Texto publicado en VASOS COMUNICANTES 40, otoño de 2008. Recuperado el lunes 18 de agosto de 2025.

Merce Rodoreda. Fotografía procedente de Negritas y cursivas
Mercè Rodoreda, de cuyo nacimiento se conmemora este año el centenario, es sin duda la autora en lengua catalana más traducida del siglo xx, quizás incluso de todos los tiempos, y no sólo por la cantidad de lenguas a la que ha sido vertida su obra (una treintena), sino también por el número de textos distintos que circulan en los más diversos países y culturas. Si bien las obras más célebres y vendidas en su edición original son Aloma y La plaça del Diamant, resulta sorprendente, por ejemplo, la cantidad de lenguas a que se han traducido muchos de los cuentos rodoredianos, bien sea en forma de libros, en antologías junto a textos de otros autores o bien en revistas literarias, así como la alta consideración crítica de que han sido objeto.
La traducción de Enrique Sordo de La plaça del Diamant al castellano, publicada en 1965 en una colección de Edhasa dirigida por Guillermo de Torre y destinada a propiciar el diálogo entre los intelectuales españoles en el exilio y los del interior (El Puente), propició un relativamente rápido proceso de internacionalización, no siempre sin polémica, de la obra de Mercè Rodoreda.
Fue precisamente esta versión de Sordo la que protagonizó el episodio quizá más controvertido en la historia de las traducciones rodoredianas cuando, en 1983, el año de la muerte de la autora, la publicó en Argentina la por entonces casa madre de Edhasa, Editorial Sudamericana. Además del enfado de los filólogos y del mundillo editorial catalán, motivó una encendida protesta del reputadísimo traductor Jordi Arbonès, quien, como miembro de Obra Cultural Catalana en Buenos Aires, deploró en un artículo en el Diario de Barcelona del 8 de noviembre de 1983 no sólo que se omitiera el nombre del traductor, sino que ni siquiera se indicara que se trataba de una traducción.
Sin embargo, la primera traducción que ve publicada la autora se remonta a una fecha tan temprana como 1938. El 27 de abril de ese año, en plena guerra civil española, el cuento “Els carrers blaus” aparecía en Marianne, semanario fundado por Gallimard y dirigido inicialmente por Emmanuel Berl en el que tuvieron un destacado papel Pierre Bost (jefe de redacción) y André Malraux. Este cuento, publicado originalmente en la revista Companya el 11 de marzo de 1937, que traza una historia de amor en tiempos de guerra en la que late el ambiente opresivo y exasperante de la retaguardia, curiosamente nunca ha sido traducido a ninguna otra lengua, y ni siquiera fue recogido en volumen en su lengua original hasta 1982, cuando Maria Campillo lo reprodujo en el segundo volumen de Contes de guerra i revolució (1936-1939). De hecho, el libro de Campillo antologa nueve cuentos de Rodoreda escritos y editados durante la guerra que por primera vez se recogían en volumen y que no han tenido la proyección que merecen. De todos ellos, sólo “En una nit obscura”, en el que la guerra es apenas un tenue telón de fondo y que también publicó Marianne (el 29 de marzo de 1939), ha sido objeto de traducción, por haberlo incluido posteriormente la autora en su compilación de 1978 Semblava de seda i altres contes. Muy poco después, en 1979, Edicions 62 sacaba a la venta un volumen titulado Tots el contes que no incorporaba todavía estos hallazgos de Campillo, salvo el mencionado “En una nit obscura” [1].
Pasaría casi una década tras la versión francesa de “Els carrers blaus” y “En una nit obscura” hasta la publicación de nuevas traducciones de Rodoreda, y entonces sería de una faceta poco conocida de la autora: sus sonetos premiados en los Jocs Florals aparecieron en versión bilingüe catalán-inglés en 1947 en Adam. International Review, y a ellos seguiría en 1949 la versión francesa del poema “Penélope” (en el sexto número de Le Journal des Poètes).
