Palitos de queso. Crónica de un taller de traducción celebrado en dos hemisferios, Juan Gabriel López Guix

Lunes, 2 de agosto de 2021.

Este texto pretende dejar constancia de algunas dificultades encontradas, así como de ciertas reflexiones suscitadas, durante la traducción del relato «The House», de Robert(a) Marshall, realizada de modo colectivo en un taller de traducción organizado por el Centro Internacional Antonio Machado y celebrado por vía telemática durante los días 19, 20, 26 y 27 de febrero de 2021.

Ambientado en algún lugar de los Estados Unidos, el cuento narra lo que ocurre en una guardería donde se cuidan niños mientras los padres (inmigrantes ilegales) acuden a un servicio de asesoría jurídica para intentar evitar su deportación. El original sólo tiene un millar de palabras, pero la empresa de traducción no estuvo exenta de dificultades.

De entrada, se plantearon debates iniciales (incluso de modo previo al desarrollo de las sesiones virtuales) acerca del tipo de lenguaje de debía emplearse en la traducción del relato, dado que su autor se define de modo no binario. Ese rasgo llevó a una concienzuda búsqueda de rasgos textuales de un uso no convencional del lenguaje en el texto original y a algunas hipótesis sobre la figura que emergía de la voz narradora, así como a consideraciones sobre la diferenciación entre narrador y autor empírico.

Los participantes también aportaron sus dosis de complejidad y, por lo tanto, de enriquecimiento de la experiencia. La traducción en grupo siempre conlleva un añadido de complicación porque exige un rodaje previo para orientar el esfuerzo y acordar unas pautas comunes de trabajo. El hecho de que se tratara de un taller virtual favoreció, en lo que cabe considerar una consecuencia positiva de la pandemia, una participación global: la abolición de la geografía facilitó el afloramiento de la variación diatópica de nuestras hablas. Casi la mitad de los participantes procedían de Chile, Colombia, Perú y Estados Unidos; y el resto, de diferentes lugares de España.

Fotografía de Oana Dumitrescu

Aunque las traducciones siempre son de un tiempo y un lugar, en nuestro taller intentamos llegar, cuando nos pareció posible, a un consenso lingüístico euroamericano. Así, hubo que decidir de modo binario, por así decirlo, entre «dentro/adentro» o «fuera/afuera»; pero, por ejemplo, entre «zumo» y «jugo», a la mayoría nos pareció aceptable «jugo de frutas».

Javiera, participante de Viña del Mar, resultó poseer una valiosa experiencia sobre la situación de los refugiados referida en el relato. Haley nos ayudó con algunas precisiones léxicas y nos hizo, desde Nebraska, una demostración práctica de cómo el string cheese es una barrita de mozzarella que se deshace en hebras con gran facilidad. En la traducción del nombre de ese tipo de queso, dudamos entre varias opciones: queso en tiras o a tiras, palitos de queso, queso en hebras, queso (a secas)… La solución elegida fue la más descriptiva: palitos de queso. El azar quiso que Lorena bajara al supermercado al finalizar la sesión y se topara de bruces con ese queso en un expositor. Media hora antes estaba contemplando con interés antropológico (como todos los demás) el producto que Haley mostraba desde otro hemisferio. Por supuesto, nos mandó en el acto la foto correspondiente. La etiqueta decía «snacks de queso». Supongo que es una experiencia que muchos traductores han vivido. Hace años, en la traducción de Todo un hombre, de Tom Wolfe, estuve un buen rato buscando en obras de papel una planta citada (las tres w no eran lo que son hoy) y al final resultó que era un pelargonio, como el que crecía en alguna maceta a pocos metros de mi escritorio.

Fotografía de Lorena González de la Torre

Otra duda nos asaltó en relación con un elemento que, como el anterior, también entra en la categoría de los realia etnográficos: un juguete descrito como un «wood-handled popcorn popper push toy». Las primeras búsquedas nos llevaron a un juguete de la casa Fisher-Price llamado en diferentes sitios sonajero palomitas, juguete de empuje (o de arrastre) Corn Popper, correpasillos, andador bolitas saltarinas… Sin embargo, alguien (Sara o Mar, quizás Oana) encontró un enlace con el juguete de madera (no de plástico, como el de Fisher-Price), más verosímil en el contexto de nuestro cuento. La versión final opta de nuevo por la descripción: la niña empuja «un juguete de madera con un rodillo lleno de bolitas», que usa una serie de palabras que permiten una fácil identificación en Internet a quien interese una mayor precisión.

