Las palabras que nacen (ejemplo de terminología móvil), Gabriel Hormaechea

Lunes, 5 de septiembre de 2022.

Pedro Álvarez de Miranda, en su obra Más que palabras (art. ¿Empobrecimiento? pag. 246.), escribe: «Frente a la tópica percepción nostálgica de que el léxico se empobrece, forzoso es reconocer que, muy al contrario, el acervo léxico de una lengua se enriquece constantemente». Aceptemos que cuantitativamente esa afirmación es cierta, pero preguntémonos qué clase de palabras son las que desaparecen y cuáles son las que aparecen. Porque parece evidente que, en general, las que caen en desuso y las que aparecen actualmente en castellano son de muy diferente tipo.

Collage sobre una obra de Pieter de Hooch, 1670

Resulta indiscutible la pérdida de gran cantidad de vocabulario afectivo en el castellano familiar. Preguntémonos ahora a qué campos semánticos pertenecen las palabras que se incorporan a nuestro idioma. Evidentemente esos campos son variados y exigirían varios artículos para comentar cada una de las diferentes tendencias. Empezaremos aquí por el campo de la tecnología, sin entrar en el terreno del vocabulario de especialistas, que es un campo en el que los continuos avances tecnológicos acarrean muchos términos. Tomemos un ejemplo que todos conocemos: la aparición del teléfono móvil. Para comenzar, el adjetivo «móvil» ha acabado siendo usado como substantivo, para llamar al teléfono portátil o celular: tres nuevos «substantivos» para nombrar el nuevo objeto. Pero es que para nombrar sus diferentes usos nace un montón de términos, porque resulta que, ahora, reseteamos, chateamos, posteamos, wasapeamos, tuiteamos, gugleamos… Y es curioso ver cómo estos tres últimos verbos provienen de nombres propios de empresas, cosa antes poco frecuente en español tratándose de verbos, aunque ejemplos de substantivos sí que existen, véanse si no términos como «michelín» para pliegue de gordura, «gillette» para hoja de afeitar desechable, «maicena» para harina fina de maíz, «tergal» para tejido de fibra sintética resistente, o «nailon» para resistentes filamentos elásticos de poliamida sintética. Como etimología de todos ellos el DRAE anota: marca reg.

En el terreno de los substantivos que nacen para nombrar personas según sus funciones en los diferentes usos de esos aparatos, o su relación con ellos, ha aparecido también gran número de vocablos, por ejemplo: instagrammer, influencer, hacker (que la Academia recoge también como jáquer), bloguero, follower (que maldita la falta que hace existiendo «seguidor», que también se usa en el mismo sentido).

Y qué decir de palabras como web, blog, aplicación, wifi, Skype, cookie, e-mail, byte, software, tablet, tuit, iPad, iPhone, pin, nube… y tantas otras que gran cantidad de hispanohablantes usamos todos los días sin ser para nada especialistas, como algo totalmente cotidiano. Pero también están las que nombran cosas que hacemos con esos aparatos, como chats o selfis, o que introducimos en ellos como posts, memes, hashtags, trending topics, etc. etc.

Es cierto que todo ese vocabulario ha entrado en la lengua en los últimos años y que es de uso cotidiano; gran parte de él ya figura en el DRAE y el resto no tardará en hacerlo. Y también es verdad que tan solo se trata de un ejemplo de los avances tecnológicos, pero no es menos cierto que en el campo del lenguaje afectivo las pérdidas son mucho mayores que las ganancias. Lázaro Carreter, en El nuevo dardo en la palabra, escribe: «…los idiomas cambian, inventando voces, introduciendo las de otros o modificando las propias (…) Cierto, pero hay un cambio más, muy patente ahora, y es la muerte de muchos vocablos sin sustitución. Y la muerte, especialmente, de vocablos afectivos. ¿A qué cambio social responde esa reducción del lenguaje del afecto?». Y es que aparecen palabras como todas las que acabamos de citar, o como USB, SMS o bit que ya constan así en el DRAE, pero mueren otras de campos menos tecnológicos y más afectivos y familiares como camandulero, zangolotino, malandrín, zamacuco, por citar las primeras que me vienen a la cabeza aplicables a personas, o tantas otras familiares del tipo de aperrear, cuchufleta, cuita, intemerata, mieditis por citar a boleo algunas de la gran cantidad de familiares que están desapareciendo. ¿Nacen palabras que las substituyan?

El uso constante de emoticonos substituyendo las palabras afectivas tal vez sugiera pistas para reflexionar sobre el tema. Cada uno de esos emojis suple un montón de vocabulario y elimina cualquier matiz. ¿Qué está pasando en nuestra sociedad?

 

 

Gabriel Hormaechea ha traducido, entre otros autores, a Elisabeth Van Gogh, Fernande Olivier, Vincent Van Gogh, Paul Gauguin, François Olivier Rousseau, Mireille Calmel, Jean Paul Sartre, Anatole France, Colette, Flora Tristán, Anne Gédéon Lafitte, Édiht Piaf, François Rabelais, Patrik Modiano. Ha sido durante años vicepresidente de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña ACEC.

 

1 Comentario

  1. Concha

    Muy agudo, Gabriel, y sí, puede dar para ahondar mucho. ¡Gracias!