Tras la concesión en 1956 del Premi Joan Santamaría a su cuento Carnaval, la obtención del Premi Victor Català en 1957 a la antología Vint-i-dos contes (publicada por la barcelonesa editorial Selecta), en la que Rodoreda reúne narraciones de épocas diversas y aunque muchas de ellas ya publicadas en revistas del exilio en catalán (como La Nostra Revista, Lletres, Revista de Catalunya o Germanor), tampoco tuvo ningún efecto notable en cuanto a las traducciones, si bien la importancia de este libro reside sobre todo en ser la primera obra de Rodoreda publicada en la Península tras la Guerra Civil, después de un largo exilio en Francia y Suiza que la mantuvo apartada de su lector natural y que no terminaría definitivamente hasta avanzada la década de los setenta.
No obstante, Joan Sales, el editor del que sin duda es el libro más importante en la carrera de Rodoreda (La plaça del Diamant, 1962), pronto supo advertir la universalidad potencial de esta novela y dedicó no pocos esfuerzos a promover su traducción a otras lenguas, tarea a la que más tarde se uniría la agencia Carmen Balcells.
El papel del escritor y editor Joan Sales en la carrera y en la obra de Mercè Rodoreda trasciende en mucho el de un editor al uso. Profesor de catalán y periodista en La Nau antes de la guerra, el resultado de ésta llevó a Sales a exiliarse en México, donde fue uno de los fundadores de Quaderns de l´Exili (combativa revista en la que editó la poesía de Màrius Torres), pero tras asistir al término de la Segunda Guerra Mundial y comprobar que los aliados no tenían ninguna intención de intervenir en la Península para restituir la democracia, regresó a Barcelona, donde desarrolló una interesantísima labor editorial, además de escribir la que quizá sea la mejor novela en catalán sobre la guerra (Incerta glòria). Tras su paso como asesor literario por Ariel, en 1955 funda con Jaume Aymà El Club dels Novel·listes, y allí se forja una sólida reputación de editor crítico e intervencionista que trabaja con el autor tanto en aspectos como la selección de un buen título atractivo como en la búsqueda de un lenguaje que no resulte excesivamente alejado del lector común. Conviene no olvidar en este sentido la situación de la lengua catalana durante el franquismo y, como consecuencia, la de la literatura en catalán. Buena muestra del mencionado carácter intervencionista en los textos de sus autores lo ofrece uno de los mayores éxitos de Sales como editor, muy poco anterior a la publicación de La plaça del Diamant: Bearn o la sala de les nines, de Llorenç Villalonga, otra novela con una historia editorial peculiar. Escrita en catalán pero publicada inicialmente en castellano en 1956, Sales le mutiló el título (que quedó en Bearn) y logró que el autor aceptara suprimir el último capítulo cuando editó la versión original en 1961, si bien cuando Villalonga la revisó para su inclusión en las Obras completas[2] , no sólo restituyó la integridad del título e introdujo pequeños pero numerosos cambios estilísticos, particularmente en los diálogos, sino que reincorporó también el capítulo suprimido.
Gracias al hecho de que el editing de La plaça del Diamant se llevó a cabo mediante un intenso y apasionante intercambio epistolar, éste puede reconstruirse con bastante precisión, lo cual permite aquilatar la importancia de la tarea de Sales en las versiones publicadas de la novela.
