Viernes, 26 de julio de 2024.
Con este artículo en dos entregas, inicio una serie de contribuciones sobre los procesos editoriales y las convenciones formales, metodológicas y lingüísticas que afectan específicamente al traductor de libros. Resultarán, espero, orientaciones muy útiles para el traductor novel pero, al mismo tiempo, creo que servirán de recordatorio e incluso de actualización para el traductor más bregado.
Pensando en qué aspecto sería el más conveniente como introducción al complejo universo de reglas y protocolos que aguardan al traductor en el sector editorial, he creído que nada mejor que empezar rompiendo el mito según el cual el traductor editorial trabaja solo o apenas en contacto con el editor, y en completa libertad creativa. Nada más lejos de la realidad. Desde el momento en que firma el contrato de encargo y de edición de la traducción, se ve en la obligación de entregar su trabajo no sólo en un determinado plazo, sino también en forma debida, y da además su conformidad para que su traducción se someta a una serie de procesos de transformación y (con suerte) de optimización sobre los que tendrá —si no se despista— un control relativo.
Por estas razones, hasta que el libro vaya a imprenta o se cierre como producto digital, el traductor pasará a estar más que acompañado: formará parte de una cadena de producción compleja y exigente, que no sólo no puede obviar, sino que —a fin de que su obra se reproduzca sin incidencias graves y según estándares de calidad— le exigirá que se atenga a una serie de convenciones formales y procedimentales, y que aplique códigos de comunicación en su traducción cuyo fin no es el lector, sino los demás integrantes de la cadena editorial.
Traducir libros viene a ser, pues, como participar en una exhibición profesional de bailes de salón con sesiones encadenadas de diversos estilos. Por el carnet de baile del traductor editorial pasarán muchos danzarines, y con cada uno tendrá que bailar con una técnica y a un ritmo distintos. Vamos a presentarlos uno por uno para que ningún imprevisto os pille a contrapié y sepáis qué pasos hay que ensayar.
1. El Editor
Es el cliente del traductor por definición y el editor con mayúsculas. En las editoriales con una estructura más o menos compleja tiene dos encarnaciones (y diversas denominaciones): el llamado director editorial o editor sénior, que es el profesional responsable de una colección o de un sello editorial, y el editor propietario (o publisher, en la terminología anglosajona), también responsable jurídico de la empresa a efectos legales.
En su primera encarnación, sus competencias en relación con la traducción y el traductor implican decisiones fundamentales. Es, pues, el maestro de ceremonias que abre el baile:
- Dispone qué obras van a traducirse en el plan editorial anual.
- Contrata (con la ayuda del personal del Departamento de Derechos, en las grandes editoriales, o con asesoría legal externa) los derechos de traducción de dichas obras.
- En editoriales literarias, selecciona al traductor que se hará cargo de este cometido y le explica y encarga el trabajo, especificándole a qué normas internas de la editorial —de las que hablaremos en próximas entregas de esta serie— debe ajustarse.
- Negocia y modifica el contrato de traducción tipo de la editorial, incorporando las condiciones acordadas, y lo firma luego como parte contratante.
- Especialmente en las ediciones literarias, supervisa la traducción y le da el visto bueno, o la devuelve al traductor para su revisión.
- Decide (junto a los responsables del Departamento de Marketing, en las grandes editoriales) el título de la obra traducida, para lo cual suele consultar al traductor.
Además de que el editor lo seleccione y contrate sus servicios según lo acordado y lo estipulado por la ley, lo más relevante para un traductor es que el Editor apruebe su trabajo a la primera lectura. Si da el visto bueno a la traducción, no hay problema: esta sigue su curso y entra en la cadena de preimpresión (la principal fase del proceso de edición y producción). Pero si no lo hace y le devuelve al traductor su texto con observaciones y sugerencias (si no exigencias) de cambios, su relación laboral y contractual puede resentirse. Imaginad, por ejemplo ―y voy a dar aquí ejemplos reales—, que el traductor ha decidido que hay pasajes de la obra original demasiado locales y los ha ido suprimiendo alegremente en su traducción. O que ha feminizado todo el texto en cuanto al tratamiento del género, sin consultarlo con el cliente, sólo porque en las imágenes de la obra original se veían mayoritariamente mujeres. O imaginad que, también por su cuenta y riesgo, ha sustituido toda la bibliografía original por las ediciones traducidas de las obras citadas. Estas «imaginativas» decisiones, detectadas a tiempo por el Editor, conllevarán que el traductor tenga que revisar su obra para revertirlas sin añadir un solo céntimo a sus honorarios. Y, probablemente, suspenderán su continuidad como colaborador de la editorial.
