Toda una vida… traduciendo libros, Roser Berdagué

Martes, 1 de abril de 2025.

Con motivo del fallecimiento de la traductora Roser Berdagué, recuperamos el homenaje celebrado el 22 de octubre de 2008 en la Librería La Central de Barcelona y publicado en VASOS COMUNICANTES 41.

MARÍA TERESA GALLEGO: A mí no me gustan los homenajes y no estoy dispuesta a considerar esto un homenaje. Estoy dispuesta a considerarlo una reunión de amigos, un momento en que nos encontramos para charlar… en ningún caso un homenaje, porque los homenajes tienen, o se les da, cierto toque final, de algo definitivo o de clausura, y no estoy dispuesta a cerrar nada ni a clausurar nada, ni para los demás, ni para mí. Además, he crecido oyendo a una abuela que decía: “Dios nos libre de la hora de las alabanzas”; por lo tanto, a esa hora de las alabanzas siempre le veo cierto toque de despedida, o de finiquito, que no pienso admitir de ninguna manera ni para Roser ni para nadie. Porque, de propina, he llegado a la conclusión, en los últimos años, de que lo que se considera la juventud, es decir, la primera madurez, en el fondo no es más que una etapa, necesaria, previa, larga, pero que la vida real es lo que llega cuando ya se empieza a ser, como suele decirse, entrado en años; la anterior etapa es una especie de preparación, un estado de crisálida, un estar en capullo, es estarse preparando para la eclosión, o para la cosecha, y realmente acontece cuando se tienen muchas canas y bastantes años; y estoy convencida de que esta etapa, que es esplendor y disfrute de la cosecha de lo antes sembrado, viene preparada por una etapa larga, más larga que la etapa de eclosión, pero que no por eso deja de ser tiempo de crisálida; no sabes que va a ser así durante años, pero un día descubres que has llegado a la fase de mariposa o de rosa abierta, nunca mejor dicho, Roser, a la etapa de plenitud, que suele ser más corta que la preparatoria. Como diría Ronsard:

ce que durent les roses,
l’espace d’un matin 

También las mariposas tienen la vida más corta que la crisálida; y la rosa está menos tiempo abierta que en capullo… pero ambas son la culminación, la plenitud, lo que preparamos durante muchos años de vida. Por lo tanto, si a la palabra homenaje se le va a dar el sentido de final de algo… no, yo creo que tiene que tener el significado de principio y no de final.

Es que, mal que bien, me influye lo que dijiste en la lista de distribución de ACE Traductores, Roser; tú tienes la culpa de que hable así, porque mencionaste algo como un «acto final», y me indigné y protesté airadamente. Supongamos, por ponernos en todas las hipótesis, que hay un acto final o que cae un telón (aunque yo estoy convencida de que antes de que pase no mucho tiempo en los laboratorios encontrarán la forma de quitar ese bloqueo a la vida humana que hace que tenga fecha de caducidad, sé que investigan sobre eso, y estoy convencida de que se llegará a ello bastante pronto. He prometido a mis nietos que, cuando ellos crezcan, se habrá descubierto ya y que serán inmortales. Y creo que no he hecho mal en prometérselo). Pero supongamos que baja el telón. Si lo admitimos, a título de hipótesis, voy a recordar algo que leí en el periódico hace poco, quizá un año o así, y me impresionó: una noticia acerca de un traductor, creo que no era español, no recuerdo de qué país era, un traductor que vivía solo y que, como todos nosotros, pasaba muchas horas delante del ordenador, trabajaba de noche… los vecinos estaban acostumbrados a ver encendida la luz de su ventana, pero una mañana, ya de día, la luz seguía encendida; les extrañó… y a la noche siguiente la luz seguía encendida. Pero no lo habían visto por la escalera como otros días, y empezaron a sospechar que había pasado algo. Entraron y se encontraron con que el traductor se había muerto, pero estaba sentado en su silla, con las manos en el teclado, la lámpara encendida, el ordenador encendido, el libro en el atril, la traducción empezada en la pantalla… y aquello, aparte de que me impresionó, me pareció maravilloso porque pensé: «Si tiene que haber un final, ése es el final que querría para mí, y también, en realidad, para vosotros, porque, bien pensado, qué mejor final que seguir haciendo después de la muerte lo que has querido hacer toda la vida”. Aunque todo esto es una forma de hablar porque yo sigo pensando que lo que algo harán los investigadores. Estoy convencida de ello.