Sales tuvo acceso a la lectura de esta obra a través de Joan Fuster, quien había sido miembro del jurado del Premi Sant Jordi que a finales de 1960 había descartado una novela titulada Colometa para premiar la hoy olvidada Viure no és fàcil, de Enric Massó. Pero en contra de la opinión de la mayor parte de ese jurado y en particular de Josep Pla, quien aducía que no podían premiar “una novel·la que té títol de sardana”[3], Fuster creía en esta novela. También creyó en ella, y mucho, Sales, aun cuando ya en una carta del 22 de diciembre de 1960 señala la conveniencia de cambiar el título. Visto con la perspectiva que da el tiempo, no parece en exceso arriesgado aventurar que ese título, Colometa, pretendía establecer un vínculo con el de Aloma (1937), pues no son escasas las similitudes entre una y otra obra, y esta sugerencia se refuerza al pensar en las más explícitas que la propia autora señalaría más tarde entre La plaça del Diamant y El carrer de les Camèlies, ya que en cierto sentido (en un nivel temático, ambiental y de técnicas narrativas) estas tres novelas forman un tríptico. Quizá vale la pena recordar que también Aloma planteó dudas acerca del título durante el proceso de creación, y la propia autora expresó en el prólogo a la primera edición de Crim (La Rosa dels Vents, 1936) sus dudas acerca de titularla Aloma o Uns amors d´una noia (“Amores de una muchacha”). Joan Sales propuso en lugar de Colometa el polisémico Vols de coloms, y se barajaron también Un terrat a Gràcia y La senyora dels coloms antes de llegar a un acuerdo con La plaça del Diamant[4], pero no fue éste el único ni el más polémico aspecto en el que se trabajó a fondo (Rodoreda redactó una lista de posibles títulos que no la convencían), sino que el estilo se convirtió en un auténtico campo de batalla entre autora y editor que conviene contextualizar.
Salvo en algunos breves viajes, Rodoreda llevaba a esas alturas casi tres décadas sin vivir en los escenarios de su novela, por lo que no tenía un contacto directo con el catalán que se hablaba en ese momento en Barcelona, que por efecto de la censura y la prohibición había cambiado muchísimo con respecto al que ella pudo haber oído en los años treinta. Sabemos a través de su nutrido epistolario que durante su exilio Rodoreda fue una lectora muy activa (que tuvo en el escritor y traductor Armand Obiols a un excelente guía en la materia) y que entre sus lecturas se contaban numerosas revistas escritas y editadas por exiliados, que en este sentido de “alejamiento” se encontraban en una situación muy similar a la suya. Los intereses de Rodoreda como lectora, además, se habían ampliado muchísimo y trascendido en grado sumo el ámbito de la literatura catalana. Sales, en cambio, llevaba desde finales de los años cuarenta empapándose del catalán que se hablaba y se escribía en Barcelona, y los cambios que propuso en buena medida parecen intentar salvar el hiato que el exilio (o, en última instancia, el desenlace de la Guerra Civil) impuso al lenguaje literario de Rodoreda, que a ojos del lector catalán de la época podía sonar un poco anticuado, acartonado o libresco. Esto cobra mayor importancia aún al considerar el tipo de personaje que vehicula la información en La plaça…, pues Colometa es una joven procedente de la menestralía y, por tanto, el registro lingüístico es de crucial importancia en la verosimilitud de su caracterización como personaje (aspecto igualmente clave al traducirla, por supuesto). Siendo en gran medida un tipo de narrador “deficiente”, en el sentido de que debido a su exigua formación no es capaz de interpretar adecuadamente o extraer las consecuencias apropiadas de las escenas que protagoniza, en el caso de Colometa el lenguaje que emplea es el vertebrador de su caracterización como personaje, además de ser un hilo conductor del relato.
En su polémica biografía de Rodoreda, Montserrat Casals i Couturier reproduce íntegra una extensa carta de la autora al escritor Rafael Tasis fechada el 11 de marzo de 1962 que resume los puntos más conflictivos del proceso de trabajo.