Que la traducción tropiece en una fase tan prematura del baile no siempre es culpa del traductor. El nepotismo también está a la orden del día en este sector, de modo que puede ocurrir también que el traductor de turno sea un recomendado que «ha estudiado idiomas» y al que hay que dar trabajo y publicar sí o sí. Con un original de traducción que quizá no haya por dónde cogerlo si el enchufado no ha estudiado todo lo que hay que estudiar para traducir dignamente, el Editor que necesite un resultado aceptable va a tener que contratar los servicios de un revisor de traducciones, un auténtico amante del chachachá.
2. El revisor de traducciones
Un revisor de traducciones es un traductor experto y demostradamente competente que se encarga de revisar y enmendar el trabajo de otro traductor, punto por punto.
Que una traducción deba ser revisada por un segundo traductor es —hay que decirlo— un hecho excepcional en el mundo editorial. Y no tanto porque no exista la necesidad, sino porque se prefiere ahorrar el coste que supone y repartir esta tarea entre el editor de textos —aunque no tenga el suficiente dominio de la lengua origen— y el corrector de estilo —aunque su competencia se centre exclusivamente en la lengua destino.
Para detectar qué clase de errores contiene un texto y cuándo su mejora necesita encargarse a otro traductor o cuándo puede realizarla competentemente otro profesional editorial, es conveniente que el Editor siga unas pautas de análisis centradas en diversos indicadores de calidad de la traducción. En una de las obras de cabecera sobre criterios y metodología de la revisión (Revising and editing for translators, Routledge, 2014, cap. 10, pp. 134-149), Brian Mossop propone una serie de parámetros agrupados en cuatro bloques conceptuales (Transferencia, Contenido, Lenguaje, Presentación) que se desarrollan, en la práctica, en forma de doce preguntas sobre la traducción, designadas también con palabras clave. Los traduzco a continuación:
Grupo A: Problemas en la transferencia del significado (Transferencia)
- ¿La traducción refleja el mensaje del texto original? ¿Hay datos tergiversados en la traducción? ¿El traductor ha añadido texto de cosecha propia en su traducción del cuerpo de la obra original, sin que exista una justificación metodológica, como la adaptación cultural o la anotación explicativa? (Precisión, fidelidad)
- ¿Hay elementos del mensaje y contenidos que se han obviado, sin justificación alguna? (Integridad)
Grupo B: Problemas de contenido (Contenido)
- ¿La secuencia de ideas tiene sentido? ¿Hay alguna incongruencia o contradicción? (Coherencia lógica)
- ¿Hay errores factuales, conceptuales o matemáticos en la traducción que no se dan en la obra original? (Conceptos y datos)
Grupo C: Problemas de lengua y de estilo (Lenguaje)
- ¿El texto fluye? ¿Están las oraciones claramente conectadas? ¿Las relaciones entre las partes de cada oración están claras? ¿Hay pasajes demasiado farragosos o confusos? (Fluidez y cohesión)
- ¿Está el lenguaje adaptado a los lectores de la traducción y al uso que van a hacer de ella? (Adecuación)
- ¿El estilo es apropiado al tipo de texto? ¿Se ha utilizado la terminología correcta? ¿La fraseología es la habitual en este tipo de textos? (Registro)
- ¿Se emplea un lenguaje genuino? ¿La traducción recoge las preferencias retóricas de la lengua destino? (Genio del idioma)
- ¿Se han observado en la traducción las reglas de la gramática normativa y de la ortografía de la lengua meta, así como las normas de estilo del cliente? (Norma)
Grupo D: Problemas de la presentación material (Presentación)
- ¿Hay algún problema en el modo en que el texto se dispone en la página: espaciado, sangría, márgenes…? (Disposición)
- ¿Hay algún problema en el uso de la tipografía: variantes de letra (cursiva, negrita…), tipo o cuerpo de letra…? (Tipografía)
- ¿Hay algún problema en la composición y disposición de los distintos elementos del documento: números de página, encabezados, notas al pie de la página, índice…? (Diseño y estructura)
De estos cuatro grupos, sólo los problemas detectados mediante las cuestiones planteadas en los grupos C y D pueden ser realmente solventados por personal o colaboradores de la editorial que no sean traductores: el editor de mesa, el corrector de concepto (en obras científico-técnicas) y el corrector de estilo.
Los detectados mediante las preguntas de los grupos A y B requieren un proceso de cotejo del texto de la traducción con el texto original y de revisión a fondo de la versión, que únicamente puede realizar un traductor experto del mismo par de lenguas (es decir, un revisor de traducciones).