Volviendo a aquí y ahora: está muy de moda decir «todo es traducción, el poeta traduce la realidad al lenguaje poético, el escritor traduce a palabras sus sentimientos, su forma de ver el mundo, el filósofo traduce… todo el mundo traduce. Pero, además, hay algunos, nosotros, que traducimos eso y más. Si todo el mundo traduce por el mero hecho de vivir, o por el mero hecho de escribir, nosotros volvemos a traducir, a otras lenguas, lo que ya tradujeron los demás a palabras. Y esta profesión, como toda profesión, por lo demás que sea una profesión de verdad, en todos los sentidos de la palabra, la conviertes en carne de tu carne, en sangre de tu sangre, te hace vivir la vida desde ella, a través de ella. No se traduce, se es traductor y es imposible dejar de serlo. Y tú quizá ya no te pongas delante del ordenador a teclear un libro para entregar lo que hayas tecleado a una editorial, pero cada vez que veas algo escrito, un cartel en una estación, o un libro, o un periódico en una lengua extranjera que conozcas, sin darte cuenta pensarás: «¿Y esto cómo lo habría traducido yo?, ¿cómo lo habría puesto?». Y vas a seguir leyendo como quien traduce. Digamos que vas a intentar dejar de traducir; digamos que, si puedes, lo conseguirás a medias. Pero lo que no puedes —y eso te lo prohíbo sin contemplaciones, he venido solamente para eso — es apagar el ordenador, porque detrás del ordenador estamos nosotros. Estamos repartidos por muchos sitios, pero estamos todos juntos en un punto de cita, nos encontramos allí, estamos todos allí; y la puerta de lo «inconsútil» es tu pantalla del ordenador. Esa puerta no puedes cerrarla, te lo prohíbo. No es una petición, ni una sugerencia, no es una súplica, es directamente una prohibición. La pantalla es una puerta por la que entramos todos a reunirnos en el reino de lo inconsútil, aunque casi me recuerda más que una puerta a la ventana del cuarto de Wendy y sus hermanos por donde fue a buscarlos Peter Pan. La pantalla es una ventana que nos permite salir hacia ese País de Nunca Jamás en que nos reunimos y que yo querría que fuera una isla sin piratas, únicamente con nosotros, que somos los niños perdidos —porque todo adulto es un niño perdido —, pero nosotros quizá más por mil razones que todos sabemos; pero, porque salimos por la ventana de nuestra pantalla y nos encontramos en el País de Nunca Jamás, estamos menos perdidos. Por lo tanto, no apagues el ordenador, no dejes de pasar por esa ventana y no dejes de ir a la isla, Y no sé si te has fijado alguna vez, pero la palabra «lista», el nombre de nuestro «salón de encuentro», es el anagrama de «isla T», Isla de los Traductores, y no te puedes ir de ella nunca, Roser.

MÒNICA MARTÍN: Si parlo en català hi ha cap problema? No? Bé, jo sóc la filla de la Roser i voldria fer-li algunes preguntes sobre aspectes que potser alguns de vosaltres desconeixeu: la part més íntima de la meva mare. Mare, voldria que expliquessis una mica la teva professió abans d’entrar a la traducció i com vas arribar-hi d’una manera una mica accidental, en un moment que potser la traducció no era ni tan sols una professió com a tal. Com vas començar?

ROSER BERDAGUÉ: Creo que debería hablar en castellano; cuando hable con Mònica hablaré en catalán porque con ella me costaría hablar en castellano, pero creo que algunos tendrían dificultades si me expresase en catalán. Yo entré en la traducción después de ejercer una profesión, muy rara: la de librera anticuaria. En esta profesión trabajé 14 años y no me habría movido de ella porque me gustaba mucho y ya había empezado a entender bastante de libros antiguos, de incunables, de góticos, de manuscritos, además de que viajaba, conocía a gente de mi misma profesión… pero de pronto me casé y tuve tres hijos, uno detrás de otro, pam, pam, pam, y ya no pude atender mi trabajo. Fue entonces cuando me hice traductora porque le vi una faceta práctica que me permitiría ocuparme de mi familia a la vez que de mi trabajo. Aparte de esto, existían también dos razones fundamentales: una, que me gustaban los idiomas extranjeros, y otra, ésta básica, que era una lectora insaciable. Yo fui una lectora voraz, de pequeña devoraba libros, hasta el extremo de que en mi casa no había libros y mi madre iba a las vecinas a pedirles libros prestados porque yo me fingía enferma para poder leer, y algunas veces lograba hasta ponerme enferma de veras… Mi madre, por ejemplo, a veces iba a una vecina nuestra, que era de Madrid, y tenía libros clásicos. Ésta me prestaba Lope de Vega, Alarcón, Larra… Había otra que tenía novelas rosa, Pérez y Pérez y similares. Yo lo leía todo: las novelas de aventuras de mi hermano, todo lo que caía en mis manos. Yo creo que mi entrada en el mundo de la traducción, la puerta que me llevó a esto, fue, sobre todo, la lectura, porque fui enamorándome de la lengua, y creo que leer es imprescindible para traducir. Yo sé que aquí hay profesores de traducción. No miro a nadie. Pero yo desconfío mucho de las clases de traducción, me refiero a la traducción literaria, porque creo que para traducir bien hay que leer, hay que leer a los grandes escritores, y que únicamente leyéndolos, se adquiere el afán de escribir como ellos y se llega a traducir medianamente bien.