Muy pronto, en la primavera de 1961, propone Sales cambiar los términos rodoredianos vídua, enterrament, vorera, globus, cambra y condol por, respectivamente, viuda, enterro, acera, globu, cuarto o dormitori y pèsam, al tiempo que le sugiere el cambio de “carrer Major” por “carrer Gran” por ser éste el modo en que es conocida esta calle no sólo por los habitantes del barrio de Gracia sino por todos los barceloneses. En realidad, el nombre oficial de esta calle había sido sucesivamente Major (hasta 1907), Gràcia (1907-1908), Salmerón (1908-1936), Germinal Vidal (1936-1939) y en esa época era Mayor de Gracia. Pero la anécdota demuestra hasta qué punto, sin duda debido al largo período en el exilio, Rodoreda carecía de las claves para dotar de suficiente verosimilitud su novela. La autora aceptó este último cambio, pero las sugerencias léxicas de Sales le pareció que vulgarizaban su estilo, que contaminaban de castellanismos su prosa, mientras que para Sales la cuestión era que el catalán estándar, y en gran medida también el literario, se había castellanizado mucho durante el franquismo y consideraba que los términos que sugería cambiar eran impropios de una mujer como Colometa.
Durante todo el verano de 1961 se sucedieron cartas sobre los cambios léxicos, que inicialmente Rodoreda parece aceptar para luego empezar a albergar dudas. De diciembre de ese mismo año, tras recibir el 1 de ese mes el texto definitivo, aún hay una carta donde Sales defiende el término acera, pero, además, le advierte de que ha alterado un pasaje donde Colometa veía un tranvía amarillo porque en la inmediata posguerra (momento en que transcurre la acción) éstos eran (curiosamente) rojos, alteración y error rodorediano que parece ejemplificar de nuevo las consecuencias del exilio. Rodoreda descartaría la solución que proponía Sales, pero eliminó la alusión al color del tranvía. Finalmente, a principios ya de 1962, Rodoreda empieza a reclamar con insistencia corregir pruebas (“A l´última [carta] només li deia, amb unes lletres de pams `Vull veure proves!!!´”[5], explica en la mencionada carta a Tasis). Cuando las recibe, advierte que, además de los comentados y discutidos por carta, Sales se ha tomado la libertad de hacer otros retoques menores, por lo que se aplica con ahínco a restituir la versión original punto por punto, desdeñando las sugerencias léxicas de su editor, y ésa es la versión que se publica en marzo de 1962. Sin embargo, y de ahí el valor en el mercado de la inencontrable primera edición, cuando en abril de 1964 aparezca la segunda Rodoreda habrá aceptado en parte los consejos respecto al léxico de su editor, quien se convertirá a partir de entonces en el principal de su obra.
Por otra parte, pero simultáneamente, el primer objetivo de Sales al buscar editores que pudieran estar interesados en la obra de Rodoreda fue Gallimard, pues su experiencia con su propia novela Incerta glòria le había demostrado que esta editorial era un buen “pont de llençament”[6] al resto del mundo. Resulta cuanto menos curioso que, si hoy a menudo se plantea la edición en castellano de una obra en catalán como el paso previo a traducciones a otras lenguas, Sales pensara, tanto en el caso de su propia obra como en el de Rodoreda, en la importancia de una versión francesa, porque pone de manifiesto el diferente estatus de una y otra lengua y, en última instancia, el prestigio de la literatura y la industria cultural respectivas (sin olvidar tampoco que en España seguía vigente la censura de libros). Parece evidente que es mucho más probable que una editorial checa, turca o egipcia cuente con un lector o asesor en literatura española o francesa que catalana, pero no lo es menos que el país y sobre todo la editorial o editoriales en que se ha publicado con anterioridad una obra también es siempre un factor que ofrece muchas claves a quien posteriormente se plantea la contratación de los derechos de traducción de esa obra; en cualquier caso, no es una cuestión baladí.
El que llegaría a ser el principal traductor al francés de Rodoreda y lo era también de Incerta glòria, el crítico, editor y traductor Bernard Lesfargues, describió La plaça… en un programa radiofónico como “un roman des plus importants, chef d´eouvre absolu”[7], y Sales remitió esperanzado una copia al por entonces asesor de literatura española de la colección Du Monde Entier, Juan Goytisolo, que a la sazón acababa de ser suplido en estas funciones por Dionys Mascolo. Esto hizo que las gestiones de Sales con Gallimard se eternizaran, por lo que el propio Lesfargues aconsejó entonces probar también en las no menos prestigiosas Editions du Seuil. La publicación de la versión francesa de La plaça del Diamant, naturalmente obra del tenaz Lesfargues, no aparecería finalmente hasta 1971 (en Gallimard), después de la castellana (1965), la primera en lengua inglesa (1967), la italiana (1970) y la polaca (1970).
