El sonido o el ruido y la furia (y otros tantos sinónimos), Rafael Accorinti

Lunes, 27 de noviembre de 2023.

¿Cuál es la diferencia entre un sonido y un ruido? A través de la novela El ruido y la furia de William Faulkner planteamos las tantísimas posibilidades que tiene el vocablo anglosajón sound.

Un tema harto conocido en nuestro campo no es la traducción de algunos títulos de novelas, sino nuestro interés casi frívolo por saber los motivos que llevaron en antaño a titular una novela de manera diferente o errónea con respecto a su título original. Esa frivolidad me llevó, hará un par de semanas, a leer una conocida antología de Augusto Monterroso a propósito del tema en la que presentaba algunos ejemplos que dejarían sin palabras a más de una persona [1].

Y no es para menos: pensemos, pongamos por caso, en la novela The Sound and the Fury, de William Faulkner. La primera traducción se colocó en los anaqueles de Latinoamérica, allá por el año 1947, bajo el título de El sonido y la furia [2] y la traducción de Floreal Maziá. Monterroso hace hincapié en la torpeza de traducir el título de la novela de forma literal, sin reparar siquiera en que Faulkner bautizó la novela en honor al celebérrimo pasaje de Macbeth, de William Shakespeare [3]. Tamaña metedura de pata, lamenta Monterroso, llegó a encontrarla incluso en los escritos del mismísimo Jorge Luis Borges [4], pero no adelantemos acontecimientos.

En nuestros días, tenemos la fortuna de disponer de la tan conocida traducción de Ana Antón-Pacheco, quien bautizó la novela de Faulkner como El ruido y la furia [5]. Aquel cambio de sonido por ruido en el título suscita un debate a propósito de la diferencia entre ambas palabras y las razones que llevaron a la traductora para cambiar el título de la novela. Así que comencemos arrojando un poco de contexto antes de analizar las posteriores traducciones que se publicaron en castellano y su recepción en los países de habla castellana.

Cubierta de la primera edición de 1929 de «The Sound and the Fury».

¿De dónde sacó la inspiración William Faulkner?

El título The Sound and the Fury, recordemos, se inspiró en un pasaje muy concreto de Macbeth, en el cual se lee: «¡La vida —exclamó Macbeth al conocer la muerte de su esposa— no es más que una sombra… un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa!» [6]. El soliloquio, en efecto, despertó la inspiración de Faulkner para dotar a su novela de este poderoso mensaje. Hablamos del desengaño ante una vida que se desmorona sin remedio, que se hace añicos; un sentimiento compartido tanto por Macbeth como por Benjy —pues él es el «idiota» que narra la decadencia de la familia Compson— y Quentin —al tener esa obsesión suicida—. No es casualidad, por tanto, que Faulkner haya escogido este pasaje, pues no tenía otra intención que plasmar la falta de esperanza que había a principios del siglo xx en la sociedad estadounidense.

Ninguna voz escritora ha conseguido hacer suyos de tal manera los ecos shakespearianos que retumban en la novela, ninguna ha conseguido construir una imagen evocadora semejante. Con esta poderosa idea en la cabeza, solo nos queda preguntarnos qué diferencia puede haber entre un sonido y un ruido, cuando nos topamos con el vocablo anglosajón sound en el título de tan conocida novela. Leamos, pues, las razones de Ana Antón-Pacheco que, con mucho criterio, nos explicó en su día los motivos para cambiar el título por El ruido y la furia:

 «Sonido» me parece un término demasiado inocuo para expresar la desesperación de Macbeth ante la catástrofe a que ha dado lugar su ambición, y ante la ambigüedad de la vida signifying nothing, mientras que «ruido» es mucho más fuerte, más enérgico, sobre todo si se tiene en cuenta que, sobre el escenario, el fragor de la batalla se hace notar constantemente, no solo exteriormente, sino dentro de la mente del propio Macbeth. «Ruido» y «furia» son términos complementarios para describir una catástrofe natural, por ejemplo. Mientras que «sonido» siempre me trae a la memoria algo más suave, más dulce incluso como The Sound of Music [7].

He aquí cuando, seamos más de ruidos que de sonidos, nos asaltan las dudas entre unos y otros. ¿Sabemos realmente reconocer las diferencias? Es evidente que el criterio de la traductora no puede ser mejor, es decir, son razones suficientes para cambiar el título a una novela. Ha sabido reconocer los murmullos y los ecos de la novela de Faulkner de manera ejemplar. Sin embargo, la traducción del vocablo anglosajón sound no siempre es tarea sencilla a la hora de traducirlo. Sin más dilación, echemos mano del drae para saber la definición de sonido y ruido:

Sonido

    1. m. Sensación producida en el órgano del oído por el movimiento vibratorio de los cuerpos, transmitido por un medio elástico, como el aire.

Ruido

    1. m. Sonido inarticulado, por lo general desagradable.