Las aportaciones desde la península ibérica de Sara, Oana, Mar, Andrea, Julio, Lorena o Clara, Marcela desde Perú, Andrés o Sebastián desde Colombia, fueron muy útiles y abrieron el campo de las posibilidades de decisión. Además, la presencia de Clara, correctora, sirvió para dar vida a algunos (breves) debates sobre tecnicismos ortotipográficos; como, por ejemplo, la tolerancia a la insumisión acentual en «sólo» (una tilde que la Academia no considera incorrecta). Y aprovecho para añadir aquí que la tesis doctoral defendida en 2015 por José Luis López-Quiñones menciona un estudio según el cual, de diecinueve académicos de la RAE estudiados, sólo cuatro no usaban esa tilde en sus propios escritos.

Un debate interesante surgió en relación con el trato que había que acordar a la presencia de la otredad, tal como queda plasmada en el hibridismo lingüístico del texto. En este punto, Andrés se mostró muy vehemente (de modo acertado, en mi opinión) en la defensa de esa presencia de las diferentes lenguas que aparecen en el relato: son varias las frases dichas en español, algunas por una voz narradora (que admite no saber hablarlo bien). La ortodoxia en esos casos en que aparecen palabras extranjeras recomienda usar cursiva en el extranjerismo y añadir una nota al pie para indicar que el cambio de idioma procede del original. Esa nota se puede añadir o no; pero, como ocurre muchas veces, las soluciones propugnadas por la normativa se ven superadas por la complejidad de las realidades textuales con las que nos encontramos en la práctica. En nuestro caso, la cuestión se complicaba porque el idioma extranjero en el original era la lengua de llegada de la traducción. Además, en el diálogo aparecía una frase que se decía, marcada en cursiva, en español y que luego se repetía en inglés (con mención explícita de ese idioma), con lo que se planteaba la cuestión de cómo presentar tipográficamente la frase inglesa (y si hacerlo). Por si fuera poco, otra frase en castellano contenía el nombre Salomón (en referencia al legendario rey hebreo) escrito en inglés (Solomon). Ese error suscitaba la pregunta de si se trataba de un sutil efecto voluntario para simular la torpeza de la voz narrativa o de un fallo autoral involuntario. De la opción por una u otra interpretación dependía la decisión traductora.

En relación con la explicitación del género de la figura que protagoniza el relato (que parece ser masculina) cuando lo exigía la gramática de nuestra versión, optamos por no tomar decisiones «binarias» y esquivar las opciones textuales que obligaran a la aclaración del género gramatical.

Fueron más las dudas que nos asaltaron y que debatimos con fervor. De modo individual, cada cual habría zanjado sin más los asuntos; al intentar obrar colectivamente, verbalizamos las dificultades y las posibilidades de formulación. Visto con perspectiva, parece mentira que pudiéramos concluir la versión en el plazo asignado. Desde luego, tras las dos primeras sesiones, la mayoría pensó que no conseguiríamos acabar a tiempo. Sin embargo, al final lo conseguimos, avanzando poco a poco y sin perder la calma. Nos dio incluso tiempo a hacer un pequeño ejercicio comparando un breve relato argentino con la traducción hecha al inglés por Marshall.

Fotografía de Haley Mendlik

Quizá el palito de queso sea en el fondo una imagen de nuestro empeño traductor y de cómo fuimos sacando de nuestro relato una hebra textual tras otra, una dificultad de traducción tras otra, para analizarlas y debatirlas a conciencia hasta quedar satisfechos en dos hemisferios con las soluciones alcanzadas.

El relato «The House», de Robert(a) Marshall, fue publicado en The Barcelona Review, 97 (agosto 2020). Nuestra traducción, «La casa», apareció en el número 101 (agosto 2021) de esa misma publicación. Los participantes en el taller de traducción fueron Sara de Albornoz Domínguez, Mar Cobos Vera, Oana Dumitrescu, Clara González García, Lorena González de la Torre, Haley Mendlik, Andrea Mullor Martín, Javiera Reyes Navarro, Andrés Ruiz Worth, Marcela Sotelo Agurto, Julio Valenzuela Durán, Sebastián Vélez Ariztizábal y Pep Verger.

Celia Filipetto tuvo la amabilidad de leer una versión casi final del cuento y sus comentarios (y la consulta que hizo a un coleccionista de juguetes infantiles) me sirvieron para retocar la parte de la formulación del juguete de madera. Clara González repasó con el ojo forense de una correctora esta crónica, y su revisión y mis comentarios a sus revisiones sirvieron para pulir el texto y para continuar por el canal de los comentarios de Word un ameno debate sobre la incorrección y sus límites.

 

Juan Gabriel López Guix es traductor del inglés y del francés. Se dedica sobre todo a la traducción de narrativa, ensayo y divulgación científica, así como a la traducción para prensa. Entre otros autores, ha traducido libros de Saki, Julian Barnes, Joseph Brodsky, Douglas Coupland, David Leavitt, Lewis Carroll, Michel de Montaigne, George Saunders, Vikram Seth, George Steiner y Tom Wolfe. Es profesor en la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad Autónoma de Barcelona. Fue miembro de la junta rectora y vicepresidente de ACE Traductores entre 1997 y 2000.