En cuanto a la versión en castellano, los primeros objetivos de Sales fueron Seix Barral, donde era director literario Joan Petit. Petit estaba convencido en principio para la causa, pues había sido miembro del jurado que, contra su opinión, había negado en 1960 el Premi Sant Jordi a La Plaça del Diamant, si bien con el título Colometa. En su libro de memorias Cuando las horas veloces, Carlos Barral revela que Rodoreda incluso fue una de las autoras que desde su editorial propusieron reiteradamente al Premio Internacional Formentor, “sin ningún éxito” [8], pero Seix Barral tardaría en incorporarla a su catálogo.
Finalmente fue pues Edhasa la que se hizo con los derechos de esta obra, debido sobre todo, según cuenta Marta Pessarrodona en una de las mejores biografías de la autora, a que “Sales i Rodoreda van creure que, publicant a Edhasa, l´autora es projectaria a l´Amèrica Llatina. Puc assegurar que no va ser així en molts anys” [9]. La traducción de Enrique Sordo recibió los elogios de la propia Rodoreda (en una entusiasta carta a Sales del 14 de mayo de 1965), quien más tarde se mostraría con la propia Pessarrodona, siendo ésta editora de Edhasa, muy pejiguera e intervencionista con el asunto de las traducciones: “Qui ha de decidir si la traducció d´un llibre meu val o no val sóc jo” (carta del 14 de mayo de 1982)[10], y tampoco fueron en absoluto fáciles las gestiones en el caso de la primera traducción al inglés.
A raíz del relativo éxito de La plaça en los años sucesivos se publican en castellano diversos libros de Rodoreda, pero su obra queda un poco dispersa en varias editoriales: José Batlló traduce y prologa La meva Cristina i altres contes (Polígrafa, 1969) y El carrer de les Camèlias (Planeta, 1970), J.F. Vidal Jové, la segunda versión de Aloma (al-Borak, 1971)[11] y Jardí vora el mar (Planeta, 1975) y Pere Gimferrer, Mirall trencat (Seix Barral, 1978). A lo largo de la década de los setenta se inicia un proceso de progresiva traducción de las diversas obras de Rodoreda, en algún caso a partir de la versión en español, lo que hace, por ejemplo, que en Italia la primera traducción directa de La plaça…, de Ana Maria Saludes, no llegue hasta 1990 (la mencionada, de 1970, en Mondadori). Y ese proceso ha tenido desde entonces y hasta nuestros días una continuidad sostenida, y no casual. Ya en 1974 apareció la versión japonesa de La plaça (de Yoshimi Asahina), de 1978 es la traducción de esta misma novela al húngaro y del año siguiente la de Hans Weiss para la potente editorial alemana Suhrkamp, y además ven la luz Mirall trencat en húngaro (1978) y Jardí vora el mar en eslovaco (1979).