 ¿Cuál es la diferencia, entonces, entre un sonido y un ruido?

La norma general dicta que, a la hora de diferenciar un sonido de un ruido, decimos de manera apresurada que un sonido es agradable y un ruido es, por contra, desagradable. Cosa que no es del todo cierta: el sonido de una sirena de una ambulancia resulta más molesto a medida que se acerca; por descarte, el rumor de las olas al alcanzar la orilla es un ruido —digan lo que digan— de lo más relajante [8]. De lo que no hemos de dudar, por lo tanto, es que nuestro cerebro interpreta las vibraciones ordenadas como sonidos —bien sean las notas de piano o la sirena de una ambulancia— y las desordenadas como ruidos —como el romper de las olas o el taladro de la obra— [9], pero somos nosotros quienes interpretamos esas vibraciones en función de su volumen y su forma [10].

Si se trata de interpretar, de buscar el vocablo preciso, ¿qué mejor que un traductor o, como en este caso, una traductora para distinguir un sonido de un ruido cuando nos topamos con la dichosa palabrita anglosajona?:

«Disminuyó el sonido de las abejas, todavía sostenido, como si en lugar de hundirse en el silencio, simplemente el silencio creciese entre nosotros, como la pleamar del agua» [11].

«Al abrir la puerta repicaba una campana, pero solamente una vez, aguda y clara y breve sobre la puerta en la nítida penumbra, como si estuviese graduada y templada para producir aquel único sonido nítido y claro que no erosionase» [12].

«Entonces Ben volvió a gemir, con prolongada desesperación. No era nada. Solamente un ruido» [13].

«No había ruido alguno en la casa. […] No había ruido en parte alguna» [14].

Como bien sabemos, la interpretación es algo que se nos da bien y no nos dejamos confundir: al igual que Antón-Pacheco, reconocemos el sonido de las abejas en primavera o el de una campana dando la hora; no tenemos problemas en imaginarnos perfectamente los ruidos quejumbrosos de Benjy e incluso nos identificamos con la satisfacción de no oír un solo ruido en casa.

Pero, ¿cómo los llamamos cuando son repentinos, indefinibles o inarticulados?

Con esto, nos referimos a ese momento que escuchamos algo en casa y no sabemos responder qué puede ser. En ese momento, decimos, «¿qué habrá sido ese ruido?» [15]. Por esta razón, probablemente el drae defina ruido como un «sonido inarticulado», cuyo origen o forma es difícil de reconocer.

Merece la pena recordar, en todo caso, que este debate traductor no solo depende de hacer una buena elección cuando tenemos que decantarnos entre ruido y sonido, y que, para nuestra fortuna, el castellano dispone de un montón de sinónimos que resultan la mar de útiles. Si, pongamos por caso, quisiéramos hablar de un sonido constante, puede que seamos más concretos al describirlo como un rumor, un susurro, un cuchicheo, un runrún o un zumbido. Tal vez, también, nos pille por sorpresa y ni nos planteemos el dilema de decidir entre un sonido o un ruido, y digamos, sin más, que hemos oído un chasquido, un crujido, un golpeteo o un sonsonete. Quizás sea más agradable o musical y bailemos al son de la música y elogiemos el soniquete de la banda. Si, por el contrario, lo que queremos es quejarnos del ruido de la calle, podríamos decir que la gente arma mucho escándalo, mucho alboroto o mucha algarabía, cuando no bullicio, tumulto o barahúnda, y que ya no se puede aguantar tanto griterío, tanto chillido ni tanta estridencia. Y ya, si tirasen petardos, hablaríamos —aparte de una inminente mudanza— de que no hay quien viva con tanto fragor, con tantos estruendos, estallidos y explosiones.

Queda, sin embargo, una pregunta que responder: ¿por qué el traductor Floreal Maziá habría decidido traducir literalmente el título y dejarlo como El sonido y la furia? Para responder a la pregunta, hemos de remontarnos a principios de los años treinta, a cuando el novelista y traductor gallego Lino Novás Calvo trabajaba como corresponsal en Cuba para la Revista de Occidente, gaceta literaria fundada por el mismísimo Ortega y Gasset. Novás Calvo aprovecharía su estancia en la isla caribeña para sumergirse en la literatura norteamericana y acabaría publicando, en 1933, un artículo a propósito de la literatura de William Faulkner [16]. Aquellas fueron las primeras noticias que resonarían del escritor del Mississippi a los países de habla hispana y, al año siguiente, Novás Calvo se convertiría en el primero en traducirlo al castellano con la novela Santuario [17]. De hecho, ese sería el principio de su carrera como traductor, pues suya es la única traducción a nuestra lengua de la novela El viejo y el mar de Ernest Hemingway, pero eso ya es otra historia.