Quería que contaras, porque yo no lo sabía, que te presentaste a un examen de la ONU y te dieron la plaza en Nueva York.

ROSER BERDAGUÉ: Eso fue cuando ya era traductora, ya había traducido. Actualmente he traducido trescientos cuarenta libros, los tengo todos numerados, tengo una ficha de cada uno, con la fecha, el día que lo empecé, el día que lo terminé, el número de páginas, la editorial… El que estoy traduciendo ahora, que termino un día de estos, es el número trescientos cuarenta. Ya llevaba traducidos bastantes libros cuando surgió la posibilidad de hacer un examen para trabajar en la ONU como traductora e ir a Nueva York. Fui a Madrid, hice un examen, me escogieron, me convocaron a una entrevista, tuve la entrevista, y entonces entraron en detalles personales. Dije que tenía tres hijos, que mi marido trabajaba en lo que trabajaba, me preguntaron cuál era su salario y me dijeron que no podían aceptarme porque mi marido, en Nueva York, no encontraría un trabajo equiparable. O sea que tuve que desistir.

MÒNICA MARTÍN: Tots recordem una mica la musiqueta cada dia: el tac-tac-tac, dels estius a Calafell del qual també parla el Malcolm, el nét del Barral. I jo li dic: «Com la meva mare». Érem els únics que, a primera hora del matí, sentíem des del llit el tac-tac-tac de la màquina d’escriure. Explica’ns una mica allò de la màquina d’escriure, les holandeses, el paper carbó, totes aquelles coses d’aleshores, les fitxes…

ROSER BERDAGUÉ: Abans era molt més laboriós.

MARÍA TERESA GALLEGO: Los jóvenes no saben qué es una máquina de escribir

ROSER BERDAGUÉ: El hijo de una amiga mía, al ver una máquina de escribir, le preguntó a su madre “¿y la pantalla? ¿dónde está?’ [Risas]. Al principio se traducía con ayuda de la máquina de escribir, las editoriales te pedían dos copias de cada holandesa, había que usar papel carbón, papel cebolla, y además, después, una vez terminada la revisión final, mis hijos –Mònica, David y Sílvia — copiaban las correcciones del original al papel cebolla y yo les pagaba el trabajo.

MÒNICA MARTÍN: ¿Y las fichas?

ROSER BERDAGUÉ: Ah, sí. En una ocasión traduje una Historia del Arte en tres volúmenes, que abarcaba desde el arte de las cavernas hasta el arte contemporáneo, y claro, después hubo que hacer el índice, que como no se correspondía con el índice del original, tuve que ordenarlo mediante fichas. El día que tuve listas la traducción y las fichas del índice fui a la editorial con una maleta, una maleta grande llena de fichas y papeles. No podía entregar el índice por partes, sino en bloque porque había que trabajar con él desde la A a la Z. Esto me recuerda el comentario de los que dicen: «¿Cómo es posible, sin ordenador, hacer obras como la Historia de los heterodoxos españoles?” Pues se ha hecho, se ha hecho. Y tantas otras obras. Coromines tenía la célebre «calaixera», un mueble de cajones llenos de fichas. Sin ordenador.

MÒNICA MARTÍN: Però això també comportava que tot ho tinguéssim duplicat, no? Tots els diccionaris duplicats, la màquina d’escriure també, una aquí i una altra allà…

ROSER BERDAGUÉ: Era obsessiu… Era obsesivo. Todos sabréis, porque la mayoría sois traductores, que es un trabajo obsesivo. No hay días de fiesta, no hay domingos, no hay horarios, no hay vacaciones, todo, no sé… es una especie de esclavitud del trabajo. Pero, en el fondo, es como un masoquismo, es una esclavitud que nos gusta…

MÒNICA MARTÍN: Sarna con gusto no pica, ¿no?

