Lunes, 17 de julio de 2023.
Orlando
Nacemos desnudos, todo lo demás es disfraz
Escrita por Virginia Woolf en 1928, Orlando es una obra difícil de adaptar al teatro porque, aunque pasan cosas, no tiene un argumento propiamente dicho. Durante el reinado de Isabel I, su protagonista, un joven noble aspirante a poeta, se enamora y conquista a varias damas y no tan damas y, en el reino de Jacobo I, durante la Gran Helada, le rompe el corazón una princesa rusa; se retira a su casa en la campiña, intenta que el poeta Nick Greene, amigo de Shakespeare y Marlowe, le enseñe sobre poesía, pero se siente traicionado por Greene; el rey Carlos II lo nombra embajador en Constantinopla. Mientras está allí, Orlando cae en un sueño del que despierta tras siete días… convertido en mujer. Vuelve a Inglaterra a comienzos del siglo xviii; allí lucha por adaptarse a su nuevo estatus legal y social como mujer, entra en la «sociedad» de los salones culturales y se aventura en las noches vestida de hombre para disfrutar de la compañía de su propio sexo. El victoriano siglo xix limita aún más sus movimientos como miembro del sexo débil, pero encuentra el amor correspondido y pleno de Marmaduke Bonthrop Shelmerdine, un romántico aventurero. Cuando el siglo XIX se convierte en el XX y se acerca a la actualidad de la autora, 1928, Orlando encuentra la libertad en la escritura y el manejo de un automóvil, publica la obra que lleva escribiendo desde el siglo XVI y encuentra una vez más a Nick Greene, convertido ahora en un respetable hombre de letras.
Y, entre medias, hay drama, mucha comedia, espíritu crítico, reflexiones sobre la literatura, el género, la identidad, la vida, el amor, la belleza, las convenciones sociales, el matrimonio, los hijos y la moda. Una joya de la literatura, dicen, una aventura a través de la historia y la cultura de Europa, «una oda a la belleza y la imaginación, a la vida, un viaje que invita a escribir nuestra historia desde la alegría y el asombro», según Vanessa Martínez, la adaptadora y directora de la obra cancelada por la concejala de [in]cultura de Valdemorillo.
Después de traducir Orlando de Virginia Woolf (para la editorial Akal), la obra es un poquito mía también. Podría decir, como representante de Woolf viva hoy, que sus personajes son un poco hijitos míos. Así que disfruto y sufro lo que se les hace, me río y lloro como si hubiesen salido de mí, y puedo criticar y perdonarles que digan «muffins» de forma, entre otras cosas, muy anacrónica, cuando lo que come Orlando en su estudio son, en realidad, «molletes». No de Antequera, pero molletes. «Bolos lêvedos» dicen en las Azores. Y, no, no son madalenas.
Así que, cuando la cancelan, me siento, sí, un poquito cancelada. Y no dejo de preguntarme cómo se sentiría, qué diría esa Virginia Woolf inteligente, intelectual, crítica, ácida, puede que incluso cínica, capaz de reírse de sí misma, de su esnobismo, y de amenazar a algún reseñista diciendo «agarraré mi pluma y se la clavaré hasta matarlo». Seguramente, agarraría su pluma y… escribiría una carta demostrando su superioridad ante alguien tan corto de miras como para escandalizarse por una obra que no deja de ser un relato de proto ciencia ficción, admirado por Borges, alguien a quien no creo que nadie se vea tentado de tachar de progresista. Un relato que es, además, una biografía. La de una persona real, para más señas, a la que está dedicada la novela: «A V. Sackville-West», una pista sobre el carácter personal de la novela y algunas de sus fuentes.
