Jueves, 11 de abril de 2024.
Desde que regresé de Vigo, de El Ojo de Polisemo, hace ya tres semanas, he andado queriendo encontrar un rato para escribir una breve crónica sobre el encuentro. Pero han ido pasando los días y, abducida por una avalancha de traducciones que no he podido descuidar —viendo el modesto estado de mis cuentas—, me he prometido que de este Domingo de Pascua no pasa, que la crónica sin actualidad no es tal. ¿O sí? Buena pregunta para hacerle al gran cronista polaco Ryszard Kapuściński.
En todo caso, heme aquí, a medianoche, contándoos cómo de bien estuvo el Polisemo.
Después de un viaje de doce horas en tren desde la periferia suroccidental hacia la periferia noroccidental (una línea recta en el mapa, pero el sistema ferroviario obliga a pasar por el centro, Madrid), lo primero que me sorprendió de Vigo fue que la estación de trenes es un centro comercial. Una sube las escaleras mecánicas y se topa con un vestíbulo lleno de escaparates iluminados —y eso que, en ese momento, era ya casi madrugada—, y tiendas de las populares marcas del emporio con raigambre gallega.
Pero solo fue al salir del centro comercial-estación por las puertas automáticas, cuando de verdad sentí que había llegado a Galicia: orballaba, esto es, lloviznaba, chispeaba, garuaba. Y fui presa, entonces, de un rapto de euforia, sentí que se estaba obrando un milagro, y no exagero, palabrita. Entiéndaseme, vengo de Andalucía, ¡ay, mi seca y pajiza Andalucía!
Aquí haré un inciso temporal. En el momento en el que escribo estas palabras, me encuentro en Sevilla, donde no ha parado de llover torrencialmente toda la Semana Santa. Algunos devotos de la tradición cofrade se lamentan ante estas aguas, pero yo creo que Dios (se interprete este concepto como se interprete) ha tenido un bonito gesto al elegir su semana grande para dejar constancia de que ha escuchado nuestras plegarias de lluvia.
Pues bien, como decía, la verde Galicia me recibió con agua, y bajo su manto transcurrió todo el Polisemo.
Empezamos el jueves con un animado pase de testigo de los organizadores del Polisemo anterior —Universidad Complutense de Madrid, representada por Itziar Hernández Rodilla— a los del actual —Universidad de Vigo, con la directora del Departamento de Traducción y Lingüística, Lourdes Lorenzo, a la cabeza—.
La conferencia inaugural estuvo a cargo de Helena Cortés, a quien presentó Marta Sánchez-Nieves. La profesora Cortés desentrañó algunos detalles de su traducción de Fausto de Goethe y explicó las definiciones que el genio alemán hace en El diván de Oriente y Occidente (obra por cuya traducción Cortés ganó en 2021 el Premio Nacional a la Mejor Traducción) sobre el concepto mismo de «traducción». Con una buena dosis de empatía, como gran traductora que es, Helena adaptó su ponencia a un público de traductores que, en su mayoría, no saben alemán. Pero abrir este Polisemo con una traducción de una lengua distinta del inglés no era asunto baladí, pues el lema de esta edición rezaba así: Traducción y Multilingüismo: Toda literatura es grande en traducción. Se trataba, a mi parecer, de salirse de la inercia impuesta por las lógicas mercantilistas y mirar hacia otras latitudes, otras sonoridades, otras visiones del mundo, en fin, hacia la periferia.