ROSER BERDAGUÉ: Sí, eso.

MÒNICA MARTÍN: Recordo que amb el pare fèieu tots aquells plans, no? El llibre té no sé quantes pàgines i has de començar el dia no sé quin. I si coincidia amb unes vacances amb nosaltres, com t’ho feies?

ROSER BERDAGUÉ: Mi marido tenía la paciencia de calcularme las páginas que tendría la traducción de cada libro… Con el tiempo ha llegado a adquirir una práctica que hace que sólo se equivoque de dos o tres páginas… Incluso calcula las fechas: «Si empiezas hoy, pues terminas el día tal de tal…».

MÒNICA MARTÍN: I després et voldria preguntar una cosa que té a veure amb el fet de ser traductora i d’haver començat a traduir al castellà: la relació que vas tenir amb el fet de parlar català perfectament, tot i que vas haver d’aprendre’l bé més tard… Quin va ser el primer llibre que vas traduir al català? Què vas pensar?

ROSER BERDAGUÉ: Yo, como la mayoría de catalanes de entonces, no había estudiado catalán en la escuela, pero yo había leído en catalán desde la infancia, prosa y poesía. Pero mi catalán cojeaba por todas partes. Empecé bastante tarde a reciclarme, a estudiar gramática y a ir a clases… El primer libro que traduje al catalán… no sé, no te puedo decir, no recuerdo… Pero sí, he traducido muchos.

MÒNICA MARTÍN: Jo crec que era la Carrington, La trompeta acústica, no?

ROSER BERDAGUÉ: No, el primer, no.

MÒNICA MARTÍN: No? Bé. I després també voldria que parlessis una mica del treball del traductor a casa seva: què t’ha semblat la irrupció de l’ordinador, com et facilita la feina, com t’ha canviat, com esteu tots connectats entre vosaltres, com compartiu la vostra relació secreta?

ROSER BERDAGUÉ: El ordenador ha sido una maravilla. Primero fue un martirio, porque hasta que lo dominas un poco… Al principio me sentía muy negada para este instrumento, pero sí, me cambió la vida… No es comparable con la situación de antes, lo sabemos todos… la versatilidad de opciones…

MÒNICA MARTÍN: No, però també coses com que ara m’escrius un correu i em dius: «Tu com traduiries això?». Què feies, trucaves per telèfon?

ROSER BERDAGUÉ: Sobre todo, gracias a la lista de distribución de ACE Traductores, ahora estamos en contacto, tenemos la posibilidad de contactar con cuatrocientas personas… no sé si son cuatrocientas.

MARÍA TERESA GALLEGO: En la lista hay 250, no están todos los socios.

ROSER BERDAGUÉ: Cuando surge una duda, puedes plantearla y siempre hay quien te ayuda. Para citar un ejemplo, recientemente, en esta biografía que he traducido para Circe, mi último libro, me salió un poema de Alberti en inglés y Maite tuvo la amabilidad de buscarlo, porque además, yo no tenía el título del poema… Maite me salvó la vida… y en domingo…

MÒNICA MARTÍN: Després, voldria que parlessis també una mica dels llibres que més t’ha agradat traduir i els que has odiat profundament… Em sembla que n’hi va haver un, ara no me’n recordo, que li tenies una mania horrible. Explica’ns una mica això: els autors que has descobert, com comences a traduir un llibre…

ROSER BERDAGUÉ: Cuando una editorial te propone un libro, ya ves si te va a gustar antes de traducirlo. A medida que vas adentrándote en él, te conviertes en un lector en profundidad, desentrañas todas las palabras, averiguas el sentido de todas las expresiones. No hay ningún lector que lea un libro como su traductor… no sé. De los 340 libros, el mejor recuerdo es el Ravelstein de Saul Bellow, un libro de ensayos de Joseph Brodsky, Menos que uno, Las vírgenes suicidas de Eugenides, una novela muy bonita que, por cierto, no tuvo, creo, mucho éxito, El archivero, de Martha Cooley, que es una novela estupenda. Pero sabemos de sobra que los mejores libros no son los que mejor se venden. Después, también he traducido libros muy divertidos, como algunos de Terry McMillan, amenos, descarados, ágiles.

MÒNICA MARTÍN: Què opines de la invisibilitat del traductor i quina idea en tens… no sé, nosaltres estem en contacte amb molts camps, més amb traductors d’aquí que no pas amb traductors de fora. Què opines del poc cas que us fan?

