meterse dentro de alguien. Hacerle un lugar también, para que se meta dentro nuestro».

Wittner nos confiesa pequeños placeres, muy personales, pero también muy vinculados a la extraña relación que a veces las traductoras establecemos con determinadas palabras, o con algunas lenguas. Poner en minúsculas ciertas palabras del inglés, por ejemplo, le produce un placer inexplicable, «como si me jactara de que mi idioma no se anda con esas pavadas ni se prosterna ante conceptos con ínfulas jerárquicas». Igual que los esquemas que muestran «las partes de». Qué gusto encontrar ese dibujito con flechas que nos indica que esa parte, justamente esa que estamos buscando, se llama [inserte aquí lo más peregrino que haya tenido que nombrar].

A lo largo de este libro, que puede verse como un collage de instantes, también encontramos citas e incluso pasajes largos de otros escritores sobre traducción. Borges, Morábito, Aira, Carson, Chejfec, Azaola mezclan sus reflexiones con las de Wittner. Además, la experiencia traductora de Wittner se ve atravesada por la vida. Así, su enfermedad o la muerte del padre en 2020 tienen diversas consecuencias, no solo emocionales, también laborales. La autora descubre y anota que «[s]e puede seguir traduciendo mientras se llora» y también que «[t]raducir es seguir viviendo».

No pueden faltar las coincidencias. Es muy probable que en este aspecto también percibamos un vínculo especial con Wittner, o así al menos lo sentí yo. No sé si quienes nos dedicamos a la traducción tenemos alguna especie de superstición o tendencia a las coincidencias: autores que descubres por casualidad y al poco te contratan para traducirlos, referencias que se repiten en textos muy dispares, mapas que nos descubren cosas que al parecer ya conocíamos…, ese tipo de cosas que quizá no solo nos ocurren a los traductores, pero que nos hace pensar que somos distintos. Fue precisamente una de estas coincidencias la que empujó a Wittner a llevar este diario atípico:

Buenos Aires, último día de diciembre de 2019. Esto es lo primero que me toca traducir hoy del libro de Leanne Shapton: “Saint Barth, último día de diciembre de 2009”. Y así a cada rato. Y casi por esto que decidí escribir estas notas sobre cómo se entrelazan traducción y vida.

Apunta Wittner con acierto que todo, tanto lo que traducimos como lo que no, nos deja una marca: «La vida de una traductora también está cruzada por todas esas autoras y todos esos autores que estuvo a punto de traducir, leyó, investigó, subrayó y al final dejó tranquilos en su idioma». No faltan tampoco en el libro el deseo, la audacia, la soberbia, la duda, los tropiezos, la fe (o su ausencia) en la posibilidad de la traducción. Ni las preguntas. «Traducir es preguntarse varias veces por día: “¿Esto se dice así o estoy inventando?”».

En Se vive y se traduce Laura Wittner entreteje vida y oficio en un mosaico que es una historia fragmentada de amor a las palabras. Una lectura que disfrutarán tanto los que compartimos oficio con ella como cualquiera que tenga un especial interés por pasear por los libros y las vidas que se mueven alrededor de ellos, como hace la autora: «Sí, así traduzco. A veces. La mayoría de las veces. Parándome cada dos metros a contemplar el paisaje».

 

Eva Gallud, nacida en Madrid y licenciada en Filología inglesa, se dedica principalmente a la traducción editorial. Entre sus traducciones literarias se encuentran poetas como Emily Dickinson, Vera Brittain, Margaret Sackville, Rupert Brooke, Siegfried Sassoon o Amy Lowell, y narradoras como Kate Chopin, Willa Cather, Sarah Orne Jewett, Edith Wharton o Mary Austin. Ha publicado, además, una novela y cinco poemarios.

 

 

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