Reflexiones (y algún intento de decálogo) sobre el vínculo entre traducción y edición de mesa, I, Ana Mata Buil

Viernes, 14 de julio de 2023.

El 4 de mayo de 2023, dentro del ciclo «ACE Traductores presenta», tuvo lugar la mesa redonda «En la piel del lobo: pasearse entre la traducción y la edición de mesa» en la Casa Orlandai de Barcelona. Allí, las traductoras y editoras técnicas Ana Camallonga y Ana Mata Buil compartieron su experiencia dentro y fuera de diferentes sellos editoriales y describieron diversas labores relacionadas con la publicación de un libro traducido (escritura, traducción, corrección, dirección editorial, edición de mesa o edición técnica…) y cómo se retroalimentan. De esa charla nacen estos dos artículos, que las dos Anas, en un juego de espejos, ofrecen a VASOS COMUNICANTES.

¿Quién teme al lobo feroz?

 Que para hacer un buen guiso hacen falta buenos ingredientes no es un misterio. Y que para hacer un buen libro hacen falta buenos profesionales, tampoco. Lo que a veces sí resulta más misterioso es cómo llegan a establecer relación esos distintos profesionales y cómo, en ocasiones, conviven incluso dentro de la misma persona de forma (más o menos) pacífica y así contribuyen a mejorar el resultado. En este artículo intentaré transmitir mi experiencia dentro del sistema editorial y contar hasta qué punto el ejercer a veces de editora de mesa,[1] otras de correctora y otras muchas de traductora, me ha permitido adquirir una visión global del proceso editorial, tener una mirada holística, como decimos ahora y, sobre todo, meterme en la piel de otros profesionales, con la ruptura de esquemas preconcebidos que eso comporta.

Hace ahora veintiún años, en junio de 2002, mientras trabajaba de lo que en el Grup 62 llamaban «redactora» de El Aleph Editores y Editorial Diagonal, la Universidad Pompeu Fabra, en la que me había licenciado un par de años antes, me pidió que participara en una mesa redonda sobre salidas profesionales para contar mi experiencia a los estudiantes. Creo que fue la primera charla profesional en la que participé. Por eso, cuando hace un par de meses ACE Traductores me pidió que hiciera algo similar y me centrara precisamente en mis facetas de editora de mesa y traductora (aunque otras, como la de correctora, docente y aprendiz de todo un poco se colasen de forma inevitable), enseguida pensé en aquella charla de mis inicios y me pregunté hasta qué punto mi percepción del tema habría cambiado con los años.

Como la memoria no es mi fuerte, es probable que la pregunta hubiera quedado sin respuesta de no ser porque, mientras buscaba en las estanterías del estudio libros que hubiera coordinado a lo largo del tiempo para mostrarlos en la mesa redonda de la Casa Orlandai, di por casualidad con los apuntes que había tomado para aquella charla y que seguían entre las páginas de uno de los ejemplares de la colección Modernos y Clásicos de El Aleph publicados mientras trabajaba en la editorial. En dos páginas resumía las variadas tareas que llevaba a cabo, en una época en la que todavía nos entregaban algunas traducciones en disquete e impresas y la última revisión del libro se hacía en las ozálidas, unas pruebas de imprenta con un característico olor químico (algo que hará sonreír a algunas de las personas que lo vivieron y que quizá a otras les parezca digno de una película de ciencia ficción).

A grandes rasgos, me encargaba de pactar con ciertos autores las condiciones de edición (otros trataban directamente con el editor o la editora de los sellos en los que trabajaba), coordinar la traducción y la corrección de estilo y marcar pautas básicas de trabajo y fechas de entrega, participar de la elaboración del texto de contracubierta junto con el editor o la editora, coordinar la cubierta del libro con los diseñadores, valorar traducciones ya publicadas y contactar con sus traductores en caso de que la editorial decidiera recuperarlas, revisar correcciones ortotipográficas, recopilar datos para la página de créditos, ver últimas pruebas y decidir si «todo estaba bien», y por fin «cerrar» el libro, un término paradójico que se emplea cuando el libro se da por definitivo y pasa a producción y a imprenta para que, precisamente, los lectores puedan abrirlo luego.

Por supuesto, esa somera enumeración contenía implícitas muchísimas anécdotas y vivencias. Dichas experiencias, unidas al ritmo de trabajo fuerte de los dos años que pasé en plantilla en el Grup 62, convirtieron esa etapa laboral en una escuela exigente pero valiosísima para mí. Allí, por ejemplo, conocí a grandes traductoras y traductores con muchísima más trayectoria (y más paciencia, sin duda, pues aceptaban que una jovenacha con pocas tablas como yo revisara sus traducciones, a quienes pido perdón por los errores de criterio que pudiera cometer…), que me inspiraban y me animaban a no perder de vista mi objetivo. Sí, quería ser traductora.