ROSER BERDAGUÉ: Nadie nos considera. Es un hecho que comprobamos a diario. Y lo más triste es que ni siquiera los editores nos hacen caso. La mayoría de las editoriales han suprimido el departamento de redacción y han dejado en la calle a gente muy valiosa. Todos recordamos nombres, no los mencionaré pero es una lástima que esas personas hayan desaparecido de las editoriales. Se nota su ausencia. Y quería decir una cosa sobre los correctores: hay correctores buenísimos, correctores que te enseñan, que te hacen ver cosas que tú no habías visto, pero hay correctores que corrigen por corregir y que parece que sólo pretenden justificar su trabajo. Buscan sinónimos, tachan una palabra y la sustituyen por otra equivalente o, peor aún, traicionan el sentido. Por ejemplo, en una traducción mía, yo ponía: «Lo que cuenta este librito no es imaginario, pero tampoco se atiene estrictamente a la verdad»; bueno, pues el corrector sustituyó «estrictamente a la verdad» por «no se atiene a la verdad estricta», pero se olvidó de tachar el “estrictamente”, con lo que quedó «no se atiene estrictamente a la verdad estricta». Otra cosa que me ha ocurrido, ésta muy reciente —aunque no acostumbro a mirar las traducciones porque me da angustia no poder rectificar cosas que yo misma he puesto —, fue que en el primer capítulo, primer párrafo, leí: «En aquel entonces estudiaba más y mejor y comía en la misma medida». Y pensé: «¿Esto he puesto?» ¿Estudiaba más y mejor? ¿Más y mejor que qué? ¿Que quién? ¿Que cuándo? Porque esto es un comparativo. No, no. Yo conservo el original mío, y lo miré. Y vi que no, que lo que yo había puesto era «a más y mejor», «por aquel entonces estudiaba a más y mejor», o sea, «intensamente». Llamé a la editorial y me salió la persona que me había encargado la traducción y le pregunté «¿Por qué habéis rectificado la frase?» «No tiene importancia, hemos sacado una ‘a'». «Pero es que cambia por completo. Yo eso no lo he puesto.» «No te preocupes, oye, no te lo tomes así.» Al cabo de media hora, me llamó otra persona con más galones y me dijo: «Oye, ¿qué has reclamado? ¿A más y mejor? Una ‘a’, una preposición, la más tonta de todas» (Risas). O sea, quedé como una maniática. «No te preocupes por esto», me dijo, como si yo me hubiera inventado la locución.

MÒNICA MARTÍN: ¿Te acuerdas de aquello que me pasó a mí y que te conté? En un poema de Apollinaire titulado «La jolie rousse», el corrector cambió «pelirroja» por «rusa». «La rusa guapa». Y así está. ¿Te acuerdas? Y tú me decías: «Da igual, es lo de siempre». [Risas.]

ROSER BERDAGUÉ: Yo creo que hay correctores realmente buenos pero, por desgracia, no todos.

MÒNICA MARTÍN: ¿Te habría gustado que alguno de nosotros se hubiera dedicado a traducir?

ROSER BERDAGUÉ: Tú te dedicaste al principio, pero te diste cuenta de que éramos transparentes y optaste por cosas que te hicieran visible.

MÒNICA MARTÍN: Bueno, dentro de lo mismo. Pero ¿te habría gustado? ¿Yo, o Sílvia, o David?

ROSER BERDAGUÉ: No.

MÒNICA MARTÍN: ¿No lo quieres para nadie?

ROSER BERDAGUÉ: [Risas.]

MÒNICA MARTÍN: ¿No?

ROSER BERDAGUÉ: No.

MÒNICA MARTÍN: Si queréis preguntarle algo…

CONCHA CARDEÑOSO: ¿El traductor es un creador?

ROSER BERDAGUÉ: Cuando traduces, no, porque es muy peligroso crear al traducir o, mejor dicho, no es lícito.

MÒNICA MARTÍN: Pero en tu caso, la pregunta de Concha apunta a la tentación de escribir por tu cuenta, no traducir la obra de otro, sino escribir un libro propio.

ROSER BERDAGUÉ: Yo creo que se me ha pasado el turno. He renunciado. Es una de tantas cosas a las que he renunciado.

MÒNICA MARTÍN: Pero te habría gustado.

ROSER BERDAGUÉ: Sí, me habría gustado.

CELIA FILIPETTO: Yo quisiera que explicaras un poquito más la cuestión de las búsquedas con Google comparada con lo que hacías antes cuando no tenías ni idea del significado. Hoy en día vas a Google y, en general, resuelves la duda, pero antes, ¿cómo lo hacías? ¿Cómo solucionabas muchos problemas?