La carta de amor más larga y encantadora jamás escrita
Casi al descuido, al final de una larga carta fechada el 9 de octubre de 1927, Virginia Woolf escribió a Vita Sackville-West –a la que había conocido en diciembre de 1922 durante una cena en casa de su cuñado, y con la que mantenía para entonces una amistad íntima y una relación platónica cuando menos– que había decidido escribir un libro sobre ella:
Ayer por la mañana estaba desesperada… No conseguía sacar de mí ni una palabra; y al final hundí la cabeza en las manos: mojé la pluma en el tintero, y escribí, casi como una autómata, en una página en blanco, las palabras: Orlando. Una biografía. Apenas lo había hecho, sentí el cuerpo inundado de entusiasmo y el cerebro de ideas. Escribí con avidez hasta mediodía… Pero escucha; suponiendo que Orlando se convierta en Vita, y que todo el libro gire en torno a ti y a las concupiscencias de tu carne y a la fascinación de tu espíritu […] ¿tendrías alguna objeción? Dime sí, o no…
Vita, entusiasmada, contestaría dos días más tarde:
Bendito sea Dios, Virginia, nunca he estado tan contenta y aterrorizada como con la idea de verme reflejada en la forma de Orlando. Qué divertido para ti. Qué divertido para mí.
Eso es lo que fue Orlando desde un principio: una especie de jeu d’esprit, un juego fácil para Virginia, que llegó a describir la obra como «unas vacaciones de la escritora». El 13 de octubre anunciaba a Vita su intención de que fuese «un librito corto, con ilustraciones y un mapa o dos». Trabajaba en él metida en la cama de noche o mientras paseaba, siempre intentando imaginarse a Vita en diversas situaciones, con el deseo de poder observarla en persona para refinar con ello el retrato de Orlando en sus páginas.
Y Vita, la mujer indomable que se hacía cargo de la vida de otros e intentaba determinar su destino, la mujer cuya arrogancia aplanaba los obstáculos y cuya vanidad hacía caso omiso de la miseria; esa mujer exaltada que recorría su finca al sol y vivía en castillos, que decía lo que quería decir sin la más mínima vacilación; la madre protectora que trabajaba como una esclava y jugaba como una princesa, que consideraba todo en el mundo un desafío personal; la mujer sensual y apasionada, voluptuosa aristócrata, que combinaba intensidad erótica y ambigüedad sexual, de piernas hermosas y una simplicidad casi viril, tan distinta de la propia Virginia –y quizá todo lo que a ella como mujer le habría gustado ser–, era, por supuesto, un buen personaje para ese jeu d’esprit de la autora.
Orlando es, por tanto, además de la biografía de Vita, un adelanto de los temas que tratará al año siguiente en Un cuarto propio (2022, p. 118):
Para hablar en plata, el fútbol y el deporte son «importantes»; rendir culto a la moda, comprar ropa, «trivial». Y estos valores se transfieren inevitablemente de la vida a la ficción. Este libro es importante, supone el crítico, porque habla de la guerra. Este libro es insignificante porque habla de los sentimientos de unas mujeres en un saloncito. Una escena en un campo de batalla es más importante que una escena en una tienda…
Asuntos todos que Woolf convierte en algo significativo para la historia de Orlando. Esta es quizá la alegre representación del género en Orlando, con la implicación feminista de que el sexo anatómico no determina el destino de una persona. Es esto, al parecer, lo que tanto molesta a la doña Victoria Gil Movellán, que ha sabido, muy en consonancia con los temas realmente «importantes», sustituir el Orlando con un combate de boxeo. Seguro que esto había hecho correr ríos de sarcástica tinta de la pluma de Woolf. De eso no me cabe duda.
Itziar Hernández Rodilla es licenciada en Traducción e Interpretación por la Universidad de Salamanca y doctora en Traducción por la misma universidad con una tesis-traducción de una obra del autor-traductor Erich Fried. Comenzó a traducir profesionalmente al terminar la carrera en 2001 y lleva haciéndolo desde entonces. A ACE Traductores pertenece desde que era estudiante. Traduce al español desde el inglés, el alemán y el italiano. Ganó el Premio de Traducción Andreu Febrer de la Universidad de Vic en 2000, en 2012 una traducción suya de Los dos gemelos venecianos (Goldoni) fue finalista del Premio Max Revelación y en 2016 fue finalista del Premio de Traducción Esther Benítez con la traducción de Los novios (Manzoni). Akal publicó su traducción de Orlando en octubre de 2018 y le encargó a continuación la de Al Faro, que saldrá muy pronto.
Gracias, Itzíar, qué buen artículo.