De ahí que mi valoración de lo que me habían aportado esos dos años como editora de mesa, tal como la escribí en 2002, incluyera lo siguiente:

 

  • Posibilidad de ver la editorial y su funcionamiento. Conocer muchas tareas que empiezan cuando acaba la traducción.
  • Complemento para un posterior trabajo como traductora.
  • Posibilidad de leer numerosas traducciones y correcciones, y aprender de ellas: ser redactora da acceso a traducciones buenas y no tan buenas y ver cómo se han modificado durante el proceso de edición.
  • Modo de aprender los ritmos y tiempos de una editorial desde dentro.

 

Veinte años después, todavía suscribo esas palabras. Meterme en la piel del lobo editorial, tanto en plantilla como más adelante de forma externa cuando he realizado coordinaciones para Penguin Random House, sobre todo para los sellos de no ficción Debate y Taurus, pero también para Lumen o Reservoir Books, sin duda me ha ayudado en mi carrera como traductora (que, aquí, en confianza, es mi vocación). Curiosamente, aunque el grueso de los libros que traduzco son novelas, la mayor parte de los libros que he coordinado como externa han sido ensayos. Tal vez eso me ayude a mantener las dos actividades en cubículos distintos de la mente y a no confundirme más de la cuenta. No lo sé. Lo que sí es evidente es que la coordinación de voluminosos ensayos históricos, biográficos y de divulgación científica, además de complejos libros de cocina, u obras sobre música y arte, por poner solo algunos ejemplos, me ha abierto las puertas de otro mundo y me ha dado acceso rápido y continuado a muchos fenómenos con los que no siempre me había topado en mis traducciones: traducir y revisar mapas, corregir índices alfabéticos, asegurarme de que las fotografías de un pliego están donde corresponde o las remisiones internas de un libro de cocina son correctas, así como consultar posibles transliteraciones de nombres rusos, comprobar fechas y referencias bibliográficas, cotejar correcciones de más de doscientas páginas de notas… Desde el punto de vista de la edición técnica, los ensayos son fascinantes y muy entretenidos.

Pero que no se me malinterprete: no he seguido coordinando porque no pudiera «vivir de traducir» ni mucho menos, como se piensa a veces de las personas que combinan distintas facetas laborales, sino porque soy inquieta por naturaleza y necesito moverme, cambiar. Pasearme entre varios libros de forma simultánea (cada uno en una fase, con su espacio mental y sus ratos propios) me proporciona la ilusión de habitar distintas pieles y «salir de mí misma» casi tanto como cuando entro de lleno en la traducción de un libro y me convierto en sus personajes y su voz narradora.

Volviendo a la lista de ventajas que escribí hace dos décadas, me gustaría añadir algo que no sabía entonces, pues aún no había ejercido como traductora autónoma, y que he aprendido con la perspectiva del tiempo. Trabajar como editora de mesa no solo me ha enseñado sobre las traducciones, los libros (es decir, el «producto» de ese trabajo) sino también sobre quienes traducen, corrigen, escriben, plantean catálogos editoriales, editan, maquetan (es decir, los «agentes», las personas). Quizá parezca obvio, pero en un mundo cada vez más mecanizado y aséptico, tener experiencias directas con las personas que luego, en mi carrera como traductora, me han dado trabajo o consejos, o han corregido mis traducciones, ha sido crucial. Así pues, a la lista anterior añadiría las siguientes ventajas que me ha proporcionado el tener la oportunidad de ser editora de mesa interna y externa:

 

  • Posibilidad de conocer personalmente a distintos profesionales de la traducción que de otro modo no conocería y aprender de ellos.
  • Relación más directa con quienes encargan traducciones y las revisan, lo cual favorece la confianza mutua y ayuda a distinguirse de otros colaboradores.
  • Mayor capacidad de adaptación a las preferencias de cada editorial (puntualidad, normas de estilo y ortotipográficas, tipo de presentación, resolución de problemas) y, por lo tanto, entrega de una mejor traducción a ojos de quien la recibe.

 

Es decir, como en tantos ámbitos, conocer bien «al enemigo» me ha ayudado a constatar que no es tan enemigo, que no tiene nada contra nosotros en tanto que traductores y que, en general, comparte el objetivo principal de nuestra profesión: ofrecer un libro de calidad y en la fecha de lanzamiento prevista. ¡Casi nada!