Pues bien, supongamos que el revisor de traducción ha hecho su trabajo y la obra está en condiciones de seguir su proceso. ¿Quién va a pedirle al traductor su siguiente pieza de baile? Una estrella del foxtrot: el editor de mesa.
3. El editor de mesa
El editor de mesa[1] es el editor de los mil nombres; según la amplitud de las competencias que abarque, se le llama también editor de textos, editor júnior, técnico editorial, redactor-coordinador editorial, asistente editorial o simplemente editor en el mundo anglosajón. Este editor en minúsculas es el profesional (habitualmente en la plantilla de la editorial) que carga con la mayor parte de la responsabilidad en el proceso de edición, por lo que su importancia es mayúscula, y su movimiento por el salón de baile, ágil y a la vez técnico y exquisito como el foxtrot. En lo que afecta a la traducción, sus ocupaciones son inacabables; así que, traductores: procurad mimarlo y llevarle bien el compás.
- En las editoriales o sellos no literarios, por delegación del director editorial, selecciona al traductor y le encarga el trabajo, estableciendo, por un lado, una fecha de entrega de la traducción que dé margen en el calendario editorial al desarrollo de las fases posteriores del proceso, y comunicándole al traductor, por el otro, a qué normas internas de la editorial debe ajustarse (normas que muy a menudo ha redactado el propio editor de mesa).
- También por delegación del director editorial, supervisa la traducción y o bien le da el visto bueno, o bien la devuelve al traductor para su revisión, marcándole los problemas detectados, o bien contrata una revisión de traducción, con lo que se regresa a la casilla anterior.
- Pero si el contrato de edición no ha previsto el requisito del visto bueno al traductor o si no hay tiempo material en el calendario de producción para que este revise su original —cosa habitual, dado el ritmo al que se publica hoy en día—, un editor de mesa apurado y con un conocimiento aceptable de la lengua original puede realizar él mismo una revisión superficial de la traducción.
- En cualquier caso, lo que sí hará siempre es evaluar y solucionar las dudas o cuestiones que el traductor deje por resolver en su texto. (Sí, el traductor editorial puede y debe plantear dudas al cliente, explicarle sus decisiones más trascendentes y dejar en sus manos aquellas que supongan cambios profundos o drásticos en la obra original.)
- En consecuencia, en el mismo original de la traducción, antes de que se corrija y se componga tipográficamente, el editor de textos puede adaptar ciertos aspectos de la obra que el traductor no ha podido adaptar por sí solo, bien porque le suponían una labor ingente de documentación que excedía sus competencias, bien porque implicaban a otros profesionales. Por ejemplo, en una obra práctica, es el editor quien localiza el capítulo sobre «Direcciones útiles». O, en el caso de este jeroglífico, cuya traslación a la edición traducida implica la intervención de un ilustrador —cuestión editorial y económica que el traductor no puede decidir por su cuenta—, el traductor sólo tiene que ofrecer una traducción literal y avisar al editor de que la adaptación queda pendiente:
Así es como el editor de mesa acaba de decidir la adaptación de esta parte de la obra y de indicarla al ilustrador (escribiendo los textos entrecorchetados en un color que se diferencie del negro del texto que hay que rotular, aunque en este artículo sean uniformes por exigencias de la publicación):[JEROGLÍFICO 1, P. 25. Rotular, escanear los dibujos que se repiten del italiano, y dibujar los nuevos, como sigue:]
De la [mantener dibujo de pluma del original italiano] de
[mantener dibujo de panecillo y mantequilla del original italiano]
[mantener dibujo de flor del orig. italiano]
K [NUEVO DIBUJO: dibujar una herida sangrante y rotular al lado una hache (H) mayúscula tachada] [mantener dibujo de botella de licor de cerezas con rótulo Cherry, del original italiano]
[mantener dibujos de perros del orig. italiano] y [mantener dibujos de gatos del orig. ital.] [eliminar dibujo de notas y el NNO del orig. italiano y escribir en su lugar:] me hacen [mantener dibujo de señor estornudando del orig. ital.]. Estoy [mantener dibujos de caretas llorando del orig. ital.]. ¿Qué te parece 1 [mantener dibujo de tortuga del orig. ital.]?
[mantener dibujos de corazón, panecillo y equis del orig. ital.]
- Si se trata de una traducción científico-técnica, el editor de mesa encarga la revisión técnica a un corrector de concepto, cuya labor supervisa. (Sí, el traductor editorial puede confiar en que una editorial seria no espere de él que sea también un absoluto experto en la materia que traduce, con lo que pondrá su traducción en manos de un verdadero especialista, quien pulirá las cuestiones de contenido y terminología.)