Esta es la idea que subyacía en el segundo encuentro de la mañana: las citas con otras literaturas. Varios traductores de lenguas «minoritarias», distribuidos en diferentes aulas, se encontrarían con los asistentes al congreso, organizados en grupos pequeños (si se trataba de citas, había que crear algo de intimidad). Las combinaciones lingüísticas convocadas eran portugués-asturiano, urdu-castellano, euskera-gallego y polaco-castellano. Y los ponentes citados eran, siguiendo el orden de las combinaciones, Iván Cuevas, Rocío Moriones, María Ramos Salgado y quien escribe esta crónica. De las citas solo puedo hablar de la mía, muy a mi pesar, ya que estoy segura de que habría surgido algo especial con las demás combinaciones, más que exóticas, para mi gusto. Y para generar un poco de intriga, me limitaré a decir de la mía que hubo mucha química, curiosidad, preguntas, y que entre el público se encontraban las traductoras de chino Alma López e Isolda Morillo, quienes comentaron sus dificultades a la hora de acceder al sector editorial del gigante asiático. Querían descubrir cómo lo había hecho yo con el polaco. Pero, tras escuchar su historia, he de reconocer que mis fatigas para lograr publicar traducciones del polaco son meras bagatelas al lado de las suyas.
Pausa para el almuerzo. Esto es importante mencionarlo porque ¡qué dicha compartir comida (¡y gallega!) con colegas! Amiga traductora, ¿con quién has almorzado hoy? ¿Le has contado a alguien que has echado dos horas tratando de traducir una frase en condiciones y aún no has dado con la tecla? ¿Has prevenido a alguna colega sobre la empresa que, tras tu baja de maternidad, nunca más te asignó trabajo? ¿Has escuchado la experiencia de una intérprete de maestros yoguis indios? ¿Te has comido un plato de grelos junto a María Roces, la única (en el sentido de «sin otra de su especie», pero también de «extraordinaria») traductora de albanés a castellano que existe? Pues eso, juntarse con otros traductores es un elixir para la salud mental.
Así, dichosos de estar juntos, comenzó la segunda parte de la jornada. Primero asistimos a la mesa redonda sobre los engranajes del libro, moderada por Lidia Pelayo. La correctora Rosalía Grandal, la editora Laura Sáez y la ilustradora Laura Tova nos trasladaron, con la musicalidad de la lengua gallega, a sus esforzadas realidades profesionales que pueden resumirse en tres palabras: pasión, profesionalidad y abismos —financieros, sobre todo—.
A continuación, Chiara Giordano presentó a Pedro Sánchez Álvarez, director del Departamento de Socios de Cedro. Con un lenguaje claro —muy de agradecer—, Pedro nos acercó la Ley de Propiedad Intelectual y nos ilustró sobre la importancia de pertenecer a Cedro como mecanismo de solidaridad y de garantía de dignidad para los autores.
Entrada la tarde, nos trasladamos al Edificio Redeiras, en el centro de Vigo, donde se celebró una mesa redonda abierta al público titulada «Traduccións e literaturas de premio». Iolanda Galanes presentó a los galardonados Marilar Aleixandre, María Alonso Seisdedos, Xavier Queipo y Moisés Barcia, este último también editor. Pese a los problemas de sonido, conocer la experiencia de estos profesionales fue, cuando menos, enriquecedor, constructivo y polémico. Al final de la sesión, salió a relucir el innombrable tema (a la popular cancioncilla de Ana Flecha me remito), y entre el público varias compañeras alzaron la voz para llamar a las cosas por su nombre: no consideremos herramienta lo que, en verdad, es un colosal robo de la propiedad intelectual. Y, bueno, viendo que se hacía tarde, concluimos que era mejor sacar los cuchillos ya en la cena.
En el elegante Club Náutico de Vigo, entre empanadas, pescados y albariño, volvimos a ser felices. Querida compañera, si alguna vez vas al Club Náutico de Vigo, no dejes de ir al baño de damas: te sentirás en el tocador de un camerino de la época dorada de Hollywood.
Y la noche acabó, cómo no, en un bar, de madrugada. Aunque parece que no la quemamos, en comparación con las parrandas de otros Polisemos, pero eso, mejor que lo cuenten otras.
