Viernes, 14 de mayo de 2021.
Como el sol envejece y se renueva,
así a decir lo dicho amor me lleva.
William Shakespeare, Soneto 76 v.13-14
Este título se corresponde con el que elegí para el capítulo 3 de Autores de habla inglesa en traducción. Allí expongo lo que considero que debería ser la traducción de poesía, que no es otra cosa que la explicación de lo que hago y de lo que intento hacer desde que empecé a traducir. Como, básicamente, sigo pensando igual que en aquel momento, no haré sino repetir en cierto modo eso que creo haber aprendido con la práctica y la observación.
Los traductores hacen la literatura universal. No solo la difunden, sino que también la escriben porque el traductor es autor de su traducción. De aquí la responsabilidad del traductor de poesía y la exigencia que supone el hecho de traducir. No menos importante debería ser el compromiso de todas las personas que ejercen la crítica u opinan de la traducción de poesía. La traducción poética puede ser fiel al texto original sin dejar por ello de ser auténtica poesía. El planteamiento, el enfoque del traductor es la clave para conseguirlo y ha de ser holístico en su sentido de exigencia integradora y globalizante que no permite excluir ningún elemento de un conjunto. Suelo decir que la traducción ha de ser equivalente y aceptable en la lengua de llegada. La equivalencia ha de ser estilística, pragmática y semántica. Y como el contenido está en la forma, y la forma es el contenido desplegado, no existirá equivalencia semántica si no hay también equivalencia estilística y pragmática. Forma y contenido van inexorablemente unidos y eso es lo que forma el idiolecto estético de un poema, que es lo que hay que trasladar.
¿Que es difícil traducir poesía? Sí, lo es; pero no imposible. Todas las cosas son imposibles mientras lo parecen y todo parece imposible hasta que se hace. Lo fácil ya está hecho, lo difícil lo haremos, y lo imposible nos tomará un poco más de tiempo, como dice el proverbio.
Las teorías que defienden la intraducibilidad de la poesía me recuerdan a Zenón de Elea y su paradoja de Aquiles y la tortuga, con la que negaba ontológicamente el movimiento. Si Diógenes le respondió que el movimiento se demuestra andando, hay que decir a esos teóricos que la traducibilidad de la poesía se demuestra traduciendo. Y para probarlo no es necesario esperar dos mil años, como sucedió en el caso de la famosa paradoja hasta que alguien descubriera el cálculo infinitesimal. Basta con una sola buena traducción —y hay muchas— para demostrar que es posible porque debe quedar muy claro que puede haber malas traducciones —y las hay—; pero eso no prueba que la poesía sea intraducible. Lo único que prueba es que una determinada traducción es mala. Los casos negativos no prueban nada. Basta un caso positivo —y hay muchos— para demostrar que la traducción de poesía es posible.
A pesar de todo, al traductor le interesa conocer las teorías sobre la traducción, incluso las más disparatadas; pero ha de ser crítico porque ocurre con frecuencia que ciertas teorías sobre la traducción de poesía pueden llegar a ejercer un influjo negativo. Unas veces llegan a aceptarse por convencimiento y otras sirven de coartada para justificar la renuncia a superar obstáculos reales o imaginarios.
Y ¿qué decir de esos tópicos que los traductores tenemos que soportar, y que tantos colegas traductores aceptan resignados? Me referiré a los más frecuentes. En primer lugar, Traduttore-traditore, que suele tomarse como si fuera un axioma cuando no es más que una analogía. Y todos sabemos que analogía no supone identidad. Otro más, el del envés del brocado o el del tapiz flamenco por el revés. Lo diga un autor Ming o Zapata de Chaves o el mismísimo Cervantes, las comparaciones, que son muy útiles en poesía, no lo son tanto cuando hay que hilar muy fino en asuntos (tapices o brocados incluidos) muy concretos. Además, todos sabemos que las comparaciones son odiosas (por algo será). Tomemos, por ejemplo, el brocado con su haz y su envés. Si quiero reproducirlo, me procuro una tela de calidad (nadie me negará que la lengua castellana tiene tanta calidad como pueda tener cualquier otra lengua), unos hilos adecuados en todos los sentidos y cuando haya terminado la reproducción, no haré como se hace en esas mezquinas comparaciones, sino que mostraré el haz en el que el dibujo y el colorido serán el reflejo del original. Y sí, puedo comparar el envés, pero con el envés del original, y la diferencia sería mínima.