- Encarga y supervisa también las sucesivas correcciones que se aplican a cualquier tipo de obra: corrección de estilo y corrección tipográfica. (La «corrección ortotipográfica», por cierto, no tiene vida independiente en el proceso editorial; es sólo un foco de atención común a ambos tipos y fases de corrección. Si el editor os habla de corrección ortotipográfica en lugar de corrección tipográfica o de corrección de estilo, es la prueba del algodón de que no estáis ante un profesional bien formado en edición de textos.)
- En ediciones literarias, el editor de mesa decide, junto con el director editorial y el traductor, si aplicar las mejoras estilísticas sugeridas por el corrector de estilo.
- Si la edición traducida no va a aprovechar el diseño gráfico de la obra original, el editor de mesa colabora con el diseñador editorial en la definición de su aspecto gráfico. Si sí la aprovecha, procura indicar al traductor que ajuste su texto al espacio disponible en el momento del encargo de la traducción; o, en su defecto, instruye a los sucesivos correctores para que hagan estratégicos recortes en el texto que no lo tergiversen, a fin de ajustarlo a la maqueta sin que el tipógrafo (es decir, el maquetista) se vea obligado a recurrir a una reducción del tipo de letra del texto principal que comprometa la legibilidad de la publicación final.
- Si la traducción presenta deficiencias que afectan al grupo D de los parámetros de revisión citados anteriormente, el editor de mesa pulirá estos aspectos en el original de traducción, como parte de su trabajo de preparación del original para composición (maquetación).
- Cuando el original de traducción, ya revisado, corregido y preparado, se componga finalmente según el diseño gráfico preestablecido, de las diversas impresiones en baja resolución que se saquen de la maqueta virtual (las llamadas pruebas tipográficas), el editor de mesa le mandará al traductor el juego de segundas pruebas (compaginadas) al que le da derecho el artículo 64-2 de la Ley de Propiedad Intelectual española.
- Una vez que el traductor se las haya devuelto, con sus cambios, valorará conjuntamente con el traductor y el director editorial la pertinencia de estas enmiendas y su incorporación a la obra. Si las correcciones del traductor no son excesivas —el contrato de traducción suele establecer un porcentaje máximo—, las prisas que suele imponer el calendario editorial llevan a menudo al editor a darlas todas por buenas sin demorarse en su evaluación.
Un inciso aquí: en el caso de que el traductor ceda los derechos de reproducción también para ediciones derivadas de la edición original de su traducción (por ejemplo, para ediciones económicas o de bolsillo, de lujo, para club de lectura, etc.), ha de recibir igualmente pruebas tipográficas de esas nuevas ediciones. No faltan los editores que, pensando que la nueva edición simplemente va a reproducir fielmente la original, no creen necesario que el traductor vuelva a revisar pruebas. Pero veremos ahora mismo que sí, que siempre hace falta. En las ediciones derivadas, el texto de la edición original se aprovecha íntegramente, pero el diseño y el formato varían, por lo que la obra se remaqueta, a veces simplemente «encogiendo» la composición original. En ese proceso, las partes que se modifican (por ejemplo, el índice o la portada, donde aparece el nuevo sello editorial) son susceptibles de acoger nuevos errores.
Dos ediciones derivadas de una edición original de obra traducida: edición para club (izquierda) y edición de bolsillo (derecha). En la portada de la izquierda está todo en orden; en la de la derecha, en cambio, se observa uno de los errores más dolorosos para el traductor que pueden surgir en el proceso de edición de su obra. (Sobran las palabras: ya lo lloré bastante.)
(La segunda entrega de este artículo se puede leer aquí).
[1] Término acuñado, con éxito, por José Martínez de Sousa en su Manual de edición y autoedición (Madrid: Pirámide, 1993, p. 86, s. v. técnico editorial).
Silvia Senz Bueno es filóloga y máster en Edición. Desde 1990 ha trabajado como lectora, editora, correctora y traductora en y para diversos departamentos de publicación de organismos y editoriales. Desde 1997 imparte clases de edición, corrección, tipografía y traducción editorial en certificaciones profesionales oficiales, posgrados y maestrías, y formación continua gremial. Además de redactar libros de estilo por encargo, ha publicado artículos en revistas especializadas, así como diversos capítulos en obras de lingüística hispánica, y es autora de Normas de presentación de originales para la edición y coautora de El dardo en la Academia.