Jesús Negro inauguró la jornada del viernes presentando «Por dónde empezar», una charla en la que las traductoras Iria Taibo y Ana González Hortelano ofrecieron consejos inspiradores e informaciones útiles para abrirse camino dignamente en este oficio. A continuación, María Ramos presentó una mesa redonda con tres estudiantes de los distintos ciclos de Traducción —Ainhoa Rodríguez, Ana Doval y Alba Rodríguez— que expusieron sus proyectos y comentaron sus expectativas y planes de futuro. En la charla se abordó también la conjunción traducción y maternidad, estupendo tema para ese día, 8 de marzo.
La mañana terminó con una más que estimulante conferencia a cargo de Alberto Avendaño, a quien presentó Liliana Valado. Con mucha retranca gallega, Avendaño, fundador del grupo Rompente, traductor, periodista y director de El Tiempo Latino —publicación en castellano perteneciente al grupo de The Washington Post—, glosó las numerosas vicisitudes que le han llevado a convertirse en un reconocido y prolífico intelectual de las letras gallegas cuyo natural modo vital es «traduciendo».
Durante el almuerzo, se produjo una maravillosa serendipia. Me senté junto a la profesora Iolanda Galanes quien resultó ser amiga de Maria Filipowicz, traductora de gallego a polaco y nieta de mi autor fetiche, Kornel Filipowicz. No me canso de decirlo: hay que comer entre traductoras.
La jornada continuó con la segunda parte del coloquio «Los engranajes del libro», que contó con la participación de Yulia Dobrovolskaya, de la agencia literaria Elkost, y Verónica García, de la distribuidora Antonio Machado Libros, moderadas por Marta Sánchez-Nieves. Yulia contó su experiencia publicando libros rusos en España, una misión nada fácil en los tiempos que corren. Por su parte, Verónica habló de la variada casuística que genera la maquinaria de la distribución, la insostenibilidad de la producción de libros y la alternativa de una distribución más pequeña, personalizada y cuidada.
Seguidamente, Bruno Mattiussi presentó a Susana Schoer Granado, ganadora del Premio Complutense de Traducción Universitaria Valentín García Yebra. Susana presentó con detalle, incluso con música, algunos aspectos de su traducción del libro tercero de Gods and Fighting Men: The Story of the Tuatha de Danaan and of the Fianna of Ireland de Lady Gregory, que le valió el mencionado galardón.
A continuación, acudimos a la segunda sesión de las citas con otras literaturas, que esta vez, además de los traductores de las combinaciones ya mencionadas, contó con la presencia de David Álvarez, traductor de sueco a gallego.
Y así, bajo el tamborileo de la lluvia viguesa, la tarde llegó a su fin con la clausura del encuentro y un sorteo de libros —traducidos, como no podía ser de otra manera—.
Desde aquí, gracias a quienes han hecho posible esta fructífera y bien avenida xuntanza. Qué pena no haberme podido despedir de todos los colegas, profesores y estudiantes con los que entretejí una cosa u otra. Es alentador constatar que no somos pocos los que estamos tratando de dar voz a otras sensibilidades que escapan a la norma: toda una labor de resistencia.
Y como esto es una crónica y, por ende, me debo a la verdad (¿no, Ryszard Kapuściński?), no puedo contar más, ya que tuve que poner pies en polvorosa rumbo a Santiago de Compostela. Al día siguiente despegaba mi avión a casa, donde me esperaba el cumpleaños de mi hijo. Menudo cambio de chip, llegar a Sevilla con tremenda dosis de adrenalina y presa del síndrome de Stendhal, tras el garbeíllo que alcancé a darme por las calles empedradas de un Santiago pasado por agua. Pero yo, a la lluvia, ni chistarle.
Teresa Benítez (Sevilla, 1979) es traductora de inglés, polaco, francés y portugués a español. Licenciada en Periodismo y en Traducción e Interpretación, desde 2014, ejerce como traductora autónoma todoterreno y combina proyectos de traducción técnica y comercial con la traducción literaria. Ha traducido varias novelas gráficas, relatos, novelas y ensayos, y cultivado los géneros de ficción, erótica y epistolar. Es la voz es castellano de Kornel Filipowicz.