Ya ciñéndonos a la poesía, entre los más citados, por desgracia para la traducción, se encuentra el atribuido al señor R. Frost, aunque se le suele citar mal porque él no dice que «lo que se pierde al traducir poesía es la poesía», al menos no así exactamente. Esto es lo que dice en Conversations on the Craft of Poetry (la negrita es mía): «I like to say, guardedly, that I could define poetry this way: it is that which gets lost out of both prose and verse in translation». Pero ya habrá ocasión de comentar este y otros casos, especialmente la funesta teoría y práctica de la traducción por parte del señor Nabokov.
Bien, ¿y la rima? Pues la rima, si aparece en el texto original, lo lógico es trasladarla a la lengua de llegada porque forma parte integral del poema que se va a traducir y ya hemos dicho que el enfoque del traductor ha de ser holístico, lo que no permite excluir ningún elemento del conjunto. Y la rima es un elemento importante y esencial en ese poema. Pero dejaré para otro momento la exposición de cuál creo que es la función de la rima en el poema y en la traducción. Baste ahora, como anticipo, con las palabras de Oscar Wilde en The Critic as Artist (1891):
Rhyme, that exquisite echo which in the Muse’s hollow hill creates and answers its own voice; rhyme, which in the hands of a real artist becomes not merely a material element of metrical beauty, but a spiritual element of thought and passion also, waking a new mood, it may be, or stirring a fresh train of ideas, or opening by mere sweetness and suggestion of sound some golden door at which the Imagination itself had knocked in vain; rhyme, which can turn man’s utterance to the speech of gods; rhyme, the one chord we have added to the Greek lyre …
Y aquí mi traducción:
La rima, ese eco exquisito que en la cóncava estancia de la Musa crea y responde a su propia voz; la rima, que en manos de un auténtico artista se convierte no en un simple elemento material de belleza métrica, sino en un elemento espiritual de pensamiento y de pasión también, que despierta un nuevo estado de ánimo, quizás, o que provoca una brillante sucesión de ideas, o que abre por mera dulzura y sugerencia del sonido cierta puerta dorada a la que la imaginación misma había estado llamando en vano; la rima, que puede cambiar la voz del hombre en lenguaje de dioses; la rima, ese acorde que hemos añadido a la lira griega…
Pedro Pérez Prieto (Navaescurial, Ávila, 1953) es licenciado en Filología Moderna (Francés e Inglés) por la Universidad de Salamanca, y en Filología Española por la UNED. Traduce poesía de forma continuada desde el año 2003. Su traducción de los Sonetos de William Shakespeare (Nivola, noviembre de 2008) recibió en 2009 el Premio Esther Benítez que otorga ACE Traductores. Ha traducido Arena y espuma y una selección de Dichos espirituales, de Gibran Kahlil Gibrán bajo el título de Aforismos en la colección A la mínima en la editorial Renacimiento. En noviembre de 2014 se publicó su antología bilingüe Poesía en lengua inglesa. Antología esencial; El Corsario, de Lord Byron, en 2015; una reedición revisada de los Sonetos de William Shakespeare en 2016 e Historia de Cardenio, de Shakespeare y Fletcher en 2017; todas estas en la editorial Sial Pigmalión y en edición bilingüe. En esta misma editorial aparecerán próximamente Poemas sobrenaturales, de Coleridge y otras dos antologías. Acaba de publicarse Poemas, de Christopher Caudwell y no tardará en aparecer Tres poemas, de Hannah Sullivan.