ROSER BERDAGUÉ: Recurría a un nativo, a un inglés nativo.

MÒNICA MARTÍN: Ahora que tienes el Google, buscas un verso y te sale el poema cuarenta veces. ¿Cómo lo hacías entonces?

ROSER BERDAGUÉ: El Google nos ha salvado la vida. Nos ahorra mucho tiempo, sobre todo.

PÚBLICO: ¿Qué pasó con la primera lengua extranjera que aprendiste, que creo que has dicho alguna vez que era el italiano?

ROSER BERDAGUÉ: ¿Qué pasó? Pues que he traducido bastantes libros del italiano, por ejemplo a autores como Umberto Eco. Lo que pasa es que del italiano se traduce poco. El italiano fue la primera lengua extranjera que estudié, a los diez años. Además, teníamos un profesor que nos hacía estudiar el italiano gramaticalmente, muy en profundidad. Es un idioma que tiene una gramática complicada.

MÒNICA MARTÍN: Sí que és veritat, has traduït molt menys de l’italià.

ROSER BERDAGUÉ: Sí, pero porque no me lo han pedido. Actualmente, la mayor parte de las traducciones son del inglés.

PÚBLICO: ¿Qué opinas del papel asesor del traductor? Se ha dicho que, en el extranjero, los traductores son grandes introductores de obras, y en cambio aquí…

ROSER BERDAGUÉ: Forma parte del ninguneo.

MÒNICA MARTÍN: Vosotros deberíais sacar más partido de vuestra capacidad.

ROSER BERDAGUÉ: Hombre, no sé, ¿crees que nos harían caso?

[Risas.]

PÚBLICO: ¿Consideras que las condiciones de trabajo han cambiado mucho, poco o prácticamente nada?

ROSER BERDAGUÉ: ¿En qué aspecto?

PÚBLICO: Los contratos…

ROSER BERDAGUÉ: En cuanto a contratos, hemos ganado. Pero las tarifas están fatal. Desde hace varios años estamos ganando lo mismo o menos. El asunto tarifas está muy mal. Pero, por lo menos en cuanto a contratos, ahora parece que nos consideran un poco más.

PÚBLICO: ¿Cuál fue tu primera traducción?

ROSER BERDAGUÉ: La primera traducción fue un encargo de un profesor de la universidad, el doctor Boix Selva, que trabajaba en una editorial. También me encargó varias traducciones el doctor Petit, que trabajaba en Seix Barral. Traduje bastantes libros para Seix Barral. Pero yo al principio visitaba muchas editoriales. Después ya no, fueron las editoriales las que acudieron a mí. Los inicios de esta profesión, por lo menos entonces, eran difíciles.

MÒNICA MARTÍN: I amb quins editors has tingut més complicitat? Per no recordar coses dolentes… [Risas.]

ROSER BERDAGUÉ: Hay varios, pero no sabría decir…

PÚBLICO: ¿Y la relación con otros traductores? ¿Cómo ha cambiado? ROSER BERDAGUÉ: Pertenezco a tres asociaciones, ACE TRADUCTORES, ACEC y AELC, lo que me llevó a descubrir la existencia de otros traductores.

PÚBLICO: ¿Cuántos años pasaron hasta que te asociaste?

ROSER BERDAGUÉ: Unos quince… no me acuerdo con exactitud.

Como se trata de un trabajo muy solitario, no tenía contacto con ningún traductor, ni me relacionaba con ninguno.

PÚBLICO: ¿Has hecho alguna vez otro tipo de traducción? No sé, de películas, por ejemplo…

ROSER BERDAGUÉ: No, no. Nunca. Al principio traducía todos los libros que me daban, algunas veces bastante abominables por cierto, pero después ya fui seleccionando. Los géneros que prefiero son la novela y la biografía.

PÚBLICO: ¿Y qué opinas de la intervención del traductor sobre el texto? ¿Hasta dónde llega? Te lo digo porque, hablando con un autor, me decía que le molesta muchísimo que en la traducción al español de una novela inglesa pongan «espetó, susurró…». Como pasó, y esto lo ha confesado el traductor de Ruiz Zafón en Francia, que es François Maspero, cuando Zafón decía «El cielo cuajado de estrellas», el otro ponía «Le ciel etoilé», y Zafón decía «¡No!, plein d’etoiles, no vamos a cambiarlo». ¿Tú cómo lo ves?

ROSER BERDAGUÉ: Yo creo que cuanto más fiel sea el traductor al original, mejor. No tiene que plantearse la posibilidad de mejorar el original. No es lícito, pese a que a veces los originales son bastante malos… Y a veces es pura bazofia.