Años después, los ecos y los murmullos de la literatura faulkneriana tronarían en la Argentina, donde el celebérrimo Jorge Luis Borges colocó a William Faulkner entre sus escritores favoritos e incluso le inspiró para hacer una de sus más conocidas traducciones, Las palmeras salvajes en 1940. Aunque no fue el único en traducirlo. La literatura de Faulkner estalló por todos los rincones de Latinoamérica y tuvimos el gusto de oír el retintín de otras traductoras: Beatriz Florencia Nelson se encargó en 1950 de la primera edición al castellano de ¡Absalón! ¡Absalón!; Aurora Bernárdez tradujo Estos trece en 1956; y, al año siguiente, Victoria Ocampo, fundadora de la editorial Sur, plasmó su mirada traductora en Réquiem para una reclusa. E incluso la jarana llegó hasta los oídos de Gabriel García Márquez cuando escribía Cien años de soledad, pues Macondo está en realidad inspirado en Yoknapatawa, el condado ficticio del escritor estadounidense [18]. Tampoco nos olvidamos lo mucho que la literatura faulkneriana retumbó en escritores latinoamericanos como Mario Benedetti, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti o Juan Rulfo.

Con toda probabilidad, la figura de William Faulkner haya sido igual de relevante para Augusto Monterroso, quien, al leer el título El sonido y la furia en la cubierta de la novela del escritor estadounidense, no haya podido evitar montar un bochinche, un escándalo, una buena bulla ante dicha metedura de pata. Esta traducción, recordemos, se publicó en 1947 por la editorial Futuro; la misma a la que supuestamente Borges hace referencia en su artículo y por la que Monterroso lamenta habérsela encontrado entre los escritos del escritor argentino. Pero todo este rifirrafe podría haberse evitado, pues, si nos fijamos, descubriremos que Borges dedicó unas líneas a la novela El sonido y la furia como parte de una columna literaria para la revista El hogar con fecha de 22 de enero de 1937 [19], es decir, diez años antes de la traducción de Maziá.

¿Será entonces que el traductor Floreal Maziá decidió nombrar la novela de Faulkner como El sonido y la furia en honor a Borges? Nunca lo sabremos.

Lo que sí sabemos son las razones de Monterroso para señalar con tan atronadoras palabras la traducción de la novela de Faulkner como El sonido y la furia. Pero, a pesar de este zambombazo traductor, me gusta pensar que Floreal Maziá —a pesar de ese posterior zumbido en los oídos— decidiera respetar el nombre que Borges eligió tras leer los tantos elogios que le dedicaba a William Faulkner, sin considerar siquiera si hacía alusión a un ruido o un sonido. Y es que nuestra labor, ay de nosotras y nosotros, nos puede llevar ante la disyuntiva de contradecir a Borges o fallarle al diccionario, como si no tuviéramos suficiente ruido en la cabeza cuando traducimos.

Yo, personalmente, no sé qué hubiera hecho en su lugar.

 

Notas:

[1] Monterroso, Augusto (2017): «Sobre la traducción de algunos títulos» en El paraíso imperfecto. Contemporánea, pp. 145-150.

[2] Faulkner, William (1947): El sonido y la furia. Traducción de Floreal Maziá. Editorial Futuro.

[3] Monterroso, Augusto (2017): «Sobre… óp. cit., 149.

[4]Borges, Jorge Luis (2011): Miscelánea. Contemporánea, p. 754.

[5] Faulkner, William (2018): El ruido y la furia. Traducción de Ana Antón-Pacheco. Cátedra, Letras universales.

[6] Ibíd., 13-14.

[7] Ibíd., 57.

[8] Abad, Federico (2008): ¿Do re qué?: Guía práctica de iniciación al lenguaje musical. Berenice, p. 22.

[9] Ibíd., 22.

[10] Ibíd., 19.

[11] Faulkner, William (2018): El ruido… óp. cit., 169.

[12] Ibíd., 171.

[13] Ibíd., 308.

[14] Ibíd., 318.

[15] Magrinyà, Luis (2015): Estilo rico, estilo pobre. Debate, Madrid, pp. 102-104.

[16] Novás Calvo, Lino (1933): «Dos escritores norteamericanos» en la Revista de Occidente. 39, núm. 115, pp. 92-103.

[17] Faulkner, William (2018): El ruido… óp. cit., 54.

[18] Kristal, Efraín (1999): Borges y la traducción. Lexis 23. p. 137.

[19] Borges, Jorge Luis (2011): Miscelánea… óp. cit., 754.

 

 

Rafael Accorinti (Argentina, 1989) está especializado en traducción literaria, audiovisual y técnica. Actualmente está cursando los estudios de doctorado en literatura y traducción en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. En su carrera como traductor literario se incluyen publicaciones en Páginas de espuma, Centellas, El Barquero, Carpe Noctem y Montesinos, y cerca de una veintena de publicaciones.

 

 

 

 

1 Comentario

  1. Traduje precisamente ese fragmento de Macbeth a gallego para unha cita y me dio muchísimos quebraderos de cabeza. Buen análisis.