Sin embargo, en los años ochenta este proceso de internacionalización se acrecienta e intensifica aún de modo notable. Sólo en el año 1981 aparecen en castellano las traducciones de Clara Janés de Semblava de seda y Viatges i flors, en alemán, de nuevo en Suhrkamp pero en esta ocasión traducida por Angelika Maass, Viatges i flors, en Rusia se da a conocer un extenso fragmento de La plaça en la prestigiosa revista Inostrannaya Literatura (con una tirada de 600.000 ejemplares), novela que aparece completa en danés, en esloveno y, en Estados Unidos, una segunda traducción al inglés, de David Rosenthal (célebre por su versión del clásico entre los clásicos Tirant lo Blanc), que la titula The times of the Doves (la inglesa de 1967, de Eda O´Shiel, se tituló The pigeon girl)[12]. En Estados Unidos fue fundamental la labor llevada a cabo por Rosenthal, quien tradujo también Two tales (1983), La meva Cristina i altres contes (1984) y El carrer de les Camèlies (1993), esta última con estudios del propio Rosenthal y de Sandra Cisneros. Estas traducciones generaron además una serie de reseñas sumamente elogiosas en medios como Los Angeles Times Book Review (“Nabokovian precision of observation”[13], escribió Todd Crespi de Mi Cristina), Kirkus Review o The New York Times, que son puntos de referencia para editores de todo el mundo. Aún en Estados Unidos, merece destacarse también el impulso que, en buena medida como consecuencia del auge de la crítica feminista, vivió la obra de Rodoreda en el ámbito universitario y académico, como pusieron de manifiesto, por ejemplo, además de numerosos artículos en revistas especializadas, la publicación de un número extraordinario de homenaje de la Catalan Review (1987) o un poco más tarde los libros colectivos The Garden Across the Border. Mercè Rodoreda´s fiction (1994) y Voices and visions: the words and works of Mercè Rodoreda (1999)[14], y este interés parece que no ha decaído, sino todo lo contrario. Tras la muerte en 1992 de David Rosenthal, parece haber tomado su testigo Josep Miquel Sobrer, autor de una muy elogiada versión de Mirall trencat en la University of Nebraska Press (2006), a la que incluso un medio tan influyente en el ámbito editorial como Publishers Weekly prestó una especial atención. Aun así, tampoco se ha atrevido —todavía — ningún editor comercial estadounidense a apostar con convencimiento y a promover la narrativa de Rodoreda, y buena parte de su obra se encuentra en exquisitas editoriales como Graywolf Press, una selecta editorial literaria sin ánimo de lucro (distribuida sin embargo por la potente Farrar, Strauss & Giroux), que —cosa muy poco común en Estados Unidos — desde 2002 viene publicando dos traducciones al año, gracias a las subvenciones de la Lannan Foundation.
En la década de los noventa proliferaron las traducciones al francés, muchas de ellas de Lesfargues y algunas en editoriales tan insignes como Actes-Sud, pero también es la época de las traducciones al italiano de Clara Romanò (Jardí vora el mar, El carrer de les Camèlies, Cartes a l´Anna Murià, Vint-i-dos contes, Isabel i Maria) y de la especialista en Rodoreda Anna Maria Saludes (La plaça, Mirall trencat, Quanta, quanta guerra), así como de las traducciones al neerlandés, al portugués, al chino o al vietnamita.
Y este proceso no hizo sino continuar desarrollándose y creciendo. Conviene no perder de vista que los editores de Rodoreda han podido beneficiarse muy a menudo de ayudas a la traducción, y fue gracias sobre todo al programa nacional de ayudas a la traducción de 1987 del Ministerio de Cultura que La plaça… fue vertida al islandés, el neerlandés, el finlandés y el sueco. Y resulta bastante llamativo que la reciente reedición francesa de El carrer de les Camèlies (2006) en la atildada editorial que dirige Llibert Tarragó, Tinta Blava, especializada en traducción de literatura catalana, haya contado con ayudas del Consejo Regional de Auvernia y el Institut Ramon Llull, aun cuando recupera la traducción de Lesfargues publicada en 1986 por la extinta Chemin Vert. También las versiones al hindi de La plaça del Diamant y Mirall trencat (ambas en Confluence International), las traducciones al portugués de Brasil de estas mismas obras (en Planeta) o la inminente traducción al sardo han contado con la ayuda del Ramon Llull, institución que, como la Fundació Mercè Rodoreda, está adscrita al Institut d´Estudis Catalans (curioso dato: entidad propietaria de los derechos de la obra de Rodoreda).