PÚBLICO:¿En ese caso qué haces? ¿Lo mejoras?

ROSER BERDAGUÉ: En cierto aspecto, puedes mejorarlo porque ordenas los términos de la frase, que no están bien en el original. Lo arreglas, pero manteniéndote fiel al original.

CELIA FILIPETTO: ¿Alguna vez te rechazaron alguna traducción?

ROSER BERDAGUÉ: No, nunca. Por fortuna.

PÚBLICO: Y ¿has rechazado algún libro, aparte de porque no te gustaba, por el tema, por cuestiones morales o éticas o porque era un autor que te parecía abominable?

ROSER BERDAGUÉ: No, no se me ha planteado el caso. Pero sí el de traducir libros que preconizaban ideas con las que yo, personalmente, no estaba de acuerdo.

PÚBLICO: És una indiscreció preguntar per què ho deixes?

ROSER BERDAGUÉ: Sufro un glaucoma, una enfermedad de la vista que me están tratando. Y claro, hasta ahora me manejaba bastante bien: ampliaba los textos originales, escribía con negrita, me servía de una serie de recursos. Pero como esto va progresando, he visto que no me compensa. La traducción me reporta un placer que no me compensa los problemas que me plantea. Los signos tipográficos se mezclan, hay que andar buscando el punto donde has quedado… Es algo muy difícil de definir y de explicar. Por ejemplo, mi marido me pregunta muchas veces: «¿Qué ves exactamente?», y no sé explicárselo. Es un problema óptico, un fenómeno complejo que me obliga a dejar la profesión.

PÚBLICO: Si no fuera por eso ¿seguirías?

ROSER BERDAGUÉ: Sí, claro que seguiría, pero no lo dejo con amargura. Es una etapa que se ha cumplido y ahora hay que buscar nuevos objetivos.

PÚBLICO: ¿Cuántos libros has traducido?

ROSER BERDAGUÉ: Trescientos cuarenta. Algunos muy larguitos. Uno, por ejemplo, me llevó un año, porque tenía doce volúmenes, aunque lo cuento como uno.

PÚBLICO: ¿Qué era, una enciclopedia?

ROSER BERDAGUÉ: Sí, una enciclopedia.

MÒNICA MARTÍN: ¿Recuerdas las fotos que te hicimos junto al montón de libros traducidos?

ROSER BERDAGUÉ: Sí.

MÒNICA MARTÍN: No era nostalgia, era una foto que te hicimos con todos los libros que habías traducido, como un pescador con su botín y su presa. ¿No te acuerdas?

PÚBLICO:¿Cuántas horas al día trabajas?

ROSER BERDAGUÉ: Unas ocho horas… He cambiado de sistema con el paso del tiempo. Algunas veces, antes de traducir un libro lo leía entero, otras no lo leía porque prefería irlo descubriendo. He ido cambiando de método, depende de la época. Es posible que hubiera una época en que sí, después de cenar también me dedicara a trabajar.

CELIA FILIPETTO: Muchas horas al día, ¿no?

ROSER BERDAGUÉ: Menos de 24.

PATRICIA ANTÓN: ¿Siempre has trabajado en casa?

ROSER BERDAGUÉ: Como he cambiado de casa, han sido espacios diferentes, pero sí, siempre en casa. La biblioteca no es práctica porque necesitas la máquina de escribir, el ordenador…

PÚBLICO: Com és el teu racó, on tens els teus llibres per treballar?

ROSER BERDAGUÉ: Són llibres de referència, diccionaris… Els diccionaris passen a ser una espècie de mania, em sembla que tots tenim la mania dels diccionaris. Vas comprant diccionaris, diccionaris especialitzats, d’un tema, d’un sector determinat, i els tens tots allà on treballes.

MÒNICA MARTÍN: Però sempre en silenci, no et posaves mai música.

ROSER BERDAGUÉ: No, no.

PÚBLICO: ¿Y los niños, corriendo por allí?

ROSER BERDAGUÉ: Procuraba traducir durante las horas en que los niños estaban en el colegio.

MÒNICA MARTÍN: Pero yo me acuerdo perfectamente, y mi hermano puede corroborarlo. La recuerdo siempre de espalda, de cara a la ventana, con el perro debajo de la mesa.

ROSER BERDAGUÉ: Sí, fue una época.

MÒNICA MARTÍN: Bastante larga.

MÒNICA MARTÍN: ¿Recuerdas a traductores que son también escritores? Por ejemplo, en mi agencia tengo a un autor que empezó siendo traductor. Y al revés, escritores que como traductores han sido bastante deplorables. Subsiste la tentación de reescribir un libro a la manera propia.