Llegados a este punto, tal vez alguien piense: estupendo, pero ¿es que la traducción no te ha aportado nada aplicable a tus otras facetas laborales? Por supuesto que sí. La experiencia práctica y dilatada en traducción editorial me ayuda a diario de forma directa e indirecta. La mirada analítica y la capacidad de trabajo y organización que tenemos quienes traducimos libros es vital en otras fases del proceso. En concreto, si tuviera que resumir qué beneficios tiene el hecho de ser traductora profesional a la hora de llevar a cabo un proyecto como coordinadora o editora de mesa, diría:

 

  • Mayor versatilidad: ser traductora me permite solventar con más seguridad los problemas y retos que surgen durante la edición de un libro (resolución de dudas de traducción y corrección, traducción o cotejo de pies de foto que faltan…).
  • Más empatía con todos los colaboradores (incluido el taller de fotocomposición): ser traductora autónoma me ayuda a comprender las circunstancias personales y laborales de otros colaboradores externos, me anima a darles feedback, a contestar a sus mensajes de dudas y propuestas, a intentar ofrecer plazos razonables y pedir esfuerzos extra solo cuando un libro es realmente urgente.
  • Reivindicación de nuestra profesión desde dentro: me encanta sentirme una «infiltrada», añadir los nombres de quienes traducen en las referencias bibliográficas con traducción publicada si no aparecían, reclamar notas al pie con la procedencia de citas textuales traducidas y velar por esa visibilidad que merecemos y que para otros profesionales del sector no siempre es tan evidente.
  • Más serenidad ante los errores propios y ajenos: el tiempo y la práctica me han enseñado a encajar los éxitos y los fracasos con mayor deportividad; experimentar en carne propia el pluriempleo y la confluencia de distintas vidas (personal, familiar, laboral), con los despistes que eso propicia, me ayuda a entender mejor los errores u omisiones en las entregas e intentar solventarlos si estoy a tiempo, en lugar de limitarme a preguntar «¿cómo es posible?».

 

Así que, ya veis, todo son ventajas. No, es broma. Mentiría si dijera que compaginar varias facetas laborales siempre es fácil, que no estresa nunca y que favorece la paz mental. Pero, pese al estrés adicional que puede generar en ocasiones el tener que estar pendiente de las fechas de entrega de otros colaboradores en tu faceta de coordinadora, o el tener que resolver un problema urgente surgido casi en la fase de imprenta de un libro que ya habías cerrado, cuando además debes entregar la traducción de un libro y corregir unas prácticas esa misma semana, pese a todo eso, insisto en que en mi caso la balanza se decanta sin duda hacia los aspectos positivos. Compaginar estas labores, habitar distintas pieles, como decía al principio, me ha ayudado a establecer vínculos entre todas las partes del proceso editorial, a extrapolar lo aprendido en otros proyectos, a tener esa mirada holística, transversal, global. Y, sobre todo, me ha ayudado a no perder de vista «el libro», es decir, la literatura, la transmisión de cultura, el entretenimiento, las reflexiones y las reivindicaciones que se vehiculan a través de nuestras palabras traducidas.

En definitiva, ser traductora y editora de mesa a la vez potencia en mí la sensación de equipo y hace que esté aún más orgullosa cuando me envían los ejemplares justificativos de los libros que he traducido o cuando veo las muestras de las obras que he coordinado o corregido. Esa sensación me recuerda que, pese a ser autónoma, no soy un lobo solitario.

[1] Un nombre curioso, porque en general en una editorial cada persona tiene su mesa, o al menos la tenía. Según las editoriales, esta función recibe también el nombre de «editora técnica», «editora junior», «redactora» o «ayudante de editora».

 

Fotografía de Alba Tomàs Albina

Ana Mata Buil es traductora de novela, ensayo y poesía, correctora y coordinadora editorial externa desde hace dos décadas, una trayectoria que emprendió tras trabajar dos años como editora de mesa de El Aleph Editores (Grup 62). Tiene un Máster en Literatura Comparada y Traducción Literaria (2011) y un Doctorado en Traducción Literaria (2016). Dedicó su tesis doctoral al estudio de las antologías poéticas traducidas y, en concreto, a la obra de la poeta modernista Edna St. Vincent Millay.

Desde 2011 compagina la labor como autónoma con la docencia en el grado de Traducción y Ciencias del Lenguaje de la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona). Durante diez años fue codirectora académica del Máster de Traducción Literaria y Audiovisual de la BSM-UPF junto con Olivia de Miguel y Patrick Zabalbeascoa, hasta la desaparición del programa en 2022. Asimismo, da clases en el Posgrado de Corrección de la URV (Tarragona) y en la Escuela Cursiva de PRHGE.

Es colaboradora habitual del grupo Penguin Random House, aunque también trabaja para otras editoriales. Ha traducido, entre otros, a Jane Austen, George Orwell, Edna St. Vincent Millay, Virginia Woolf, Patti Smith, Anne Tyler, Lauren Groff, Robert Graves, Barbara Pym, John Boyne, Tomi Adeyemi y Casey McQuiston. Asimismo, entre las obras que ha coordinado para Debate y Taurus hay ensayos de Ibram Y. Kendi, Kristina Spohr, Niall Ferguson, M. F. K. Fisher, Julia Child y Niki Segnit. Ha coordinado algunas novelas y recopilaciones de relatos para Lumen, Plaza & Janés y Ediciones B, así como obras en colaboración con el Instituto Cervantes.