Si bien a menudo con ayudas institucionales y muchas veces en editoriales más prestigiosas que comercialmente potentes, la presencia de la obra rodorediana en el ámbito de las traducciones es una de las más importantes entre las de autores peninsulares. Tal vez Rodoreda fuera exigente hasta la irritación al juzgar las traducciones de su obra, pero a la vista de la pléyade de profesionales que las han llevado a cabo —entre ellos, además de los mencionados, Biruté Ciplijauskaité (al lituano), Elly de Vries-Bovée (al neerlandés), Miguel Ibáñez (al sueco) o Silvia Monrós Stojakovic (al serbio) — y a tenor de la recepción crítica que han tenido, no parece que haya motivo para la queja. Es de suponer que el centenario de Rodoreda reactivará el proceso de internacionalización de su obra, pero probablemente el objetivo sea ahora más llegar a un mayor número de lectores, mediante la publicación en editoriales fuertes y de gran distribución, o incluso mantener esas traducciones vivas en el mercado, que la traducción a más lenguas. Veremos.
Notas
- María Campillo, Contes de guerra i revolució (1936-1939), Barcelona, Laia, 1982. Los cuentos de Rodoreda ahí reunidos pueden leerse ahora en “Un cafè” i altres narracions, edición de Carme Arnau, Barcelona, Fundació Mercè Rodoreda, 1999.
- Llorenç Villalonga, Obres completes. El mite de Bearn, Barcelona, Edicions 62, 1966.
- “Una novela que tiene título de sardana”.
- Vols de coloms (“Vuelos de palomas”), remite en catalán a la expresión fer volar coloms, que puede traducirse como “hacer castillos en el aire”. Los otros títulos mencionados equivalen a “Azotea en Gracia” y “La señora de las palomas”.
- “En la última sólo le decía con letras de un palmo:`¡¡¡Quiero ver pruebas!!!´.”
- Expresión equivalente aquí a “trampolín”.
- “Una de las novelas más importantes, una absoluta obra maestra”. Declaración reproducida por Sales en el prólogo a la segunda edición de La plaça del Diamant (1964), fechado el 23 de abril de 1964.
- Carlos Barral, Cuando las horas veloces, Barcelona, Tusquets, 1988. La cita en p. 43.
- “Sales y Rodoreda creyeron que, publicando en Edhasa, la autora se proyectaría a América Latina. Puedo asegurar que no fue así durante muchos años”. Marta Pessarrodona, Mercè Rodoreda i el seu temps, Barcelona, La Rosa dels Vents, 2005 (Hay trad. castellana de Maria Gené Gil: Barcelona, Bruguera, 2007). La cita en p. 186.
- “Quien debe decidir si la traducción de un libro mío vale o no vale soy yo.” Cita reproducida por Pessarrodona en la biografía citada (p. 233).
- Publicada originalmente por la Institució de les Lletres Catalanes durante la guerra civil (tras obtener el Premi Creixells en 1937), Aloma había sido prácticamente reescrita por la autora (que desdeñó toda su obra anterior a la guerra) y publicada por Edicions 62 en 1969.
- Ambas traducciones, “El tiempo de las palomas” y “La muchacha paloma”, remiten curiosamente al título descartado Colometa, y por las fechas de publicación cabe pensar que con el acuerdo de la autora.
- “Una precisión de observación nabokoviana”.
- Kathleen McNerney y Nancy Vosburg, eds., The Garden Across the Border. Mercè Rodoreda´s fiction, Selinsgrove, Susquehanna University Press, 1994, y Kathleen McNerney, ed., Voices and visions: the words and works of Mercè Rodoreda, Selinsgrove, Susquehanna University Press, 1999.
Referencias bibliográficas
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MAASS, ANGELIKA, “Mercè Rodoreda. Com la vaig conèixer i la recordo”, Serra d´Or, 209, noviembre de 1983, pp, 15-16.
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SALES, JOAN, “Una mica d´història de La plaça del Diamant”, en MERCÈ RODOREDA, La plaça del Diamant, Barcelona, El Club dels Novel·listes, 1962, pp. 223-235.
Josep Mengual Català, filólogo y técnico editorial