ROSER BERDAGUÉ: Esto entra dentro de la pregunta de si la creación, en materia de traducción, es lícita o no.

MÒNICA MARTÍN: Sí, pero ¿recuerdas que Pedrolo hizo un montón de traducciones?

PÚBLICO: Sí, bastante malas.

ROSER BERDAGUÉ: Los traductores, en general, somos bastante severos con los demás traductores. Somos así.

MÒNICA MARTÍN: Y ¿no crees que tu carácter, tu timidez, le va muy bien a este trabajo?

ROSER BERDAGUÉ: Sí, probablemente uno escoge la profesión que le es más afín, aquella en la que puede desenvolverse mejor.

MÒNICA MARTÍN: ¿Afín a tu carácter? Tú eres tímida y discreta. Esta cosa de borrarse en el texto y ponerse a disposición del escritor y hacer que luzca él. Creo que este anonimato, a pesar de que reivindiques una mayor presencia, te gusta.

ROSER BERDAGUÉ: El traductor no puede brillar más que el autor. El traductor tiene que hacer su función y su función es convertirse en reflejo del autor.

PÚBLICO: ¿Has tenido contacto con algún autor?

ROSER BERDAGUÉ: Sí, he estado en contacto con algunos autores. Generalmente para consultarles dudas. Giros, cosas que no te puede resolver un libro de consulta ni otra persona. Algunos me han resultado muy accesibles y realmente útiles. Y después, en algunos casos, hemos mantenido algún contacto. En algunos casos, el contacto con el autor es imposible.

CELIA FILIPETTO: ¿Has tenido algún comentario elogioso de un autor?

ROSER BERDAGUÉ: Sí, alguna vez. Es una satisfacción. Por ejemplo, de este libro que os comentaba, el del «a más y mejor», la autora me escribió y me felicitó. En la traducción de una biografía de María Antonieta, estuve en contacto con la autora y me dijo que estaba tan encantada con la traducción que se había decidido a aprender español. [Risas.]

PÚBLICO: Te quería preguntar cuál es la mayor satisfacción que te ha dado esta profesión.

ROSER BERDAGUÉ: Trabajar. Trabajar en soledad. Hacer mi trabajo.

Muchísimas gracias por todo, no esperaba esto. La verdad es que no esperaba nada de lo que ha ocurrido aquí. No sé si aguantaré tantas emociones. Me vais a matar de satisfacción.

CELIA FILIPETTO: En su larga carrera como traductora, Roser Berdagué ha dedicado su Tiempo sagrado a seguir, como si de las Luces del Norte se tratara, Un impulso criminal que la ha llevado, como El cruzado, tras Las huellas del diablo, en busca de la palabra justa que encajara en la frase y le permitiera convertir La materia oscura del texto de partida en una versión libre de Intrigas y deseos, pero plagada de sentidos.

A veces, en su trato con los editores habrá descubierto la Filosofía y mística del número y que Nadie es neutral en un tren en marcha. Otras, le habrán entrado ganas de hacer como Las vírgenes suicidas, y tras pensárselo mejor, habrá decidido decirle a más de uno Ahí te quedas.

A pesar de todo, ella, como El archivero, ha trabajado mucho y muy bien. Y entre diccionarios, mientras estaba Esperando un respiro delante del encargo de turno y las ideas bullían en su cabeza como en La isla salvaje, imaginamos que, en ocasiones, las palabras se le habrán convertido en El rostro de un extraño e incluso en El enigma del vizconde.

Es público y notorio que los traductores tienen cierta tendencia a sentirse Menos que uno. ¡Ay! Razones no les faltan. Una chica como tú, Roser, ante un Ravelstein cualquiera, más de una vez se habrá sentido como en Un hogar en tinieblas, pero gracias a la tenacidad y la paciencia y pese a preguntarte ¿Por qué a mí?, siempre has sabido, como Los héroes de la galaxia, encontrar el camino y descubrir, además de las Deu raons (possibles) de la tristesa del pensament, la forma de seguir traduciendo sin desfallecer hasta hace poquitos días.

No será La emperatriz de la seda pero la suya sí que es una Obra abierta. Y no es ninguna Patraña si decimos que su lista de trabajos podría llenar El desván de la casa de los Shepher. Roser va ahora Hacia un mundo nuevo, ese que llaman jubilación, y pasará página, pero igual que la heroína de De cómo Stella recobró la marcha seguirá dando guerra.

 

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